diumenge, 27 d’agost del 2023

El ósculo del año

 


El ósculo del año

No sé si será más verdad que la cara es el espejo del alma o que las apariencias engañan. Como mínimo en lo que atañe a las personas y a sus actos, en la medida que éstos confirmen o refuten nuestra opinión sobre aquéllas. Si ha defraudado nuestras expectativas, diremos que las apariencias engañan; si, por el contrario, nos reafirma en ellas, entonces será que la cara es el espejo del alma.
No sigo el fútbol, ni masculino, ni femenino, ni cualquier otra variante genérica –de género, quiero decir-. No me interesa, me parece muy respetable personalmente quien le guste y lo sienta, nihil obstat, pero me parece un negocio, no un deporte, inescrupolosamente organizado y magnificado con finalidades tan inconfesables como manifiestas. Y, dicho sea de paso, los intelectuales futboleros que van de tales, me producen una cierta grima. La misma que Lerroux cuando, tras haberse despachado en su vagón de primera con un banquetazo de caviar, ostras y champagne, el revisor le advertía: “Don Alejandro, llegamos en diez minutos”. Entonces envolvía un bocadillo de arenque en papel de periódico, se lo metía en el bolsillo y se preparaba para el caluroso recibimiento de las masas enfervorizadas que le esperaban en el andén. Todo un truhán, el viejo Lerroux…
Viene todo esto a cuento del beso en la boca –que no de tornillo- del jerarca deportivo a una jugadora del equipo de la selección nacional, ocurrido públicamente en el fragor dionisíaco de una celebración inmediatamente posterior a la obtención de la copa del mundo. ¿Se olvidó de ponerse en el bolsillo el bocadillo de arenque –las populares "arengadas" de la clase obrera catalana de los tiempos de Lerroux- y siguió con la copa de champagne, el muy cenutrio? ¿Fue el piquito un acto calculado o el resultado de un raptus eufórico que le ofuscó?
Se quejaba Campoamor, ya de viejo, cuando observaba que "las hijas de aquellas a las que amé tanto, ya me besan como a un santo"; una formulación poética, metafórica, de lo mismo que Ortega, más prosaicamente, le confesó a un amigo: “a partir de cierta edad, las jóvenes no es que no te miren, es que no te ven”. Y no sé, oigan, estaré sin duda equivocado, incluso completamente equivocado, pero, como mínimo a juzgar por las imágenes que se han emitido, pues tampoco me pareció el beso de Fermín de Pas a Ana Ozores al final de ‘La Regenta. ¿O sí?
Si a esto le añadimos que el jerarca deportivo en cuestión, además de afectado por ciertas pulsiones megalómanas, es más feo que el vicio, ya parece que tengamos todos los ingredientes para cerrar el círculo virtuoso de los puritanos. ¿Es un viejo verde, un baboso, un libidinoso, un p… brava que se aprovecha de su posición? ¿Un nuevo Harvey Weinstein o un émulo hetero de Kevin Spacey en versión carpetovetónica? Por cierto, a propósito de Kevin Spacey: un gran actor recientemente absuelto por un juez británico de todos los cargos que se le imputaban… después de tantos juicios mediáticos, con sus correspondientes condenas, que han arruinado su carrera como actor y como persona...
Una cosa sí parece fuera de discusión: el piquito de marras del jerarca a la jugadora fue a iniciativa del primero. Y también que la polvareda político-mediática que ha provocado, con su posterior judicialización ahora en marcha, lo ha sido a instancias de terceros interpuestos, con las mejores intenciones sin duda alguna, pero terceros e interpuestos. Y no me refiero a los letrados que la representarán. Nada de eso.
