La penúltima vuelta de tuerca
del procés ofrece a mi entender una
novedad que, aun sin serlo del todo, es en lo formal altamente significativa en
lo tocante a la naturaleza profunda de todo nacionalismo, yendo por tanto mucho
más allá de los estrechos avatares de la política catalana, a la vez que, en
cuanto a sus contenidos materiales, arroja una luz definitiva sobre las
especificidades propias del nacional/independentismo catalán y los mecanismos
de articulación ideológicos, culturales y de control social bajo los que se ha
constituido y desarrollado hasta llegar a su forma actual. Me estoy refiriendo
a la propuesta, que según se dice está cada vez tomando más cuerpo, de presentar
en las próximas elecciones catalanas del 27-S una lista única de «notables» del
independentismo, sin políticos en ejercicio, cuyo único punto de programa sería
la proclamación de la independencia. Una lista «civil», «ciudadana» o «de
país», según sus promotores, al margen de los partidos políticos.
La lista independentista sin
políticos, auspiciada curiosamente buena parte del aparato político
independentista y presentada como apolítica, se está vendiendo como el
revulsivo de un independentismo en retroceso, pero ni mucho menos derrotado,
cuyo actual estado de impasse se
atribuye a las continuas trifulcas entre los políticos por la capitalización
del proceso. En cambio, se plantea desde ciertos sectores independentistas, con
una lista de «notables», aunque más bien habría que decir «famosos», a tenor de
los nombres que se están barajando, hay muchas más probabilidades de obtener los
68 escaños que dan la mayoría absoluta. Una mayoría que, en cambio, las
formaciones independentistas –CDC, ERC, CUP- parecen estar muy lejos de
conseguir, ya concurran conjuntamente o por separado. Habría que verlo, ciertamente, pero lo que a
uno le inquieta, tanto por lo formal como por lo material, es lo implícito a esta
propuesta de una lista política sin políticos.
En lo formal, esto de la lista
«de país» sin políticos más bien le induce a pensar que el nacionalismo catalán
se ha envuelto definitivamente y a la desesperada en el Volksgeist de siempre y
ya sin atenuantes. El recelo a los políticos no es nuevo entre los
esencialismos, muy especialmente los de naturaleza identitaria y nacionalista,
para los cuales la «política» y los «políticos» siempre se han visto como algo
con connotaciones claramente peyorativas. Y la política de partidos propia de
los regímenes democráticos también. Precisamente porque son facciones que no
representan al todo de la nación. Parece ser, pues, que con este último
movimiento, al independentismo ya no le importa exhibir el tufo reaccionario
que emana de su propuesta. Y no creo que se trate de ninguna transmutación,
sino más bien de jugárselo todo a la última carta del tarro de las esencias. Van
a por todas, de esto no me cabe la menor duda.
Con el Ancien Régime, el monarca absoluto era la representación suprema de
su propio poder, y como no podía ser de otra manera, el rey no hacía política,
estaba por encima de ella y de sus leyes. Estamos ante el concepto preilustrado
de nación y con esto es con lo que nos las estamos habiendo. Los absolutismos,
las dictaduras, los identitarismos y los nacionalismos siempre han depreciado la
política. Franco recomendaba a sus ministros que no hicieran «política». Jordi
Pujol, a su vez, se ufanaba de supeditar la política a una categoría superior:
«fer país».
El esquema es en el fondo muy
simple. Si los políticos, apegados a sus prebendas e intereses partidarios, son
incapaces de articular el clamor popular por la independencia, que se hagan a
un lado y que la expresión más pura de las esencias del país lleve a cabo la
tarea. Luego, bajo el nuevo escenario, ya se les dejará que vuelvan y ocupen su
puesto natural. Así, una vez el espejismo toma cuerpo, lo único que queda por
resolver entonces son los aspectos materiales de esta candidatura, cómo y
quiénes la articulan.
