Se pregunta uno ante la
declaración aprobada hoy por el Parlament,
si detrás de la anunciada desconexión con España no hay una anterior
desconexión con la realidad. En el Psicoanálisis clásico, el principio del
placer y el principio de realidad se complementan en la medida que el segundo
es el contrapeso del primero. Frente a la ciega pulsión de obtención inmediata
del placer, el principio de realidad lo vehicula basándose en la experiencia
personal y en el conocimiento e información disponibles para adecuarlo a las
posibilidades reales de obtenerlo.
Todo indica que el principio
de realidad es el gran ausente de todo es proceso independista y que hoy se ha
soltado el último asidero que lo amarraba a la realidad. Y si se renuncia a la
realidad, sólo queda la ficción, el delirio de confundir los deseos con la
realidad que se ha abandonado, consciente o inconscientemente, porque se
contraviene con dichos deseos. El independentismo no es hoy más fuerte que
ayer, aunque probablemente lo sea menos que mañana, pero prosigue con su huida
hacia adelante empeñado en forzar la única situación en la que tendría alguna
posibilidad: una reacción violenta del Estado, en el sobreentendido que
cualquier acción destinada a impedir la realización sus designios, se tomará
como violenta y desmesurada.
Hay sin duda mucho déficit
democrático en las recientes actuaciones del independentismo, cuyo
providencialismo parece justificar cualquier medio para alcanzar la meta. Y
no es solamente que se esté haciendo trampas a sí mismo jugando al solitario,
sino que se ha confundido de juego; cree estar jugando un solitario cuando en
realidad es una partida con muchos jugadores.
Es verdad que el gobierno
español, haciendo gala de una torpeza proverbial, se ha cerrado en banda ante
cualquier posibilidad de consulta plebiscitaria que permitiera conocer la opinión
del pueblo catalán. Lo jurídico ha de estar al servicio de lo político, y el
independentismo es un problema político que no se ha sabido tratar sino con
despropósitos que le han ido dando pábulo hasta llegar a la actual situación.
Ya he dicho en otras ocasiones que lo más sensato hubiera sido patrocinar un
referéndum después de un proceso constituyente que abriera tal posibilidad, y
con unas garantías democráticas de mayoría cualificada, que situaría en el
requisito de un mínimo de dos tercios de participación –un 66%- y de tres
quintas partes de votos favorables a la independencia –un 60%-. Y ello no
porque bajo estas condiciones sea más o menos difícil que el independentismo
alcanzara su objetivo, sino porque la trascendencia del tema que se está ventilando
y su irreversibilidad requieren de esta mayoría cualificada. No es lo mismo
aprobar por referéndum una ley de divorcio o del aborto que la independencia. Y
pienso sinceramente que quien no lo vea así es porque no lo quiere ver y
antepone sus deseos a la realidad. Ahora ya es probablemente demasiado tarde:
el independentismo ya no está para referéndums; sabe que lo perdería.
Porque de la realidad es de lo
que estamos tratando al fin y al cabo, y ésta no es precisamente favorable a la
independencia de Cataluña. Y si como ya he dicho, es cierto que la actitud
cerril del gobierno español al negarse siquiera a tratar el tema le ha regalado
al independentismo una cierta carga de legitimidad moral, no lo es menos que,
desde entonces, ha conseguido perderla toda con sus despropósitos, destinados a
forzar una situación límite sin posible retorno en la cual tiene depositadas
sus últimas probabilidades y esperanzas. Desde la prohibición del referéndum,
el independentismo no ha cesado de deslegitimarse, hasta acabar llegando a
mostrar hoy su faz más antidemocrática. No es el triunfo de la voluntad, sino
el fracaso de la razón y el abandono de la realidad.
El independentismo no
consiguió superar el cincuenta por ciento en las elecciones plebiscitarias del
27-S. Y digo «plebiscitarias» porque así las plantearon al convocarlas. Es
verdad que en lugar de una relación 47,7%/52,3% del sí frente al no, fuera la
inversa, la situación tampoco cambiaría substancialmente, porque seguiría no
habiendo una mayoría clara. Pero también lo es que hay que guardar las formas y
que el desprecio por los resultados electorales y su manipulación ha ido in crescendo. No son lo mismo unas
elecciones para elegir al Parlamento de donde surgirá un gobierno, que un
referéndum. Las elecciones al parlamento las ganó el independentismo al obtener
una mayoría absoluta de escaños, pero el referéndum lo perdió. Y al tomar lo
uno por lo otro, se está haciendo trampa. Por cierto, me pregunto que habrá
hecho cambiar de idea a la CUP, que anunció la misma noche electoral que el
referéndum se había perdido y que esto impedía la declaración unilateral de
independencia por mayoría parlamentaria, y que hoy, sin embargo, ha votado a
favor de dicha declaración unilateral.
Pero lo peor no es esto.
Porque el mayor contratiempo del independentismo no es su incapacidad para
alcanzar siquiera una ínfima mayoría del 50,01%, aunque ciertamente le
debilita, sino su soledad en un escenario marcado por una correlación de
fuerzas que le es claramente desfavorable. Y no me refiero sólo a la torpe
reacción del gobierno español, sino a su aislamiento en el contexto europeo e
internacional. Siendo este último aspecto determinante y decisivo.
En una nueva ocurrencia, el
Sr. Mas ha comparado recientemente a Cataluña con Kosovo, entendiendo que la analogía se
sostiene en el hecho de que el parlamento kosovar también declaró
unilateralmente su independencia de Serbia. Una comparación no sólo
desafortunada por las implicaciones que connota, sino muy especialmente porque
denotan, o el más redomado y abyecto de los cinismos, o una ignorancia política
sin parangón. Se «olvida» de que a dicha declaración siguió una guerra que
acabó con intervención extranjera. La independencia de Kosovo, como la de
Eslovenia, Croacia y Montenegro, la de Chequia y Eslovaquia o la de las
repúblicas bálticas, se produjo en un contexto internacional con una
correlación de fuerzas favorable, marcada por la caída de la Unión Soviética y
el desmoronamiento del bloque del este, y con todos los aliados de la OTAN no
sólo reconociendo dichas independencias por la vía de los hechos, sino
auspiciándolas y provocándolas abiertamente. Y ése no es el caso de Cataluña,
que no tiene un solo aliado internacional, ni relevante ni irrelevante. Todo
ello dejando de lado que Kosovo es actualmente un estado fallido y que no ha conseguido
entrar todavía ni en la ONU. Así que vaya con el ejemplo…
Pero ahí sigue el
independentismo, empecinado en una huida hacia delante que provoque una
situación sin posible punto de retorno, a cualquier precio. No es la
desconexión con España, es la desconexión con la realidad.
¡Kosovo! ¡Qué chifladura! Verá tu si todavía se descubre que los robaperas de Convergencia TAMBIÉN tocaron en palo del tráfico de órganos para financiarse, como la guerrilla kosovar. Con la colaboración de un medico de una clínica de Andorra ¡Qué prendas, Virgen Santa!
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