dimecres, 30 de setembre del 2015

DE DESAZONES Y DE ZOTES



A lo mejor sí que habrá que largarse de España cuanto antes, aunque no para quedarse en la Cataluña de Mas, sino a Pernambuco o a los mares del sur. Contra más lejos, mejor. Aquí, en esta pell de brau que es Sefarad, como decía Espriu, la cosa no da más de sí, hay que asumirlo, y ya no cabe ni un tonto más. A ver si, aun desde la asunción de mi condición de «tonto», consigo explicarme.

Que los resultados del domingo fueron decepcionantes para Mas y ERC es evidente, y no menciono a CDC porque ignoro si sigue existiendo. Si el conjunto de tu candidatura tenía el sábado 72 diputados que la noche del domingo se habían convertido en 62, es que has perdido diez. Lo demás, excusas de mal pagador. Una prueba de ello son las salmodias que, desde la misma noche del domingo, se han difundido desde los mentideros independentistas a través de las redes sociales, concebidas como bálsamos de Fierabrás para mantener la moral de la tropa.

Las elecciones del domingo pusieron a Mas y al «procés» contra las cuerdas. Muy especialmente a Mas; no tanto al «procés». Cierto que Mas ha demostrado a lo largo de su trayectoria ser un superviviente con una suerte digna de ser tenida en cuenta. Se le ha dado por periclitado muchas veces, pero siempre ha conseguido reponerse y saltar de nuevo a la palestra. Dejándose unas cuantas plumas por el camino, sí, pero indiscutiblemente, un tipo con suerte.  Ahora planteó un plebiscito en forma de elecciones y le salió mal. De entre los seguidores de este blog, hasta el bueno de Guachimán estaba convencido de que esto «se acabó». Estuve tentado de intervenir en su recomendable garita para advertirle que acaso fuera este un juicio prematuro, pero no me dio tiempo. Hoy volvemos a tener a Mas redivivo y acaudillando el «procés», por mor del oportuno procesamiento abierto contra él por el TSJC.

Resulta que un año después de los autos del referéndum/barbacoa, el TSJC decide imputarle por tres o cuatro presuntos delitos, casualmente dos días después de las elecciones que lo habían noqueado, y lo citan a declarar para el 15 de noviembre, efeméride del fusilamiento de Lluís Companys por la dictadura franquista. Hay que ser zote; o eso, o si no, entonces es que interesa en Madrid que Mas siga jugando al Ave Fénix. Y llegados aquí, se requieren ciertas precisiones.

La primera. No entro ni salgo en valoraciones sobre la conveniencia o no de procesar a Mas por haber organizado una mojiganga de referéndum. Me parece simplemente una estupidez. Y lo de rasgarse las vestiduras porque haya transgredido la ley, una farsa para consumo de retrasados mentales. Si esto es algo, es un proceso político. Y de serlo, poniéndonos desde la propia lógica del Estado –si es que ha habido algo digno de tal nombre en este país alguna vez- se tenía que haber actuado antes. Y en cualquier caso, nunca dos días después de unas elecciones y para una fecha que sólo contribuye a dar pábulo al martirologio que se añadirá a la hagiografía del interfecto. Y si alguien me dice que la Justicia es un poder independiente cuyos señalamientos son ajenos a las efemérides y a la política, le diré que se tome otra copa. Y luego le preguntaría qué ocurrió con el Fiscal General de Cataluña que se permitió observar que si el referéndum pudiera hacerse de acuerdo con la Ley ¿Por qué no? Así que no nos vengan ahora con la milonga de la independencia del poder judicial.

La segunda. La efeméride del fusilamiento de Companys como fecha de señalamiento. Miren, a mí la figura de Companys no me cae nada simpática. Fue un político mediocre y más bien taimado, redimido por el encono y el resentimiento enfermizo de una dictadura sanguinaria que lo asesinó y convirtió en mito. En mi modesta opinión, quien hubiera tenido que juzgarle por lesa traición era la República. Y no diré nada más del tema, que el infierno está lleno de buenas intenciones. Pero llevar a declarar a un Presidente de la Generalitat en el aniversario del fusilamiento de otro, es de una aviesa torpeza que saca de quicio. ¿O es que hay toda una quinta columna de la Generalitat infiltrada en los centros de poder y decisión del Estado español?

Tayllerand comentó en cierta ocasión sobre el asesinato de un líder de la oposición por los servicios secretos de la policía francesa: «Es mucho peor que un crimen, es un error». Semanas después, el último borbón francés, Carlos X, tomaba el camino del exilio. Supongo que a la altanera ramplonería que preside la política española, tales matices le son completamente ajenos. O puede que no…

Sí, puede que no. Porque todo depende de cuáles sean realmente sus designios. Y las acciones subordinadas a ellos son aciertos o errores sólo en función de cuáles sean dichos designios. Si el objetivo es mantener a Mas, entonces puede que hayan acertado. ¿De qué se trata en realidad?

Tal vez la respuesta se encuentre en el soberbio artículo que Eduardo Mendoza publica hoy en «El País», transcripción del discurso que pronunció en Segovia el mismo 27-S, con motivo de un congreso literario en el que fue preguntado, como catalán, por el tema. Sugiere Mendoza una hipótesis muy interesante, cuyo desarrollo les recomiendo que lean con atención en el artículo referenciado al pie: ¿Hay realmente interés en solucionar el tema? O no lo hay, o no se ha entendido nada.
 
 
NOTA: El fotomontaje que encabeza esta entrega procede de un mensaje enviado a través de las redes sociales por unos amigos independentistas, eso sí, con un ciertamente socarrón sentido del humor. Nadie pensaba, entiendo, en la verosimilitud de dicha escena cuando fue enviado, hace ya bastante tiempo. Y tenía como único objeto un cierto afán de sana chanza y de distancia irónica frente a las acritudes de la clase política. Lo problemático es que, precisamente ahora, pueda adquirir tintes de verosimilitud. ¡Vaya chapuza!
 

dilluns, 28 de setembre del 2015

«ENRAONANT», QUE ES GERUNDIO



Comida este mediodía con «J», «R», «F» y «F’». El tema de conversación ha sido, lógicamente, las elecciones y sus resultados. Nadie se mostraba optimista sobre el truculento escenario que se avecina. Eso sí, hay acuerdo en que PODEMOS la ha cagado, que C's es la marca blanca que ahora reclama la patente, y que pueden morir de éxito, que las CUP son imprevisibles y que hace mal Mas en meterlos en su saco, y en que el propio Mas, contra todo pronóstico, se está revelando como un superviviente que se ha llevado al huerto siempre que ha querido al bueno de Junqueras.

En un momento de la conversación, he señalado lo que a mí entender es el carácter etnicista de una buena parte del nacional/independentismo. Me ha replicado «F’», la única persona de entre los presentes explícitamente independentista, negando este carácter etnicista, arguyendo como prueba la pluralidad del propio movimiento independentista. En todo caso, se trataría de una minoría, ha concluido. Conste que no considero que «F» sea etnicista en modo alguno, y su propia militancia secesionista podría ser un indicio de la falsedad o, como mínimo, de lo problemático de mi afirmación, como mínimo en tanto que categórica. Y lo admito. En el caso de F', se trata de una persona más que razonable y con la cual se puede perfectamente «enraonar», una maravillosa palabra catalana, hoy más bien en desuso, para la cual no existe traducción literal ni directa al castellano. Significaría algo así como razonar en común, entrar en razón a través del diálogo. Algo que, ciertamente, nos remitiría a la dialéctica platónica, donde sería acaso más importante la propia vivencia del proceso del diálogo, que las siempre problemáticas y elusivas conclusiones que de él se obtienen.
Bien. Unos quince o veinte minutos después, el tema era la alta participación, cuyo incremento, y con acuerdo total entre los presentes, ha engrosado mayoritariamente las variopintas filas del no-independentismo, con todos sus matices, que los hay y nada desdeñables. Entonces ha  intervenido nuevamente «F’», manifestando que esto era algo que ya se había considerado previamente y que había sido objeto de preocupación, es de suponer que entre las filas secesionistas: había inquietud porque se sabía que si había participación masiva, sería en perjuicio del «sí», o sea, de las opciones independentistas; porque, ha añadido, los catalanes demográficamente llegamos hasta donde llegamos.

