dimecres, 30 de gener del 2013

EL NACIONALISMO TRÁGICO III (Phantasmata Hispaniarum XIII)



No había en la Hispania del siglo VIII una unidad territorial que pueda ser considerada como tal.  Y ello no porque se pueda demostrar que en muchas ocasiones hubiera dos reyes, enfrentados o no entre ellos, sino porque los godos tenían un concepto étnico de la monarquía, no territorial. Si alguien podía tener en el siglo VIII un concepto territorial del poder era en todo caso la Iglesia Católica, no los visigodos. El rey lo era de los visigodos, no de las Españas o de Hispania. En todo caso, Hispania era el territorio donde estaban.

Estamos hablando de un pueblo históricamente nómada, que a lo largo de su existencia se instalará en distintos territorios, siempre según las circunstancias. Desde Escandinavia a Polonia y al Mar Negro, presionados por los hunos acabaron cruzando el Danubio y se adentraron en el imperio romano, de oriente primero, de occidente después. Camparon durante más de un siglo por el norte de Italia y por la Galia. Luego se instalaron en Tolosa, desde donde controlaban el sur de las Galias y la Tarraconense hispánica. ´Sus “capitales”, por decirlo de alguna manera, fueron sucesivamente Tolosa, Narbona, Barcelona y Toledo, donde se instalaron hacia el 550, más o menos, después de haber sido expulsados de las Galias por los francos -excepto de la Septimania, que llegaba hasta el Ródano-.

Tomando como referencia la última división administrativa romana, los godos controlaron unas tres cuartas partes de la Tarraconense y otro tanto de la Cartaginense, así como la mitad de la Lusitania y de la Bética. En la Galaica y norte de la Lusitania estaban los suevos; en la mitad mediterránea de la Bética y hasta el Levante, se asentaron los bizantinos; en la cornisa cantábrica estaban los vascones… 

En el mejor de los casos, estaríamos hablando de las dos terceras partes de la península. Y eso sin contemplar el más que dudoso control efectivo sobre muchas de estas zonas o de las ciudades de tradición romana, como Tarragona, Zaragoza, Mérida o Sevilla. Pensar en un concepto territorial de «nación goda» es un anacronismo, en todo caso se puede hablar del «pueblo godo». Sin perjuicio de su conversión al arrianismo, primero, y al catolicismo, después, ver Hispania como su «tierra prometida» es interpretar su odisea por Europa durante cinco siglos en términos bíblicos, algo a lo que más bien parece que eran bastante ajenos. No deja de ser curioso que en el momento que parece que han conseguido el control de casi todo el territorio peninsular, lleguen precisamente los árabes y les desplacen.

diumenge, 27 de gener del 2013

EL NACIONALISMO TRÁGICO II (Phantasmata Hispaniarum XII)



Porque no hemos de olvidar que, en un primer momento y más allá de los avatares por los que transcurrirá hasta acabar convertida en patrimonio de los reaccionarios, las primeras construcciones nacionalistas de la idea de España corresponden a los liberales. No será hasta bien avanzado el siglo XIX que la reacción ultramontana -clericaloide y frailuna- y el conservadurismo más moderado en general, entenderán los réditos que les podía reportar apropiarse de la idea de Nación -los tiempos lo exigían, además-, metamorfosearla debidamente y monopolizarla en exclusiva como grupos dominantes  Con ello estaríamos ya en la Restauración. Antes habían sido sus más acérrimos enemigos.


La idea romántica parte pues de un hecho trágico que trunca un proceso cuya recomposición llevará ocho siglos. De la unidad perdida con don Rodrigo hasta su recuperación con los Reyes Católicos. Y los casi ocho siglos que van entre uno y otro momentos, el proceso de recuperación de la unidad de destino. Huelga decir que esta construcción presenta tantos agujeros que hasta permite que cada cual se haga con ella un traje a medida, según le convenga. Pero en esencia, la idea es ésta.

Más allá de las interpretaciones, tanto cualitativas como cuantitativas, que cada cual hará de este periodo, nacionalismos periféricos incluidos, lo cierto es que hay, a mi entender, tres factores que parecen fundamentales que han de ser ineludiblemente contemplados si queremos entender mínimamente el proceso histórico y los condicionantes de los que parte, elucubraciones nacionalistas aparte.

Estos tres factores son los siguientes. Primero, no había en el siglo VIII en Hispania una unidad política territorial que pueda ser seriamente considerada como tal. Segundo, los Reyes Católicos no supusieron la recuperación ni la institución de la unidad peninsular referencial que se creía haber perdido, y ello no sólo porque dicha unidad imaginaria fuera una quimera, sino porque con los reyes católicos cada reino mantenía sus propias estructuras políticas y seguían siendo, de iure y de facto, reinos independientes entre sí. Tercero, a pesar de todo lo anterior, sí hay durante estos ochos siglos un sentido de común pertenencia entre los distintos reinos cristianos, pero está mucho más determinado por su compartido acervo cristiano que por su coexistencia en un espacio peninsular geográficamente determinado que se correspondía con la antigua Hispania romana.

dijous, 24 de gener del 2013

¡YA TENEMOS ENEMIGO INTERIOR!



