Imagen que está circulando por las redes. Obsérvese la presencia de algunos no psoecialistas.
Resulta que para forzar la
dimisión del secretario general, dimiten diecisiete miembros que, añadidos a tres
vacantes anteriores –una de ellas por fallecimiento-, sumaban la mitad más uno
de la ejecutiva. Según unos, los estatutos del PSOE establecen que, en este
supuesto, el secretario general y el resto de la ejecutiva quedan automáticamente
cesados de sus cargos y ha de convocarse un comité federal que nombre a una
gestora hasta la celebración de un nuevo congreso. Según otros, la ejecutiva
queda en funciones, hasta que se convoque dicho congreso y unas (mal llamadas)
primarias para que la militancia vote a un nuevo secretario general. Y según
estos mismos, en ningún momento los estatutos hablan de gestora. Cabe añadir
que ningún medio ha sabido mostrar el párrafo donde se habla de comisión
gestora en los tan profusamente difundidos estatutos, durante estos últimos
días. Bien.
Así las cosas, el para unos
cesante, y para otros en funciones, secretario general, con lo que queda de su
ejecutiva en idéntica tesitura, convoca un comité federal para que convoque, a su
vez, las (mal llamadas) primarias y el congreso. Para los dimitidos y los
suyos, dicha convocatoria es nula de derecho porque el órgano que la convoca no
existe. Pero asisten. Una vez allí, en una atmósfera digna de Monthy Python, resulta que no se procede
a debatir el orden del día de la convocatoria, ni aunque se ofrezca
por una de las partes readmitir a los dimitidos que, por otro lado, con la
lógica excepción del fallecido, ya estaban allí (?).
Entonces, y con un sentido de
la estrategia que les pone a la altura de Johnny English, algunos del sector cesante
o en funciones se sacan una urna de la manga y proponen que se vote otra cosa:
¿Qué hacemos con Rajoy? Al parecer, además, la urna era muy cutre y estaba
detrás de una mampara de Ikea. Y nada, que si quieres arroz Catalina:
discutiendo sobre si hay que votar poner a votación lo que sea.
Finalmente, el sector golpista
presenta las firmas para una moción de censura del secretario general –tema que
tampoco estaba en el orden del día de una reunión que, hay que insistir en
ello, no reconocían-. Ignoramos si los dimitidos firmaron, pero todo indica que
sí. Como mínimo sí que votaron. Y salió la destitución de Pedro Sánchez.
Y aquí viene lo más esperpéntico,
a la vez que sospechosamente «inadvertido» por propios y extraños: los
derrotados abandonan la sede y los vencedores siguen reunidos como comité federal
para elegir a una gestora que va a tener menos poder que Amadeo de Saboya.
Y mientras tanto los vencedores
seguían en Ferraz chalaneando con el nombramiento de la gestora, y los medios
nos decían en directo que el comité federal seguía reunido para nombrarla, las
imágenes simultáneas nos mostraban a los derrotados abandonando la sede ¿Pero
qué comité federal ni qué narices, si allí se quedaron la mitad, con un tema no
incluido en el orden del día, en una reunión que, además, no reconocían? ¿Qué
maravillosa transubstanciación se produjo para que lo que era una convocatoria
ilegal pasara a ser legal?
Luego, no menos penosas, las
declaraciones, entre las cuales cabe destacar por su ramplonería las de un antiguo tertuliano metido a
caricato de la política, anunciando que hoy acababa de renacer el PSOE y,
agárrense, que lo que había motivado todo este despropósito, en ningún momento
había sido una lucha entre partidarios del sí y los del no a un gobierno del
PP. ¿Ah no? ¿Pues qué fue entonces? ¿Se puede ser más cutre?
Sí, claro que sí. Y lo
comprobaremos a lo largo de los próximos días, cuando veamos a los histriones manifestar
su repugnancia por Rajoy y sus políticas sociales, a la vez que le facilitarán la investidura torticeramente.
¿Cómo? Pues ya veremos, pero lo harán. Puede que los dignatarios de la gestora
recurran a una solemne proclamación, ante la excepcionalidad de la situación
que vive el partido y la división entre la militancia, dando libertad de voto
en la sesión de investidura. O incluso que, más capciosamente, se recurra a una
fingida segunda insurrección, la de los explícitamente «patrioteros», y que el
día de la votación se ausenten en número suficiente, o recurran a cualquier
otro pretexto, para facilitar la votación. Esta última opción ofrecería la
ventaja de permitirle a Susana Díaz votar «no», para intentar reparar su
maltrecha imagen. Porque ha salido muy tocada.
Y porque, me mantengo en ello,
el intríngulis radica en que no ha de haber terceras elecciones. Al final, y aunque
me pese, justo es reconocerlo y nobleza obliga, la frase más incisiva y premonitoria
ha sido la del ínclito Javier Solana: cuando se den cuenta de las dimensiones
del desastre, todos querrán 85 diputados. Algunos, como sin duda él y su mentor
González, ya lo sabían, cómo no, pero les da igual. Los otros, pues a saber…
algo quedará para agradecer los servicios prestados.
Pero lo más gracioso de
todo esto es la milagrosa transubstanciación acaecida en la reunión de este
comité federal, que transitó de la ilegalidad a la legalidad, de la
ilegitimidad a la legitimad, precisamente cuando lo abandonaron los perdedores
y se quedaron los vencedores. Ahora todo el mundo parece darlo por bueno.
Porque ganaron los «buenos». Como ha de ser. Eso sí ¿a qué precio?
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