LOS NUMEROS PÍRRICOS



Son aquellos números que, puestos en relación, se presentan como un éxito en el cometido del que surgen, y se interpretan cualitativamente como una victoria, aunque cuantitativamente representen una derrota. Los números pírricos se utilizan muy especialmente en las noches electorales para hacer pasar por éxitos lo que en realidad son batacazos. Su uso tiene efectos paliativos en el estado de ánimo, pero su abuso crea dependencia y presenta efectos secundarios, como la pérdida de sentido de la realidad o el autoengaño, entre otros. Veamos si no.

La candidatura «Junts pel Sí» afirma haber ganado contundentemente  las elecciones catalanas de ayer, elecciones camufladas de plebiscito o, mejor, plebiscito camuflado de elecciones. Ha obtenido 62 diputados, exactamente los mismos que hace cinco años (2010) obtuvo el Sr. Mas solito, antes de perder 12 y quedarse con 50 cuando avanzó los comicios en el 2012, con la confesada intención de obtener una mayoría excepcional. «Junts pel Sí» obtuvo ayer un total de 1.616.962 votos, un 39,57% del total de los votos emitidos.

Hace sólo tres años, los grupos que ayer concurrían juntos bajo el manto de «Junts pel Sí», obtuvieron por separado, 1.116.259 votos el Sr. Mas, un 30,70% del total, y 498.124 ERC, un 13,70%. Juntos sumaron 1.614.383 votos, un 44,4% y 72 escaños. Y 2.579 votos más que en el 2012, sí, pero con casi un cinco por ciento menos, -4,83%, que en las anteriores elecciones y 10 diputados menos. Los 2.579 votos de incremento no compensan el aumento de la participación, que pasó del 67,76 en 2012, al 77,44% de ayer. Se puede decir que conjuntamente han aumentado, pero entonces habría que decir también que del aumento de participación, incrementada en un 9,68%, 734.354 votantes, con un coeficiente del 0,003, sólo un 0,3% ha votado a la candidatura del Sr. Mas. Un 3 por mil que no es para tirar cohetes precisamente.

Y si era un plebiscito, que por algo irían sin programa sus propios convocantes, entonces nos quedamos en que el 39,57% de ayer, frente al 44,4% de hace tres años, les aleja aún más de los porcentajes a partir de los cuales la gente normal se siente autorizada a decir que ha ganado un referéndum. Sí, están las CUP, pero a estos hay que echarles de comer aparte. De todas maneras, si al 39,57% de Mas&Cia le sumamos el 8,21 obtenido por las CUP, tenemos, plebiscitariamente hablando, un resultado global del 47,78% a favor de la independencia. Y eso es perder un referéndum, se mire como se mire. Y si consideramos que este 47,78% era hace tres años un 47,87%, incluso podríamos decir que globalmente el independentismo ha bajado una décima.

Por lo tanto, y con los números en la mano, Mas&Cia pierden 10 escaños y un 5% en porcentaje. Y de los nuevos votantes, sólo un 0,3% les vota. El restante 99,7% va o a opciones no independentistas o a las CUP. Escasas alforjas para el viaje en que nos quieren meter.

Pero ayer, el candidato Romeva, Artur Mas y este genio de la política que es Oriol Junqueras, estaban exultantes por los resultados obtenidos, y decididos a llevar adelante la independencia. Obviamente, recurrieron a los números pírricos ante unas multitudes anuméricas que siguen convencidas de que han ganado. Sigue a estas alturas preguntándose uno cómo podían estar tan contentos. ¿De qué se reían? ¿No saben contar?

Pirro (318-272 a.C.), rey del Épiro, fue un general de la antigüedad que se hizo famoso por la peculiaridad de sus victorias militares: acostumbraba a pagar por sus victorias un precio más alto que sus enemigos por las derrotas. En cierta ocasión, después de una de estas victorias contra los romanos, exclamó “Otra victoria como esta y vuelvo solo al Épiro”. Algunos van por el camino.
¿Lo entenderán?

dissabte, 26 de setembre del 2015

EL VOTO DE TU VIDA



«El voto de tu vida», proclaman ufanos desde la candidatura independentista «Junts pel Sí» para incentivar aún más la participación de sus enfervorizados fieles. Y puede que tengan razón, no sé, como mínimo por lo de inédito que tiene tan surrealista expresión, y porque será la primera vez, hasta donde a uno le consta, que los que con toda seguridad van a ganar –otra cosa es si lo harán con la mayoría a que aspiran- se presentan sin programa electoral. Porque así es. Bajo el mantra de la independencia no se ha hablado de sanidad, ni de educación, ni del paro, ni de economía ni de pensiones… ni de corrupciones. Diríase que estamos, y así se ha planteado, ante el inminente advenimiento del reino de los cielos. ¿Y quién va a ser tan frívolo como para preguntarse si en el reino de los cielos hay seguridad social?

Hoy estamos en jornada de reflexión. Pues bien, reflexionemos. Para empezar, esto de la jornada de reflexión se le antoja a uno un anacronismo. No sólo porque se incumpla flagrantemente –los mensajes a través de las redes siguen funcionando a tutiplén-, sino por lo de intempestivo de mantener tales atavismos en unos tiempos en los que, como se encargan de decirnos hasta la náusea, estamos en una sociedad conectada y las razones que podían haber aconsejado tal medida en otros tiempos son hoy absolutamente espurias. Pero bien, reflexionemos.

Piensa uno que el milenarismo cristiano, latente en tantos otros aspectos, se torna manifiesto con esto de «el voto de tu vida». La independencia está a las puertas, y con ella la trascendencia se hace inmanente. Como cuando a los primeros apóstoles que partían a predicar se les decía, “date prisa, no sea que el reino de Dios llegue antes que tú a anunciarlo”. Pero como el reino de los cielos distaba mucho de llegar, se pospuso su advenimiento para dentro de mil años; luego para dos mil, diez mil y, en fin, mientras tanto algo hay que hacer…

Pero aquí todavía no se ha llegado al relativo desengaño que resulta de descubrir que el más allá, por definición, nunca puede ser el más acá. Porque indicios de lo que piensan hacer en la tierra de promisión, haberlos haylos: lo mismo que en el más acá, si cabe con más ahínco.

Pero tales matices no tienen cabida antes del desengaño. De ahí lo del «voto de tu vida», que para muchos lo será sin duda el que emitan mañana. Luego, pasado mañana, pues ya veremos. Pero eso sí, siempre recordarán el voto que emitieron en el mañana que abrió la puerta a los nuevos tiempos. ¡Ay! Joaquín de Fiore y su teología de la historia, con las tres edades, la del Padre, la del Hijo y la del Espíritu Santo. ¿Hemos dejado atrás la del Espíritu Santo, la de la Razón, en la que se suponía que estábamos? ¿O nunca entramos en ella por estos pagos?

