Lo
decía Josep Borrell hoy -en un artículo que no puedo reproducir porque la edición
digital es de pago- a propósito del debate sobre el independentismo y aludiendo
a Cataluña y a Escocia: "Ya vale de decir
las cosas como no son y de considerar amenazas explícitas como son". O lo
que es lo mismo, basta ya de mentiras capciosas.
Para
muestra un botón. En el mismo rotativo donde aparece el artículo -edición
papel- pueden verse dos noticias contradictorias que hablan sobre lo mismo. En
la primera, el máximo dirigente de ERC, Oriol Junqueras, asegura que sin el déficit fiscal, la Generalitat tendría el superávit más alto de Occidente. Por cierto, luego añade que sus postulados económicos son parecidos a los de Angela Merkel. ¿Y se dice de izquierdas? ¿Sabe este tío lo que está diciendo?. En fin, mejor dejar este tema para otra entrega. En
la segunda noticia, el último fichaje del PSC afirma que la independencia de Cataluña traería 15 años de bache ecónomico. Quince, eso es ni catorce ni dieciséis, sino quince. Muy bien, entendido. Parece obvio que uno de los dos está
mintiendo conscientemente, porque tanta discrepancia es imposible.
O
quizás no. Quiero decir que acaso el que mienta no sea consciente del carácter
mendaz de sus afirmaciones. En cualquier caso, si luego las previsiones no se
cumplieren, siempre hubiere algo o alguien a quien cargarle el mochuelo. Eso no
es problema. Como en aquella película del inspector Clousseau, que no quiere
que la chica sea la asesina, y siempre encuentra algún argumento cogido con pinzas para
exculparla ante sus superiores cada vez que aparece ella junto a un cadáver
recién asesinado.
La
voluntad (¿O los sentimientos?) frente a la razón. Decía Pascal que el corazón conoce razones que la
razón ignora, y son las que mandan, hemos de suponer. Fichte, por su parte,
considera la voluntad como génesis –la libertad de la voluntad- y el
conocimiento –la razón- no es sino un momento necesario del despliege de esta
voluntad, en la cual reside la decisión. ¿Para qué el conocimiento entonces?
¿Para qué la razón? Simplemente, para que podamos decidir libremente. O pensarnos que es así, que añadiría un psicoanalista.
No
seguiré con Fichte, simplemente diré que la versión posmoderma -ergo, ramplona- de este
planteamiento es que lo que yo quiero es lo que he de conseguir porque puedo construir la realidad a mi antojo, porque tan "verdad" es mi construcción como la del "otro", y la realidad
que está allí estorbando en el supuesto de que lo que yo quiera no se le ajuste
–no le esté adecuado, diría el viejo Aristóteles-, pues la tergiverso y punto
¿Acaso permitiré que unos asquerosos datos empíricos den al traste con mis
voliciones? Ni hablar. Además, tanto unos como otros, están convencidos de que lo que dicen es,
en cada caso, lo que sus respectivas parroquias quieren oir. Es como decidir
qué es verdad por referendum.
¿Y
lo que dice Borrel de “las cosas como son”? ¿Qué significa desde estos
planteamientos? Nada, residuos de racionalismo insolente y antisentimental, presuntuoso y demodé; propio de trasnochados que no saben
que la razón crea monstruos. Por lo visto, la sinrazón no los crea.
Y así
nos va. Que Dios nos pille confesados.