En marzo de 1939, el coronel
Segismundo Casado llevó a cabo un golpe de estado militar que depuso a Negrín y desencadenó el colapso final de la República, o de lo que quedaba de ella. La razón argüida fue la
inutilidad de proseguir con un conflicto irremisiblemente perdido, y su objetivo,
el establecimiento de negociaciones con el bando franquista para acabar con la
guerra. Contó, entre otros, con el apoyo de destacados dirigentes del PSOE,
como Julián Besteiro. En realidad, fue también un golpe de estado dentro del
propio PSOE. Y mucho me temo que no se acaban ahí las analogías.
El golpe de Casado triunfó,
pero fracasó estrepitosamente en su objetivo: Franco se negó a negociar nada
-¿para qué, si tenía la guerra ganada?- haciéndole saber que sólo aceptaría la
rendición incondicional. Y así fue. Casado se exilió a Inglaterra y acabó como
comentarista militar en la BBC durante la II guerra mundial. Otros no tuvieron
tanta suerte; como Besteiro, que murió en las cárceles franquistas. Unos
piensan que el golpe estuvo justificado –la guerra estaba perdida-, y otros que
Casado fue un traidor que acabó con la última esperanza de la República –que estallara la
guerra en Europa, lo cual hubiera significado un vuelco total en la situación-.
Sea como fuere, no es mi intención aquí tratar sobre estos hechos, sino establecer
algunos paralelismos formales que, en situaciones de clara desventaja, parece
ser que asoman siempre, como en la actual situación del PSOE después de Pedro
Sánchez. Ahora, quien le exige condiciones al PSOE a cambio de que le facilite
la investidura, es el propio Mariano Rajoy.
El motivo aducido para el punch fue la contumacia de Sánchez, enrocado
en unos planteamientos que, según los golpistas, abocaban al PSOE a una
situación desesperada y sin solución de continuidad: unas terceras elecciones que
se auguraban desastrosas. Así que había que evitarlas a toda costa, pero se les
«olvidó» explicar cómo pensaban alcanzar este objetivo. Como Bellido, creyeron acaso actuar
por un impulso «soberano» que interpretaron como razón de estado, para caer
ahora en la cuenta de que era un cálculo político partidista.
Igual que en el golpe de Casado, se
trataba de salvar los muebles, o lo que quedaba de ellos. Y todo indica que,
como a Casado, le han dicho al PSOE que o se hace el harakiri o nada de nada.
Vamos, que hasta la vaselina la han de poner ellos. Es decir, que o se
compromete a aprobar con su voto los presupuestos y a facilitar la acción de
gobierno, o que se vaya metiendo la abstención donde le quepa, porque para nada
va a aceptar el PP ninguna transacción para salvarles la cara. O eso, o a las
terceras elecciones. Más allá de que se trate de escenarios distintos, y
distantes, el paralelismo con el trágala que Franco le escupió a Casado se me
antoja evidente.
Casado pensó que podía sacarle
a Franco alguna contrapartida que evitara la derrota absoluta y total de la
Repúblca -o vamos a creer que así lo pensaba-, pero se equivocó por completo,
tanto en su cálculo sobre el psiquismo del enemigo al que pretendía sonsacársela, que había
apostado a todo o nada desde el primer momento, como en el de su propia
posición en contexto, porque la guerra estaba perdida y la única razón, de
haberla, para intentar alargarla, era la posibilidad de que estallara mientras
tanto la guerra entre las democracias y los fascismos en Europa. No había otra.
Y fue lo que fue: una rendición incondicional con hedor a felonía, que lo único
que consiguió fue adelantar algo la tragedia final, y que no apaciguó en modo
alguno ni la sed de venganza del enemigo, ni la implacable represión que se desencadenó
tras la guerra. Incluso es posible que, numéricamente al menos y a tenor de los
cientos de miles de asesinatos posteriores, la rendición de Casado ni siquiera
contribuyera a ahorrar vidas, como mínimo en el bando republicano.
Ignoro si el PSOE ha errado en
los mismos cálculos en que erró Casado, pero me parece harto probable. Porque
ahora lo que se le exige es la rendición total con armas y bagajes, dejándolo
inutilizado para bastante más tiempo del que ocupa una legislatura. Obviamente,
Mariano Rajoy no es el tonto del culo que algunos imaginan, y hasta es posible
que esté interesado –él, como político y de partido- en unas terceras
elecciones, por una simple cuestión de cálculo político: sabe que no sólo aumentaría su ventaja, sino también que dejaría
al PSOE hundido en la miseria y reducido a sus menguantes baluartes sureños,
además de inoperativo para largo tiempo. Dependerá de si le interesa o no.
Y es que esto incorpora una
propina muy superior al importe de la factura: podría asegurar al PP un largo
periodo en el poder. Veamos. El hundimiento del PSOE
comportaría el sorpasso
por parte de Podemos, que pasaría a ser la formación hegemónica de la izquierda.