El voto de tu vida. Pues qué quieren que les diga. A mí, algo descreído y desengañado sin duda, lo que me evoca esta expresión es la del título de aquella serie de TVE de 1990, «La mujer de tu vida», cuando Madrid empezaba a culminar su entrada en la modernidad, y aquí nos preparábamos para salir de ella. ¡Feliz arribada a Ítaca!

dijous, 24 de setembre del 2015

EL DEDO Y LA LUNA, O LA VOLUNTARIOSA IGNORANCIA


 

 

Hay algo de novedoso en ciertas incorporaciones al «espíritu» y actitudes del «procés», que son cada vez más constatables a medida que empiezan a proliferar objeciones argumentadas a sus postulados y afirmaciones. Una actitud que definiría como de ignorancia voluntaria en sus acólitos, así como de entusiasta instigación a ella por parte de sus líderes, que se detecta en la calculada frivolidad y ligereza con que se rehuye el debate por el procedimiento de, evitando entrar en él, seguir sosteniendo los propios argumentos, y las consecuencias que se desprenden de ellos, con una imperturbabilidad cuasi británica, inasequible al desaliento y contra toda evidencia, ya sea empírica o metafísica. Y esto es sin duda alguna un mérito del Sr. Mas.

También puede verse como una muestra inequívoca de cinismo. Pero en una sociedad menos imbuida de modernidad de lo que se supone, y donde la autoestima se resuelve en autocompasión que se manifiesta como victimismo, tal vez la insultante simplicidad del mensaje haya resultado ser su pasaporte al éxito. Cierto que se ha contado para ello con todo el aparato mediático y propagandístico puesto a disposición del único objetivo, desgobernando por lo demás, y que hay que incluir también la inestimable colaboración del gobierno español con sus antológicas y proverbiales torpezas. Pero a sus seguidores no parece importarles.
Lo más sintomático de todo esto es la constatación, aun desde una escenificada actitud de trascendente entusiasmo por el inminente advenimiento, de la frivolidad y la ligereza con que se obvian cualesquiera objeciones. Es lo que se detecta en la inanidad despreocupada de sus argumentos, que más bien evocan el entusiasmo de una hinchada de fútbol ante la próxima final, y que nunca el independentismo clásico, más bien tristón, frailuno y huraño, había conseguido suscitar entre la población, más allá de la mera testimonialidad.
La fidelización de la parroquia independentista a los dictados de sus notables es, con algunas honrosas excepciones, que las hay, absoluta y concienzudamente acrítica. Y lo demás, fuera de los medios afines al régimen, no existe o no cuenta: es el enemigo. Y ya se sabe, el enemigo sólo pretende confundirnos con sus arteras maniobras. Nadie se molesta ni siquiera en considerar o tomar nota de los contraargumentos a las mendaces afirmaciones sobre temas tales como la salida de la UE y del euro, o en contrastar si los dieciséis mil millones que «España nos roba» son tales, si no son tantos o si, aunque lo fueran, Cataluña iba a disponer automáticamente de ellos convirtiéndose en una superpotencia económica sin paragón. Tampoco nadie ha replicado a la penúltima insensatez de Mas, asumiendo implícitamente un corralito y el impago de la deuda externa. O qué pasaría con las exportaciones catalanas al resto de España, de Europa o del mundo, y cómo se iban a pagar las importaciones. Ni qué modelo de sociedad se plantea para la nueva Cataluña independiente…
Nada de esto parece importar. Frivolidad y ligereza, decíamos, como contrapunto al cinismo de unos dirigentes a los que, además, no se les supone que fueren a seguir igual de mediocres y corruptos que hasta ahora en el nuevo escenario al que pretenden llevarnos. La independencia lo justifica y subsume todo, desde la corrupción hasta la inconsistencia argumental y la mentira.
Una frivolidad que es el trasunto de la ausencia de discurso y debate serios, de la inanidad de la mayoría de razones argüidas y del sesgado  y tendencioso modo de exponerlas, hasta el punto que sólo pueden resistir como «razones» al precio de trivializarlas por descontextualización y transformarlas en motivaciones, donde su veracidad o falsedad no es ya una cuestión de análisis lógico ni de contrastación empírica, sino de sentimiento y emociones. Y una ligereza que funciona como correlato de esta trivialización, por el procedimiento de inhibirse conscientemente la parroquia en una suerte de contra argumentación  Ad Hominem, consistente en dirigir la mirada hacia el dedo que nos objeta, en lugar de a la Luna que nos está señalando; justo lo contrario que si de dedo propio se trata; entonces miramos sólo a la Luna, sin reparar esta vez hacia dónde apunta. Desinterés por la verdad, en definitiva, y huida consciente de la realidad.
Una prueba de ello serían los mensajes que circulan por las redes, y con los cuales mis amigos indepes tienen a bien bombardearme con angustiosa asiduidad. A ellos les debo, en gran medida estas humildes reflexiones sobre la frivolidad y la ligereza. Más allá de su aparente irrelevancia y banalidad, creo que dichos mensajes son un fiel exponente de los cimientos sobre los que está construido el discurso, y de esta actitud de desinterés consciente y voluntario por la verdad. No son simplemente ocurrencias para el entretenimiento de fanáticos ociosos y obsesivos, sino un aspecto más del discurso de la banalidad emocionalmente verdadero.
Se trata, básicamente, de mensajes toscamente construidos e intelectualmente groseros, que se autoconstituyen como refutación de las noticias sobre declaraciones, supuestamente amenazadoras, que desde diversas instancias han advertido sobre las muchas incertidumbres y eventuales peligros que entraña la independencia. Es decir, que si los bancos dejarán de operar en Cataluña, que si nos quedaremos sin luz, que si el corralito, que si un obispo convoca una vigilia para rezar por la unidad de España… Esta última, desde luego, merece que le den de comer aparte, quizás otro día...
Los mensajes de réplica se presentan en supuesta clave de humor. En uno de ellos se anuncia, como primicia de última hora, que el presidente de Abertis –concesionaria de las autopistas- amenaza con llevarse los peajes a Madrid en caso de declaración de independencia. Otro recomienda comprar gallinas para construir el «corralito». Un tercero asegura que, en caso de independencia de Cataluña, la Virgen de Montserrat y Santa Jordi quedarán fuera del santoral católico. Y hasta hay uno que recomienda marcharse de España porque hace mucho calor…
Los hay también de otro tenor, y van desde la conminación a retirar los fondos de la Caixa y del Sabadell, por su actitud «anti catalana» -¡qué ingenuos! Como si los bancos tuvieran patria- hasta los absolutamente apologéticos y/o hagiográficos, con emotivos manifiestos, escritos y declaraciones en favor de la independencia, siempre con autoría a cargo de conocidos independentistas adscritos al momio, cuyo reenvío y difusión se recomienda encarecidamente pro patria nobis
Pero es en los de la primera categoría, los escritos en clave de pretendido humor, donde hallo estos elementos de frivolidad y ligereza que comentaba más arriba, que asumo como una incorporación de nuevo cuño. Nunca hay que perder el sentido del humor, por supuesto, pero el humor parece aquí más bien pretextado como paliativo a la falta de argumentos. Y también, en todo caso, el humor que hagamos dependerá de la información y conocimientos de que dispongamos. Y la inclusión del humor como recurso para ciertos argumentos, esgrimidos con igual inconsistencia en otro tipo de registros, no los convierte por ello en más solventes, sino acaso en más evidentes, ya sea en su consistencia o en su endeblez, según sea el caso. Pero pueden colar más eficazmente como refuerzo del discurso en un escenario de intersubjetividad predispuesto emocionalmente a ello. Aunque sigan siendo banales. Al replicar con un supuesto chiste malo, no sólo estoy rehuyendo del debate, sino que estoy poniendo las objeciones, y con ellas al discurso contrario, al mismo nivel de la réplica: descalificándolo como simples payasadas indignas de ser tenidas en cuenta; y todo ello sin ni siquiera despeinar el propio discurso.
Es el escenario en el cual, mientras nos embelesamos contemplando la Luna, no miramos hacia dónde señala verdaderamente el dedo; porque hemos decidido que no nos importa; porque no queremos correr el riesgo de llevarnos una desagradable sorpresa; porque lo único que nos importa es la Luna. Y sólo reparamos en el dedo cuando se nos dice que acaso la Luna que estamos mirando no sea la que imaginamos, sino un decorado de cartón piedra.
 

