Me parecen muy particularmente
interesantes las declaraciones que ayer realizó Josep Borrell en Antena3TV
sobre la crisis en el PSOE, por dos razones. La primera por venir de quien vienen;
la segunda, porque sólo unos pocos medios le han dado cobertura, lo cual nos
lleva al (vergonzoso) papel que, en general, están desempeñando los medios de
comunicación en relación con esta crisis.
Como digo, se trata de unas
declaraciones que, aunque simples y elementales, no tienen desperdicio, por su rigor, por su objetividad
analítica y por su capacidad de discriminar entre dicho análisis y su
posicionamiento con respecto a los bandos en liza. Algo a lo que no estamos,
desgraciadamente, muy acostumbrados a asistir. Siempre he pensado que un
partido y un país que se permiten prescindir de un talento como el de Borrell, delatan
con ello su mediocre naturaleza constitutiva. Tampoco mereció mayor difusión el
debate que sostuvo con Oriol Junqueras en la cadena catalana 8tv –ni en
Cataluña, ni en el resto de España-, en el cual le dio un auténtico repaso al
líder de ERC, sometiéndole a una auténtica sesión de rigor conceptual que
difícilmente olvidará, si es que se enteró de algo. Fue la solidez imponiéndose
a la liquidez. Pero vayamos a sus recientes declaraciones.
Borrell conoce como nadie la
capacidad conspirativa de los barones y el aparato del PSOE, no en vano lo
vivió en carne propia, viéndose sometido a un auténtico mobbing por parte de los que no le perdonaban haber sido el primer
candidato a la presidencia del gobierno elegido directamente en primarias por
la militancia del partido, hasta que, hastiado, acabó por dimitir. Sabe, pues,
muy bien de lo que está hablando.
Confiesa Borrell que es
partidario de la abstención y de evitar unas terceras elecciones, y que su voto
en el comité federal hubiera ido en esta dirección. Esto lo situaría, de
entrada, en el bando de los golpistas. Pero va a ser que no. Porque, nos
recuerda, hubo una decisión del Comité Federal en la cual se acordó –por unanimidad-
votar «no» a la investidura de Rajoy, tanto en la primera como en la segunda
sesión. Y Pedro Sánchez lo que ha hecho es cumplir este acuerdo.
Manifiesta también que los acuerdos están para algo, a la vez que confiesa su
extrañeza por el hecho de que ninguno de los «críticos» planteara la menor
objeción durante esta reunión, y a los dos días airearan públicamente sus
discrepancias.
Asegura, además, que los
estatutos le dan la razón al secretario general. Sus afirmaciones más
categóricas son que el secretario general no ha de ser el hombre de paja de
ningún poder territorial y que quiere un partido fuerte, no una confederación
de partidos regionales. Lanza también una puya hacia unos dirigentes endogámicos que,
nos dice, carecen del menor background intelectual y profesional. También
afirma que hay que hablar con Podemos porque, dice, están ahí. Toda una
declaración de principios que, sin duda alguna, caerán en saco roto.
Lo más interesante es sin duda
una actitud que, desgraciadamente, brilla por su ausencia en el elenco político:
la capacidad, desde la discrepancia, de distinguir entre las propias opiniones
y los acuerdos colegiados. Porque hay algo que debería, como mínimo, llamarnos
la atención: la realidad se interpreta de acuerdo con los intereses del bando
en que se milita. Los partidarios de Sánchez coinciden en su interpretación de
la legalidad estatutaria para mantenerse en el puesto de mando. A su vez, los
golpistas apelan a estos mismos estatutos cuya aplicación dicen haber forzado
mediante las dimisiones.
No así Borrell.
Políticamente parece situarse en el bando de la abstención –algo que, por otro
lado, los golpistas no se atreven a proclamar abiertamente y lo insinúan sólo
entre líneas o con la boca pequeña-. Su interpretación de los estatutos, en
cambio, lo sitúa en el bando de Sánchez y rechaza el modelo golpista. La
verdad, no creo que Borrell tenga una gran opinión de Pedro Sánchez. Por esto,
precisamente, su actitud le engrandece. Y es que, simplemente, no vale todo.
Acertada serie de artículos, Xavier. En efecto, los planes de Sánchez eran una insensatez y él ha dado las suficientes pruebas de incompetencia (en cantidad y calidad) como para demostrar que no era idóneo para el cargo, pero por otro lado, los que debieron decírselo y ahora alborotan, callaron cobarde y cómplicemente, con lo que se pusieron a su altura (por no hablar de que los historiales de la mayoría de ellos ya tenían lo suyo). El PSOE va a tener que hacer ahora por las malas la megarreforma que debió emprender por las buenas en 2011. El problema del PSOE está en sus propios dirigentes, y no solo en Sánchez, un colectivo tan impresentable que en él desentona Josep Borrell, pero no Pedro Sánchez. El PSOE es como esas casas ruinosas para las que ya solo vale demolerlas y hacer otra completamente nueva.
ResponEliminaMucho me temo que así sea, querido Guachimán. Sólo vale la demolición, me temo.
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