Después de veintiocho años y
considerándose erradicada, se ha producido un caso de difteria en un niño cuyos
padres se negaron a vacunar porque habían leído en internet que las vacunas son
un engaño urdido para mayor lucro de las industrias farmacéuticas; además,
dijeron, se habían enterado, también por internet, que la vacuna de la difteria
contiene mercurio. Si, a lo mejor, en lugar de mercurio hubieran leído que la vacuna contuviera Flores de Bach, su opción hubiera sido otra. Porque como todo el mundo sabe, el mercurio es malo y la Flores de Bach buenas. El caso es que, como buenos padres y ciudadanos conscientes y
responsables, propios de la sociedad de la información, y del conocimiento que
ya no es necesario transmitir porque está en internet al alcance de todo el
mundo, ejercieron su neoepistemológicamente fundamentado derecho a rechazar que
su vástago fuera vacunado. El niño contrajo la difteria y sigue aún hoy debatiéndose
entre la vida y la muerte. Posteriormente, los padres han afirmado haberse
sentidos engañados por internet y los «antivacunas».
A uno, determinadas actitudes le recuerdan aquel chiste malo que circulaba hace tiempo. Va un tipo por la calle blandiendo un extraño artefacto que emite un raro sonida, arriba y abajo... Cuando alguien le pregunta qué está haciendo, responde: "Ahuyentar rinocerontes, es un invento mío ara ahuyentar rinocerontes". "Pero hombre, si aquí no hay rinocerontes", le comenta burlonamente el otro. "¿Lo ve? Precisamente". El problema lo hubiera sido de aparecer algún rinoceronte, y algo así ocurre con los antivacunas. Pero dejémonos de bromas.
El caso invita a reflexionar
sobre varios temas. Sobre la desjerarquizada horizontalidad propia de la
información contenida en internet, y la mostración de su eventual peligrosidad,
así como de muchas de las milongas que se nos están vendiendo, hasta el no
menos trivial debate sobre el derecho de uno a rechazar que se le administre
una vacuna, a él o a sus hijos, sin más, porque me da la gana, o a la obligación del Estado a imponerla en
aras a lo que el conocimiento indica como una razonable medida para el bien
común. También, por supuesto, por el cuestionamiento, fundamentado o no a partir de cualesquiera convicciones, de los
conocimientos a partir de los cuales se infieren las virtudes de la aplicación
de medidas universales y obligatorias para el conjunto de la sociedad.
Tenemos, pues, como
mínimo, tres ámbitos distintos sugeridos. El primero sería el debate sobre el acceso a la
información y al conocimiento a partir de la horizontalidad propia de internet,
tan glorificada por pedagogos, sociólogos y pseudo-neo-epistemólogos. El segundo,
sobre los derechos individuales y su eventual colisión con los colectivos: el
eventual derecho a negarse, como es el caso, a ser vacunado, con independencia
de cualquier otra consideración. Y finalmente, el tercero incidiría en el
cuestionamiento del estado de conocimientos “oficial”, cuya crítica lo situaría
como «interesado» y, en cualquier caso, no neutral; consideración que motivaría
la «decisión», de negarse a ser vacunado, digámoslo así, en defensa propia,
ante algo que se entiende como perjudicial para uno. De cada uno de estos tres
ámbitos hablaremos en sucesivas entregas.
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