En todo el proceso de construcción del enemigo que se ha seguido a lo largo del tortuoso trayecto que ha llevado al nacionalismo catalán del autonomismo al independentismo, faltaba hasta ahora un componente esencial en este tipo de constructos, el enemigo interno, el que acecha desde el interior.

Algunos pueden pensar que el enemigo interior ya estaba presente en el modelo desde siempre, representado a la perfección por el PP de Cataluña y por C's. Quien lo piense así no acaba de entender el psiquismo del nacionalismo catalán. Había un enemigo externo claro, España o, más concretamente, “Madrid”, denominación más acorde con la ingenua, reduccionista y ramplona concepción del Estado que se ha desarrollado por estos pagos. Dicho sea de paso, uno tiene a veces la impresión que el material sobre el que han construido la idea de España bebe más bien de fuentes futbolísticas que de categorías políticas. Pero abundar ahora en esto nos desviaría del tema.

En cualquier caso, y volviendo a lo nuestro, ni el PP ni C's podían jugar el papel del enemigo interno porque desde siempre, a veces incluso con voluntad explícita de ello y enardecido entusiasmo por parte de los mentados, han sido considerados enemigo externo, o sea la avanzadilla de combate española en Cataluña; una extensión de España ajena al cuerpo social catalán y, en este sentido, el caballo de Troya. Y el enemigo interno es otra cosa. El enemigo interno ha de ser uno de “Nosotros”, nunca de los “Otros”, pero que colabora con esos “Otros”. Ahora ya lo tenemos, Pere Navarro y su PSC... ¡Pobrecillos! Tenía que ocurrir algún día, desde los tiempos en que la izquierda le cedió a Pujol la patente de catalanidad -y de otras tantas cosas-. Ahora ya estamos en ello.

Con la declaración que aprobó ayer el Parlament de Catalunya sobre (la verdad) no se sabe bien qué sobre sujetos y predicados políticos, el proceso de construcción del enemigo en sus dos variantes ha alcanzado ya su climax. Porque el enemigo interno es el que te traiciona sorprendiéndote en tu buena fe, dejándote en la estacada cuando más lo necesitabas. ¿Y qué ha hecho sino el PSC? Pues eso, ir dando coba, dubitativo a veces, sí, pero marcando el paso que los designios de los próceres de la patria imponían como condición sine qua non para ser tenido como uno de los “nuestros”. 

Desde la perspectiva independentista dicen que ahora las cosas han quedado definitivamente claras. Eso sí, le han amargado a Mas la mayoría que deseaba para este onánico ejercicio sobre sintaxis política. Pero que nadie se alarme. El insigne von Junker ya ha saltado a la palestra afirmando que con la mitad más uno es suficiente. ¿Es suficiente qué? me pregunto...

En fin, que ya tenemos enemigo interno que añadir al externo. Algunos pueden pensar que así el escenario se clarifica. Y puede que sea cierto, pero acaso en el sentido contrario al que algunos piensan. A uno se le antoja que el proyecto está entrando en una fase de progresiva soledad. UDC no parece que lo tenga tan claro y en la coalición CIU están a la greña. ICV está por el referéndum, pero no por la independencia -al menos eso dicen-... Y si quitáramos a unos y a otros, resulta que no hubiera habido mayoría. Y luego otra cosa, por cierto nada baladí ¿Alguien se ha tomado la molestia de traducir estos diputados a votos?

Tengo la impresión que cada vez hay menos alforjas para tamaño viaje.

dimarts, 22 de gener del 2013

EL NACIONALISMO TRÁGICO I (Phantasmanta Hispaniarum XI)



El concepto de España que se construirá a lo largo del siglo XIX por analogía con el de Francia, presentará, ya desde un primer momento, una inevitable variante trágica. El proceso histórico se trunca en el año 711 con la invasión árabe y serán necesarios ocho siglos hasta que se vuelva al punto de partida inmediatamente anterior a la ruptura causante de la anomalía. Son los que van desde Don Rodrigo hasta los Reyes Católicos.

Ortega atribuye esta anomalía a la falta de vigor de los visigodos porque eran un pueblo ya excesivamente romanizado –es decir, debilitado- en los tiempos que asoman por Hispania. El Romanticismo, más proclive a interpretaciones de naturaleza pasional, construye a un Don Rodrigo libidinoso que al violar a la Cava, estimula las veleidades felonas de su padre Don Julián, gobernador de Ceuta, que en venganza acuerda abrirles las puertas de España a los árabes. Las pasiones humanas y la traición desencadenan la tragedia. Una tragedia que requerirá ocho siglos de reparación, de penitencia.

Una construcción, ésta, que acaso estaba más pendiente de la situación del presente que se estaba viviendo que del pasado en el que se proyecta. Una nación sumida en el caos y la decadencia, en el fanatismo y la ignorancia, donde las revoluciones y contrarrevoluciones se alternan y simultanean con una guerra civil intradinástica que se extenderá a lo largo de todo el siglo... 