Apartados los políticos y los
partidos, la articulación de esta lista de «país» correría a cargo de los gurús
de las asociaciones y plataformas de base más nítidamente independentistas,
léase ANC, Òmnium, AMI etc. La paradoja es que se trata de entidades todas
ellas inyectadas de subvención pública por los mismos partidos en el poder que
ahora dicen cederles temporalmente el testigo. Y eso, se mire cómo se mire, ya huele
mal, muy mal, porque su supuesta «independencia» de lo «político» no sólo no es
tal, sino que, muy al contrario, han sido diseñadas desde el poder para ejercer
de avanzadillas de combate y agitprop al
servicio del poder. Pero no es esto lo único que huele mal. ¿De dónde piensan
obtener dichas entidades los fondos necesarios para llevar a cabo su campaña
electoral? ¿De los partidos políticos? ¿Del gobierno de la Generalitat? ¿Mediante
una cuestación a lo crowdfunding a
través de la red?
¿Y mediante qué procedimiento
se elabora la candidatura? ¿Unas primarias a las que concurrirían todas las
personalidades independentistas de la sociedad civil que lo desearan y a los
que votarían los electores catalanes dados de alta como independentistas, a lo caucus americano? No, nada de esto. La
lista, más menos, ya se conoce. Lo que se desconoce es el orden de la lista,
pero esto, dado su carácter apolítico y absoluta falta de cualquier afán de
protagonismos, es una nimiedad. La mano que mece la cuna podrá elaborar las
candidaturas en el orden que considere más oportuno.
La nómina de «notables» que
van surgiendo para rellenar la lista, por su parte, arroja también mucha luz
sobre las categorías políticas, culturales, sociológicas y antropológicas sobre
las que se ha construido el nacionalismo catalán, desde el pujolismo hasta el
postpujolismo de hoy en día; eso que un servidor ha denominado el
nacional-futbolismo, porque las categorías conceptuales con que opera tradicionalmente
el nacionalismo catalán, más bien son futbolísticas que políticas. No son
entonces de extrañar algunos de los nombres que aparecen entre las figuras
estelares del posible nuevo sanedrín catalán: Guardiola y Piqué, por ejemplo, debidamente
flanqueados, eso sí, por destacadas activistas del independentismo como la
señoras Forcadell y Casals–de la ANC y Òmnium, respectivamente- y alguna que
otra monja. Se barajan también nombres como Josep Carreras, Lluis Llach o Laporta…
todos ellos han manifestado al parecer su disponibilidad, así como actores,
periodistas y «famosos» en general, dentro del ámbito independentista. Y sin
duda también, algún intelectual orgánico.
La pregunta me parece obvia:
¿Puede alguien tomarse en serio tamaña astracanada? Pues parece que sí. A uno,
en su ingenuidad, lo confieso, sigue pareciéndole absurdo que para mucha gente
el voto a favor o en contra de la independencia, porque de esto se trata,
dependa de si concurre a las listas un entrenador de fútbol, un tenor o un
cantante. Pero eso es lo que hay. Al menos si es verdad que, como indican las
encuestas, las tres formaciones independentistas -CDC, ERC y las CUP-, ni
juntas ni por separado alcanzarían en ningún caso los 68 escaños que dan la
mayoría absoluta; y si también fuera verdad que dicha lista sin políticos
podría alcanzar hasta los 75. Sobre este último dato, el de los 75, no tengo
información de ninguna encuesta, por ahora.
Claro que tampoco es oro todo
lo que reluce. Algún político se resiste a perder el protagonismo y ahora está
contemplando, una vez más, una lista mixta de políticos y personalidades, encabezada,
claro, por él. Y de nuevo tenemos el problema, que reaparece como el Guadiana y
se repite como el día de la marmota: Junqueras no traga. Y vuelta a empezar. Mas
tiene hasta el 2 de agosto para convocar las elecciones, y si no resuelve su
futuro no creo que las convoque. Cierto que si no las convoca lo tiene muy mal,
porque las propias fuerzas que ha desencadenado pueden revolverse contra él y
devorarle. Pero sigo pensando que el 27-S no habrá elecciones.