Parece bastante claro, al
menos desde una perspectiva lógica, que los mismos argumentos que justificaban
en su momento el retorno de los papeles de Salamanca a Cataluña, valen también
para la devolución a Aragón de las piezas que estaban en el museo de
Lleida. Y no me parece relevante que, en el primer caso, el expolio documental proviniera
de una incautación amparada en el derecho de conquista –como farfulló Torrente
Ballester ante una furibunda masa helmática contraria a la devolución-, mientras que
en el segundo las adquisiciones artísticas se ampararan en un contrato de
compra-venta que, según parece, no era del todo ajustado a derecho.
Cabría igualmente suponer que
quiénes fueron favorables a la devolución de los legajos, deberían serlo
también ahora de las maderas en litigio. Igualmente a la inversa. Es decir, lo lógico
sería pensar que los que consideraron la devolución de los papeles un expolio
del patrimonio salmantino, ahora pensaran que se trata de un expolio del
patrimonio catalán. No está de más recordar que, en ambos casos, la policía
tuvo que entrar de noche en las respectivas dependencias. Y que también en
ambos casos, hubo algaradas protagonizadas mayoritariamente por gentuza que no
ha entrado en un museo en su vida, o que si lo ha hecho, como si nada.
Pero no parece que sea así,
sino que más bien se detecta una muy significativa asimetría que los propios
interesados deberían explicar, si es que pueden. Por un lado, los más conspicuos enemigos del traslado de los papeles de Salamanca están actualmente entusiasmados con el
retorno de las piezas a Sijena, con unos argumentos prácticamente idénticos a los que, en su momento, utilizaban los favorables igualmente conspicuos, quienes, a su vez, han hecho ahora
suyos los de sus antagonistas de entonces, en un grotesco intercambio de
argumentarios que, digámoslo claramente, no dice mucho de su coherencia lógica,
aunque sí de su estupidez o de su mala fe, según sea el caso.
Y es que el auténtico tesoro de
Sijena no son las piezas en disputa, cuyo valor artístico desconozco, pero que
no parece que sean precisamente equiparables a la Gioconda o a la Piedra de Roseta, sino la golosa posibilidad de aprovechar
la ocasión para seguir suscitando agravios que entretengan a los feligreses de
las respectivas parroquias. Nunca mejor dicho tratándose de obras de arte
sacro.
Me gustaría saber qué piensan
el ínclito Acebes o el inefable Zaplana, en su momento adalides del movimiento
contra la devolución de los papeles de Salamanca, del caso de Sijena. Corrijo,
ya sabemos lo que piensan al respecto, igual que sabemos lo que piensan
Puigdemont o Junqueras. No-sí, aquéllos, sí-no, éstos. Eso es lo que hay.
Por cierto, de Sijena
era el olvidado Miguel Servet, otra víctima de la intolerancia y el fanatismo.
¿Qué pensaría de todo esto?