No pretendo aquí hacer ningún descubrimiento excepcional, pero me pregunto hasta qué punto la reconstrucción histórica que se hace de la monarquía visigoda de principios del siglo VIII, con las guerras civiles entre “witizianos” y “rodriguistas”, altos dignatarios más o menos felones y ávidos de poder que van apareciendo y desapareciendo de escena en un contexto de caos, desgobierno y decadencia, mientras el enemigo acecha esperando su oportunidad, no estará determinada por las guerras carlistas, los espadones del XIX y sus conspiraciones, la liquidación del imperio ultramarino y, por qué no, la todavía por entonces reciente disputa entre el rey y su heredero, que había concluido ni más ni menos que con la ocupación napoleónica. En resumen, las inquietudes del presente trasladadas al pasado fundacional.

diumenge, 20 de gener del 2013

EL "MAS FACTOR" (II)



Uno podía pensar al principio que determinadas escenificaciones, como la del otro día en el AVE con Rajoy, eran eso, escenificaciones que respondían a un cálculo previo que había que entender en clave de razón política. Pero es que entonces no se entiende nada porque no se puede ser tan malo. Una cosa es un jugador con mala suerte; otra muy distinta un mal jugador. Y las más de las veces la sensación que le invade a uno es la de estarselas habiendo con algo parecido a aquel niño repelente de “Astérix en Hispania”, que cada vez que cogía una pataleta, contenía la respiración hasta que se salía con la suya. Pero el niño malcriado sabía muy bien que su madre no iba a permitir que muriese de autoasfixia. Claro que él tampoco iba a permitírselo, de ahí la teatralización. En política, en cambio, la exteriorización del despecho puede ser un claro síntoma de inmadurez. Y la verdad, creo que la cosa va por ahí. 

Hay dos momentos de la vida política de Mas que me parecen altamente significativos y que en mi modesto entender pueden coadyuvar en la comprensión de alguna de las claves que mueven a tan truculento personaje. En ambos nos encontramos con una ostentosa exhibición de intolerancia a la frustración, más propia de un niño malcriado que de un político con resposabilidades institucionales como las que tiene contraídas.

El primer momento es cuando vio frustradas sus expectativas de convertirse en presidente de la Generalitat en el 2003 frente a Pasqual Maragall. Entró en un estado de crispación permanente del que no salió hasta que consiguió cortocircuitar al tripartito yendo a negociar él directamente con Zapatero el último escollo del nuevo estatuto catalán: la financiación, ni más ni menos. Por cierto ¿Mérito o demérito? Si consideramos que él mismo dijo al poco tiempo que era obsoleto y que no servía ¿Para qué lo negoció entonces? ¿Y por qué lo vendió como el gran éxito de su gestión como jefe de la oposición?

El segundo momento se ha producido más recientemente, a raíz de su desencuentro con Rajoy en el momento físico de su entrevista, y el posterior batacazo que se da al perder 12 diputados en unas elecciones anticipadas convocadas con la finalidad de obtener una mayoría excepcional. En ambos casos, la reacción no parece obedecer a móviles políticos, ni a un cálculo ni a nada de esto, sino más bien al cabreo por la frustración de las expectativas. Como el niño repelente de Astérix. Sólo que aquí nadie le dice que deje de contener la respiración. Y claro, si sigues conteniéndola porque nadie se da por aludido, ni siquiera los tuyos, corres el riesgo de acabar asfixiándote... o de hacer el ridículo. Y en ésas estamos. Es decir, que hay que entenderlo en clave psicologista, a partir de su psiquismo interno; de su intolerancia a la frustración. Tal vez por esto no se entienda nada en términos de razón política.

divendres, 18 de gener del 2013

ENSENYAMENT: UNA NOVA VICTÒRIA DELS PEDAGÒCRATES?







No he tingut encara temps d'estudiar en profunditat les noves propostes del Departament d'Ensenyament anunciades per la Consellera Rigau en matèria educativa, però amb el que he pogut entendre per ara, crec que té raó Gregorio Luri en el seu blog a Competencias i Competencias II. Altrament dit, una nova victòria de la pedagocràcia, és a dir, dels pedagòcrates. Quan algú proclama que és més important aplicar una norma ortogràfica que conèixer-la, tot pretenent «demostrar» amb això que és més important saber fer una cosa que saber què s'està fent, l'única conclusió a què hom pot arribar és que aquesta persona no té ni idea del que està dient. Que no sap el que es diu, vaja.

I m'estranya per la Consellera Rigau. No perquè hagi dit exactament això; els qui ho han dit són els psicofants de la pedagocràcia, sino perquè el que insinua ho empara. Com a dirigent sindical he tingut l'oportunitat de coneixer-la i he de dir que sento un gran respecte per ella. És en la meva opinió la millor Consellera d'Ensenyament que hem tingut. O la menys dolenta, si ho preferiu. Potser passi a la història com la consellera de les retallades, però aquest no és un tema que depengui d'ella. O com a mínim, no n'és la màxima responsable. D'altra banda, i es miri com es miri, tampoc hi hagut cap resposta contundent per part del col·lectiu que l'hagi posada en el destret d'haver de recular. La intel·ligència sindical en la resposta a les retallades, per la seva part, ha demostrat que aquesta expressió és un oximoron. Algun dia en parlarem. Pel que fa a les retallades, doncs, simplement li ha tocat ballar amb els temps més lletjos. Però la crisi no té res a veure amb les mesures que ara proposa. Ans al contrari, hom diria que no hi ha crisi pressupostària per a alguns.

