Consultadas diversas fuentes,
hay indicios que apuntan hacia un empate a 1515 en la asamblea de las CUP –creo
que vuelven al plural del que provienen- que, aun siendo exacto, no se
corresponde a una suma de números enteros. Es decir, no se trataría de 1515
votos a favor de «Mas» y otros 1515 a favor de «Menos», sino que la cosa es
harto más compleja.
Efectivamente, parece ser que
un significativo número de votos no se «ajustaron» al principio de una persona
un voto. Bueno, sí pero no. Nos cuenta una garganta profunda que exactamente
1515 electores solicitaron ejercer su derecho a la bipolaridad en su ídem al
voto. Exactamente 757,5 electores reclamaron poder votar «Sí, pero no», es
decir «Mas, Menos», mientras que otros 757,5 se decantaban por el «no, pero sí»,
o sea «Menos, Mas». Los restantes 1515 no se pronunciaron al respecto.
Y esta es la razón por que la
última votación llevó tanto tiempo. Ante el derecho al ejercicio de la
bipolaridad en el voto, los dilectos miembros de la Mesa se retiraron a
deliberar. Su decisión fue la siguiente, en lugar de dos papeletas, a su vez
bipolarizadas, se optó por ofrecer cuatro, dos por valor del número entero «1»,
las clásicas sí a Mas o no a Mas, y otras dos que contemplaban, respectivamente
y a su vez, el sí y el no a Mas, pero computables por valor del fraccionario ½
en el cómputo general. El elector que, acogiéndose al derecho a la bipolaridad,
optara por una papeleta de esta segunda clase, podía votar dos veces, toda vez
que la segunda papeleta fuera también computable sólo por medio voto.
Se pasó a votar si se
votaba que se votara de acuerdo con la propuesta de la Mesa. En el debate asambleario
previo a la primera votación, alguien sugirió que con ello se pasaba de la
bipolaridad del voto a la oligopolarización de la asamblea, opinión que fue
abucheada por bipolarizada, y su ponente calificado ruidosa y peyorativamente
de «intelectual». Alguien sugirió el voto en blanco como alternativa de toda la vida, también sin éxito por poco innovador... Otras intervenciones plantearon la necesidad de una votación
previa sobre la necesidad del voto secreto, propuesta que fue aprobada por
aclamación sin necesidad de proceder a una previa votación sobre tan espinosa
cuestión.
Pero hubo un problema: no
había papeletas suficientes, y al ser día festivo, era imposible proveerse de
ellas. Se propuso entonces elaborar manualmente las papeletas con recortes del
papel higiénico que, sin duda, debía haber en los servicios del polideportivo.
Propuesta que también se desestimó para evitar el conflicto de «género» que
amenazó con desatarse, cuya naturaleza omitiremos por no ser relevante en esta
crónica. Baste decir que entre la estridencia asamblearia, se distinguieron
claramente epítetos como “¡Zapata, Zapata!”, dirigidos a los responsables de la
propuesta, en clara alusión al concejal de Madrid con mismo apellido, conocido
por sus tuits racistas y misóginos.
Descartada pues, en razón de
irreductibles imponderables, esta última componenda, y a falta de material
celuloso de soporte para las tres votaciones secretas preceptivas –a saber,
votar si se votaba la propuesta de votación, votación sobre ella en caso
afirmativo, y votación en estos términos recogiendo el derecho a la
bipolaridad-, y habiendo sólo papeletas para una única votación en términos
dicotómicos, que no recogían la bipolaridad individual, se había llegado a un
metafísico callejón sin salida.
Fue entonces cuando alguien,
que muy sagazmente había detectado que los 1515 reivindicantes del derecho a la
bipolaridad se dividían en dos grupos numéricamente idénticos, 757,5
partidarios de «Mas, Menos», y otros 757,5 partidarios del «Menos, Mas», vio la
luz y lanzó su propuesta. Se abriría un espacio/tiempo de 30 minutos para que
se llevara a cabo una transacción acordada del voto, en términos que recogiera
en formato de votación clásico el derecho a la bipolaridad. Si cada partidario
del «Más, Menos» se ponía de acuerdo con otro del «Menos, Mas», cada voto
individual recogería la mitad bipolar propia y la mitad del otro, mientras que
el «otro» incorporaría en el suyo la debida reciprocidad. Alguien objetó que
cómo podía ser que hubiera 757,5 partidarios, y que a ver si algún guasón se
estaba quedando con ellos, pero su protesta fue masivamente acallada por
aritméticamente poco imaginativa.
La transacción funcionó
y se pasó a la votación con el resultado que todos conocemos. Sigue sin saberse
quién era el guasón. Además, cosa de sumas, pudo haber más de uno.