 

dissabte, 19 de setembre del 2015

DE LA PEDAGOGÍA A LA PEDAGOCRACIA (II de II)



Y si alguien replica protestando que el que te está poniendo como un incompetente es un auténtico orate, y que es un desatino pretender que cada individuo experimente por sí mismo y uno a uno los procesos de adquisición de conocimiento y destrezas que, desde el australopitecus hasta nuestros días, han llevado a la humanidad en su conjunto hasta el estado actual de conocimientos, y que cualquier teoría que postule cosas así es un dislate monumental; si alguien dice esto, entonces es que es un anticuado y/o se está aferrando a sus «privilegios» de siempre, además de darle la espalda a la «realidad».

Cualquier aquelarre pedagógico merece la mayor difusión mediática, pero no así su réplica. No importa, por ejemplo, que ningún estudio neurológico serio tome en consideración esta nueva «facultad» -o «representación», a saber- que es la inteligencia emocional, pero la pedagocracia la ha encumbrado a tal condición en calidad de talismán educativo alrededor del cual todo lo demás pivota, y eso no se discute, porque además, cuenta con el argumento científico consistente en decir que «está científicamente demostrado». Tampoco importa que las evidencias empíricas a la vista de los logros conseguidos con la aplicación del modelo educativo pedagocrático, sugieran más bien, como proponía Pérez Reverte en su momento, la impoeriosa necesidad de un Nüremberg pedagógico. Contra toda evidencia empírica, la verdad pedagocrática es la verdadera. Como aquellos infelices anarquistas a los que, durante la guerra civil, un pastor protestante alistado en las brigadas internacionales intentó convertir al luteranismo. Le respondieron que si ellos ya habían renunciado a la religión católica, que era la verdadera, cómo iban ahora a hacerse protestantes, que es la falsa.

Es la tendencia. Y una prueba de ello es la asimetría de la que hablaba. Si alguien dice que los profesores no están preparados, se le da crédito, entre la sorpresa, la aquiescencia y el estupor general por tan valiente afirmación, o, en el mejor de los casos, se le concede el beneficio de la duda. Y si alguien replica que semejante afirmación es una falta de respeto a todo un colectivo, él es el que le está faltando al respeto al egregio charlatán, que reacciona indignado ante el cuestionamiento de su Auctoritas. Si, encima, califica de supercherías y pseudociencias las jergas pedagógicas al uso, entonces es un sectario y su furibunda reacción confirma la veracidad de la acusación y de la razón que asiste al pedagócrata en sus afirmaciones. Al otro, ni el cargo de la prueba. Dos planos distintos para un debate desigual. Es la tendencia.

Conste que no estoy diciendo que no haya profesores no preparados; o simplemente malos. Como hay malos arquitectos, políticos, fontaneros o policías. Pero aquí la cosa va mucho más allá porque se extiende a todo un colectivo y lo que se niega, en realidad, es la pertinencia de su función. Algo así como si dijéramos que la policía no está preparada porque no sabe hacer de Mary Poppins. Y lo primero que hay que hacer es definir para qué queremos a un arquitecto, a un político, a un fontanero, a un policía o a un profesor. Sí, ya sé, alguien dirá que el ejemplo de la policía no le vale, porque no necesita para nada a la policía. Pero entonces es que es, o un necio o un hipócrita. Y punto. Hasta el delincuente más cutre sabe que la policía es necesaria; el más listo se aprovecha de ella.

Por eso, precisamente, no llamamos a un médico para que nos repare la lavadora, ni a un fontanero para que nos cure la úlcera, o a un policía para que nos enseñe latín. Y si vamos a un fontanero, lo que queremos es que nos repare bien la lavadora. Que sea feliz o no en su vida privada, nos trae sin cuidado. ¿Alguien iría a un médico con un currículo de felicidad Cum Laude, pero del cual sepamos que ayer mismo dictaminó como apendicitis una cirrosis hepática?

Y de la misma manera que no me imagino a un médico proclamando que su función primordial no es la de curar, sino que el enfermo sea feliz en su condición de enfermo, tampoco me imagino a un docente que diga que su función no es la de enseñar, sino que el discente sea feliz en su ignorancia.

Claro que hay enfermos incurables. Pero decir que los docentes no están preparados, sería en nuestro ejemplo como decir que no lo están los médicos porque todo el mundo, ellos incluidos, acabe sus días muriéndose.

Y es que aunque el pedagócrata se vista de seda… en charlatán se queda.

dijous, 17 de setembre del 2015

SOLIDARIDADES INSOLIDARIAS

La Balsa de la Medusa, óleo de Theodore Géricault (1819)
 
 
Será una tragedia, y lo es, qué duda cabe, la de los refugiados sirios -y afganos y otros que pasaban por ahí, que de todo hay- pero lo que uno ve mayormente son jóvenes y adultos en edad militar, exigiendo violentamente unos derechos por los cuales no están dispuestos a luchar en su país de origen. Deberemos reconocer, evocando a Miguel Hernández, que no son precisamente los hombres jornaleros que iban ser el martillo de las cadenas del niño yuntero que ellos también habían sido. No, nada de esto. Los niños perecen y aparecen en la playa ahogados, como los ancianos o las mujeres violadas en el trayecto, y los que se salvan son los más fuertes. Lo de las mujeres y los niños primero suena aquí a exquisitez victoriana. No, lo que está pasando se parece más bien al naufragio de la Medusa, cuya evocación pictórica encabeza esta entrega. Más prosaicamente: maricón el último.
Selección natural en estado de barbarie, para llegar luego y exigir con malas maneras ser acogidos por la civilización. Se les ve derribar vallas y enfrentarse a la policía con palos y piedras, contra porras, gases lacrimógenos y mangueras de agua. ¿Alguien se imagina qué harían si tuvieran armas de fuego? Al tiempo. Tampoco parece aconsejable embarcarse con según quiénes si eres cristiano; los echan por la borda. ¿Qué solidaridad tiene derecho a reclamar el insolidario?
Es también extraño que ni un solo refugiado tome el camino más corto y, en principio más asequible. Los opulentos y ubérrimos reinos de la Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos Árabes, donde además no padecerían ningún tipo de discriminación por su fe musulmana, ni habría motivo para sentirse agredidos por el escándalo de una cultura pornográfica, idólatra, irreverente y nihilista como la occidental, que ofende sus más profundas convicciones. Unos países, aquellos, en cuyas fronteras, casualmente, no existe la menor presión migratoria de refugiados ¿Por qué será? ¿Quién está financiando al EI? Porque alguien lo está haciendo…
Sin duda alguna es legítimo huir de una guerra ¿Cómo no iba a serlo? Toda guerra produce víctimas, refugiados, muertos... Y cuando concluye, el éxodo de refugiados acostumbra a ser masivo en el bando de los vencidos. Esto lo sabemos todos muy bien y lo hemos vivido por aquí en más de una ocasión a lo largo de nuestra azarosa y accidentada historia. Mientras dura el conflicto, los máximos afectados son, como siempre, los más débiles e indefensos, ancianos, mujeres, niños, precisamente los menos en esta marea humana… ¿No es curioso? Porque ¿Quién no se acuerda de los niños de Rusia cuando la guerra civil? ¿O de los de Madrid que se acogió en Cataluña?
Pero de Madrid no vinieron hombres en edad militar a refugiarse en Cataluña: estaban luchando por la República. Cierto que puede haber gente que no tenga bando en una guerra –sin duda los más sensatos, aunque no siempre- o que huyan de ella por cuestiones de conciencia: un objetor, un pacifista. Pero no parece que sea este el caso. La actitud que están teniendo no es precisamente no-violenta, que digamos. Pero insisto, hay algo que se me escapa en esto de reclamar unos derechos por los cuales no estoy dispuesto a luchar en mi tierra. Y que para alcanzarlos no reparo precisamente en actitudes solidarias. Además, y en otro orden de cosas, esto es sólo el principio; inasumible sin serios quebrantos.
Mientras tanto, la pacata Europa y la mojigata España se regodean en su humanismo prêt-à-porter, ofreciendo lotería como la que le ha tocado al entrenador de fútbol «tropezado» con la pierna de la periodista húngara. Ya tiene trabajo en el Getafe y todo el mundo está muy contento; sobre todo él. Tan contento que ni la grandeza del perdón benevolente se le pasa por la cabeza. No sabemos si la justicia que pide para la injusticia que propició su salvación será la de un estado de derecho o la islámica. Pero sí parece que eso de perdonar cae sólo del lado de cristianos y asimilados; como el arrepentimiento. Y además, no sé, pero a uno se le antoja que quienes estuvieran pujando por esta plaza que ha conseguido gracias a una zancadilla, que debía haberlos, deben sentirse, como mínimo, algo contrariados. No todos correrán la misma suerte que el flamante entrenador de fútbol, seguro; y son cientos de miles. Supongo que decir todo esto queda muy mal y se le antojará a más de uno de una profunda y recalcitrante inhumanidad. Pero sólo una pregunta: ¿Somos verdaderamente conscientes de lo que nos estamos trayendo entre manos?
En el Próximo Oriente está teniendo lugar una guerra las repercusiones de cuyo resultado van mucho más allá del espacio geográfico donde tiene lugar. Estamos viendo sólo el principio. Aunque seamos miopes de los que no quieren ver más allá de sus narices. Una miopía que equipara al  cretino de Bush, que quiso acabar la faena que su padre no concluyó porque no era tan tonto como él, con los ilusos que se relamían con la «primavera» árabe, cuyo invierno glaciar nos está empezando a llegar.
También aquí tenemos culpables. Como el infeliz del PP que se permitió llamar la atención sobre la presencia de yijadistas entre las decenas de miles de refugiados. Le llovieron chuzos de punta, y en gran parte con razón. Claro que los hay, a ver si no. Pero su partido fue palmero del despropósito y carece de credibilidad. Nunca hubo mayor incentivo y tolerancia con la inmigración ilegal que en los tiempos del Ansar que tanto añoran. Les servía para abaratar costes salariales en los tiempos del «España va bien»; cuando se cocinó el plato cuyas sobras ahora se tendrán que comer los de siempre. También a uno le sorprende el súbito raptus de solidaridad que ha tenido Frau Merkel. ¿Pero es que nos chupamos el dedo o qué?
Quizás sea verdad que Europa se esté suicidando, pero entonces será por su estupidez, por su pusilánime estupidez.
En fin. Les dejo aquí el enlace con un artículo de Pérez Reverte que, sobre tal materia, me parece imprescindible. Un problema siempre tiene, como mínimo, dos caras. Y hay que conocer las dos, o cuantas tenga.

