En cierta ocasión ya comparé
el sueño independentista con lo que llamé "el síndrome de Tara". La
construcción de una ucronía que nos evoca la nostalgia del paraíso perdido
construido a la medida del presente, en un tiempo que sólo existe en la
evocación del pasado añorado que sabemos dejado irremisiblemente atrás; como la
infancia. "Tara", el legendario palacio de los reyes de Irlanda, era
el nombre con que los O'Hara habían bautizado su plantación.
Con Tara soñaba Scarlet
O'Hara cuando, ávida y codiciosamente dedicada a ganar dinero en su aserradero, recordaba los tiempos anteriores a la guerra, con sus plantaciones de algodón
trabajadas por bondadosos y bonachones esclavos negros, con galantes caballeros
más pendientes del honor y del cortejo que de obtener un dinero que ya se les
suponía por nacimiento, y la suntuosa mansión de los O'Hara, Tara, presidiendo
todo este mundo retrospectivamte evocado. Un mundo que, como el título de la obra indica,
el viento se llevó.
Se trata de un síndrome que,
de entrada, no tiene por qué ser necesariamente pernicioso, hasta incluso, en
determinadas situaciones, todo lo contrario, en la medida que puede contribuir
a mantener cierta vertebración y cohesión sociales a partir de un relato
compartido colectivamente, aunque sea inventado o
tergiversado. A veces incluso puede coadyuvar al surgimiento de una
cierta distancia crítica frente a modelos que demandan una más que sospechosa e
incondicional adhesión.
En este caso, el síndrome de
Tara sería el relato colectivo de Dixie, el viejo sur perdido que sólo
permanece ya en el recuerdo de los que no lo vivieron. En el imaginario de todo
pueblo subsisten relatos ucrónicos que se enraizan en sus propios mitos
fundacionales. Pero igual que a los romanos no se les ocurría pretender volver
a los tiempos de Eneas, tampoco los actuales sureños consideran verosímil
volver a los tiempos anteriores a la batalla de Gettysburg, por más que se pongan los uniformes y las banderas de sus antepasados. El
problema no es, pues, el síndrome de Tara en sí, sino su versión mórbida.
A veces, se puede producir
una inversión del sentido de la realidad a partir de la cual la ucronía se proyecte sobre el presente, que se nos aparece entonces como distopía. Es entonces cuando, ante una realidad degradada, real o imaginada, se produce la superposición y
consiguiente confusión de las nostalgias con una realidad cuyo sentido se ha
perdido definitivamente... y nos encontramos con un cuadro patológico
que no es otra cosa que la versión mórbida del síndrome de Tara, el que padecía
la nieta literaria de Scarlet O'Hara, Blanche Dubois (Un tranvía llamado
Deseo). Entonces la ucronía acaba imponiéndose sobre una realidad que se ve
como falseada y cuya urgente transformación se exige en aras a volver a un
estado normal de cosas, el que siempre debió haber sido.
Las nostalgias ucrónicas
propias del síndrome de Tara en su versión benigna son, sin duda, las que
constituían el imaginario de una buena parte de la población catalana
nacionalista -como cualquier otro pueblo tiene las suyas-. El discurso
consciente y progresivamente radicalizado del nacionalismo en su deriva hacia
el independentismo, ha suscitado entre una buena parte de este sector de
población la creencia en que el retorno a Tara es posible, y la exigencia de materialización de esta posibilidad. Una inversión del
proceso de construcción de la realidad que implica que, acaso por un tema de
ciega y sorprendente fe en sus dirigentes, mucha gente ha pasado a creer ingenuamente
en ello, lo que significa la imposición
de la ucronía sobre una realidad devenida distopía. Y eso puede
llevar muy fácilmente al modelo "Blanche
Dubois" del mismo síndrome; a su versión mórbida.
Ahora bien ¿de dónde surge
el discurso, que ayer tildábamos de tramposo en la medida que, conociendo sus
limitaciones, proclama irresponsablemente el alcance de metas mucho más allá de
éstas, al menos en el contexto actual, en un juego de aprendiz de brujo sin
posibilidad de maestro alguno que arregle el estropicio cuando regrese a casa?
¿Qué lugar es ése desde el cual se produce un discurso que ha llevado a buena
parte de la población catalana a romper sus amarras con la realidad y creer en
poco menos que cuentos de hadas urdidos por políticos mediocres y charlatanes a
su servicio?
A la vista del progresivo
cariz que están tomando los acontecimientos, me parece bastante evidente que
buena parte del sector independentista está contagiado del síndrome de Tara en
su versión Blanche Dubois, pero el
discurso se ha producido en otro lugar, desde el cual se proyecta sobre la
sociedad prometiéndole que la ucronía es la verdadera historia cuya resolución nos depara el futuro.
¿Cuál es ese lugar? Porque
el símil de Tara no sirve para los dirigentes independentistas, como mínimo
para los productores de discurso. Pienso, con franqueza, que ese lugar es
Brigadoon (V. Minelli, 1951), la aldea escocesa atrapada fuera del tiempo,
repitiendo eternamente su fiesta del siglo XVII, como metáfora de la torre de
marfil desde la cual han construido un discurso acorde a sus delirios... y
desacorde a la realidad.
El recorrido que lleva de
Tara a Brigadoon no es otro que el progresivo ensimismamiento, con el
consiguiente aislamiento y pérdida de conciencia de la realidad. De porfiar por
la vuelta a un lugar soñado, pasamos a creer que podemos acceder a él, y
acabamos convencidos de que nunca nos hemos movido de allí, que es dónde
siempre hemos estado viviendo y de dónde ahora nos quieren echar... los
españoles, claro.