De totes maneres, el gran problema de l'ensenyament no és aquest o aquell conseller o consellera, sinó la casta pedagocràtica que perviu enquistada a les estructures de poder educatives. Perquè la pedagocràcia és un lobby que existeix perquè hi ha pedagòcrates que la constitueixen i que s'han d'inventar una justificació del seu estatus de poder. Un poder que s'ha d'exercir reinventant facècies sovint nefastes, perquè altrament la seva absoluta artificiositat com a casta es faria palesa. Una impostura professional, un frau intel·lectual i una agressió social. Més clar, aigua.

Luri diu que és una victòria del pedagogisme antiintel·lectual. I és cert. El problema tal vegada sigui que aquest pedagogisme antiintel·lectal és l'única justificació que la casta pedagocràtica pot adduir per tal de seguir mantenint les seves quotes de poder, per cert, inmunes a les retallades. En defintiva, el pedagòcrata és com un inquisidor. Cal trobar heretges de tant en tant que justifiquin la seva pròpia funció. I si no n'hi ha, doncs s'inventen. Un inquisidor que reconegués que no hi ha heretges ni perill que en sorgeixin, s'està senyalant a si mateix el camí de l'atur. I això seria contra natura, oi?

El pedagòcrata, vist com a casta, és exactament el mateix. Sembla que la pedagocràcia ha guanyat una nova batalla. Ja veurem.

EL "MAS FACTOR" (I)




Confieso que entre el psicologismo y el sociologismo siempre he tendido a inclinarme por el sociologismo. El debate se remonta como mínimo a los clásicos, pero fue Émile Durkheim en el siglo XIX quien lo popularizó con estos términos en su estudio sobre el suicidio. Durkheim mostró como el índice de suicidios mantenía unas sospechosas constantes cuya tenacidad más bien parecía explicarse desde la sociedad en que se producían, y del grupo social al que pertenecía los suicidas, y no sólo como una simple volición abordable desde perspectivas psicologistas. Si el número de suicidios que se producen anualmente en una determinada sociedad es más o menos constante, quizás sea porque se trata de un fenómeno no estrictamente psicológico, sino también y mayormente, sociológico.

Un debate eterno y trasladable a otros ámbitos. ¿Hubiera otro conquistado las Galias en su lugar si Julio César hubiese muerto de niño? ¿Y si a Newton no le hubiera caído la famosa manzana en la cabeza? En definitiva ¿Es el individuo el que determina las circunstancias o son éstas las que dan lugar a un determinado individuo? Ciertamente, es posible pensar que de haber muerto Napoleón de un balazo en el sitio de Tolón cuando era sargento, ni la república se hubiera tornado imperio ni hubieran existido las “guerras napoleónicas”. Pero también podemos pensar que son las circunstancias concretas las que permiten, y hasta “exigen”, la aparición de un personaje con unos determinados perfiles que se adapta y adecua a ellas. Ya digo, sin negar el factor humano, mi propensión ha sido siempre más bien tendente al sociologismo. Filosóficamente diríamos hegeliano.

Todo esto viene a propósito de mi perplejidad ante un personaje que está consiguiendo que empiece a poner en duda tales concepciones, incluso hasta el punto de amenazar seriamente dar al traste con ellas. Me estoy refiriendo, por supuesto, al inefable Artur Mas. Volviendo a Hegel ¿Es Mas también  "materia de la astucia de la razón"? La verdad, empiezo a pensar que para entender lo que está pasando en la política catalana y, sobre todo, la forma como está pasando lo que acontece, no queda más remedio que recurrir a argumentaciones psicologistas que llamaré, como singular aplicación del “factor humano”, el “Mas factor”.

Se atribuye a Tarradellas la frase según la cual en política se puede hacer de todo, menos el ridículo. Una máxima que nuestro hombre está haciendo trizas. Aceptemos que pierde las primeras elecciones, las del 2003, -aunque él dice que las ganó- debido al desgaste que su coalición arrastraba después de veinte años en el poder. Las segundas vuelve a perderlas ante un tripartito que en tres años se había desgastado más que CIU en veinte. Aun así, pierde, pero él sigue diciendo que las ganó. 

Finalmente consigue ganar unas elecciones rozando la mayoría absoluta. Entonces se transmuta de tecnócrata a independentista y, dos años después, se sube a la ola del 11 de setembre y convoca unas elecciones anticipadas con el objetivo proclamado de obtener una “mayoría excepcional”(SIC) que le garantice la hegemonía para pilotar el proceso hacia la independencia. Se da de bruces y pierde doce diputados -de 62 a 50-. Pero no ceja. 

