El auténtico problema de la
guerra no es que no guste. A nadie, salvo a los psicópatas, le gusta verse
metido en ninguna. Y es normal que así sea desde siempre. Pero éste es, en todo
caso, un problema secundario si ya te la han declarado. Porque entonces, la
cuestión no es si te gusta o no; ni siquiera que reconozcas o no que la haya, sino
si asumes que, a pesar de todo ello, estás dispuesto a admitir lo que significa
y representa que te la hayan declarado. Y éste es, creo yo, el gran problema de
Occidente, muy especialmente de Europa occidental: no querer admitir que le han declarado la guerra, por su incapacidad para reaccionar en consecuencia.
Me van a disculpar, pero la
actitud generalizada de la sociedad europea occidental ante la amenaza innombrable, se me antoja similar al banquete
de despedida de los girondinos, que tuvo lugar en la prisión de la Conciergerie de París, pocas horas antes
de ser pasados por la hoja de la guillotina. Pero con una diferencia.
En el caso de
los girondinos, era la serena actitud de los hombres libres hacia lo inevitable
por haber sido vencidos; hoy es el miedo a defender la libertad que sabes que
te van a arrebatar. Una libertad que, entre otros muchos gracias a ellos, hemos podido disfrutar, con más o menos quebrantos, hasta hoy.
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