La expresión «tácticas
fabianas» procede de Quinto Fabio Máximo Cunctator (280-203 a.C.), cuyo agnomen significa “el
que demora”, el que retrasa. Se debe a la táctica dilatoria que empleó durante
la Segunda Guerra Púnica, consistente en evitar la batalla decisiva contra
Aníbal hasta que Roma estuviera en condiciones de afrontarla debidamente.
Corría
el año 217 a.C. Después de haber derrotado a los romanos en el Ticino y en el
Trebia, Aníbal acababa de exterminar a todo un ejército consular junto al lago
Trasimeno. Corrían malos tiempos para Roma. Los galos del norte de Italia se
habían aliado con el cartaginés, las ciudades italianas sometidas o aliadas
podían desertar de bando y Roma estaba atónica ante los reveses que estaba
sufriendo en su propio territorio. La República decidió entonces recurrir a una
vieja costumbre para tiempos difíciles, nombrar a un dictador para un
determinado periodo de tiempo, un año. El elegido fue Fabio.
El
ejército de Aníbal apenas alcanzaba los 40.000 hombres. Tras la derrota del
Trasimeno, Roma movilizó urgentemente dos ejércitos consulares dobles, unos
90.000 hombres. Y el pueblo romano reclamaba una victoria fulminante contra el
bárbaro púnico que se había atrevido a invadir suelo romano. Pero Fabio sabía
tres cosas. La primera, que por más que fueran, sus bisoños reclutas no estaban
en condiciones de enfrentarse a los mercenarios dirigidos por un genio militar
como Aníbal; la segunda, que quien necesitaba urgentemente una victoria
decisiva era Aníbal; y la tercera, que conscientes de esto tanto él como
Aníbal, el tiempo jugaba a favor de Roma.
Durante
todo un año, Fabio se dedicó a perseguir al ejército de Aníbal, a la vez que
evitaba presentarle batalla cada vez que éste se revolvía. Organizó acciones de
guerrilla destinadas a sabotear los suministros cartagineses. Aníbal arrasaba
cosechas; Fabio también. Él no tenía problema de suministros, el cartaginés sí.
Mientras tanto, mejoró las defensas de Roma y aseguró los suministros que,
llegado lo peor, sólo le podrían llegar a través de la vía fluvial del Tíber,
desde Ostia. Pero las legiones romanas, abrumadoramente superiores en número,
evitaban una y otra vez la batalla decisiva que el cartaginés buscaba forzar
desesperadamente. Y esto impacientaba al personal. Ni su lugarteniente y hombre
de confianza, Marco Minucio, lo entendía. Menos aún el Senado y el pueblo
romano, debidamente azuzado por la Brunete mediática del momento: los sicofantes a sueldo de los partidarios de liquidar
a Aníbal de una vez; ...
Pasó
el año y el Senado revocó la dictadura. Se puso al mando del ejército romano a
los dos cónsules electos, Emilio Paulo, discípulo de Fabio, y Terencio Varrón, de
profesión, chacinero. Además, se optó por un ineficaz sistema de mando compartido
en días alternos. Garantía absoluta, a mayor abundamiento, de desastre certero.
El
día 2 de agosto del año 216 a.C. los dos ejércitos se enfrentaron en los campos
de Cannas. 40.000 cartagineses contra 90.000 romanos. El resultado fue la mayor
derrota romana de la historia, unos 80.000 muertos, por 4.000 en el bando
cartaginés. Tras la debacle, muchos pensaban que Aníbal marcharía sobre Roma,
pero no lo hizo. Porque sabía que no podía. Durante el último año, Fabio se
había estado preparando para esta eventualidad, y aunque a Roma sólo le
quedaran la guarnición de la ciudad y un par de legiones maltrechas, Aníbal no
podía, con algo más de 30.000 soldados útiles, emprender un asedio en pleno
territorio enemigo. Porque mientras Roma resistiera, la liga latina y sus
ciudades aliadas lo harían también. Quizás porque temían más a Roma en la
derrota que en la victoria –según le comentó a Aníbal en cierta ocasión su
amante etrusca-. Fabio había preparado el terreno para afrontar lo peor y
sabiendo que podía ocurrir.
Poco
después de Cannas, Fabio recuperó todo su prestigio, loado por los mismos que
antes lo habían denostado por cobarde y «maricomplejines». Puso al frente de lo
que quedaba de las legiones a generales competentes, como Marcelo y los
Escipiones. Roma atacó a los cartagineses en Hispania, destruyendo sus bases y
asegurándose de que Aníbal no pudiera recibir refuerzos de allí; restableció el orden en Sicilia
tomando Siracusa… Y para Aníbal empezó un periplo agónico de 14 años en Italia,
hasta que tuvo que volver a Cartago para ser derrotado en Zama, batalla con la
que concluyó la Segunda Guerra Púnica.