Pero Podemos no incorporará nunca todo el voto del PSOE, sino sólo una parte. Hay
un sector de voto moderado entre los votantes del PSOE que nunca irá a parar a
Podemos, al menos hoy por hoy, por ser considerado demasiado de «izquierdas»,
demasiado extremista.
Es verdad que, por decirlo
así, estamos viviendo unos tiempos sociológicamente líquidos, y una muestra de
ello sería el propio auge de Podemos, que en apenas dos años pasó de no existir
a ser la tercera fuerza parlamentaria. Pero se me hace muy difícil pensar que,
por más líquidos tiempos que corran, Podemos consiga una mayoría suficiente
para gobernar, no digo ya en solitario, sino incluso en coalición con un PSOE
jibarizado. Es decir, si el voto del PSOE se cuartea, ciertamente que una buena
parte recalará en Podemos, pero no todo. Otra parte, bajo mínimos o no,
permanecerá en el PSOE. Y el resto, el voto digamos más «centrista», o iría a
la abstención, o a Ciudadanos y al PP, según el caso.
Si esto es así, y con un PSOE
más o menos residual, Podemos podría convertirse a corto o medio plazo, no sólo
en el partido hegemónico de la izquierda, sino incluso en el más votado en unas
elecciones generales. Pero la fuga del voto centrista y moderado del PSOE hacia
Ciudadanos y/o PP, por poco que fuera, reforzaría a su vez a dichas formaciones
y las podría situar en posición de articular cómodas mayorías. Y esta es la
propina: la posibilidad de un largo periodo de hegemonía y gobiernos de la
derecha ante una izquierda hegemónica radicalizada. No es moco de pavo. Y esto
sin duda lo sabe Mariano, o si no, ya se lo habrá dicho Arriola. Y por esto se
ha puesto farruco. Sólo dependerá de si un escenario así le interesa o no.
Así que, después de todo, tendría
guasa que al final hubiera terceras elecciones por las mismas razones de cálculo
político que se le impusieron al PSOE como razón de estado. Habría pasado con
ello, de ser un tonto útil, a que su utilidad consista precisamente en su
inutilidad. Toda una paradoja. Como el coronel Casado y su golpe.
Las dos almas del Psoe siempre han estado ahí. Los enfrentamientos entre prietistas y caballeristas, entre besteiristas y caballeristas, entre negrinistas y prietistas ya en el exilio...
ResponEliminaCasado se rebeló apoyado por una parte del Psoe, la besteirista,pero también por los anarquistas de Cipriano Mera, los pocos republicanos que quedaban y gran parte de la oficialidad. De hecho, Miaja encabezó formalmente el Consejo creado.
Aquello, siendo también sin duda un enfrentamiento entre socialistas, fue algo de mucho más alcance. Y su causa fue el hartazgo y el miedo ante los comunistas que todo lo acaparaban y eliminaban a quien se les pusiese por delante.
Orwell o Barea son buenas referencias al respecto. Y el asesinato de Nin un buen ejemplo.
Sin duda es así, tal como usted lo dice. En cualquier caso, no era mi intención "juzgar" a Casado y a los que le apoyaron, sino simplemente establecer analogías entre ambas situaciones, que ya dije distintas y distantes, allí donde creí verlas. Otra cosa es que lo haya conseguido.
ResponEliminaEn otro orden de cosas, lo del hartazgo y el miedo ante los comunistas es algo que entra de lleno en los problemas y contradicciones de la República. Al principio eran muy minoritarios, y los mismos que les auparon contra los anarquistas en mayo del 37, son los que luego los sacrificaron -incluido el propio Stalin- cuando, más que peligrosos, pienso que empezaron a considerarlos un obstáculo para la (imposible)rendición "pactada" en que pensaban. La inhibición de Francia, y sobre todo de Inglaterra, arrojó a la República en brazos de la URSS, y se aprovecharon de esto. Pero también hay aspectos poco claros. Por ejemplo: el escenario sobre el que Rojo había planeado la ofensiva del Ebro era mucho más amplio y contemplaba, entre otras cosas, el apoyo de la aviación desde el primer día -tardó más de una semana-; el desembarco en Motril de una brigada de infantería de marina -que nunca se produjo-, y una ofensiva en Extremadura. Todo ello con la finalidad de evitar lo que había ocurrido en anteriores ocasiones, y volvió a ocurrir: que Franco concentrara el grueso de sus fuerzas en un solo punto. ¿Por qué no se llevó a cabo nada de esto? ¿Había empezado el boicot a los comunistas ya antes de la batalla del Ebro? Si fue así ¿cómo habría que llamar a esto?
En fin, que conste que tampoco estoy diciendo que la República estuviera en condiciones de ganar la guerra en julio de 1938. Sólo apunto que hay ciertos indicios que no acaban de cuadrar en todo este embrollo.
Muchas gracias por su intervención, estimado Sergio, bienvenido y considérese en su casa.
Gracias a usted, Don Xavier, por sus amables palabras. Volveré a visitarle, sin duda.
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