Ahí sigue, como si nada, haciendo leyes que sabe que le van a tumbar en unos días -la de depósitos bancarios-, en unos meses -el euro por receta cuya supresión acarreará que nos prohíban respirar en catalán, según su insigne portavoz-, o manifiestos que luego debe rehacer porque que se queda solo. O afirmando estar por encima de la ley convocando referéndums que luego reconoce que no tienen ningún valor jurídico ni para el propio convocante que es él mismo. ¿Cómo se puede entender todo esto? En términos políticos no parece posible. Hay que recurrir a otro tipo de explicaciones. 

dilluns, 14 de gener del 2013

PHANTASMATA HISPANIARUM (X) La culpa no fue de los godos




Para empezar, no es verdad que los visigodos consiguieran ningún tipo de unidad política estable que abarcara toda la península. La historiografía nacionalista tuvo que poner en el haber de los visigodos, con sólo doscientos años de margen, realizaciones  para las cuales los francos tuvieron cuatrocientos o quinientos. Además, dejando de lado el tema del reino de los suevos, los vascones y la penibética bizantina -Cádiz incluido-, parece que no era nada raro que en muchas ocasiones hubiera dos reyes godos simultáneos. Ignorar esto, intencionadamente o no, llevó a finiquitar a la monarquía visigoda con Roderico -el Don Rodrigo del Romanticismo- y su supuesta muerte o extravío en la batalla de Guadalete, el año 711. Pero Roderico no fue el útlimo rey godo.

De todos modos, si en algún momento todo el territorio de Hispania al sur de los Pirineos estuvo bajo un solo rey visigodo, eso fue durante muy poco tiempo. Con Suintila, pero no con Recaredo, como se suele creer. Pero es que además, este momento se da, de “aquella manera”, más o menos en torno al año 650 y dura unos cincuenta años, hasta Witiza. Luego se vuelve a dividir el territorio, como mínimo, en dos reinos, hasta que, poco después, en el 711, los árabes emprenden la invasión de Hispania. El reinado del último monarca godo, Ardón, se da por liquidado más o menos en torno al 721, cuando los árabes toman Narbona, Carcasona y el resto de la Septimania.

Pero lo más curioso del caso es que si los comparamos con los francos, los visigodos les ganan la partida por goleada en términos de sentido de unidad política. Porque en estos mismos tiempos, entre los siglos VI y VII, la Galia está dividida, como mínimo, en tres reinos francos que con frecuencia guerrean entre sí, Austrasia, Neustria y Burgundia. Y eso sin contar al siempre ambiguo ducado de Aquitania, que podría incluirse sin problemas como el cuarto. El primer monarca que unifica más o menos lo que hoy es Francia es el primer carolingio, Pipino el Breve –hijo de Carlos Martel, el vencedor de Poitiers-, en la segunda mitad del siglo VIII, quien a su vez divide la herencia entre sus hijos, uno de los cuales, Carlomango, la unifica de nuevo para que, a su vez, su hijo Ludovico la divida de nuevo. Solo hasta Hugo Capeto, a finales del siglo X, no se dará un reino que abarque testimonialmente, más o menos unas dos terceras partes de lo que hoy es Francia. Por entonces hacía casi tres siglos que los visigodos habían pasado a la historia.

Y luego está lo del morbus gothorum, el mal de los godos; la irrefrenable propensión de los godos a conspirar y asesinarse entre ellos, sobre todo si se trata de cargarse al rey. Otro tópico sin fundamento, al menos en términos relativos. Es cierto que la mayoría de reyes godos tuvieron un reinado breve que acostumbraba a concluir trágicamente, ya fuera por medio del asesinato o, también, por medio de la tonsuración o el seccionamiento de una mano. Aun así, algunos llegaron a reinar más de quince años. Pero lo verdaderamente importante es que el tan manido morbus gothorum era más bien una pandemia que afectaba a todos los pueblos germánicos, empezando por los francos. No parece que los visigodos les fueran en nada a la zaga a los francos merovingios, que eran sus coetáneos y con quienes hay que compararlos en todo caso. Denostarlos, como hace Ortega, por lo que no llegaron a conseguir y los francos si consiguieron cuando los visigodos hacía doscientos años que eran historia, eso no sólo es un anacronismo, sino sacarse un conejo de la chistera en el transcurso de un malabarismo con naipes.
Y precisamente entre los francos, el morbus gothorum pervivió durante unos cuantos siglos más. En realidad se convirtió en una costumbre bastante arragiada en todas las sociedades medievales, y si en todo caso es verdad que se produjo una reducción significativa de su frecuencia fenoménica, no fue por la falta de intentos, sino por las cada vez mayores precauciones y la progresiva acumulación de poder que los reyes iban detentando y que les permitía establecerlas. Los asesinatos, envenenamientos y conspiraciones entre los francos –el propio Carlomagno podría haber estado implicado- en nada tienen que envidiar a los godos. De modo que morbus gothorum sí lo hubo, claro que sí. Pero de hecho distintivo o diferencial, nada de nada.

Como tampoco era una especialidad visigoda, sino germánica en general, que a la muerte del rey por cualesquiera circunstancias, pero muy raramente por causas naturales, y dado el carácter electivo de las monarquía entre estos pueblos, se procediera a la sistemática eliminación fisica de sus descendientes más inmediatos para evitar las tentaciones hereditarias que, a la postre, acabaron por instalarse. Pero es que, una vez más, cuando los francos adoptan la monarquía hereditaria, los godos ya eran historia.