Si
la batalla de Cannas hubiera tenido lugar un año antes, quizás todo hubiera
sido diferente y lo sería hoy la Historia. Quizás entonces una derrota de tal
magnitud hubiera dejado a Roma sin capacidad de resistencia y minado la
cohesión de sus alianzas; quizás sus vetustas defensas no hubieran podido
aguantar los embates cartagineses; y quizás sin las líneas de suministros a
través del Tíber aseguradas, Roma hubiera acabado cayendo… No lo podremos saber
nunca, pero hay algo que sí sabemos. El año durante el cual Fabio Máximo demoró
lo que sabía que iba a ser un inevitable desastre, preparó a Roma para lo peor.
Había ganado tiempo.
Hoy,
ya en nuestros días y en estos pagos de acá, el bochornoso y vergonzante
espectáculo político, mediático y parajudicial que se está dando desde los
voceros más cavernosamente vengativos, exigiéndole a la fiscalía el
procesamiento de Artur Mas por la charlotada del 9-N, y las presiones a que se
está viendo sometido Mariano para que actúe con «contundencia», me han
recordado este episodio de los inicios de la Segunda Guerra Púnica. Y es tal el
lamentable nivel político y moral que se está exhibiendo, que hasta se le puede
pasar a uno por la cabeza el disparate de comparar a un político romo y gris
como Mariano, ni más ni menos que con Quinto Fabio Máximo Cunctator, el
prudente cuya prudencia, considerada primero simple cobardía, se tornó luego en
inteligencia y valor. Ya nos lo decía Platón en el Laques: demasiado poco
valor es cobardía, y demasiado valor es temeridad. Porque el valor es el
justo medio entre la cobardía y la temeridad.
Sí,
claro, dirán algunos; entonces… ¿hay que permitir que Mas se haya saltado la
ley a la torera y siga sacando pecho? ¿Para qué está si no el estado de
derecho, el imperio de la ley? Quizás también podríamos parafrasear los
Evangelios: el estado de derecho para el hombre, no el hombre para el estado
de derecho. ¿Serviría de algo?
No hay
peor ciego que el que no quiere ver, ni mayor tonto que el que no quiere
entender. El problema es político, no jurídico. Y quien vea sólo un tema
jurídico no ha entendido nada, o no quiere entenderlo. Para empezar, si el
poder judicial es independiente, respétese esta independencia y déjese que la
fiscalía actúe según su criterio. Pero es que además ¿Qué se pretende con este
procesamiento? ¿Ponerle una multa a Mas? ¿Inhabilitarlo? ¿Encarcelarlo? ¿Y qué
consecuencias políticas iba a tener en cada uno de estos casos?
Tal
vez consciente de esto, la fiscalía general de Cataluña optó por no instruir
ninguna causa contra Mas. Pero luego, la caverna y sus sicofantes mediáticos
acosan a Mariano, Mariano acosa a Torres Dulce y Torres Dulce arremete contra
la fiscalía catalana. ¿Eso sí es estado de derecho? ¿Alguien en sus cabales
piensa de verdad que la fiscalía general de Cataluña es un nido de
separatistas? ¿Nadie ve allende el Ebro que este procesamiento es precisamente
lo que la estrategia independentista está intentando provocar?
Es
una suerte que desde la zafia chabacanería característica de la caverna, a
nadie se la haya ocurrido asociar las tácticas fabianas con las marianas,
igualmente dilatorias. Porque seguro, además, que la expresión «tácticas
fabianas» la utilizarían peyorativamente. Todo lo que no sea testosterona es
cobardía… para algunos. Claro que, después de todo, hay que reconocer que si
Mariano no es Fabio, tampoco es que Mas sea Aníbal precisamente…
Ni
simpatizo con Mariano Rajoy, ni le he votado, ni le pienso votar jamás. Ni a él
ni a su partido. Que quede claro. Pero a cada cual lo suyo. Y su prudencia, que
hasta ahora ha evitado caer en provocaciones que muchos deseaban para que la
cosa pasara a mayores, no puede, objetivamente, calificarse de cobardía desde
una perspectiva política. Si de algo pienso yo que ha adolecido, y sigue
adoleciendo su estrategia, ha sido más bien por no saber activar una contra campaña
inteligente entrando en debate abierto y argumentando, algo para lo cual le
sobran medios y recursos –aunque no talentos en nómina, debería contratar freelancers-,
pero no precisamente por el flanco de su supuesta «pasividad».
Hasta
hoy, la ramplonería de sus voceros ha obrado el milagro de convertir a Mariano
en «fabiano». Si ahora, con ánimos cada vez más encrespados –hasta el jefe del
estado mayor del ejército empieza a opinar sobre la debilidad del Estado -unas declaraciones en cierto modo comedidas, pero no por ello menos insinuantes- y de
grado o a su pesar, Mariano cede a las exigencias de revancha que muchos de sus
correligionarios le exigen, ya sea por puro cerrilismo o para desviar la
atención de sus propios trapos sucios, significaría que ya no manda y que nos
vamos a empezar a deslizar por una pendiente cada vez más inclinada al final de
la cual podemos salir todos catapultados hacia… ¿dónde?