Entre otras lindezas, «Podemos»
incluye, entre las propuestas educativas de su programa electoral, la introducción
de una materia de «educación emocional» en distintos niveles educativos que no
especifica, pero que es de suponer, dada la envergadura intelectual de la
propuesta, que abarcará todos los planes de estudio. No se puede decir que no
apuesten fuerte por la innovación, desde luego que no.
En un primer momento, uno pensó
que tal vez se trataba de un error de comprensión lectora por mi parte, que
dónde decía «emocional» debería figurar en «sentimental», que se
trataba en realidad de una propuesta de reintroducción de una materia de
literatura universal, tan maltrecha en nuestros planes de estudio que es
prácticamente inexistente, y que, a modo de ejemplo, citaban la célebre obra de
Flaubert «La Educación Sentimental». Pero no, mi gozo en un pozo. No se trataba
de un error, sino que mi primera impresión se confirmó: era educación emocional;
por lo de la inteligencia emocional, claro.
La verdad es que uno siempre
pensó, desde el mismo momento en que apareció el Sr. Goleman con su milonga de
la inteligencia emocional que tantos dividendos le ha reportado, que todo lo
que se podía decir sobre esta supuesta facultad humana ya lo había dicho el
viejo Aristóteles, cuando tratando el ámbito de la proáiresis, destacaba la importancia de saber enfadarse, es decir, de tener
una cierta capacidad de control sobre el pathos.
Todo ello en el bien entendido que no está en mi mano decidir si algo me
entristece, me enfurece o me pone de buen humor. Pero no, desde Goleman, la
inteligencia emocional ha dado mucho de sí, tanto que desde la psicología y la
pedagogía new age, se la considera el
talismán del nuevo modelo educativo, muy por encima de la intelectiva, tan
rutinaria y repetitiva ella. Y los de Podemos, tan modernos ellos, pues venga educación emocional.
Tampoco acaba uno de concluir
si la inteligencia emocional es una facultad intelectiva o sensorial, una
distinción probablemente trasnochada para la intrépida legión de «emocionalistas»
que, con una fe y un entusiasmo dignos de mejor causa, proclaman las bondades
de «implementar» el control de las emociones mediante la potenciación de dicha
inteligencia emocional, que resulta que no sabíamos que teníamos y que,
empeñados en los contenidos de conocimiento, estábamos cercenando la futura
felicidad que nuestros jóvenes tienen ahora a su alcance. ¡Cuántas generaciones
de infelices se han malogrado por el contumaz empeño en enseñar ecuaciones y
batallitas!
A lo más, uno pensaba que
acaso esta nueva facultad, descubierta no se sabe bien a través de qué
procedimiento, podría ser el resultado de una mala digestión del llamado «emotivismo»
de Hume; vamos, que en aras a la innovación, y acaso excesivamente
«emocionados», se hubieran pasado tres pueblos. Pero tampoco. Se trata de una
facultad que quien no se rinda ante ella está condenado a ser un desgraciado.
Así que igual que Kant hablaba de la minoría de edad culpable, ahora resulta
que lo que somos es desgraciados culpables. El único problema, ya digo, es que
si no se trata de una facultad intelectiva ni sensorial ¿qué diablos es entonces
la inteligencia emocional? ¿Habrá que reinventar el alma para colocarla como
una de sus potencias? Todo un enigma, créanme, para un profano en este tipo de
menesteres.
Y luego hay también un aspecto
relacionado con esto de la inteligencia emocional que me trae de cabeza ¿Es
simplemente inteligencia o consiste en algún tipo de saber? Porque digo yo que
para conocer tu inteligencia emocional deberá haber algún tipo de conocimientos
involucrados, máxime si consideramos que hasta hace poco nos era completamente
desconocida. Es decir, que no todos la intuimos ¿intelectualmente? Luego, ha de consistir en una cierta disciplina y contenidos de
conocimiento debidamente tematizados. Y si es así ¿son estos conocimientos
transmisibles, a diferencia de los otros, que sólo se construyen? Porque de no serlo ¿qué será exactamente el educador emocional? ¿Un sucedáneo de los
antiguos directores espirituales?
Porque si resulta que no es
tampoco un saber transmisible y consistente en una serie de técnicas
procedimentales y metodológicas que se «aprenden», lo más parecido a un
educador emocional que a uno se le ocurre serían, no ya los
curas, sino su variante chamánica. Pero seguro que no es así, porque si
«Podemos» la propone como materia -¿un saber tematizado?-, seguro que se lo han
pensado muy bien, porque esta gente sabe lo que hace. Y hasta deben saber qué
tipo de especialistas –porque serán especialistas ¿no?- serán los encargados de
impartirla.
Y esto nos lleva a otro
problema ¿Cómo se acredita que uno está capacitado para enseñar educación
emocional? Porque algún tipo de pruebas y proceso selectivo para determinar si
realmente el futuro educador es un inteligente emocional habrá ¿o no? No sé
oigan ¿se les exigirá acreditar que son felices? ¿Y esto como se comprueba?
¿Consistirá la cosa en una entrevista donde al aspirante se le insultará y
zurrará para comprobar si sabe controlar sus emociones? Pero es que si uno
aguanta los insultos, las vejaciones y las burlas del tribunal ¿es eso ser emocionalmente
inteligente y lo acredita como feliz? Qué quieren que les diga, tengo mis
dudas.
Y no es la menor entre estas dudas
la sospecha de que, al final, se trate ni más ni menos que de un conductismo
barato reciclado, cuyo objetivo más bien tiende a la manipulación y al control
moral del individuo, y que el altruista deseo de que la gente sea feliz más
bien es un burdo pretexto. Porque ¿hay alguien capaz de explicar cómo uno
puede llegar a ser feliz? Y por cierto
¿qué hacer con los tontos emocionales? ¿Grupos flexibles y tratamiento de la
diversidad emocional? ¡Vade retro!
En fin, esperemos que
Podemos no tenga la oportunidad de explicárnoslo aplicándolo. Si alguna vez
pensé en votarles, ya no. Tantas emociones me atribulan.
¿Y doña Elena Francis, qué? ¿Acaso no habría estado ella dotada para ser educadora emocional? ¡Qué imperdonable descuido, Xavier, y más, en un hombre de tu edad y tu cultura!
ResponEliminaEs verdad. Guachimám ¿Cómo pude olvidarme de una educadora emocional de la talla de Elena Francis? ¡Un abrazo y felices fiestas!
EliminaIgualmente.
EliminaClaríssim, Xavier. Molt ben dit, i amb sentit de l'humor! No et diré res més ara, però això t'ho volia dir, amb un BON NADAL! Albert
ResponEliminaIgualment Albert, i una forta abraçada!
EliminaDon Xavier: la lógica del absurdo siempre impera en este país ¿o no ha reparado que entramos de lleno en la política emocional? Al dato: mañana se verá. Buenas fiestas.
ResponEliminaIgualmente. Siempre a sus pies, doña Carmina.
ResponEliminaPor cierto, un apunte: Goleman fue el que puso el nombre al libro. El autor intelectual de la inteligencia emocional fue Richard Boyatzis. Los listos siempre han necesitado de "hombres mediáticos" que den la cara. Vamos, "psicólogos populistas" que han encontrado "clientes"
ResponEliminaSi es que no hay nada nuevo bajo el Sol.
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