...O LA VÍA CATALANA AL ESPERPENTO
Me escribe un amable lector,
con la petición que no cuelgue su comentario, replicando a mi última entrada -"¿Juega la historia con dados
marcados?)"-, entiendo que con solvencia y, por supuesto, con
educación. La verdad es que uno
empieza ya a sentir un cierto hartazgo con el tema de la independencia de
Cataluña y las noticias que a diario se van sucediendo sobre el mismo. Hasta
tal punto que, en la convicción que la cosa no da más de sí, había resuelto
espaciar prudentemente las incursiones en tan procelosos mares. En fin, no
podrá ser...
Vamos pues al asunto, pero
antes, una aclaración. Ya he manifestado en otras ocasiones que soy partidario
de la celebración de un referéndum en Cataluña, por qué razones, cómo pienso que
debería llevarse a cabo y bajo qué condiciones, como expliqué en el artículo"El Referéndum como última oportunidad". No insistiré, pues, sobre
este particular. Dicho esto, prosigamos.
La objeción fundamental que se
me presenta consiste en señalar que, entre los ejemplos históricos que cito en
apoyo de mis afirmaciones, omito cualquier mención al caso escocés, que, según
mi amable interlocutor, en tanto que análogo y coetáneo del catalán, desbarata
por sí mismo todo mi argumentario sobre contextos y correlaciones de fuerzas.
Como es sabido, Escocia celebrará próximamente un referéndum para decidir si
quiere separarse del Reino Unido.
Sin negar por completo mis
consideraciones sobre la necesidad de complicidades de intereses externas, el
referéndum escocés demostraría que tales condiciones son, en el mejor de los
casos, suficientes, pero no, como yo afirmaba, «necesarias»; es decir, sine qua non. Porque basta que las
partes directamente implicadas se pongan de acuerdo, sin necesidad de
adentrarse en abstrusas elucubraciones sobre tramas internacionales de
intereses y equilibrios de fuerza, y ya tenemos, si así lo deciden los
escoceses, un nuevo país independiente. Lo único que se requiere, pues, en el
caso catalán, es que España admita la celebración del referéndum, y punto. De
modo que, menos teorización y más ir a lo práctico: el problema es el estado
español.
Ciertamente, si el estado español se aviniera a la
celebración de un referéndum, pues se vota como lo harán los escoceses, y a ver
qué sale. Entonces sí, entiendo, nuestro caso sería análogo al escocés. Pero
como no es así, la analogía se queda en meramente formal, que no material. Además, si no cité el caso escocés,
fue porque di por supuestos ciertos condicionantes que, al parecer, no son del
conocimiento de mi interlocutor. A saber: que España iba a decir que no, y que
esta negativa se iba a hacer extensiva a toda nuestra Koiné. Fin del episodio;
continuará el siglo que viene...
Es cierto que, formalmente,
el caso escocés y el catalán guardan innegables analogías, y que el contexto,
sobre el que tanto insistía yo, se antoja más o menos el mismo, bloque
occidental, UE, OTAN, democracias parlamentarias, estado de derecho...-. Hasta
aquí, de acuerdo. Pero se da la circunstancia que en un caso hay acuerdo entre
las partes para la celebración de un referéndum, mientras que en el otro no. Y
este no es un detalle anecdótico.
Y no lo es porque de él
depende, por ejemplo(!), que de la misma manera que todo el mundo
reconocerá a Escocia al día siguiente de su independencia, si en este sentido
se pronunciaran los escoceses, no parece que una declaración unilateral de independencia catalana indujera a
nadie, absolutamente a nadie, a reconocer el autoproclamado estado. Hasta puede que ni siquiera la propia Escocia, en virtud de los compromisos que, con toda seguridad, tendría que adquirir como Estado. La pregunta
parece entonces obvia: o bien Escocia y Cataluña se encuentran en situaciones
análogas que pueden resolverse por idénticos procedimientos, o aquí hay trampa.
Y, efectivamente, hay trampa, pero de índole muy distinta a la que podría
parecer a primera vista.
El error consiste en razonar
que, ante situaciones análogas, si Gran Bretaña admite el referéndum, y España
lo rechaza, el problema es España. Una inferencia que no digo que sea falsa,
pero que se queda a medio camino. Porque una cosa es el condicional ("si..."), y otra el bicondicional ("si... y solo si..."), que en nuestro caso parece adecuarse más a la realidad. De modo que habrá que
ir algo más allá para desentrañar la naturaleza de esta trampa, y averiguar quién nos la
está tendiendo en realidad. De momento, tenemos que la falacia del razonamiento
consiste en que la analogía entre Cataluña y Escocia es meramente formal, pero
no material. Otra cosa sería entrar en las razones por que el Reino Unido ha
admitido un referéndum en Escocia, mientras que España lo rechaza para
Cataluña. Pero de eso ya hablaremos, si acaso, otro día.
