El ministro del ramo acaba de
liquidar la reválida que preveía la LOMCE, con motivo del «acuerdo» al que ha llegado con los rectores de las universidades. Y todos contentos: si sale con barba, San Antón,
y si no, La Purísima Concepción. A primera vista, y dentro de la opacidad de la
noticia, que tampoco es que diga mucho, hay alguna razón para alegrarse, y
otras para, con franqueza, deprimirse hasta la exasperación.
Que la LOMCE es un truño es algo
de duda. Y que ha generado animadversión casi universal, también. Sólo que por
razones muy dispares, y hasta contrapuestas, a poco que reparemos en la
variopinta amalgama de argumentos aducidos por sus detractores. En mi opinión,
y como ya he dicho en otras ocasiones, frustró con creces las (escasas)
expectativas que en algún momento pudo suscitar, al renunciar desde un buen
principio al bachillerato de tres años que incluía en su programa electoral el
partido que ha gobernado con mayoría absoluta estos últimos cuatro años.
Por lo demás, esta ley sólo
tenía, a mi parecer, dos aspectos positivos que, aun remotamente, invitaban a
una cierta esperanza: el establecimiento de una prueba externa, o reválida, al
final del bachillerato –también al final de la ESO-, y la FP básica, entendida
como un remedo de itinerarios académicos en la segunda etapa de la enseñanza
obligatoria. En ambos casos con graves
deficiencias, tanto conceptuales como de concreción. Plantear una reválida
enteramente con pruebas de tipo test para todas las materias es poco menos que
aberrante –esto no es «saber y ganar»-. Y por lo que refiere a la FP básica, de
poco iba a servir si antes no se ponía remedio al resto de la Formación
Profesional. En cualquier caso, ambas medidas fueron quedando progresivamente
diluidas en el totum revolutum del galimatías
político-educativo endémico por estos pagos. La puntilla a la Reválida se la
acaban de dar con la noticia reseñada al principio del post.
¿Qué tiene de bueno?
Simplemente, que no será un examen tipo test, lo cual nos ahorra un bochorno… y
poco más.
¿Y de malo? Pues que va a ser
una selectividad rebautizada. Y para este viaje no hacían falta alforjas. Los
contenidos del examen se fijarán como se fijaban hasta ahora los de la
selectividad, las pruebas se celebrarán en espacios universitarios –también como
hasta ahora- y serán corregidos, como hasta ahora, por profesores
universitarios y de instituto. ¡Ah! Se me olvidaba, una cosa más: a diferencia de «como hasta ahora», la obtención del
título de bachillerato requerirá haber superado esta prueba realizada en la
universidad y corregida –si así te toca en suerte- por profesores
universitarios. Así, es de suponer, los alumnos que acaben el bachillerato y
deseen cursar algún ciclo formativo de grado superior, si no aprueban la nueva
selectividad controlada por la universidad, no podrán realizarlo. Y lo más
esperpéntico: ¿Qué pintan los profesores de universidad corrigiendo un examen
que tiene por nombre «Prueba General de Bachillerato?
Lo dicho, empeorando todo lo
humanamente empeorable. Y es que los poderes fácticos son los poderes fácticos.