divendres, 30 d’octubre del 2015

EL BATALLÓN DE LOS PELUQUEROS (LEYENDO A MAX AUB)



Con Max Aub tiene uno la sensación de recuperar una Literatura –con mayúsculas- hoy prácticamente extinta. Le remiten a los Episodios Nacionales de Galdós, con ventaja, trasladados a la guerra civil. Y lo digo sin el menor sonrojo: Los Episodios Nacionales también me gustan. Acabo de concluir la segunda parte del Laberinto Mágico –Campo Abierto, me quedan cuatro-. Les cito a continuación cuatro anécdotas, verídicas, pero mezcladas con personajes imaginarios, que aparecen a lo largo de los distintos relatos, y que me han impactado, no por sorprendentes en el contexto de la guerra civil, sino por la crudeza con que se narran.

Valencia, julio de 1936. Una patrulla de la CNT-FAI irrumpe en el domicilio de un tranviario jubilado y se lo llevan a pasear. Le han encontrado un carnet de la Falange. El individuo en cuestión es afiliado de toda la vida a UGT. Cuando se enteran su hija y su novio, a la sazón militantes del Partido Comunista, empiezan la misma noche a hacer las gestiones pertinentes para intentar dar con él antes de que sea demasiado tarde. Van a la sede del partido y la cosa se pone fea. Les dicen que ha sido cosa de la FAI, pero que le han encontrado un carnet de la Falange y esto es muy serio; ellos también empiezan a estar bajo sospecha.

Al final, todo se aclara. Resulta que la mujer del tranviario -su segunda mujer, y mucho más joven que él-, había cogido y manipulado el carnet falangista de su amante para que pareciera el de su marido, y lo había denunciado. Los detienen a ambos y el tranviario es rehabilitado, como mártir. La misma noche que se lo llevaron le habían pegado un tiro en la cabeza. Cosas de la revolución.

Valencia, (también) julio de 1936. El miembro de un comité revolucionario socialista, se ve en la tesitura de tener que votar a favor de la muerte de su padre, detenido por el comité, y con el cual no se hablaba desde hacía años. El padre es ciertamente culpable, un sedicioso de la CEDA metido a falangista y cacique del pueblo de toda la vida; han encontrado en casa un arsenal y documentos más que comprometedores. El hijo da su asentimiento a la sentencia, pero al mismo tiempo mueve hilos para salvarle y que lo embarquen hacia Francia. Y lo consigue.

El padre se agencia mediante sobornos tres pasajes; para él, para el hijo y para la nuera –de misa diaria-. De personalidad constitutivamente endeble, el hijo al final acaba embarcándose sin saber muy bien por qué. De Francia pasan a Irún. Allí, unos valencianos lo reconocen y lo denuncian. Es detenido y lo fusilan. El padre lo considera lógico y no hace nada para salvarle: su hijo era un republicano socialista, un mala cabeza. Es triste, pero se lo tenía merecido. De haberle hecho caso años antes, se hubiera quedado en el pueblo, no se hubiese metido en política y otro gallo le hubiera cantado. Habría sido su hijo de verdad.

Madrid/Burgos, noviembre de 1936. Un piloto franquista burgalés es abatido con su avión y dado por muerto. Su madre se hunde en el desconsuelo por el heroico hijo perdido. Las emisoras de radio republicanas anuncian que sobrevivió y fue hecho prisionero. Unos amigos del piloto oyen la noticia desde Burgos y corren a decírselo a la madre. Ésta va y los denuncia por escuchar emisoras rojas. Son detenidos y fusilados.

Y finalmente, un dato que desconocía. Entre octubre y noviembre del 36, parte de la defensa de Madrid se organizó con batallones de milicianos formados por gremios profesionales. ¿Saben qué nombre le dieron al batallón que formaron los peluqueros? Fígaro, el batallón Fígaro. Genial. Aun entre tanta miseria humana, siempre queda una chispa de esperanza.
Por cierto, lucharon heroicamente y más de la mitad murieron en la batalla de Madrid. Un batallón de peluqueros, bajo el nombre de Fígaro, enfrentándose a los tabores de regulares en defensa de la República. Eso es grandeza.

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