De modo que ni los visigodos eran un pueblo más decadente que los francos ni sus tendencias conspirativas les inhabilitaban más que a otros pueblos para la unidad política o de acción. Al menos en comparación al resto de pueblos germánicos, y muy especialmente en comparación a los francos. Si algo no funciona en la historiografía nacionalista española, no es en los visigodos donde debemos buscar las causas. Porque no dejaron prácticamente nada. Los merovingios tampoco en Francia, pero son una etapa de un recorrido histórico que tuvo continuidad. Los visigodos ni eso.

Evidentemente, especular sobre cuál hubiera podido ser el recorrido histórico de Hispania de no haber mediado la invasión musulmana es algo que aquí no vamos a hacer. Parece evidente, eso sí, que la posterior historia de España no hubiera tenido nada que ver con la que fue. Pero pretender ir más allá de esta afirmación carece de objeto. Y de sentido. Fue como fue y punto. No querer aceptarlo acaba forzando a imponer un presente artificiosamente relacionado con el pasado, cuyo hiato con la realidad acaba siempre pasando factura. Pienso que los nacionalismos periféricos son, en gran parte, una consecuencia de ello. No es que sea por haber puesto a los visigodos como origen del reino de España, claro que no, sino por la sesgada interpretación que se hará de hechos posteriores. Y de sus justificaciones presentes en función de un pasado que nunca fue.


divendres, 11 de gener del 2013

PHANTASMATA HISPANIARUM (IX) Los godos y Ortega



Ortega asume implícita y explícitamente el lugar común según el cual las naciones europeas empiezan a configurarse con las protomonarquías germánicas que irrumpen en el imperio romano marcando el final de la Edad Antigua y el inicio de la Edad Media. Que este es un planteamiento que acaso pueda servirle a Francia, pero a prácticamente nadie más, parece evidente.  Que este modelo aporte una falsa concepción monolítica de España y que sea a su vez con la que comulga Ortega,  también.

A nadie en Italia se le ocurre, por ejemplo, apelar a los otrogodos o a los lombardos para justificar su unidad nacional. Con respecto a estos últimos lo hace, en todo caso, la Liga Lombarda o Padana con sus exabruptos histérico-históricos. Abundantes, por cierto, en grotescas e irresolubles paradojas. Porque quien invadió a los lombardos no fueron el resto de los peninsulares italianos, ocupados en otras cuitas por entonces, sino los francos de Carlomagno. Además, un milenio después, desde los mismos territorios que la Liga Lombarda reivindica hoy como independizables, agrupados en el reino del Piamonte –Piamonte, Lombardía, Liguria…- se emprendió la conquista, en ocasiones militar, del resto de la península italiana de la que ahora quieren segregarse. Curioso…

El caso es que Ortega asume el planteamiento según el cual el origen de España se encuentra en la monarquía visigoda de Toledo, pero se da cuenta de que los visigodos no se sostienen por si mismos, sino que hay que ponerles parihuelas. Entre otras cosas porque resulta complicado pasar de puntillas sobre los ocho siglos de dominación musulmana. Es decir, que los visigodos no podían jugar en la historiografía nacionalista española el mismo papel que los francos habían jugado en la francesa era algo que no se le escapaba a Ortega. Además, su derrota culpable ante los musulmanes era algo que había que “deconstruir”. La historiografía decimonónica y la literatura que de ella emanaba, o también al revés, no daban la talla en este aspecto. No resistían la prueba de la historia. Y a Ortega no se le podía pasar por alto que la traición de un conde imaginado, afrentado y más o menos felón, diera al traste con la construcción de una nación.

Y echó mano de la analogía con los francos. El problema de España, su "mala suerte" histórica, se encuentra precisamente en los mismos que la fundaron: Los visigodos. Por contraposición a unos francos que nos presenta como más puros, más “sanamente” germánicos –léase más salvajes- que irrumpen en la Galia y le infunden nueva savia, los visogodos, se nos cuenta, eran ya algo decrépitos cuando llegan a Hispania; eran un pueblo muy romanizado como consecuencia de muchos años de tratos con el imperio… demasiado tiempo; demasiado civilizados. Habían perdido el vigor guerrero originario; el impulso de los pueblos jóvenes y emprendedores. Un siglo y medio de contacto con la decadente Roma les había entibiado el espíritu. Llegan a Hispania ya espiritualmente avejentados, decadentes y resabiados. De ahí la triste crónica de un reino cuyas conjuras, deslealtades y depravación harían palidecer de envidia a los mismísimos Borgia. De ahí la leyenda negra de los Visigodos, el morbus gothorum y la incapacidad intrínseca que nos transmitieron para la unidad de acción. Este fue el primer cenizo de España; que le tocaran en suerte los visigodos.
El relato orteguiano prosigue en el sentido que, por supuesto, los godos pusieron la semilla en Hispania como los francos la pusieron en Francia, pero a diferencia de éstos, aquéllos fueron incapaces de desarrollarla. Víctimas de su propio decadentismo, sucumbieron ante los musulmanes –también según la historiografía tradicional española, caso de Sánchez Albornoz, por culpa de los “irredentos” vascos- y  tuvieron que pasar algunos siglos hasta que Castilla se reencarnara como su espíritu originario y pusiera manos a la obra en la construcción de España. Siempre, eso sí, con las sedicentes reminiscencias de los viejos celtíberos y de sus invasores godos, ora encarnadas en dinastías extranjeras que dilapidaron tan prístino espíritu, ora en catalanes o vizcaínos más volcados en sus miserias cotidianas que en grandezas imperiales, ora en una Iglesia más pendiente del pan que del espíritu.  Más o menos, esta es la versión de Ortega. Y la subsiguiente leyenda negra de los pobres visigodos, a los cuales se les carga el mochuelo, si no de todos, sí de buena parte de los males endémicos de España.
Pero la verdad es que, al menos en lo que atañe a los visogodos, no hay para tanto.

dimecres, 9 de gener del 2013

EL ESTADO-NACIÓN HA MUERTO ¡VIVA LA NACIÓN!


