Recuerdo una vieja
entrevista a la inefable Vanessa Redgrave –excelente actriz y activista de
izquierdas-, con motivo de la enésima escisión que protagonizó en las ya de por
sí muy mermadas filas del trotskismo británico en que militaba. Se quejaba de
que su anterior partido estaba lleno de contrarrevolucionarios. Algo así como
en «El hombre que fue Jueves», de Gilbert K. Chesterton, con las catacumbas
anarquistas de Londres repletas de policías infiltrados. Afirmaba que en el
nuevo partido esto no ocurriría, porque en una organización verdaderamente
revolucionaria, a esta gente se la detecta a las primeras de cambio. Toda una
ironía de la historia que los promotores del entrismo se quejen de estar «entrados», pero
admitámoslo, ¡bien por Vanessa!
Mucho más sutilmente, Graham
Greene nos relataba el periplo de un periodista desplazado a una remota región
africana para cubrir un conflicto étnico. Se equivoca de avión y va a parar a
otra zona donde no hay guerra; todo lo contrario, paz y armonía en las
relaciones entre las dos tribus. Para enmendar su error, el reportero empieza a
enviar crónicas que justifican su llegada a la zona equivocada. Sí, todavía no
hay conflicto, pero lo habrá, porque se está sembrando el odio interétnico, y
además, se trata de una región geopolíticamente más relevante que la
otra a la cual le habían enviado inicialmente. Con todo lujo de
detalles, entre reales e inducidos, empieza a describir el conflicto larvado
entre las dos comunidades. Sus crónicas se publican en Londres, y de allí
llegan hasta la por entonces apacible y pacífica región, cuyos pobladores
empiezan a enterarse de que están en guerra civil. Al final, claro, estalla el
conflicto. Huelga decir que lo único que había fomentado el odio interétnico
eran los artículos del periodista.
Delirios trotskistas aparte, lo de Podemos
incorpora en mi opinión componentes de ambos casos, así como de un tercero nada
desdeñable: ellos mismos y sus errores; siempre distinguiendo, de acuerdo con
el símil tenístico, entre los errores forzados y los no forzados. Para
entendernos, el error forzado sobreviene cuando llegas a la bola y le das mal
porque en tu posición no puedes hacerlo de otra manera; el no forzado, cuando
teniéndolo todo a favor para una esmashada
a placer en el borde mismo de la red, con el contrario a tu merced, envías la
pelota a las gradas o a la red. De todo ha habido también en Podemos. Aquí me referiré a los errores no forzados.
En España no había nada
relevante a la izquierda del PSOE desde 1982. Y lo de considerar al PSOE
izquierda, pues qué quieren que les diga: me parece, digámoslo prudentemente,
muy aventurado. Más allá de sus connotaciones antisistema, Podemos surge hace
ahora un par de años como resultado de la posterior vehiculación política de los
movimientos del 15-M. Y generó expectativas por lo que podía ser y
representar. La articulación bajo una sola formación, de una izquierda secularmente heteróclita y sincrética, con mucha
supuesta base, pero sin otra voz institucional que la de una desacreditada,
herrumbrosa y ventrílocua Izquierda Unida, formada por apparatchiki restos de serie sin más capacidad e intenciones que mantenerse
en el cargo a cualquier precio. Náufragos que vieron con perplejidad y espanto
cómo se estaba fletando un nuevo barco para el cual no tenían billete.
La puesta de largo de Podemos
fueron las elecciones europeas de mayo del 2014. Aunque Izquierda Unida obtuvo
un eurodiputado más -6 contra 5-, la tendencia estaba muy clara: Podemos
irrumpía con fuerza y marcaba tendencia. Algo similar ocurrió en estas mismas
elecciones entre UPyD y C’s. Por cierto, no deja de ser paradójico que, al
menos hasta la fecha, C’s haya demostrado ser, orgánicamente, mucho más
leninista que Podemos.
Es cierto que Podemos había
gozado de una cobertura mediática sin precedentes en una
formación sin representación parlamentaria alguna. Y que en atención a algunos
de los medios que prestaron tal cobertura, es más que probable que subyaciera
la intención de erosionar al PSOE por la izquierda ¿cómo no? Pero también lo es
que supieron aprovecharlo a partir de la proyección que adquirió su líder más
visible, Pablo Iglesias.
