Que alguien desde fuera de
Cataluña vote sí a la independencia, si esa fuera la pregunta -y así lo hemos de entender en la medida que se dice que la independencia o no de un territorio español es cosa de todos los españoles- puede obedecer a una multiplicidad de razones tan amplia que la propia consulta quedaría desvirtuada en el supuesto de una victoria del "sí". Exactamente de la misma manera que deslegitimada en el supuesto del "no", por razones simétricas. No digamos ya si, como en la paradoja que apuntaba en la entrega anterior, saliera que "sí" en el resto de España y el "no" en Cataluña.
Porque el "sí" puede ir desde el hartazgo por la "lata" hasta el más escrupuloso respeto por el derecho de autodeterminación, pasando por una amplia horquilla de razones, y disposiciones, de lo más variadas. Pero el problema no es que se vote «sí» desde el hastío, desde el despecho, desde la convicción que Cataluña es una nación que merece su estado propio en virtud del derecho de autodeterminación o, aun prefiriendo que Cataluña se quedara en España, desde la convicción que los catalanes nos queremos ir y facultarnos a ello con el voto afirmativo. No, el problema es qué se está en realidad votando en segunda instancia desde cualesquiera de estas actitudes. Resumiendo, desde Cataluña, la pregunta -subterfugios retóricos aparte- es muy simple "¿Quiere Vd. que Cataluña sea un estado independiente? Responda SÍ o NO". Para el resto de España, en cambio, la ridícula y tramposa discusión que los politicastros catalanes han pergeñado sobre qué pregunta hacer sería, muy al contrario, de lo más procedente. Porque el escenario es otro. Pero precisamente por ello, absurda.
Ideas al vuelo, en su comentario a mi anterior post viene a decir en su intervención, si lo he entendido bien, algo así como que primero haría falta que los españoles se pronunciaran -en un nuevo escenario constitucional- sobre si permiten o no a los catalanes decidir posteriormente si quieren escindirse o no del resto de España. Luego, en todo caso, y para evitar la eventual paradoja, la población catalana debería pronunciarse sobre este respecto. A mí, con franqueza, me parece un procedimiento poco efectivo y, aun, menos aconsejable. Y conste que lo digo con el máximo respeto hacia su, también por otra parte, sensato criterio. Porque en el fondo, seguiríamos en las mismas. No lo digo en términos jurídicos, pero sí políticos y de la más elemental de las coherencias... hasta morales, si lo queremos decir así. Votar si uno va a poder decidir si otro se larga o no, abre, en función de los resultados, la posibilidad de escenarios harto complejos y conflictivos. Demasiado complejos y demasiado potencialmente conflictivos.
Porque supongamos entonces que en la globalidad española sale un "no" rotundo y en Cataluña un "sí" apabullante... Con franqueza, pienso que aferrarse al marco legal ante una situación que dicho marco legal no puede resolver, no es sino atizar el fuego del problema por la vía de negarlo. Y problema lo hay. De eso no cabe la menor duda.
Uno ha pensado a veces, erróneamente, que estamos ante algo así como a la petición de divorcio por una de las partes -ya se sabe, aquello de "la parte contratante de la parte contratante de la parte contratante"- que la otra le niega amparándose en que para que haya divorcio debería haber una ley de divorcio que no existe y, caso que la hubiere, requiriere del consenso de ambos cónyuges. No es ciertamente así, claro que no. Entre otras cosas porque la supuesta unanimidad en la propia Cataluña sobre el tema está muy, muy lejos de ser, valga la redundancia, unánime. Ahora bien, si fuera así ¿Qué razones mínimamente legítimas podrían objetarse contra este deseo de separación, por más absurdo que sea, como lo es en mi opinión?
Por su parte, Manuel, en su siempre recomendable blog, enfoca el problema desde otra perspectiva que, a mí al menos, se me antoja mucho más cercana a la realidad cuando, citando a David Hume en conversación con Benjamin Franklin, aquél zanjó el tema de la independencia de las colonias americanas sentenciando "it's our own fault that we have not kept them". Es la inteligente asunción de (al menos una parte) de propia culpa ante un problema que, como nos sugiere el propio Manuel remitiéndose ni más ni menos que a Danny DeVito, es mucho más recurrente y correosa de lo que algunos puedan pensar.
