Quede claro, de entrada, que
no soy partidario de recurrir por sistema a plebiscitos refrendarios; para esto
están los órganos de gobierno en cada estado, partido u organización. Sólo en
situaciones excepcionales, acaso tal medida esté justificada, y requiere
ineludiblemente que quien convoque esté debidamente legitimado.
Igualmente, soy partidario de
la disciplina de voto, y cada vez que algún periodista, iluminado o
tendencioso, o algún político, inescrupuloso o disidente, diserta sobre estos
temas, se me llevan los demonios. Pero claro, la justificación de dicha
disciplina de voto obedece a dos factores que son, a su vez, sine qua non. La primera, que se esté
votando en consecuencia con el programa con que la formación concurrió a las
elecciones; la segunda, que la decisión sobre el sentido del voto la haya
adoptado el órgano de gobierno legitimado para ello.
A tenor de las anteriores
afirmaciones, y ya que hablamos del PSOE, tal vez pudiera parecer que considere
legítima la decisión de abstenerse, de imponer la disciplina de voto y de
evitar cualquier consulta a la militancia. Pues va a ser que no. Veamos. Y que
conste que no me pronuncio sobre si sería partidario, o no, de dejar formar
gobierno o de seguir votando no; ni me pronuncio ni me he pronunciado en ningún
momento a lo largo de todo este proceso. Es sencillamente como se ha hecho lo
que produce auténtica repugnancia, por lo inmoral del procedimiento.
De la decisión que ha adoptado
el Comité Federal del PSOE, optando por la abstención en la próxima sesión de
investidura -para facilitar así que haya gobierno y evitar unas terceras
elecciones-, y la imposición de disciplina de voto a los diputados de su grupo
parlamentario, sólo puede colegirse que se trata de un ejercicio de cinismo
supremo, llevado a cabo por unos sinvergüenzas que, además, supone un desprecio
absoluto a su militancia y a sus votantes; una canallada que probablemente sea
la mortaja de este partido, al que sus actuales dirigentes han vendido en aras a
inconfesadas prioridades y que, para algunos de ellos, tendrá probablemente efectos
individuales salvíficos; desde posibles sobreseimientos para ciertos amigotes
de la sultana, hasta vaya usted a saber qué. Ni más ni menos.
El golpe de mano áulico que
descabalgó a un político mediocre como Pedro Sánchez, tenía como único objetivo
llegar a la decisión que hoy se adoptó. Esto estaba ciertamente cantado, tanto
como que se descartó cualquier otra vía que pudiera torcer tal designio. Pero es que no se
da ninguna de las tres condiciones que se exponían en los dos primeros
párrafos, sino, justamente, todo lo contrario.
Porque para exigir disciplina
de voto se requiere legitimidad por parte de quien la exige, amparada en el programa
electoral o en el ideario del partido. Y no se da ninguna de las dos. En primer
lugar, porque la gestora que ha convocado al Comité Federal procede de una
conspiración ilegítima que no ha reparado en medios. Esta gestora no está
legitimada habiendo surgido de donde surgió. En segundo lugar, porque todo el
discurso reciente del PSOE, ha consistido en vender en que bajo ningún concepto
facilitaría un gobierno de PP.
Queda el primer
argumento, lo excepcional de la situación, que sin duda lo es. Bien, pues
entonces sí que, si hay que cambiar de discurso y donde se dijo «digo» hay que
decir «diego», tal vez sí que hubiera sido procedente convocar un plebiscito
refrendario entre la militancia. Pero es que resulta que quien más se aproximó
a esto fue el defenestrado Sánchez. Y ha sido precisamente la consulta lo
primero que han descartado de entrada los «sultaneros», no fuere a salir lo que
no conviniere. Que hay mucho en juego; para algunos puede que incluso la
cárcel. Las sobras del banquete, o las bíblicas treinta monedas de plata.
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