Tal vez la clave de todo este embrollo nos la esté exponiendo «El Mundo Today», lo más parecido a Monty Python,
y hasta mejorado, que se haya dado nunca por estos pagos. El enlace aquí.
Simplemente genial.
divendres, 29 de setembre del 2017
Abstenerse fanáticos
dijous, 21 de setembre del 2017
Los viejos nacionalismos nunca mueren
Hay en el nacionalismo catalán
dos características constitutivas que se están haciendo especialmente patentes en los confusos tiempos por los
que estamos pasando actualmente. La primera consiste en sus dificultades
conceptuales para entender la idea de estado (moderno) –tanto ajeno como
propio-; dificultades deudoras sin duda de una concepción prepolítica ligada a
su condición de correlato del neonacionalismo español excluyente, que surge como
consecuencia del desastre de 1898 y que se apropia en régimen de monopolio de
las ideas de nación y de España que había estado combatiendo durante todo el
siglo XIX. Me refiero al modelo nacionalista español que, en lugar de superar
la diferencia, propugna su simple supresión.
La segunda es su idea de
España a modo de foto fija, monolítica e inalterable en el transcurrir del
tiempo, que podríamos ilustrar como una foto en blanco y negro de la España de
1900 o, si lo preferimos, de algún NODO de los años cuarenta o cincuenta. Esta
segunda característica parece ser la clave de bóveda de todo su discurso, ya
que de lo contrario estaría negando su propio relato.
No debería por tanto
sorprendernos el arbitrario procedimiento impuesto al Parlament hace unos días para aprobar las leyes de desconexión y del
referéndum del 1-O, saltándose y vulnerando su propia normativa y
procedimientos legalmente establecidos. Porque si está en juego la «Nación»,
todo lo anterior no son sino trabas burocráticas destinadas precisamente a
bloquear su realización como tal; igual que el tedioso escrúpulo de las
mayorías o minorías. No, esto no va de eso. Y es que la Nación es lo primero.
Exactamente lo mismo que, desde el españolismo más rancio, sostenía el general
retirado Chicharro con respecto a España y la Constitución: que España es
anterior a la Constitución. Substancia y accidente; el ser y el devenir. Uno
puede ir mutando, o adaptándose, pero es lo que es y eso es lo primero.
Obviamente, la idea ilustrada
de la república de los ciudadanos es completamente ajena a los esquemas
mentales por los que se mueve esta concepción, que no son sino la adaptación política
de planteamientos prepolíticos de la idea de nación, la que cuajará en el
nacionalismo identitario de reacción romántica contra la revolución francesa,
con Herder y Fichte como impulsores intelectuales, y que se materializará en la
Alemania del II Reich en 1870, bajo el modelo de Nación-estado, contrapuesto al
de Estado-nación. Mientras éste pivota en torno al concepto de ciudadanía,
aquél hace lo propio con el de Volksgeist.
A lo largo de los tres
primeros cuartos del siglo XIX, el fracaso de España como nación política
estructurada en torno a la idea de Estado-nación se resolvió con la
Nación-estado de inspiración alemana, más o menos chapuceramente durante la
restauración canovista –que no fue sino un apaño-, activándose en su forma más
excluyente tras la humillación de 1898 y la consiguiente liquidación de un
imperio moribundo, hasta eclosionar en la guerra civil 1936-39, y extendiéndose
durante la posterior dictadura franquista hasta 1975.
Todo esto dejó unos posos de
cutrerío irredento que seguimos arrastrando hasta hoy en día. Tal vez la
Constitución de 1978 fuera también un apaño, pero lo cierto es que tampoco la
foto fija de la España de charanga y pandereta que nos presenta el nacionalismo
catalán es sostenible hoy. Y si bien hay ciertamente sectores nada desdeñables
en el PP que sin duda alguna responden a este arquetipo, tampoco parece serio
identificar a todo el PP con ella y, menos aún, a todo el resto de España. Como
me comentaba hace unos días un amigo a propósito de una entrevista en un
casposo programa de televisión, Bertín Osborne será sin duda España, pero
Antonio Banderas también; y no son lo mismo. Pero el reconocimiento de esta
realidad es inasumible para el nacionalismo catalán, porque entra directamente
en conflicto con su propio discurso narrativo.
Y con ello llegamos al cabo de
la calle: hay que conseguir como sea que «España» se comporte de acuerdo con la
imagen que de ella hemos proyectado, y si para ello hay que forzar la realidad
incumpliendo la ley, pues se hace. Y lo bueno del caso es que tal relato puede
funcionar, sobre todo a partir de la intervención de las fuerzas de la policía
nacional y la guardia civil ayer en Barcelona, y la reacción que suscitó entre
el independentismo y la izquierda rousseauniana y antiilustrada, hablando ya de
fuerzas de ocupación militar y de presos políticos.
Y sí, podrá tal vez funcionar
y el relato se hará corresponder con la realidad, sin grandes esfuerzos
hermenéuticos. Pero también es cierto que, desde la perspectiva que da la
distancia intelectual y la no adscripción ni al nacionalismo catalán ni al
español, me parece indudable que el punto al que se ha llegado con el desafío
independentista habría provocado similares reacciones en cualquier estado estado de derecho del mundo. Se
diga lo que se diga y se mire como se mire. Lo demás, hiperactuaciones destinadas a atizar fuego del
«emocionario» colectivo y a cargarse de razones, o de sinrazones.
En realidad, estamos ante un escenario de ruptura entre dos poderes en conflicto que
reclaman para sí sus respectivas legalidades. Pero el conflicto no es legal,
sino político. Porque si fuera un problema de derecho, pues hombre, no parece
que si para reformar el Estatut se
requieren dos tercios de votos favorables en el Parlament, para una ley que se desengancha de la legalidad de la
que emana y abre las puertas a la declaración de independencia, baste con la
mitad más uno. Pero tampoco parece un
problema de derecho, sino también político, que el TC declarara
ilegales artículos del Estatut que son perfectamente legales en Andalucía o
Valencia –sin que el PP ni nadie se rasgara las vestiduras e iniciara campañas
mediáticas y judiciales en contra-, o que se le niegue a Cataluña un concierto económico al
que sí tienen derecho otros territorios como Euskadi o Navarra.
Mucho me temo que aquí
no hay inocentes, sino que todos comparten un alto grado de culpabilidad. Y en
ésas seguimos. Por supuesto, y como siempre ha sido, el bando que gane será la
legítima fuente de derecho. No vienen buenos tiempos. Va de nacionalismos
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