Porque la presunta víctima había manifestado en un primer momento una actitud más bien elusiva y de quitarle hierro al incidente, ante las insistentes preguntas de los intrépidos reporteros de la prensa del morbo, también conocida como la del corazón. Vino a decir que no le había gustado, pero que… bueno… que tampoco era para tanto y que allá películas. Vaya, como si dijera que le olía el aliento, que hubiera eructado o que se hubiera tirado un cuesco. Desagradable y grosero, qué duda cabe; "disgusting", en inglés... Pero tampoco vas a denunciar a alguien por halitosis, por un eructo inoportuno o por un cuesco que nunca se sabrá si fue voluntario o aciagamente sobrevenido.
Pero esto no satisfizo a los que ya habían decretado previamente sobre la materia. Así que si la chica se lo tomaba displicentemente era por temor y porque, poco concienciada tal vez, había interiorizado la humillación, por miedo a denunciar al cacique ante una tan evidente agresión machista y abuso de poder. Porque ni siquiera se tomó en consideración que la jugadora podía haber vivido y sentido esto de otro modo. O que, aunque no le hubiera gustado para nada, tampoco le pareciera como para organizar un pifostio. Tenía que ser necesariamente por desvalida y por miedo. Inmediatamente, sólo con oler la carroña, se sumaron al auto de fe políticos y políticas de todos los colores. Una de ellas, de primera línea y rutilante figura mediática, en un alarde de finura analítica, equiparó el beso ni más ni menos que con una violación. Todo un apotegma para ir tomando nota...
No pretendo en modo alguno trivializar ni frivolizar. Es muy posible que tanto aquelarre mediático como se está llevando a cabo, pueda haber servido para que la presunta víctima perdiera el miedo y se decidiera a denunciar ante los tribunales de justicia, ella también, la humillación de que fue objeto en forma de ósculo por parte del cacique salido, que a partir de ahora hará bien en salir a la calle con mascarilla. No diré que no.
Pero entonces, invirtiendo simétricamente los términos, también es posible pensar que, de no haberse decidido finalmente a interponer la denuncia por cualesquiera razones –imaginemos solo por un momento que no lo considerara una humillación ni una afrenta, sino simplemente un acto de mal gusto por parte de un patán-, a esta misma jugadora internacional y campeona del mundo le estarían ahora mismo cayendo chuzos de punta y la estarían poniendo a caer de un burro los mismos paladines y paladinas que han hecho suya su causa. Y esto, qué duda cabe, también da miedo. Hasta puede que más.
Debo decir también que, por lo poco que sé de su trayectoria, y acogiéndome a la idea de que el rostro es el espejo del alma, el futuro ex jerarca deportivo se me antoja un auténtico gañán. Es decir, un capullo prepotente, arrogante y rufianesco. Así que, si es por su careto, la cosa está muy clara.
Pero lo cierto es que, aunque puede que Cesare Pavese opinara lo contrario, una cosa es lo que a él o a mí, o a cualquier otro nos pueda parecer, y otra muy distinta que no se puede condenar a nadie por su cara; ni siquiera por sus pensamientos o deseos, por más perversos que sean, sino por sus hechos, si estos van contra la ley. Y quien lo ha de hacer, en todo caso, es un juez. Punto pelota.
Pero hay algo que me parece mucho más grave desde el punto de vista sociológico, un campo en el que este país da mucho de sí.
Y es que ahora resulta que al interfecto se le ha suspendido como presidente de la cosa, con orden de alejamiento y prohibición expresa de contactar para nada con la presunta víctima.
Pero no, esto no es ninguna cautelar que provenga de un juzgado, sino de la FILFA –es para despistar-. Sí, de ese dechado de virtudes morales y referente ético universal deportivo -que acaba de organizar el mundial masculino en un país donde todavía existe la esclavitud, también y especialmente la femenina- que por lo visto tiene en España capacidad de emitir autos con valor judicial… Y nadie ha dicho nada. Pero, a ver, ¿es que nos hemos vuelto definitivamente tontos de baba?
Y, bueno, aunque no sea futbolero, bien por la copa del mundo. Que no se diga.