dimecres, 16 de setembre del 2015

DE LA PEDAGOGÍA A LA PEDAGOCRACIA (I de II)




Tal vez hubo pedagogos en un tiempo, pero lo que hay actualmente son pedagócratas. Y si hubo pedagogía, hoy lo que hay es pedagocracia. Si se pasó de una a otra y cómo, o si toda pedagogía aspira a ser pedagocracia, es algo que dejaremos para otro momento. Lo cierto es que hoy tenemos pedagocracia, y que incluso los miembros más de medio pelo de la Orden actúan como tales dentro de sus dominios. Es lo que lleva haber ungido a un gremio con Auctoritas por parte del poder. La pedagocracia es hegemónica y marca tendencia.

Se puede constatar en muchos ámbitos, uno de ellos es la proscripción de todo debate que no se ajuste al pensamiento único pedagocrático. Un efecto de esto –de su condición hegemónica- es la asimetría de los juicios y las valoraciones que estos merecen en materia educativa, según de dónde provengan. Sospecha uno que mucha gente quiere oír sólo lo que le gusta oír. Y tal vez allí esté la clave. Si, además, esto marca tendencia, y hay pábulo, los aduladores acaban consolidando su autoridad y notoriedad.

Aunque por parte del receptor –la sociedad- también esta actitud de adherirse sólo a lo que nos halaga los oídos porque nos exculpa, podría ser una forma de desresposabilizarse uno de su vida y decisiones. Según esto, si soy un cenutrio que no ha despertado al Einstein que llevo dentro, preferiré escuchar que es porque los profesores que tuve no me motivaron debidamente, en lugar de afrontar la más que probable realidad de que no sea sino un cenutrio. Pero esto tiene también su correlato paradójico en forma de resentimiento. Porque si de lo que se trataba es de que fuera un cenutrio feliz ¿quién me metió en la cabeza que llevo a un Einstein dentro? ¿Alguien tendrá la culpa, no?

Cuando un pedagogo –o, por ende, un ministro, un padre/madre de alumno, un periodista, un experto en coaching…- afirma que los docentes no están preparados para la realización de su cometido, es un juicio profesional de experto. Si, por el contrario, alguien replica que quien no lo está es el pedagogo, y que su presunto saber es un fraude intelectual y una estafa social, le está faltando al respeto a tan ilustre prócer y es además un mal educado. Y así es como se percibe hoy socialmente. De entrada se replica al disidente con el fingimiento condescendientemente comprensivo, propio del trato con seres inferiores. Cuando empieza a vislumbrar que puede quedar como el orate que es, entonces aparece Torquemada en forma de pedagócrata. Éste es el método.

Estamos acostumbrados a escuchar y leer afirmaciones así en la prensa y los medios en general. Cualquier «innovador», provenga del campo que provenga, con una receta educativa que vender que se ajuste a las premisas pedagocráticas, empieza siempre con la poca preparación profesional de los docentes y que han de cambiar de «chip». Hace unos días, para mi sorpresa y vergüenza (ajena), incluso una dirigente sindical afirmó sin rubor en un debate televisivo en el que también yo participaba, que los profesores no estábamos preparados… Claro que responsabilizaba de esto a la Administración porque no pone suficientes pedagogos a nuestra disposición para que nos preparen. ¡Válgame Dios! ¡Un pedagogo por profesor! Como Kant le recriminaba a Fichte: si hace falta un policía por cada ciudadano ¿quién vigila al policía?. Cierto que tal paradoja la pedagocracia va camino de solucionarla, subtituyendo a los profesores por pedabobos. Y de momento con éxito.

Cuál deba ser este nuevo chip dependerá de la receta del experto de turno, pero siempre empieza por la deficiente preparación de los docentes para acoger la buena nueva. Porque siguen como si nada, explicando Matemáticas, Lengua, Historia, Filosofía, Física… Materias todas ellas, como es bien sabido, obsoletas y que carecen de interés para el alumnado de hoy en día, más inclinado hacia cuestiones de mayor trascendencia y utilidad.

Y otro lugar común: no se trata tanto de hacer atractiva la Física, como de «tratar», que no explicar, lo que les interese a los alumnos. Incluso, y sobre todo, al precio de reducir la Física al nivel del Paleolítico. Porque, como es sabido, la información ya está en internet, luego ¿para qué transmitirla tan anacrónicamente? Y como el conocimiento no se transmite, sino que se construye, cada cual el suyo, pues eso y cada cual a lo suyo. Por esto los profesores no están al día; se empeñan en seguir explicando cosas que no interesan a nadie y eludiendo las que sí motivan y despiertan interés, porque no saben de ellas, y encima hasta a veces suspenden(!), sin enterarse de por dónde van los tiros: apuntan hacia ellos.
[To be continued]

dilluns, 14 de setembre del 2015

YO SOY PITÁGORAS...


... Y EL TIEMPO PASA

Esta mañana he participado en un interesante debate educativo en CATALUNYA-RÀDIO, por cierto, dirigido con impecable profesionalidad por la presentadora, Silvia Cóppulo, a quien felicito desde aquí. El tema, aprovechando el inicio del curso escolar en Cataluña, era ciertamente trenddy: «¿Ha de ser más atractiva la escuela?». Tenía como contertulios a un director de instituto y a una psicóloga educativa. Para quién no tenga problemas en entender el catalán, dejo aquí el enlace.