No es que uno sea un devoto del Estado, no nos confundamos. Pero tampoco por ello se apuntará ahora entusiasta a su linchamiento. O a su entierro. Ha muerto la nación política y morirá con ella todo lo que acarreó desde la Ilustración, como el estado de derecho o el del bienestar. Los mercados pueden estar tranquilos. El único y menguante obstáculo que todavía podría resistírseles quedará definitivamente descatalogado en breve. Pronto los gobiernos de las nuevas naciones - gobiernos de naciones, no ya de Estados en el sentido que hasta ahora lo habíamos entendiro- no dictarán ya más leyes que aquellas que suponía Kant que debería tener incluso una república de diablos.

Desengañémonos. El Estado-nación desaparece pase lo que pase con el proceso independentista catalán. Y desaparecerá de la mano de gobiernos fantoches y liliputizados, eso sí, tanto si hay independencia de Cataluña como si no ; tanto en un lado como en el otro, si la hay; en ambos como una única estafa, en lugar de dos, si no la hay. Lo mismo bajo cualesquiera supuestos.

La verdad, nada más penoso que observar a las manadas de infelices que claman contra el Estado-nación opresor sin saber que son el simple instrumento de un proceso en el que les han asignado el papel de carne de cañón. Porque el déficit fiscal que ciertamente padece Cataluña -que no es ni el aireado por el gobierno catalán, ni el "negado" hipócritamente por esta fábrica de independentistas que es el gobierno español, sino un "justo término medio"- tampoco irá a parar a las arcas de la nueva Cataluña, sino a las cuenta de beneficios de los mismos de siempre. Conociendo el percal, hay que ser pardillo para no verlo...

Porque la desaparición del Estado-nación no será, como piensan algunos ingenuos, la desaparición de los ejércitos y las policías. Todo lo contrario, estas serán precisamente las instituciones del viejo Estado que pervivirán, debidamente enfatizadas sus funciones de garantizar una estabilidad que los nuevos gobernantes se esforzarán en presentar para resultarles atractivos a los "mercados". Eso que antes se llamaba "represión". En la teología nacional-economicista todo vale.

Porque está decidido. Lo que sí desaparecerá, en cambio, es el sistema público de pensiones, la sanidad pública, el servicio y suministro público de agua y energía, los transportes públicos, el seguro público de desempleo, la enseñanza pública, el horario laboral regulado públicamente, el seguro de enfermedad... Y también desaparecerá el muy remoto riesgo -aquí desde siempre prácticamente inexistente- de que un banquero corrupto que  ha estafado con un fondo de pensiones  vaya a la cárcel.

Lo dicho, las leyes que hasta una república de diablos debería tener. Y nada más ¿O no lo estamos viendo ya? ¿Hay algo de lo citado anteriormente que no esté ocurriendo ya y que no le estén poniendo manos a la obra con auténtico ensañamiento los nacionalistas catalanes, los nacionalistas vascos o los nacionalistas españoles?

Como mínimo algo de bueno tendrá el nuevo escenario. Será la confirmación de la tesis leninista según la cual los gobiernos son lacayos al servicio del gran capital y sus capataces. Pero no quedará nadie para entenderlo...


diumenge, 6 de gener del 2013

UN RATO PARA LA VERGÜENZA EN TELEFÓNICA






Este país, definitivamente, no tiene arreglo. Así como no tienen sus oligarquías decoro ni vergüenza. Ni siquiera para cubrir las apariencias. Esta es la gran diferencia entre las oligarquías de aquí –centrales, periféricas o estratosféricas- y las de allá. Me estoy refiriendo, claro, al nombramiento de Rodrigo Rato como asesor “externo” de Telefónica. Vergüenza torera es poco. Nauseabundo.

Corruptelas las ha habido, las hay y las habrá siempre en todas partes, aquí y allá. Pero “allá” –entiéndase más allá de los Pirineos- está mal visto hacer gala de ellas. Y si te pillan, cascas. Es lo de predicar con el ejemplo de la mujer del César. En realidad nunca sabremos si es o no honesta; sólo si lo parece. Porque uno, socialmente al menos, es lo que parece, lo que se ha decidido que es. Sea lo que sea “ontológicamente” hablando.

Aquí, en cambio, estas finezzas nunca han prosperado. La desfachatez con que se alardea de corrupto impune no es un simple hecho diferencial hispánico, sino el hecho diferencial hispánico por excelencia. Ahora Telefónica ha colocado a Rato. El penúltimo de los amiguetes de Aznar que faltaba por colocar en Telefónica. El último es Rajoy… Tiempo al tiempo. Si nadie lo remedia, claro.

