Pocos días antes de partir
hacia Alemania para pasar las Navidades con su familia, Daniela Meckler, una
profesora de literatura que trabaja en la universidad norteamericana de Boise
(Idaho), recibe de un editor arruinado unos manuscritos con la transcripción de
los interrogatorios que un oficial de la inteligencia norteamericana mantuvo
con Otto Ohlendorf, un criminal de guerra nazi procesado en los juicios de
Nüremberg y posteriormente condenado a morir en la horca. Daniela, que colabora
también con una pequeña editorial alemana como asesora literaria, deberá valorar
su eventual publicación.
La protagonista empezará a
leer el manuscrito durante el vuelo y lo completará en los ratos libres de su
estancia navideña en Alemania. La coincidencia sincrónica entre la lectura del
texto y su «regreso» a Alemania, se superponen, proyectándose el pasado sobre
un presente acomodado que ha corrido el tupido velo del olvido: el nazismo, la
guerra, el holocausto...
‘El informe Ohlendorf’ transcurre
sobre estas dos líneas argumentales, la pretérita, descrita en los manuscritos
que Daniela va leyendo, y la presente, con unas en principio rutinarias
vacaciones navideñas que acabarán orbitando alrededor de estos manuscritos. En
el pasado, un exjefe de Einsatzgruppen, responsable directo de la muerte de
como mínimo 90.000 personas, que se defiende
y autovindica moralmente desde la asunción de unos crímenes que, aun
reconociéndolos como tales, considera justificados.
En el presente, tres
generaciones de alemanes, la de los abuelos, la de los padres y la de los hijos,
y sus relaciones con este pasado. La de los abuelos, que hicieron o vivieron la
guerra, que no recuerda; la de los padres, los hijos de la guerra y la
posguerra, que no sabe –tampoco es una metáfora que sea la generación presencialmente
ausente de la narración, solo indirectamente presente en ella-; y la de los
nietos, que no se hace preguntas más allá de los lugares comunes tácitamente
asumidos, sin cuestionarlos.
Porque en realidad, ni Daniela
ni ninguno de sus coetáneos generacionales, todos ellos entre los treinta y
muchos y los cincuenta y tantos, se plantea seriamente qué ocurrió, cómo fue
posible llegar al horror y por qué se corrió luego este tupido velo. Esto lo
hace magistralmente el autor, no solo a partir de las argumentaciones de
Ohlendorf u otros nazis históricos que van apareciendo, sino también a partir
de los personajes literarios, convirtiendo la novela también en un ensayo.
Algunos de los personajes
coetáneos de Daniela evocan raíces claramente sesentayochistas, con los
sedimentos nostálgicos propios de la juventud dejada atrás. Pero desde su más
que probable militancia ecologista o de izquierdismo teórico de manual, desde el tópico en que viven, ignoran u obvian las
raíces nazis perfectamente rastreables, por ejemplo, en el movimiento de los
«Verdes», o que uno de sus fundadores, Gerd Bastian, era un ex general de la
RFA con sospechosas veleidades nazis.
No es solo una anécdota, sino
más bien una categoría. Un retrato sociológico de la Alemania actual en
relación con su pasado aún reciente. El propio Jorge Sánchez recordó en la
presentación del libro cómo un conocido suyo alemán, de irreprochable
trayectoria izquierdista, trivializaba en última instancia el holocausto
incardinándolo en la famosa expresión que sirve igual para un roto que para un
descosido: “al fin y al cabo, no
deberíamos olvidar que era una guerra…”. Si, cierto, era una guerra y no unos
juegos florales. Pero también parece claro que integrando el holocausto en el
todo de la guerra, se elude afrontarlo como en la noche que todos los gatos son
pardos.
El informe Ohlendorf es en
cierto modo la otra cara de la «banalidad del mal» que detectó Hanna Arendt en
su ‘Eichmann en Jerusalén’. Tampoco Daniela se enfrenta a Ohlendorf como Hanna
Arendt se enfrentó a Eichmann, ni lo pretende. Aquí la banalidad, de caer en
algún lado, sería precisamente en el de Daniela, para quien la mayor
preocupación es si el manuscrito es publicable. Como banal y tópica es su
reacción frente a las posibles concomitancias de su abuela y una amiga de esta
con el régimen nazi; tal vez no ideológicamente, pero sí al menos
sociológicamente.
Ohlendorf, por su parte, no es
en modo alguno un personaje banal; tampoco se limita, a diferencia de Eichmann,
a exculparse en el cumplimiento de las órdenes que reconocía haber recibido y
que ejecutó consciente y «responsablemente». Se trata de un oficial de las SS que
se construyó un personaje que pugnaba por asociarse en cierto modo a esta
estética tan germánica del superhombre nietzscheano, acaso paradigmáticamente
ejemplificada por Ernst Jünger; eso sí, con substanciales diferencias. Entre
ellas, la de cruzar la línea que le convierte a uno en criminal de guerra, que
Jünger nunca cruzó. Aunque sí compartían otra característica: ninguno sucumbió
al «carisma» de Hitler.
Si Hitler era para Jünger
«Kniébolo» y los nazis los «lémures», Himmler, Heydrich o el propio Hitler eran
para Ohlendorf unos gañanes que habían prostituido el auténtico ideal
nacional-socialista de primera hora al cual seguía adscrito. Lo más probable es
que a Jünger la figura de Ohlendorf le resultara profundamente aborrecible.
Porque el superhombre no se legitima en ninguna religión. Frente a la banalidad
del mal encarnada por Eichmann, o al displicente desprecio por él de Jünger,
Ohlendorf representa su subordinación instrumental a un ideal superior, el
nacional-socialismo como nueva moral de la era postcristiana.
En este sentido, Ohlendorf se
presenta a sí mismo, conscientemente o no, como la réplica nazi del Abraham
bíblico. Si este estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac porque así se lo
había ordenado Dios; Ohlendorf hizo lo propio con los judíos, solo que en su
caso no era una prueba, sino una ordalía que exigía su efectivo cumplimiento.
Heteronomía moral en cualquier caso, llevada hasta sus últimos extremos, mucho
más allá de lo humano, ya sea en la esfera de la semidivinidad en la que creía
situarse, o, más bien, en la de la bestialidad.
Un libro, en resumen, altamente recomendable que nos pone no solo frente a un execrable criminal nazi, sino también frente a nosotros mismos.