No, ciertamente no estamos ante un problema que admita la analogía del divorcio unilateralmente rechazado, al menos en parte. Y sobre todo, dejando de lado que a uno le producen sarpullidos expresiones como "espíritu nacional" y otras por el estilo -se digan en castellano, en catalán o en tagalo-, porque aquí no se trata de dos individuos, sino en todo caso, y admitiendo una parte de la base del problema, de dos comunidades. Y ello porque precisamente es la analogía de los pueblos o las naciones como individuos, o como conjunto de individuos envueltos por un determinado Volksgeist, la que nos están vendiendo unos y otros. Es la propia de los nacionalismos: la de los que dicen que unos no se pueden separar porque son sólo una parte del todo, y la de los que dicen que deben separarse porque son un individuo cuya individualidad está negada... Como siempre, la de los que tienen por costumbre decirle a uno qué es, cómo ha de ser y qué ha de pensar. Siempre las mismas unanimidades, siempre los mismos monolitismos identitarios...
¿Pero qué piensan de verdad los ciudadanos de Cataluña? ¿Por qué no comprobarlo de una vez? ¿Y por qué no plantearlo en términos de mínima sensatez, digan lo que digan las múltiples constituciones que en el mundo hayan sido, sean o vayan a ser?
Siguiendo a Manuel, no sé cómo lo plantearía Danny DeVito, pero me voy a atrever a anticiparme a él. ¿Por qué no un referéndum en el que los catalanes nos manifestemos inequívocamente sobre el respecto y, atendiendo a la envergadura y trascendencia de una decisión colectiva que iba a hipotecar a las próximas generaciones en un sentido que ignoramos, se impusieran como requisitos de validez una participación mínima de dos terceras partes del censo y tres quintos de votos afirmativos, o al revés, como se prefiera, una participación minima de tres quintas partes del censo y un voto afirmativo mínimo de dos tercios favorables a la independencia?
Creo que Manuel tiene razón, tanto en la cita de Hume como en que Danny Devito lo arreglaría sin despeinarse. Porque, total, si no somos seres colectivos y hay opiniones dispares, quizás lo más sensato sea preguntarles a los individuos, a los ciudadanos, qué opinan y zanjemos el tema de una vez. No fuera que acabemos lamentándonos, desde uno u otro lado, como tuvo que hacerlo David Hume... Que todo puede ser.
Porque el "sí" puede ir desde el hartazgo por la "lata" hasta el más escrupuloso respeto por el derecho de autodeterminación, pasando por una amplia horquilla de razones, y disposiciones, de lo más variadas. Pero el problema no es que se vote «sí» desde el hastío, desde el despecho, desde la convicción que Cataluña es una nación que merece su estado propio en virtud del derecho de autodeterminación o, aun prefiriendo que Cataluña se quedara en España, desde la convicción que los catalanes nos queremos ir y facultarnos a ello con el voto afirmativo. No, el problema es qué se está en realidad votando en segunda instancia desde cualesquiera de estas actitudes. Resumiendo, desde Cataluña, la pregunta -subterfugios retóricos aparte- es muy simple "¿Quiere Vd. que Cataluña sea un estado independiente? Responda SÍ o NO". Para el resto de España, en cambio, la ridícula y tramposa discusión que los politicastros catalanes han pergeñado sobre qué pregunta hacer sería, muy al contrario, de lo más procedente. Porque el escenario es otro. Pero precisamente por ello, absurda.
Ideas al vuelo, en su comentario a mi anterior post viene a decir en su intervención, si lo he entendido bien, algo así como que primero haría falta que los españoles se pronunciaran -en un nuevo escenario constitucional- sobre si permiten o no a los catalanes decidir posteriormente si quieren escindirse o no del resto de España. Luego, en todo caso, y para evitar la eventual paradoja, la población catalana debería pronunciarse sobre este respecto. A mí, con franqueza, me parece un procedimiento poco efectivo y, aun, menos aconsejable. Y conste que lo digo con el máximo respeto hacia su, también por otra parte, sensato criterio. Porque en el fondo, seguiríamos en las mismas. No lo digo en términos jurídicos, pero sí políticos y de la más elemental de las coherencias... hasta morales, si lo queremos decir así. Votar si uno va a poder decidir si otro se larga o no, abre, en función de los resultados, la posibilidad de escenarios harto complejos y conflictivos. Demasiado complejos y demasiado potencialmente conflictivos.