Asumamos, de todas formas,
que el problema es España, o el gobierno español. De acuerdo, ahora bien
¿Influye esta posición española en el contexto? ¿O se puede obviar, como piensa
el Sr. Mas, convocando él mismo su astracanada de referéndum, sólo aceptada como legal por su propio "Consell de Garanties Estatutàries" y aun con exigua mayoría? Una noticia, la del dictamen de dicho organismo, que debería ruborizar a cualquier persona con un mínimo de vergüenza, pero que, muy al contrario, el impresentable número 2 de Artur Mas, Quico Homs, presenta como un gran éxito. ¿Se puede estar más fuera de la realidad? ¿Para quién es un
problema que España sea el problema? ¿Quién tiene el problema en realidad? ¿El
gobierno español o el catalán?
Más bien parece que quien
tenga el problema sea el gobierno catalán, porque esto le sitúa en una posición
de debilidad extrema, si no de ridículo, cuando, dada la negativa española, al
buscar aliados exteriores, en nuestra koiné y fuera de ella, no encuentran sino educadas evasivas, cuando no
sonoras calabazas. Cada vez más de lo segundo que de lo primero. Y la diferencia no radica tanto en que el Reino Unido diga sí
al referéndum y España que no, sino, y sobre todo, porque esto es lo que no nos dicen, en las respectivas posiciones que se desprenden de ello para
Escocia y para Cataluña en su misma koiné. De fuerza y aceptación, en un caso, de debilidad y
rechazo, en el otro. Está muy claro quién tiene el problema.
Y aquí empezamos a
vislumbrar la verdadera naturaleza de la trampa y al trampero que nos la está tendiendo:
que la negativa española va de soi es
algo que el Sr. Mas y su cuadrilla tenían que saber de antemano, porque estaba
cantado. Y que esto les pillaría a contrapié a la hora de recabar apoyos, ni
más ni menos que en una confederación de estados como la UE, que haría inviable
su estrategia en el status quo
actual, también tenían que saberlo. O eso o son tontos de capirote. Y
una estrategia se ha de basar en una lectura correcta de la realidad, no en los
delirios resultantes de haberse llegado a creerse el éxito de la farsa que están
representando desde hace años en su teatrillo local y con la «claca» comprada.
La pregunta entonces es la
siguiente ¿A qué están jugando y a quién pretenden engañar CDC y ERC? Sin acuerdo con el
gobierno español y sin apoyo alguno en el entorno de su propio contexto, sus
posibilidades son, simplemente, cero. Seguir perseverando contumazmente en un proyecto
fracasado de antemano no sólo es una estafa, sino que, además, denota una
zafiedad digna de los escándalos que uno de sus más
conspicuos miembros ha protagonizado recientemente. Sólo desde la más abyecta de las sirvengonzonerías puede alguien hacer confesión pública de sus pecados y, días después, como ha hecho Jordi Pujol, interponer una demanda judicial en Andorra con la única finalidad de entorpecer las gestiones judiciales que le investigan por el mismo delito que confesó.
Es como confesar un pecado y asesinar al confesor a continuación, porque las indulgencias ofrecidas no cubren todo el purgatorio que el pecado requería. Y eso es lo que están haciendo, en su vertiente política, Artur Mas y los suyos: reconocer un problema que parece haber surgido por sorpresa en medio del camino, cuando sabían, o tenían que saber, no sólo que estaba allí desde un buen principio, sino que también carecían de medios para superarlo. Y que los errores se pagan. Sólo que, como Pujol, no quieren pagarlos ellos...
Es como confesar un pecado y asesinar al confesor a continuación, porque las indulgencias ofrecidas no cubren todo el purgatorio que el pecado requería. Y eso es lo que están haciendo, en su vertiente política, Artur Mas y los suyos: reconocer un problema que parece haber surgido por sorpresa en medio del camino, cuando sabían, o tenían que saber, no sólo que estaba allí desde un buen principio, sino que también carecían de medios para superarlo. Y que los errores se pagan. Sólo que, como Pujol, no quieren pagarlos ellos...
Esa es, y no otra, la
trampa: el propio discurso independentista y su estrategia de pretender haberse
visto sorprendidos en su buena fe ante la negativa del Estado al referéndum y,
con todas las puertas cerradas, seguir avanzando hacia un callejón sin salida
al que nos ha llevado su propia incompetencia y zafiedad. Porque la negativa
española y sus repercusiones ante el establishment
no podían ignorarlas ni obviarlas. Era su obligación como dirigentes.
El autismo político de que
ha hecho y está haciendo gala el independentismo catalán, empezando por su
propio presidente, es realmente aterrador. Toda su estrategia parte de la ficción de un constructo hecho a la medida de sus aspiraciones, complejos y delirios, no de sus
posibilidades hoy por hoy. Y esto es grave, muy grave, y peligroso. Porque se
sigue perseverando en este autismo, y seguimos enrareciendo y degradando la realidad.
Cuando la realidad se
degrada hace su aparición la farsa; tras ésta viene el esperpento. Hoy, la
realidad catalana ha dejado atrás la farsa y es ya esperpéntica ¿Qué viene después?
On ego rem, on ego hominem
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