Los resultados de las
elecciones de hoy en Galicia y Euskadi no dan, en realidad, para nada más que
constataciones. Quizás por esto los tertulianos habituales de las tertulias estaban
tan despreocupados y hasta desinhibidos: hoy no hacía falta pensar, y como se
trata de una actividad para la cual no son especialmente idóneos, pues eso.
Ahora bien ¿Qué constataciones?
Porque las constataciones no deberían
ser sobre los resultados –están ahí y punto-, sino sobre las consecuencias que
se desprenden de ellos. En principio, podría parecer que unos resultados
«normales», es decir, que coincidan con las encuestas, no darían para grandes
análisis. Pero puede que no.
Porque la primera constatación
sería que la inmarcesible florecilla de Ciudadanos está empezando a
marchitarse. Es verdad que las previsiones coincidieron con los resultados,
tanto en Galicia como en Euskadi, y que para esta formación la
convocatoria era de lo más inoportuna; precisamente en sus dos puntos más
débiles. Pero también los es que tal inoportunidad puede marcar tendencia en
sus resultados. Y sorprende que el omnipresente ciudadano mayor haya desaparecido
esta noche del escenario. La pregunta es obvia: ¿Hubiera eludido igualmente las
cámaras de haberse producido unos resultados más favorables? La cara nunca se
da ante el éxito, sino ante la adversidad. Esto también puede marcar tendencia.
Lo del PSOE ya va para la UCI,
con los barones y baronesas meridionales afilando las navajas en la luna llena
de García Lorca, con un bandolero cabalgando muerto que se apellida Sánchez, en
una noche con perfume de flor de cuchillo. O más prosaicamente, pisándole los
tubos de oxígeno. Sólo que en la fosa caerá todo el partido, y algunos de
ellos/as incluidos/das. Dejemos al PSOE, en el pecado está la penitencia.
Podemos y sus mareos, pues
esto. Mucho Gramsci y tal y tal, pero la hegemonía es la que es, y de quien es,
y esto vale para Galicia y para Euskadi… Y para el resto de España. Estaba por
escribir el manual sobre cómo malograr una oportunidad histórica irrepetible
para la izquierda. Ya falta menos; como mínimo ya tenemos el relato. Alguno de los
doctorandos de Monedero podría planteárselo como tema de tesis, si es que
siguen existiendo las tesis doctorales.
Lo del PNV –su éxito- demuestra
que todo nacionalismo, centrípeto o centrífugo, ha de saber mantenerse
emboscado a la espera de su oportunidad; y mientras tanto, a recoger. Hasta el
ínclito Ansar afirmó que hablaba
catalán en la intimidad. En el caso del PNV debe ser la tradición jesuítica. Lo
he de decir, lo siento: sería recomendable que el PNV aportara algunos de sus
cuadros para impartir un cursillo de formación política a sus homólogos catalanes
de la antigua CDC, hoy de ignota denominación, empezando la primera lección
explicándoles que en un partido hay «familias», pero que un partido no es de una
familia, sino de la parentela.
Y acabo con Mariano. Hay
que reconocer que este hombre tiene un aguante que al final empieza a
resultarme entrañable. En un país de crispados, él ni se inmuta. Y también tiene
suerte. A ver si no. Imaginemos que, en lugar de haber elecciones en Galicia,
las hubiera habido en Madrid, y saca Esperanza Aguirre los mismos resultados
que hoy son los de Galicia ¿Estaría igual de contento? Mucho me temo que no. En
cambio, ahora tiene en cartera para
diciembre 10 o 15 escaños más, y Ciudadanos 10 o 15 menos. Y quizás al PNV, lo
quiera o no Ribera; ya apenas contará. Solamente para decir «sí».
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