Porque supongamos entonces que en la globalidad española sale un "no" rotundo y en Cataluña un "sí" apabullante... Con franqueza, pienso que aferrarse al marco legal ante una situación que dicho marco legal no puede resolver, no es sino atizar el fuego del problema por la vía de negarlo. Y problema lo hay. De eso no cabe la menor duda.
Uno ha pensado a veces, erróneamente, que estamos ante algo así como a la petición de divorcio por una de las partes -ya se sabe, aquello de "la parte contratante de la parte contratante de la parte contratante"- que la otra le niega amparándose en que para que haya divorcio debería haber una ley de divorcio que no existe y, caso que la hubiere, requiriere del consenso de ambos cónyuges. No es ciertamente así, claro que no. Entre otras cosas porque la supuesta unanimidad en la propia Cataluña sobre el tema está muy, muy lejos de ser, valga la redundancia, unánime. Ahora bien, si fuera así ¿Qué razones mínimamente legítimas podrían objetarse contra este deseo de separación, por más absurdo que sea, como lo es en mi opinión?
Por su parte, Manuel, en su siempre recomendable blog, enfoca el problema desde otra perspectiva que, a mí al menos, se me antoja mucho más cercana a la realidad cuando, citando a David Hume en conversación con Benjamin Franklin, aquél zanjó el tema de la independencia de las colonias americanas sentenciando "it's our own fault that we have not kept them". Es la inteligente asunción de (al menos una parte) de propia culpa ante un problema que, como nos sugiere el propio Manuel remitiéndose ni más ni menos que a Danny DeVito, es mucho más recurrente y correosa de lo que algunos puedan pensar.
No, ciertamente no estamos ante un problema que admita la analogía del divorcio unilateralmente rechazado, al menos en parte. Y sobre todo, dejando de lado que a uno le producen sarpullidos expresiones como "espíritu nacional" y otras por el estilo -se digan en castellano, en catalán o en tagalo-, porque aquí no se trata de dos individuos, sino en todo caso, y admitiendo una parte de la base del problema, de dos comunidades. Y ello porque precisamente es la analogía de los pueblos o las naciones como individuos, o como conjunto de individuos envueltos por un determinado Volksgeist, la que nos están vendiendo unos y otros. Es la propia de los nacionalismos: la de los que dicen que unos no se pueden separar porque son sólo una parte del todo, y la de los que dicen que deben separarse porque son un individuo cuya individualidad está negada... Como siempre, la de los que tienen por costumbre decirle a uno qué es, cómo ha de ser y qué ha de pensar. Siempre las mismas unanimidades, siempre los mismos monolitismos identitarios...
¿Pero qué piensan de verdad los ciudadanos de Cataluña? ¿Por qué no comprobarlo de una vez? ¿Y por qué no plantearlo en términos de mínima sensatez, digan lo que digan las múltiples constituciones que en el mundo hayan sido, sean o vayan a ser?
Siguiendo a Manuel, no sé cómo lo plantearía Danny DeVito, pero me voy a atrever a anticiparme a él. ¿Por qué no un referéndum en el que los catalanes nos manifestemos inequívocamente sobre el respecto y, atendiendo a la envergadura y trascendencia de una decisión colectiva que iba a hipotecar a las próximas generaciones en un sentido que ignoramos, se impusieran como requisitos de validez una participación mínima de dos terceras partes del censo y tres quintos de votos afirmativos, o al revés, como se prefiera, una participación minima de tres quintas partes del censo y un voto afirmativo mínimo de dos tercios favorables a la independencia?
Creo que Manuel tiene razón, tanto en la cita de Hume como en que Danny Devito lo arreglaría sin despeinarse. Porque, total, si no somos seres colectivos y hay opiniones dispares, quizás lo más sensato sea preguntarles a los individuos, a los ciudadanos, qué opinan y zanjemos el tema de una vez. No fuera que acabemos lamentándonos, desde uno u otro lado, como tuvo que hacerlo David Hume... Que todo puede ser.