dimarts, 15 d’agost del 2023


DEL PEDAGOGISMO Y EL SANTO GRIAL


El que lo quiere todo, nunca tendrá bastante. La pedagogía, tal como hoy la conocemos, es pedagogismo, o sea, la consideración de aquélla como el sanctasanctórum y la génesis de toda posible educación, su alfa y omega; su causa material, formal, eficiente y final. Todo lo demás –transmisión del conocimiento, aprendizaje y adquisición de aptitudes, valores, currículo, el binomio docente/discente, socialización…-, todo, está supeditado y subordinado al despliegue de la idea que exige su realización desde su propia génesis conceptual, son momentos de ésta cuya única significación es que están allí para llevarnos hasta aquélla.

Es el modelo de Fichte, por ejemplo, en su génesis del derecho (Fundamentos del derecho natural según los principios de la teoría de la ciencia, Leipzig, 1796). De forma análoga a cómo este autor no distingue entre derecho y moral -no puede hacerlo en aras a lo coherencia lógica de su propio modelo de génesis conceptual-, tampoco el pedagogismo distingue entre pedagogía y educación o enseñanza. No puede si quiere mantener la coherencia formal de un modelo que sólo puede beber de sus propias fuentes. Cualquier contrastación, comprobación, verificación, falsación o como queramos llamarlo, ha de quedar descartada de antemano. Desde una verdad empírica, particular o individual, no se puede cuestionar la verdad absoluta, general o universal.

Esto es así por las mismas razones que en Fichte la libertad individual, particular, queda absorbida, diluida y negada por su subsunción en la idea del  universal, del concepto de libertad (absoluta). La única función de cualquier «hecho» es que sea metabolizable, que tenga un encaje en ella. Y lo que no lo tiene, o lo que en un mundo más epagógico y fenoménico diríamos que cuestiona, refuta o «falsa» la teoría, aquí simplemente se niega porque no es integrable en los esquemas categoriales propios del modelo. Y de lo que se trata, lo que se requiere fácticamente, es que se carezca, que no se «disponga» de dichos esquemas categoriales, porque sin ellos, tales «hechos» carecen de concepto, no «son». La proscripción y la prescripción se retroalimentan en un círculo perfecto.

En sus concreciones prácticas, hay variedad de fórmulas literarias que nos explicitan en qué se resuelve todo esto y cómo. Brave New World (1932), de Aldous Huxley, o Nineteen Eighty-Four (1949), de George Orwell, son sin duda algunas de las más brillantes y conocidas. Pero también tenemos otra cuyo modelo no ha sido tan cuestionado, muy probablemente porque es precisamente el que está resultando triunfante, escrita por un psicólogo profesional que es, además, uno de los fundadores del behaviorismo: Walden Two (B. F.Skinner, 1948). En realidad, la única diferencia entre las dos primeras y la tercera consiste en que, en Brave New World, la determinación del individuo se lleva a cabo mediante la manipulación genética –dicho en términos hodiernos adaptados- previa a su «nacimiento». Con ello, nos «sale» el individuo que queremos, desde un alpha hasta un épsilon. En Nineteen Eighty-Four es mediante la arbitrariamente planificada y organizada coerción y represión, cuyo mensaje acaba interiorizado en el psiquismo del individuo. En Walden Two es por medio de la educación, con sus técnicas de modificación de conducta mediante la administración dirigida y mediada de la ecuación E → R.

Tenemos también las brillantes reflexiones de Leonardo Sciascia en un pasaje de su magistral relato/novela Il contesto (1971), que entroncan directamente con la generación de la idea de derecho en Fichte y su proyección sobre el modelo pedagogista -con el añadido de la posverdad contemporánea que lúcidamente anticipa-, que han sido objeto de especial tratamiento en mi último libro, aún no publicado.

Dejémoslo como empezamos. El que aspira a todo, nunca tendrá bastante. El pedagogismo aspira a todo y, aunque nunca tendrá bastante, seguirá persiguiéndolo como un Santo Grial en cuya creencia consiste su única justificación (probablemente moral), sin la cual carecería de enjundia y se manifestaría como lo que es: un discurso pseudocientífico y trufado de majaderías milagreras que, ello no obstante, le va muy bien al modelo que desde el poder –el de verdad- se ha decidido para nuestra sociedad postindutrial, posmoderna, posdemocrática, posverdadera y «post» no sé cuántas cosas más.

Y aunque a veces acierte, o nos lo parezca, no lo olvidemos: un reloj parado también da bien la hora dos veces al día, una con pantalla en formato UTC. Podemos incluso creérnoslo si sólo nos muestran la hora en estos precisos instantes. Pero el reloj está parado. El otro, el que funciona, ése está a buen recaudo.