Para presentarse como la
solución a algo, se requiere la problematización de ese algo. Y si no hay problema, o si su
naturaleza no reviste especial excepcionalidad más allá de la finitud constitutiva
de todo lo real, entonces el problema se inventa, no fuera a quedarse una
maravillosa solución sin objeto por falta de problema. Es una metonimia
interesada, sí, pero mucho más al uso de lo que nos imaginamos y percibimos por
regla general. Igual que la necesidad puede crearse, la necesidad de una solución
a algo, real o imaginadamente problematizado, también.
Ciertas soluciones incorporan
a su vez nuevos problemas a la realidad sobre la que se aplican, éstos sí,
certeramente reales, con lo cual la necesidad de nuevas soluciones, pasa a ser
una parte del problema sin solución de continuidad. Transcurrido un cierto
tiempo e instalados ya en una problematicidad constitutiva, suele olvidarse
cuál fue la solución que creó el problema; un olvido con frecuencia culpable,
como mínimo en la medida que la gestión del problema suele estar a cargo de sus
instigadores, ya investidos como gestores y que una vez han irrumpen en escena,
es para quedarse. Como mínimo en Educación ha sido así.
En una de las aventuras de
Astérix, «Obélix & Cía.», el
insignificante «problema» de un irreductible villorrio galo en el culo del
mundo que se resiste a la romanización, se pretende resolver ocupando a los lugareños
en la producción de menhires, cuya puesta en el mercado requiere crearle a la
población de Roma la necesidad de adquirir algo tan inútil como un menhir,
hasta el punto que llega un momento que quien no tenga un menhir en su casa, no
es nadie. Los resultados son catastróficos. Muy pronto, otros pueblos del imperio,
enterados del lucrativo mercado del menhir galo, empiezan a producir los suyos, y en
un producto tan poco perecedero como el menhir, al cabo de poco tiempo todo el
mundo tiene ya el suyo, sin que haya forma de colocar los nuevos menhires que
van llegando, cada vez en mayores cantidades, desde los más recónditos confines
del imperio. El resultado, una inflación en el sector del menhir que pronto
contagia al resto de sectores y deja las arcas imperiales exhaustas, amenazando con el colapso absoluto. Al final, Julio César resuelve
sabiamente atajar el problema enviando a su consejero a la arena con los leones, y dejando
tranquilos a los galos, al menos hasta la siguiente aventura.
La genial coña de Astérix, un
cómic recomendable donde los haya, y su planteamiento «economicista» de un
problema cuya solución provoca otro de dimensiones mucho mayores, tiene mucho
que ver con lo que venimos tratando en estas entregas sobre mercado y
educación, o lo que es lo mismo, la mercantilización de la educación. Veamos.
El esquema de la divertida y
lúcida aventura de «Obélix & Cía.» es en principio, y amén de otras
consideraciones, muy simple: no se debe matar un mosquito a cañonazos, porque
matarás muy probablemente al mosquito, pero abrirás un boquete en la pared que
te creará un problema mucho mayor. La
desmesura en las soluciones presupone entonces alguna variable incorporada que
va más allá del problema, que se convierte así en pretexto para la solución que
preconcebidamente se quería aplicar, con finalidades casi siempre inconfesadas.
En el caso de Astérix, tenemos
dos elementos significativos de cara a lo que nos interesa, la desproporción
entre el problema y la solución, por un lado, y la creación inducida de una
necesidad, que sirve para enriquecer al codicioso consejero de Julio César.
Así, a la vez que asigna unos fondos desproporcionados con el objetivo de
mercantilizar a unos brutos que todavía viven en el trueque, inventa la
necesidad del producto/menhir que le sirve para enriquecerse… Hasta que la
burbuja estalla y Julio César decide que se acabó lo que se
daba y lo manda con los leones. Y es que hasta en Astérix, César es César y no
nuestros políticos actuales.
En el caso de la
mercantilización de la enseñanza, de acuerdo con el esquema que seguiremos, hay
un elemento más a tener en cuenta, de matiz, si se quiere, pero más sofisticado
de lo que a simple vista podría parecer. A la solución desproporcionada en relación
el problema y a la creación de la necesidad que surge de dicha «solución», hay
que añadirle el plus de legitimación consistente, o bien en la invención pura y
simple del problema, o bien en su magnificación para justificar la magnitud de
una solución que, de otra manera, sería difícilmente argumentable. Y es que no
estamos ya en Astérix, sino en la realidad. Y ante un evidente falseamiento de la realidad educativa del momento, para justificar lo que luego vino.
Efectivamente, y sin perder de
vista el objetivo final autoimpuesto de poner a la escuela en el mercado, la
legitimación aducida para una solución como la LOGSE requería de un problema
que, al no ser tal –o no serlo en la medida que justificara el modelo propuesto
como solución, había que magnificar aduciendo todo tipo de argumentos que
presentaran falazmente una situación agónica ante la cual, la LOGSE pudiera
parecer la solución. Y no se escatimaron argumentos, de todo tipo de registros,
para ello. Creo que fue Goebbels quien dijo que una gran mentira es más fácil
de creer que una de pequeña. Y ciertamente, entre los apologetas de la LOGSE
hubo mucho émulo del siniestro líder nazi. Lo veremos en la próxima entrega.
(To be continued)
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