Lo que me interesa ahora mismo resaltar del debate, es una aserción con la que se ha pretendido refutar todo lo que buenamente estaba intentando exponer en un espacio inevitablemente limitado en el tiempo como lo era el del programa. Un mantra que ya se me ha espetado en otras ocasiones, especialmente en debates públicos, y que, por reiterativo, acaso también por resultón, parece ser el mantra de la pedagogía innovadora, buenista, oficialista, progresista, new age o llámesele como se quiera.

La frase en cuestión es bien conocida: «El conocimiento no se transmite, se construye». Y siempre, cuando uno intenta objetar que eso en todo caso es una afirmación ligada a una determinada teoría, el constructivismo, tan discutible en principio como cualquier otra, siempre, inevitablemente, se le ha replicado que no, que esto es así. Alguno hasta ha añadido a veces que es así porque está demostrado científicamente. Punto. Así que quien no lo sepa es un ignorante en materia de tan docta ciencia como es el conocimiento superior de la Pedagogía constructivista.

Bajo tal axioma, el concepto que se «construirá» sobre la institución escolar o académica, resulta obvio que será ciertamente innovador, progresista y que nos hará a todos muy felices. Ciertamente, tengo para mí que algo de verdad hay en aquello que dijo el bueno de Fichte, que según el tipo de persona que se sea, dependerá el tipo de filosofía que se haga. Y uno se pregunta entonces si no será porque no tienen nada que transmitir que niegan la posibilidad de transmisión. Excepto, claro, los valores, por lo visto lo único transmisible; ¿La información? Ya está en internet. De ahí al primado de la inteligencia emocional, las múltiples, o de la felicidad como objetivo de la escuela, ça va de soi.

Por supuesto que no voy a adentrarme aquí en los procelosos mares del constructivismo, ni en las dificultades que ciertos y notorios personajes tienen para discriminar conceptualmente entre «información» y «formación» -básica para poder hablar de «conocimiento- y razón por la cual luego dicen barbaridades que proclaman con tanto aplomo y solemnidad que, a uno, lo siento, pero no puede sino recordarle aquel chiste de teólogos que no me resisto a contar. Le dice un teólogo a otro teólogo: ¿Sabes por qué Hans Küng no quiere ser Papa? No ¿por qué? Responde el otro. Pues porque dejaría de ser infalible.

No, nada de esto, simplemente negaré la mayor con las verdades del barquero. Es decir, que no es verdad que el conocimiento no se transmita, claro que se transmite; lo cual por cierto, no implica en absoluto que no se construya ¡Apañados estaríamos! Igual, si me lo permiten, que aquello de Kant: que nuestro conocimiento comience con la experiencia, no significa que todo él proceda de la experiencia. Porque Kant, para tan insignes sabios, debe ser poco más que un barquero. O un antiguo; como Pitágoras.

Pero verán, tengo un problema con eso de que el conocimiento no se transmite, sino que (sólo) se construye. Porque entonces, como he de suponer que esto es universalmente así, me incluye a mí también. Vamos, que no creo que sea yo el único que no construya su conocimiento, en cuyo caso sería un ser privado de creatividad, aunque tal vez bien informado. En fin, asumiré que todo «mi conocimiento» lo he «construido» yo. Cierto, eso sí, que no tengo demasiados motivos como para sentirme orgulloso en demasía de tal constructo, pero como lo que cuenta es la motivación, y más vale poco que nada, bien por mí. Prosigamos. Y al grano, Massó, al grano.

Ignoro si «conceptos» tales como la noción de «triángulo» -o línea, punto…- han de ser considerados conocimiento o información. En fin, lo cierto es que a mí me «informarían» -eso con toda seguridad- de algo así como que tres líneas rectas que constituyen tres ángulos  y una superficie interior –más información-, se llama triángulo. Pero sí diría que el Teorema de Pitágoras debe ser ya considerado conocimiento, como mínimo de la variedad inferior conocida como Geometría, por supuesto extremadamente fácil y asequible a través de internet en todas sus modalidades. Por cierto, uno se pregunta, en su increatividad, por qué lo único que no podemos aprender por internet es Pedagogía y siguen haciendo falta tantas Facultades y facultativos. Pero es una pregunta ociosa y, sin duda alguna, capciosa y producto del resentimiento, así que dejémoslo. Y volvamos, Massó ¡coño!, al grano.

Pues eso; que algún buen día ya lejano, alguien me «informaría» de cierta propiedad de los triángulos rectángulos, conocida como el Teorema de Pitágoras, porque fue un griego reaccionario, atrabiliario y sectario, el primero que lo «construyó» como conocimiento suyo. Cómo nadie había llegado antes a tal información es algo que ignoro. Claro, pero habíamos quedado en que mi conocimiento me lo construyo yo, porque no se trasmite, según habíamos «científicamente» acordado; sólo se transmite información. Ergo, o el teorema de Pitágoras es simplemente «información», y con él todo el resto de «información» matemática que ande por ahí en la red, y allí no hay nada que entender, o, si es conocimiento, lo «construí» yo también con tanto o mayor mérito que el propio Pitágoras. Porque yo malditas las ganas que tenía de que me transmitieran la información que llevaría a concebir tal constructo; no estaba motivado, sino obligado.
Por lo tanto, y a menos que el único conocimiento (superior) que merezca tal nombre sea el constructivismo, y el resto mera información, yo soy (también) Pitágoras. Y hasta puedo agarrarme a su teoría sobre la transmigración de las almas, por entonces, y aún hoy, sin la menor base científica, pero al tiempo. Cosas veredes, que non crederes. Es lo que hay.

diumenge, 13 de setembre del 2015

Y DESPUÉS DEL 27-S ¿QUÉ?




No percibo en la actual situación catalana y española ningún elemento que invite siquiera al más reservado y contenido de los optimismos. A la obstinación y a la cerrazón de unos, se le opone la cerrazón y la obstinación de los otros. Y me sorprende la frivolidad con que se considera la situación desde ciertos sectores, no ya porque piensen que el independentismo no va en serio, que también, sino, y sobre todo, por la ligereza con que se contemplan las posibles medidas para atajarlo. Diríase que algunos, a estas alturas, todavía no han entendido nada.

Como decía en mi última entrega, el modelo de la cuenta atrás elegido por los líderes independentistas, crea dificultades añadidas desde el mismo momento en que el objetivo de la independencia se presenta como una realización a materializar en unos tan cortoplacistas. Pero también es verdad que desde la estrategia independentista, dicho error forzado podría reconvertirse en acierto por el escaso margen de maniobra que el gobierno español de ha autoimpuesto. Que quede claro que no me interesa dilucidar aquí cuál de los dos bandos tiene razón, sino el escenario que están propiciando entre ambos.

Para los estrategas de la independencia, su objetivo es precisamente que el propio error, si obtienen la mayoría, de una declaración unilateral de independencia, provoque un error forzado por parte del gobierno español, de fatales consecuencias. Cierto que la independencia es un objetivo inalcanzable… en la actual situación y contexto, pero la concatenación de errores puede precipitar un nuevo escenario donde ya no lo fuera. Y me temo que esta variable no se ha contemplado; o si se ha hecho, ha sido con una frivolidad alarmante.

La posición del gobierno español ha sido hasta ahora, y sigue siendo, su absoluta determinación por el cumplimento de la ley en un estado de derecho. Y su negativa a negociar nada. Supongamos pues que llega el día en que se produce la declaración de independencia por parte del Parlamento catalán, con una mayoría, pongamos, de 68 contra 67. ¿Qué ocurre entonces?

