La propuesta de
convertir las autonomías en circunscripciones para las elecciones generales,
aun siendo su mayor ventaja la posibilidad de ajustarse a criterios de
proporcionalidad más precisos, no es la única. Hay otras. Por ejemplo,
facilitaría conceptualmente el establecimiento de comisiones territoriales o
interterritoriales, con lo cual dejaría de tener sentido la milonga de
convertir el Senado en la cámara territorial que nunca ha sido. Así dejaría de
servir siquiera como futurible y habría que cerrarlo definitivamente. Con 350 diputados
en el Congreso, sobran para ello y para más, que los hay tan ociosos que ni se
acercan o pasan la mayor parte del tiempo en el bar.
En la actualidad hay cincuenta
circunscripciones, más Ceuta y Melilla. Por su parte, la ley electoral
establece una «cuota» mínima de dos escaños por circunscripción -Ceuta y Melilla, uno cada una-. Ello significa
que, de los 350 escaños actuales, quedan para «repartir» 248. Si este mismo
modelo se aplica a las circunscripciones autonómicas, pero con 3, serían 51 escaños de cuota, 53 con Ceuta y
Melilla. Con ello, en lugar de 248, habría 297 escaños, 49 más, para distribuir
proporcionalmente, lo cual permitiría
aproximarse mucho más a la estricta proporcionalidad teórica deseada, sin por
ello menoscabar a nadie. Y en lugar de discriminar negativamente a zonas más pobladas, tendríamos una discriminación positiva de las de
menor peso demográfico. En fin, ahí queda.
También quisiera responder a
una misma crítica se me ha hecho desde dos planteamientos opuestos –el catalán y el
español, concretamente-, que si bien apuntan hacia lo mismo, lo hacen desde
valoraciones dispares. Según ambas, las circunscripciones autonómicas
son un remedo de circunscripción única en toda España, indeseable
para uno, deseable para otro. Para el primero, sería un paso más hacia la españolización y la puntilla casi definitiva del
centralismo jacobino en su obsesión por yugular la presencia de nacionalistas
no españoles en el Congreso; para el segundo, la solución para quienes estén en
empeño denunciado por el primero. Pues no. Y aunque sean lo mismo, he de replicar que ni lo uno, ni lo
otro.
Ni
lo uno,
porque en ningún momento he hablado de convertir a España
en una circunscripción territorial única en sus propias elecciones generales -ya están las europeas para eso-. Y no solo porque, hasta donde me consta, no se da en ningún lugar del mundo algo así,
sino porque en la realidad «plurinacional» española sería una insensatez aun
mayor que, por ejemplo, en Francia, donde tampoco se les ha ocurrido hacerlo.
Más bien pienso que al reducir las circunscripciones y aumentar su volumen
demográfico, la adjudicación de escaños podría ajustarse a unos criterios de
proporcionalidad mucho más equitativos
que, con las circunscripciones provinciales, es en la práctica es imposible llevar
a cabo. A menos, claro, que pretendamos un Congreso con mil quinientos diputados, lo
cual no es el caso.
Luego, no veo, la
verdad, cómo esto yugularía nada o a nadie, máxime si tenemos en cuenta que la
ubicación territorial de los
«yugulables» acostumbra a remitirse al ámbito autonómico. Sólo que,
eso sí, su representación en el Congreso español sería acaso más proporcional
en relación al todo que ahora. ¿Para mejor o para peor? Pues depende. Sin duda esta medida soliviantaría a ciertos caciques locales y comarcales, pero no es eso lo que aquí nos ocupa, sino los criterios de proporcionalidad.
Ni
lo otro,
porque no se trata de perseguir o penalizar determinadas
opciones, sino de que las que obtengan representación, lo hagan proporcionalmente a su porcentaje de votos. Desde ciertas posiciones se ha dicho con
frecuencia que los nacionalismos catalán y vasco están sobrerrepresentados en
el Parlamento español, en comparación, por ejemplo, a Izquierda Unida. Porque
Izquierda Unida, con los mismos o más votos que CIU, por ejemplo, obtiene menor representación debido a la
dispersión territorial de su voto. Bueno, a ver.
Esto es en todo caso un
agravio a Izquierda Unida, pero no un trato de favor a CIU. Porque la
concentración o la dispersión territorial de un voto es algo inevitable desde
el mismo momento en que una unidad electoral se divide en circunscripciones,
como se ha venido haciendo desde que el mundo es mundo. Lo que hay que
procurar, en todo caso, es que esta distribución se ajuste lo máximo posible a
los votos obtenidos, según he venido defendiendo. Y luego, que salga lo que
salga.
Comprendo que algunos quieran
aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid, pero es que las cosas funcionan
de otra manera; o deberían. El problema de Izquierda Unida radica precisamente en
las circunscripciones provinciales y sus, aun con sobrerrepresentación, escasos
escaños a repartir entre las listas concurrentes. Quien se moleste en calcular
como le hubiera ido a Izquierda Unida en anteriores elecciones de haberse
celebrado bajo circunscripciones autonómicas, comprobará que sus resultados en
escaños se hubieran aproximado mucho más al porcentaje de voto global obtenido.
Y eso simplemente sumando los actuales escaños provinciales al global
autonómico. Pero si correlativamente calcula los resultados de CIU, verá que
tampoco hubieran variado tan ostensiblemente.
Pero, en fin, si el objetivo
es reducir la representación nacionalista en el Congreso, entonces quizás la solución
final fuera poner a toda la antigua Corona de Aragón como circunscripción
electoral. Pero cuidado, no fueran a salir las cuentas del revés y la
sobrerrepresentación de Teruel o Huesca compensara la infrarrepresentación de
Barcelona, sin entrar en otros detalles. Vamos, que si lo que se quiere es
liquidar o reducir a la mínima expresión a los nacionalistas, la mejor opción sería adoptar el modelo vasco: un número n de escaños, idéntico para cualquier circunscripción, con
independencia de la demografía. Pero esto es un modelo confederal, así que
atengámonos a las consecuencias.
En cualquier caso, mi
propuesta no estaba pensada para beneficiar ni perjudicar a nadie, más allá del
imperativo democrático de una representación en escaños proporcional a la
demografía del territorio. Y esto sólo parce posible ampliando la
circunscripción electoral a la comunidad autónoma. Si luego esto favorece a
unos o perjudica a otros, pues qué la vamos a hacer.
Así pues, espero haber
dejado claro que ni lo uno, ni lo otro,
sino democracia. Y gracias a ambos, por las respectivas observaciones que han
suscitado esta apostilla.
En realidad si que existen países que aplican la circunscripción única, como por ejemplo Países Bajos. Y no veo porque una circunscripción única afecta a la diversidad de España. Las comunidades autónomas siguen ahí pero en las elecciones generales se fusionan para que el porcentaje de votos sea proporcional al número de escaños y no se vea afectado por la dispersión del voto.
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