Puede que sea un problema de
los debates a más de dos, aunque los que por ahora ha habido tampoco es que hayan
destacado especialmente. Los formatos mediáticos se imponen porque son una
explicitación del modelo hacia el que se ha decidido que hemos de ir. Y puede
que ya estemos llegando al puerto de destino. Las tertulias radiofónicas y
televisivas desplazaron en su momento a los debates, ahora también entre los políticos
en campaña electoral. Es la sociedad del espectáculo, donde no sólo todo cabe,
sino que nada puede quedar fuera, o no existe; como la docena de infelices del
partido de Doña Rosita, concentrados ayer reclamando que su nuevo jefe
asistiera también a la performance.
Pero cuando los tertulianos
son políticos, entones lo que tenemos no es ni siquiera una tertulia, sino un
belén, un decorado artificiosamente coherente presentado en un escenario de
ficción donde cada pieza está en su lugar; los pastorcillos y el ángel de la
anunciación, el pueblecillo de cartón al fondo entre cordilleras de corcho
sintético y musgo artificial, el riachuelo de papel de plata, la caravana de
los reyes magos y el portal del nacimiento. En Cataluña hay incluso una figura
tradicional que le da a todo el montaje incluso más visos de realidad, el caganer. Todo como debería ser, todo en
su sitio, sin sobresaltos. Porque al fin y al cabo, es ficción. Por cierto, ya
que el evento es en formato de belén, apuesto por la introducción de la figura
del caganer en las próximas representaciones.
Le daría color al espectáculo.
No sé a ustedes, pero a mí lo de ayer de ayer entre Sánchez, Iglesias, Rivera y Sáenz de Santamaría se me
antojó esto, un belén, un decorado de ficción donde cada uno dice lo que se le supone
sin salirse del guion preestablecido. No fuera a romper la armonía mediática
del acontecimiento que se está representando. Todo previsto y ordenado según un
plan donde hasta los incidentes estaban calculados.
Los presentadores del acto,
ufanos ellos, se jactaron de que era el primer debate en que los políticos se
habían plegado a las condiciones impuestas por los periodistas. Pues bien, no
es para felicitarlos precisamente. Es más, tiene uno la impresión que el evento
se pergeñó para su propio lucimiento –con el imprescindible coach italiano incluido, faltaría más-,
y para que luego se solazaran en el onánico espectáculo coral que nos
ofrecieron en forma de mesa redonda para comentar la jugada. Punto Pelota, pero
más cutre si cabe, por el impostado glamour
que se autoarrogaban.
Uno, algo nostálgico sin duda,
echó de menos el debate de verdad, sobre proyectos e ideas, en lugar del «tú, tampoco», el «tú, más» o el «yo, menos».
En este sentido, sí que el belén de ayer marca un hito, uno más en el proceso
de reducir la política a espectáculo mediático, y a los políticos en meros figurantes,
que es probablemente lo que en definitiva son. Hace años, conversando con un amigo
alemán sobre el por entonces presidente de los EEUU, Ronald Reagan, zanjó la
cuestión con la siguiente frase: «Todos
los políticos son actores… aficionados, Reagan, al menos, es el único profesional».
Y puede que sí, que esto sea lo que hay. Porque lo de ayer no fue un debate, ni
siquiera una tertulia, sino una pésima obra de teatro representada por
aficionados.
Y como lo cortés no
quita lo valiente, les diré que, en mi opinión, el vencedor del debate de ayer
fue Mariano. A este paso, acabará ganando los partidos como el Barça de Helenio
Herrera, sin bajar del autobús. Victoria por incomparecencia propia, que no del
contrario. En esto también están cambiando las cosas. O no.
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