Sea como fuere, lo cierto es
que si alguien jugó a Dr. Frankenstein, el experimento no le salió mejor que al
personaje de Mary Shelley. Podemos cuajó y empezó a ser el terror de las
encuestas. Era, parafraseando a Marx, el nuevo fantasma que recorría España. A
partir de ahí, las cañas se tornaron lanzas y Podemos se convirtió en el
enemigo a batir. Que si Venezuela, que si Irán, que si marxismo-leninismo
trasnochado y totalitario… Recuerdo una Sabatina de Gregorio Morán en la cual
avisaba a los podemitas que se fueran preparando, porque les iban a sacar hasta
el tatuaje que llevaban en el culo… Y así fue. ¿Cómo se pueden equiparar el medio millón de euros incorrectamente declarados de Monedero, con
los millones robados y evadidos por Rato o Pujol, o los casos Gürtel, Púnica y
tantos más? A ver, que quede claro: no me cae especialmente simpático Monedero,
pero equipararlo, como se ha hecho, con los anteriores, es una obscenidad
capciosa.
Ya en el 2015, elecciones
municipales y autonómicas, autonómicas catalanas, y generales. Con resultados
diversos, según el caso, pero que, en definitiva, han consolidado a Podemos
como tercera fuerza política en España, y en situación de superar al PSOE. Y
ahora, en el 2016, crisis interna, dimisiones, purgas, luchas internas por el
poder entre sus dirigentes y una propensión hacia el cantonalismo que amenaza
con hacer saltar por los aires a la formación. Y todo esto precisamente en unos
momentos en que ha de dilucidar su posición frente a un posible gobierno
presidido por el PSOE. ¿Casualidad, fatalidad, errores forzados o inducidos,
errores no forzados propios?
No hace mucho se decía en un
importante medio, pro-PSOE de toda la vida –y también ahora pro-C’s-, que la
pugna entre Iglesias y Errejón obedecía a dos proyectos orgánicos distintos.
Mientras que Errejón estaría por el mantenimiento del actual statu quo de
Podemos, con sus pactos y alianzas/amalgama con mareas, compromisos y «comunes»
singulares varios, Iglesias, por el contrario, estaría por la construcción de
un partido rígido, por un PCE 2.0. También, si el primero, más contemporizador,
se inclinaría hacia un modelo de colaboración con el PSOE, por aquello de la
unidad de la izquierda, el segundo, en cambio, apostaría directamente por el sorpasso a los socialistas y las
elecciones anticipadas.
Bueno, no sé si esto será así
en verdad. Pero sí me atrevería a asegurar que es el gran problema que tiene
Podemos ahora mismo, y que es un problema estructural, sistémico, resultado de un
error político de fondo atribuible sólo al mismo Podemos.
Me estoy refiriendo a la
política de pactos –en muchos casos de dejación- que, lejos de reforzar a
Podemos, a lo único que han contribuido es a dar pábulo a toda una nómina de
personajillos mediocres y políticamente desahuciados, cuyo destino político era
el estercolero de la historia, ahora redivivos, que han acabado por intoxicar
al propio Podemos hasta vampirizarlo –esto lo saben hacer muy bien-, y que
lejos de haber representado una suma en la unión de la izquierda y la
pluralidad nacional española, han acabado por convertirlo en una amalgama de
cantones donde una mano no sabe lo que está haciendo la otra. En catalán, a este
perfil de sociotipo humano lo define a la perfección un viejo refrán: “Poll revisculat, pica més que cap”. Traducido
al castellano sería algo así como: Redivivo el pollo moribundo, muerde más que
ninguno.
Julio Anguita, en «Atraco a la
memoria», se lamentaba de la fingida pluralidad en aras a la cual Izquierda Unida se veía obligada a incluir en sus listas
electorales, en lugares destacados y en perjuicio del PCE, a líderes de
partidos cuya militancia al completo cabía en un taxi. Anguita no consiguió
invertir esta tendencia y se fue. Podemos ha cometido, en mi opinión, el mismo
error y con creces. Para estos pollos moribundos ha sido su tabla de salvación. Y era
precisamente Podemos quien los iba merecidamente a barrer. Ahora ya no caben en un taxi, sino
que precisan de un autobús; pagando Podemos la factura, claro.
Los polls revisculats vuelven a estar ahí viviendo, como siempre, del
momio. Y me temo que ya es demasiado tarde para corregir esta deriva, ni aun en
el supuesto que esta fuera la intención. Ignorar que también había casta a la
izquierda del PSOE, por más cutre que fuera, ha sido su gran error. Acaso
acuciados por la avidez de lo inmediato, no lo sé, pero ahora los tienen
dentro, o ni eso, al lado, y haciendo de perro del hortelano.