Para empezar, las argumentaciones sobre la ilegalidad de tal medida no sirven para nada si no se pasa a la acción. Sí, es cierto que según el Estatuto de Cataluña, para reformarlo se requiere una mayoría cualificada de dos tercios de la cámara, y si no iban a conseguir esta mayoría ni en Cataluña, difícilmente la votación por mayoría simple de una declaración de independencia, que no entra es sus competencias, iba a tener la menor validez jurídica. Pero es que esto carece de importancia en el escenario que se pretende forzar con dicha declaración abriría,  que sería de naturaleza eminentemente política; de conflicto político abierto.

Es verdad que una independencia sin la menor complicidad internacional carece de posibilidades. Y a las calabazas recogidas por Mas a lo largo de su periplo «diplomático», hay que añadirle las más recientes y explícitas de Merkel o de Cameron. Lo tiene muy mal por ahí el independentismo, pero precisamente por ello su estrategia consiste en forzar al máximo la tensión, hasta llegar a un punto sin posible vuelta atrás que abra un nuevo escenario. Y esto pienso que cree poder conseguirlo con la declaración unilateral de independencia.

Para contrarrestar dicha declaración y sus eventuales disposiciones efectivas, se habla de recurrir a la ley. Sí ¿Pero cómo? Desde siempre, una ley cuya aplicación no se sustente en última instancia con métodos coercitivos, es menos ley. Así que hablar de utilizar todos los medios legales incorpora per se la utilización de medidas de fuerza coercitivas como acompañamiento. Y su utilización no dependerá del gobierno español, sino de los independentistas catalanes.

Por lo general, se ha hablado de aplicar el artículo 155 de la Constitución, anulando la autonomía catalana por el procedimiento de intervenirla. Más sotto voce, se habla también de los «tanques». En realidad, no son dos medidas distintas, sino una y una de sus eventuales variantes. Y con ella se abriría un nuevo escenario en el cual lo que pueda ocurrir es absolutamente impredecible en sus consecuencias.

Para empezar, el Estado puede intervenir superestructuralmente la Administración de la Generalitat y hasta dejarla sin luz eléctrica. Pero sólo superestructuralmente, substituyendo con gente propia a todos los cargos políticos y administrativos con dependencias directamente políticas. Y hasta incluso algo más abajo. Pero no a todos los funcionarios, y aun así, con evidente riesgo de colapso. Pero bien, asumamos que esto es lo que se hace, se inhabilita al Gobierno de la Generalitat y se pone al frente a un grupo de funcionarios para hacerse cargo de la dirección y gestión de todas sus competencias. En un interesante artículo de hace unas semanas, Manuel Castells ironizaba sobre la absoluta ineficacia de tal medida; al menos, por las buenas.

Porque con lo primero que se iban a encontrar es con una Administración de naturaleza fuertemente clientelista, ideologizada y claramente hostil, con el consiguiente boicoteo que se iniciaría como resistencia pasiva. ¿O qué decir de tantos municipios que se han declarado independentistas si, por ejemplo, la consigna fuera la resistencia pasiva y la desobediencia civil pacífica? ¿Se metería en la cárcel a los 300 alcaldes que colgaran la estelada? ¿Cómo reaccionaría el resto de la población catalana no-independentista? El independentismo no es mayoritario, pero sí dispone de suficiente masa crítica y apoyos activos en puestos clave como para responder con este tipo de «contraofensiva»; y vendiendo la homologación de esta «nueva» situación con la posterior al 11 de septiembre de 1714; a la idea de un país ocupado y de una población que, mayoritariamente, se opone a esta ocupación.

La réplica inevitable por parte del Estado no podría ser otra que un incremento de la tensión con la consiguiente represión, purgas, destituciones y puede que encarcelamientos, que acabarían de escribir las hasta hoy autohagiografías de los líderes independentistas. Los problemas de orden público serían inevitables, y el estado de excepción, seguramente que también. Algunos piensan que, como mucho, se produciría una «batasunización» de los sectores independentistas más radicales, y que la situación podría «estabilizarse» sin solución de continuidad bajo estos parámetros. En mi opinión no sería así. básicamente. Además, la impopularidad del tipo de medidas adoptadas iba a llevar a sectores no independentistas a abrazar el independentismo o, como mínimo, a solidarizarse activamente con él. Y en una situación de progresivo deterioro sin solución de continuidad, pero que tampoco es eternizable, salidas antes imposibles acaso empezarían a ser más verosímiles. No digamos ya si empiezan a haber muertos y mártires de la causa.

En resumen, si la intervención de la autonomía catalana conlleva de una forma u otra, como pienso yo, la inevitabilidad de los «tanques», la presencia de éstos no será ni mucho menos decorativa, sino funcional. Y después de los tanques de la Brunete, podrían venir los cascos azules. Y el inevitable referéndum que entonces sí estaría el independentismo en condiciones de ganar.

Lo de los cascos azules no es ninguna frivolidad. A nadie le interesa una España errática e inestable. Y hay también otras variables a considerar, desde qué pasaría en el Pais Vasco, hasta cómo todo esto repercutiría en el resto de España, en su economía, en su posición internacional, en su situación social y política... Es por eso precisamente que las grandes potencias no quieren oír hablar ahora mismo de nuevos estados ni en broma. Pero en otro escenario, podrían cambiar de criterio. No es impensable;  manda es el contexto. Lo que sí me parece una frivolidad, en cambio, es considerar que con la intervención de la autonomía catalana se zanja el tema y se le da carpetazo. Me parece a mí que es no haber entendido el problema, o no querer entenderlo.
Claro que, a lo mejor, el que no lo ha entendido soy yo. Ojalá.

divendres, 11 de setembre del 2015

LA LARGA CUENTA ATRÁS Y EL DÍA DE LA MARMOTA (11 de septiembre de 2015)



Una cuenta atrás no es exactamente lo mismo que una cuenta hacia adelante; ni aunque el camino recorrido en el tiempo transcurrido sea el mismo. En toda cuenta atrás hay algo de insoslayable y de truculento, de determinista y de situación límite. Uno puede pensar la vida como una singladura hacia adelante o hasta hacia ninguna parte, o también puede pensarla atormentado y con ansiedad porque sabe que cada segundo que transcurre, es uno menos que le queda hasta el segundo «cero» que será su muerte. En este último caso, estaríamos ante una concepción de la vida como una cuenta atrás. Porque no es lo mismo poner el contador a cero y empezar a contar, que poner el cero como punto final.

La diferencia entre ambas maneras de entender un recorrido no es material ni cuantificable, pero tampoco ni mucho menos baladí. Es una diferencia de disposición de espíritu. De cuál sea dicha disposición dependerá el sentido que adquiera el recorrido. Porque no es lo mismo, en definitiva, el viaje a Ítaca, que Ítaca como destino final al cual todo el trayecto está supeditado. El poeta pensaba en lo primero, el cantante que lo tradujo y musicó al catalán, hoy flamante candidato, en lo segundo.

La cuenta atrás es ella misma un pretexto que, bajo la supeditación del recorrido a un objetivo que se alcanzaría en el punto cero, enmascara otro del cual es vicario, porque no es el recorrido lo que cuenta, ni el objetivo, sino la propia cuenta atrás. Podemos pensar, o se nos puede prometer y nos lo creemos, que al final de la cuenta atrás se abrirá un nuevo escenario donde realmente podremos poner el contador a cero, pero lo cierto es que siempre, lo que aparece a continuación es una nueva cuenta atrás. Porque no se trata entonces de recorrer etapas, sino de quemarlas. La idea de cuenta atrás no es un progreso, sino un regreso donde el punto final marca el inicio de una nueva secuencia hacia un nuevo punto final cualitativamente indiscernible de cualquier otro anterior o ulterior. Como la Voluntad empírica schopenhaueriana, que no es voluntad de esto o de aquello, sino voluntad de voluntad; en nuestro caso, voluntad de cuenta atrás.