Rodrigo Rato es un tipejo de estos que piensa que las leyes están sólo para los otros. Lo demostró desviando un río para que pasara justo por debajo del salón de su casa solariega. Eso fue cuando todavía estaba en la oposición de mano derecha de Aznar –la izquierda era Álvarez Cascos- con el “¡Váyase señor González!”. Luego, como ministro económico y vicepresidente del gobierno durante los años del aznarato, fue culpable activo de la cultura del tocho y la burbuja inmobiliaria que acarreó. Eran los tiempos de las grandes privatizaciones y del (como a ellos les iba bien) “España va bien”.  No tocado por el “dedazo” aznárico, emigró a la presidencia del FMI, de donde tuvo que salir al poco tiermpo nocturnamente y por piernas. Pero los “amigos” ya le habían preparado una colocación a su medida: Bankia, el buque insignia de la cólera de Dios, que acabó por hundir a los pocos meses. Eso sí, cobrando una cuantiosa indemnización que pagaremos entre todos los contribuyentes. Imputado por sus presuntas responsabilidades en este último fiasco, se incorpora  ahora al refugio que sus amigotes Zaplana y Acebes le han arreglado en Telefónica.

Telefónica, o Movistar, como la llaman ahora. La empresa pública privatizada a precio de saldo para luego colocar en ella a los que la vendieron. La misma que con unos beneficios de más de cuatro mil millones de euros, despide trabajadores. Ahora sabemos por qué. Había que hacer un sitio en las cuentas para la nómina y las dietas de Rato… Y de Urdangarín, y de Zaplana, y de Acebes. ¿cómo es posible tanta desvergüenza?  ¿En qué otro país civilizado puede pasar algo así sin que se haga nada? ¿Qué ha de pasar para que esto no pueda ocurrir?
No lo sé. Pero sí sé no quiero ser cliente de una empresa que coloca chorizos notorios y desaprensivos en su nómina, carcajeándose de cada uno de nosotros haciéndonos pagar sus dietas en nuestros recibos. Lo de Rato ha sido la gota definitiva que ha colmado el vaso. Mañana me daré de baja de Telefónica. Todos deberíamos hacerlo.

PHANTASMATA HISPANIARUM (VIII) El error de Ortega



Podríamos haber elegido a otros autores, como Sánchez Albornoz o Américo Castro. Si hemos preferido a Ortega es por varias razones, todas ellas plenamente confesables. Se trata de uno de los intelectuales más brillantes que ha producido España. Además, su condición de filósofo añade a la necesidad de fundamentación y legitimación, la exigencia de unos mínimos requisitos de coherencia lógica. Nos ahorramos así las siempre enojosas apelaciones pasionales y sentimentaloides a que otros acostumbran a recurrir cuando la razón no alcanza con sus argumentos. Como es bien sabido, allá donde la “razón nacionalista” no llega, acostumbra a relevarla, por regla general, el pathos y sus recurrentes apelaciones al sentimiento o a la testoterona, según el caso. Como mínimo, con Ortega esto nos lo evitamos. Y también porque Ortega ha sido considerado un regeneracionista de posiciones nacionalistas consideradas, no sin fundamento, como “castellanocéntricas”. Veamos.

Nos remitiremos a algo que afirma en su “España Invertebrada”. Una obra que no abordaremos a fondo aquí -quizás en otra ocasión- más allá del “error inducido” en que incurre por mor de su contumacia, pero sobre la cual sí diré que, en mi opinión, es de lectura ineludible. Y ello no porque yo coincida con sus planteamientos, lo cual no es el caso, sino porque en el pecado está la penitencia. En los propios plantemientos de Ortega, incluso en el manido "topicario" que evacúa, se oye como chirrian los goznes del modelo en el cual se sustentan.

Como es bien sabido, la “España Invertebrada” ha sido calificada de panfleto centralista y por ello denostada como objeto de las iras de los nacionalismos catalán y vasco. Es decir, desde planteamientos simétricos a los explícitos de Ortega. Pero aquí nos interesan los implícitos. Y éstos no los captaron la mayoría de "críticos".

Porque en la "España Invertebrada", contra lo que se suele decir y más allá de las veleidades “frivolonas” inherentes al personaje, hay palos más que razonables y fundamentados para todo el mundo, no sólo para catalanes y vascos, empezando acaso por el propio Ortega ¿Autocrítica inconsciente o inconfesable en alguien más bien fatuo? Lo ignoro. O quizás sea lo dicho más arriba, que en el pecado esté la penitencia. Si uno quiere ser rigurosamente coherente, puede que acabe volviéndose contra si mismo. Si es inteligente, se le nota. Si es tonto, entonces no. A Ortega se le nota.

¿Y cuál es este “error forzado” de Ortega? Simplemente, su consideración tópica de los visigodos como subterfugio ad hoc para salvar un modelo que, de lo contrario, no se sostiene; se le cuela entre los dedos de las manos. Tal vez a otros se les siga sosteniendo, pero a alguien con el rigor de Ortega, no. Y por esto el detalle es especialmente significativo. Vamos a por él.