Se cuenta de la época de los
maquis una anécdota que viene muy a cuento con lo que está pasando actualmente
en Europa occidental con respecto al yihadismo y al integrismo islámico. Igual
es apócrifa, pero no por ello menos significativa.
Eran los años cuarenta, uno de
los jefes de partida más conocidos y temido era Massana, cuya astucia traía de
cabeza a la Guardia Civil. Era una noche cerrada de invierno –y sin embargo nevaba, que decía aquél- y
en el bar de un pueblo de montaña la concurrencia trataba de entrar en calor a
base de carajillos y pelotazos. Entre la clientela se encontraba el comandante
de puesto de la Guardia Civil, asiduo al lugar, acompañado de un número. En eso
que entran tres forasteros, abrigados y con el aspecto descuidado propio de
haber pasado un buen tiempo a la intemperie, que se apalancan en la barra y
piden unas copas. Se hace el silencio en el bar.
“Mi sargento, mi sargento, que me parece que es él! Le susurra el
número a su superior, refiriéndose a uno de los recién llegados. “¿Pero quién, hombre, quién?” le replica
el otro. “El del cartel de la recompensa
que está aquí mismo colgado, mi sargento, fíjese, ¡es el Massana!”. “¡Pero qué dice, hombre! Vaya cosas que se le
ocurren”, le replica estridentemente el sargento. ¡Pero hombre! ¿Es que no ve que no se parecen en nada? ¡Venga, venga! ¡que
le está dando más de la cuenta a la ratafía!”.
Y cuando el supuesto Massana
se llevó un cigarro a los labios, se levanta el sargento y se dirige hacia él
para darle lumbre, a la vez que anuncia que su cuenta está pagada, “… para que disculpen el error de mi
subordinado, que les ha confundido con la partida del Massana”, “Anden con Dios!. Al cabo de un rato,
los forasteros se fueron, y aquí paz y allá gloria.
¿Era Massana? Según se cuenta,
sí, claro que lo era. El número de la Guardia Civil lo había distinguido… y el
sargento también; y precisamente porque lo había reconocido estaba cagado de
miedo y actuó como actuó.
Esto, con el añadido de incorporaciones
buenistas a las que el sargento era con toda seguridad absolutamente ajeno, es
lo que nos está ocurriendo con el yihadismo. Quien por miedo se niega a
reconocer lo que sabe, es culpable además de cobarde. Pero también, como ya
dijo Jefferson, los pueblos que por seguridad, renuncian a la libertad, acaban
perdiendo lo uno y lo otro.
En medio de la generalizada e interesada simplificación que busca limitarse a demonizar al enemigo terrorista del Estado Islámico puede resultar hasta pedante este llamamiento racional a comprender y estudiar las causas del conflicto. Pero sin esa comprensión es imposible, no ya fijar, sino hasta concebir una estrategia capaz de superar las manipulaciones tácticas del equilibrio de poderes de las potencias imperialistas globales y regionales. Hace más de cien años que todo Oriente Próximo anda sumido en este caos mortífero que ahora salpica vesánicamente a las ciudades de Occidente desde el 11-S de 2001. Digámoslo sin reparos: se trata del mayor fracaso político, social y económico del desarrollo del capitalismo como marco institucional civilizatorio. Que desde el comienzo de este siglo XXI el sistema que sus peritos en legitimación presentan sin desmayo como la culminación de la historia de la humanidad se vea amenazado por fuerzas políticas y sociales que, como Al Qaeda y el Estado Islámico, pretende el restablecimiento distópico de un régimen civilizatorio del siglo IX, debería hacer cuanto menos reflexionar a quienes creían haber llegado ya al “fin de la Historia”.
ResponEliminaCamarada Molotov, ya dijo Rosa Luxemburg que el futuro sería "comunismo o barbarie". Y tenía razón. No llegó el comunismo, por razones en las cuales ahora sería ocioso adentrarse, y tuvimos, y tenemos, la barbarie.
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