En el plano colectivo, la cuenta atrás como fin en sí misma tiene un claro objetivo, el mantenimiento de la tensión y el control y dominio de la situación, mientras creemos estar quemando etapas hacia un objetivo que no es en realidad sino el eterno retorno del punto cero. El punto cero pretextado ha sido con frecuencia denominado utopía, un concepto proteico donde los haya, aplicable por igual a un roto que a un descosido. La utopía, sea la que sea, puede concebirse, o presentarse, bajo dos perspectivas: como un absoluto cuya realización material es una exigencia inexcusable, o como un referente al cual, desde nuestra finitud constituyente, debemos tender, a la manera de las ideas regulativas kantianas.

En el caso de la utopía como absoluto, como escenario último al cual toda acción debe supeditarse, y dada su inevitable postergación en un no-tiempo al que el tiempo real queda supeditado, estaríamos en el modelo de la cuenta atrás. Es el pretexto bajo el cual se solapa una realidad que, desde la perspectiva del mantenimiento y modulación de la tensión, se justifica inconfesadamente por sí misma desde la lógica del poder. El problema viene si a esto le damos fecha de caducidad; si irrumpe en el tiempo real el final de la cuenta atrás.

En Catalunya llevamos ya una larga cuenta atrás. Algunos dicen que de trescientos años; hoy se cumpliría precisamente el trecientos uno. Más prosaicamente, hoy entraríamos en el cuarto año de la última cuenta atrás. Cierto que ha habido otras cuentas atrás que se ven como tales, tanto desde la visión del independentismo actual sobre su propio recorrido, como desde muchos de sus detractores, prisioneros, conscientemente o no, de las categorías independentistas que simplemente multiplican por menos uno. Hasta entonces, la independencia de Cataluña podía haber ejercido un sin duda nada desdeñable influjo, como referente o idea regulativa, en el imaginario colectivo catalanista, y como lugar común sentimental. Pero la última cuenta atrás emprendida exige su realización material efectiva, y en unos plazos muy concretos.

Llevamos hoy ya, desde el 2012, tres años de «procés»; de cuenta atrás hacia la independencia, desde que el Sr. Mas y sus corifeos decidieron jugárselo el todo por el todo en una apuesta, ciertamente arriesgada, pero, también hay que reconocerlo, obstinada y decididamente resuelta; otra cosa es que sea un viaje a ninguna parte o hacia el desastre, a lo largo del cual su propio adalid y mentor ha perdido ya unas cuantas plumas. Desde que decidió convocar elecciones anticipadas para conseguir una mayoría excepcional y presentarse  con ribetes mosaicos, perdiendo doce escaños y pasando a ser rehén de sus propios empesebrados, hasta presentarse ahora como presidente emboscado, como número cuatro y rodeado de folclóricos y folclóricas, ha llovido ciertamente mucho.

Tampoco el «procés» ha ido a más en estos tres años. Al contrario, uno diría que se encuentra en fase más bien menguante. Y las dificultades sobrevenidas han tenido mucho que ver en un cambio de actitud que ha desvelado la que probablemente sea su auténtica faz, que tanto ofende cuando se menta, y que lo está deslegitimando moral y políticamente cada vez más. De la holgada mayoría social y hegemónica que se planteaba como requisito sine qua non para afrontar el proceso hacia la independencia, se pasó luego a asumir que bastaría con un 50,01% de votos independentistas para proclamar unilateralmente la independencia. Y de allí a proclamar que, simplemente, aun con la mitad más uno de escaños en el Parlamento catalán -68 diputados- bastará para la declaración de independencia. Un porcentaje que, en votos, podría muy bien estar incluso por debajo del 40% de los votos emitidos, dadas las particularidades del sistema electoral catalán y que, en cualquier caso, si demuestra algo es que, en el mejor de los supuestos, el «procés» está estancado. Pero no muerto.

Cierto que se aduce la prohibición de un referéndum que, como en Escocia, por ejemplo, resolviera el tema de un plumazo. Un error sistémico español del que se ha nutrido el independentismo. Pero también lo es que las últimas encuestas conceden a todo el independentismo –la lista de Mas y las CUP-, como mucho, una exigua mayoría absoluta, mucho menor, en cualquier caso, que la actual CIU+ERC+CUP. Y más cierto aún que, más allá de la legalidad vigente y de la actitud  del gobierno español, considerar que un 40% de los votos pueda legitimar una declaración de independencia, insinúa unos déficits de sentido democrático, acaso desde siempre latentes, cada día más manifiestos. Podría uno entonces preguntarse ingenuamente por qué, si ahora tienen más mayoría que la que tendrán después del 27-S, no declaran ya unilateralmente la independencia.

Son sin duda las servidumbres del modelo de cuenta atrás actualizado que el propio Sr. Mas se autoimpuso. Porque cuando el tiempo se agota y las expectativas no se cumplen, está uno abocado al fracaso o a la nada. Y sólo queda la huida hacia adelante.

Probablemente fue por su parte un error de cálculo debido a los endémicos déficits de formación política e intelectual propios del nacionalismo catalán, que ya había detectado Gaziel en su momento. Adelantar la fecha de caducidad que representa el final de la cuenta atrás, y ponerla en el tiempo real, es algo que ningún político en sus cabales haría jamás con objetivos incluso de dimensiones mucho más modestas. Claro que a lo mejor, desde CIU y Mas se pensó que era la única posible salida para contrarrestar la evidente pérdida de influencia y prestigio. Porque lo importante en política es el mantenimiento y ejercicio del poder. Y CIU lo ha ejercido con la más absoluta discrecionalidad sectaria durante muchos años, demasiados como para renunciar a él. Y acaso Mas pensó que apropiándose del discurso independentista, conseguiría desviar la atención sobre sus corruptelas, sus privatizaciones dolosas y sus sañudos recortes sociales y económicos. Y en parte fue así, pero sólo en parte. Y al precio de poner en el tiempo real el final de la cuenta atrás. Un final que, como la fecha de vencimiento de un pacto con el diablo, es impostergable.

Y a lo mejor no es solamente que se le haya visto el plumero y lo de la independencia fuera un pretexto para desviar la atención y seguir en el poder, un pretexto que ahora exige inexorablemente un cumplimiento que no está en condiciones de efectuar. Puede también que ahora esté descubriendo que, como afirma hoy Isabel Coixet en un muy recomendable artículo en El País, «El día de las marmotas»: A muchos, sin fascinarnos para nada la idea de España, tampoco nos repugna. Algo sin duda aplicable también  a tantos y tantos españoles fuera de Cataluña.
Y con el cronómetro no hacia adelante para ver qué registro consigo, sino hacia atrás y acercándome peligrosamente al punto cero, puede ser un descubrimiento duro, muy duro. A menos que todavía le quede algún conejo en la chistera, y nos quedemos para siempre en el día de la marmota.
 
 

divendres, 4 de setembre del 2015

PALMIRA



Fue tomada y destruida por los romanos en el año 273 d.C. tras la rebelión de la reina Zenobia. Su esposo, Odenato, se había mantenido fiel a Roma. Según parece, Zenobia habría conspirado en secreto, junto al rey persa Sapor I, y no fue ajena a la derrota y captura de Valeriano, el primer emperador romano capturado por un enemigo. Zenobia, de belleza legendaria y vista por la tradición como una émula de Cleopatra, hizo asesinar a su esposo, se erigió en soberana de Palmira y se rebeló contra Roma. Fue la última gran rebelión que el Imperio Romano consiguió sofocar completamente.
De Palmira quedó la leyenda de su antiguo esplendor, y la del efímero imperio que Zenobia construyó entre los colosos romano y sasánida. En el cuadro de Schmalz, Zenobia contempla por última vez Palmira. Hoy, nosotros también la estamos contemplado por última vez. Los bárbaros que nunca se fueron, han vuelto.