Desde siempre me gustó Bob
Dylan, y mucho en ciertas épocas, lo confieso. Incluso he llegado a emocionarme
con algunas de sus canciones. Si además tenemos en cuenta que seguía
emocionándome con estas mismas canciones cuando el intérprete, a guitarra,
armónica y voz, era uno mismo, entonces sí que hay que reconocer que la cosa
era grave. Pero qué quieren que les diga, lo de
Nobel de Literatura me suena a sarcasmo.
A lo peor es que uno ya no
está en la onda; acaso el insigne jurado decidió en un arrebato de nostalgia –está
en su derecho, cómo no- premiar sus recuerdos de juventud y algunas (o muchas)
noches locas; o puede también que, atendiendo a los tiempos líquidos que corren,
creyeran estar concediéndole el preciado galardón a Dylan Thomas (1914-1953).
Nunca se sabe.
Por más que pueda haberme
gustado Bob Dylan, y que me siga gustando, no sé, oigan, jamás se me hubiera
ocurrido compararlo con Homero o con Proust. Autores con los cuales, ello no
obstante compartía algo hasta hoy. Con el primero, que no se sabía con precisión
si verdaderamente existía, como mínimo a juzgar por las múltiples mutaciones,
metamorfosis y conversiones por las cuales parece haber transcurrido la
supuesta biografía de Mr. Zimmerman; con el segundo, la condición de pertenecer al club de los
que no son premio Nobel de Literatura, sociedad extensa donde las haya. Ahora
ya no comparte nada con ninguno de ellos.
Pero no crean tampoco que me
voy a rasgar las vestiduras como están haciendo algunos. Hasta en algún lugar
de la red he leído que alguien proponía a Punset como Nobel de Física. Y
tampoco es para tanto. No, el problema es el premio Nobel en sí mismo, puesto
en relación con los tiempos que corren. Basta con pensar en algunos que lo han
recibido para entender por qué otros los rechazaron.
Aunque no sé exactamente en
qué estación, uno no puede evitar enterarse una vez al año de que todavía
existe el festival de Eurovisión. Pues en esto se ha convertido el Nobel, en
una charanga de la cual nos enteramos, una vez al año, de a quién no tenían que
habérselo concedido.
Algunos pensarán que con
esto se acerca el Nobel a la gente y se democratiza, y hasta acaso que
cualquiera puede ganarlo a partir de ahora. Y no, no lo ganará cualquiera
porque tampoco Bob Dylan es un cualquiera, aunque no se merezca el Nobel de
literatura. Y tampoco se democratiza, sino que más bien se trivializa. Es el
espectáculo; nada más. Cada vez más olvidado, como Eurovisión.
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