dissabte, 26 d’agost del 2017

La «conversión exprés» como autoexculpación



De entre todas las explicaciones que ha suscitado el estupor por los recientes atentados de Barcelona (y Cambrils), sin duda el que más ventajas ofrece es el de la «conversión exprés». Ignoro si los eminentes científicos sociales, y los distintos expertos en el tema, la han formalizado ya debidamente como paradigma, pero lo cierto es que su aceptación entre el personal corre pareja con la extraordinaria difusión mediática que se le está dando.

En esencia consistiría en lo siguiente. Tenemos a un chaval o grupo de chavales de extracción socioeconómica baja y/o rayana la marginalidad; de religión, teórica o práctica, musulmana; criados en poblaciones occidentales y educados plenamente dentro del sistema educativo occidental; normales y sin otras veleidades que las propias de su edad… Un buen día, caen bajo las pezuñas de algún desalmado que utiliza con ellos las más sofisticadas técnicas de modificación de conducta y, a los dos o tres meses, cometen un sanguinario atentado terrorista. Sin que nadie se explique cómo unos jóvenes más o menos normales hayan sido capaces de semejante atrocidad.

Se trata de un modelo que presenta varias ventajas frente otras teorías, más simples o más complejas, pero cuya argumentación requiere tirar de ámbitos poco recomendables e incontemplables por definición, al menos desde la corrección política y el buenismo. Y es que el correlato del buenismo sería el «marismo». Además, casa con el modelo dualista cristiano de la conversión paulina y con ciertas reminiscencias iluministas, invertidas, que enlazarían con la tradición del pacto con el diablo. La lucha del Bien contra el Mal, en definitiva, bajo una secularizada teología de la irreductibilidad. Pero lo más importante de todo es su carácter exculpatorio. Porque ante la irreductibilidad, ante este fatum trágico, quedan eximidos todos aquellos que debían velar por su evitación con carácter preventivo. Y no me estoy refiriendo a la policía; ya sean moscos, policía nacional o guardia civil. Estas cuitas las dejo para los rufianes de turno.

Más allá de la irreprimible tendencia a enfocarlo todo desde la perspectiva emotivista, lo cierto es que uno puede lamentarse de sus propios errores, o de los del sistema, pero entonces se trataría de un lamento autoinculpatorio con eventual posterior recorrido expiatorio; del reconocimiento que algo se hizo mal. El recurso a la fatalidad, a lo irreductible –a la intervención del mal-, en cambio, tiene la ventaja de eximir de cualquier indicio inculpatorio porque la redención radica en la propia intencionalidad redentora de la acción. Y si luego ocurre una fatalidad porque aparece el demonio, ya se sabe, el hombre propone y Dios dispone.

Podría seguir con el almibaramiento que exudan tantas noticias sobre el (sincero) dolor de los parientes de los terroristas, o con las anécdotas de su anterior existencia cotidiana –en algún caso no precisamente muy edificante-, o con la execrable carta que evocaba lacrimógenamente cuán buenos niños eran en su infancia estos terroristas, antes de caer en las redes del imán-camello. ¡Pues claro! Hitler también fue sin duda alguna un niño adorable en algún momento. Pero es que está en la condición de niño dejar de serlo. Y la desresponsabilización por el hecho de haber sido una vez niño apelando a ya más que ajadas teorías es, simplemente, una falacia de lo más burda. Claro que si de paso le exculpa también a uno mismo, pues mejor que mejor.
O podría seguir describiendo las similitudes entre estas reacciones y las que se produjeron hace dos años y medio, cuando un alumno asesinó a un profesor, por cierto, también en Barcelona. Pero por ahora, me parece ya suficiente. El caso es que seguimos en las mismas. Ahora toca «conversión exprés».

dissabte, 19 d’agost del 2017

Pues no lo entiendo



Hay veces que no se puede callar, y esta es una de ellas. Pero no voy a lamentarme ni a manifestar mi perplejidad incrédula ante la capacidad humana para el mal. Dese por hecho y pasemos a lo que verdaderamente me intriga de estos recientes atentados terroristas islámicos en Barcelona y Cambrils.

Lo más significativo no acostumbra a ser lo que se dice, sino lo que no se dice. Y mucho me temo que esto rige también en este caso. Conocemos ya a estas alturas una buena parte de la trama, pero hay algo que no consigo explicarme cómo es posible que nadie se plantee. Ni siquiera estos sabios que aparecen por televisión dándonos las claves de todo.

¿Cómo puede ser que un grupo de extraños «okupe» un chalet en una urbanización y se monten allí un auténtico laboratorio de alquimia destinado a obtener explosivos lo más dañinos posibles? Luego resultó que además de rarillos, eran asesinos vocacionales fanatizados. Bien, pero lo relevante, lo significativo es cómo nadie denunció ni se ocupó de, no ya los indicios de sospecha de que allí se estuviera  tramando algo, sino de la simple ocupación de un chalet por parte de alguien que no era su propietario.
 
Estamos hablando de un chalet propiedad de un banco, que se le debió embargar a alguien que no pudo pagar la hipoteca y que el banco se quedó en propiedad. En una urbanización situada en «Alcanar-platja», término municipal de Alcanar, pero más cercana al núcleo urbano de San Carlos de la Rápita que al de Alcanar o a «Les Cases»; en la misma partida donde un camping ardió con sus ocupantes hace unos cuarenta años. No estamos hablando precisamente de una megápolis con la densidad de población de Calcuta, pero tampoco de los Monegros. Una urbanización acaso sin ningún especial glamour, pero urbanización al fin y al cabo, con sus casas con garaje, alguna piscina propia y todo esto; con gente viviendo en los inmediatos aledaños... Y va un grupo de destripaterrones que proviene del otro extremo de Cataluña, se instala ocupando una vivienda expropiada por un banco, se hacen con hasta 150 bombonas de butano sin levantar sospechas, y montan un laboratorio digno del doctor Bacterio hasta que el mustafá metido a alquimista confunde el polo positivo con el negativo y salta por los aires reuniéndose con Alá por la vía de urgencia. 

¿Cómo nadie dijo nada durante estos meses? ¿Miedo de los propietarios convecinales a que se les calificara de fachas si denunciaban una ocupación? ¿Amenazas? ¿Displicencia administrativa? ¿Privilegios legales de la condición de «okupa»? ¿Conocían estos mustafás las leyes y consideraron que haciéndose pasar por «okupas» estarían más seguros y pasarían más desapercibidos que si alquilaban cualquier piso de lo más cutre y pagaban por él?

Eso sí, a los cenutrios que hasta hace unos días tuvieron sus cinco minutos de gloria apareciendo en todas las portadas y noticiarios por sus esforzadas y bizarras acciones contra el turismo, se les habrá puesto cara de huevo. Tendrán que pensar en otra cosa, porque los turistas ya han empezado a dejar de venir.

Pero mi pregunta sigue siendo cómo es posible pasar desapercibido «okupando» un chalet, ilegalmente, durante meses, montar en él un laboratorio de explosivos y con más de 150 bombonas de butano cuya adquisición parece que pasó igualmente desapercibida... y que nadie parezca haberse enterado de nada hasta unas horas después de que un imbécil se volatilizara por no saber leer un manual, cuando sus colegas ya la habían liado, y se establecieran conexiones por un alquiler de furgonetas. Esto es lo que me parece más preocupante. Porque entonces puede volver a ocurrir. Basta con que los terroristas de den cuenta de que la mejor manera de pasar desapercibidos es jugar a «okupas».