«La historia me absolverá» es la única
obra que he leído de Fidel Castro, allá
por los viejos tiempos de Marta Harnecker y sus conceptos elementales del
materialismo histórico, obra, ésta, que me abstendré de valorar. La que me importa es el relato
a posteriori de su autodefensa ante el consejo de guerra por el asalto al
Fuerte Moncada, un fracaso estrepitoso que, entre voluntarista, ingenuo y
propagandístico, perpetraron un grupo de cubanos ilustrados contra una hedionda
dictadura que había substituido el colonialismo español por el neocolonialismo
yankee. Más claro, agua: un país que había cambiado de dueño, y no muy para
bien. Porque si el anterior era estúpido, arrogante y lejano, el nuevo resultó
más próximo, mucho más poderoso, y con una arrogancia, materialmente acreditada,
mucho más sutil que la de los estultos desalojados.
Fue
condenado y cumplió algo de condena en la cárcel. No recuerdo ahora ni cuánto
tiempo ni si se evadió o se le conmutó la pena o la cumplió íntegra; es lo de
menos. El caso es que fue a parar a México, y allí, con unos cuantos arreplegats –que decimos en catalán-, se
empezaron a entrenar militarmente en el patio de la residencia de un coronel
republicano español exiliado, Eliseo Bayo. Un espacio de no más de cien metros
cuadrados; háganse una idea de la instrucción militar que se autoaplicaron, eso
sí, a salvo de los consejos estratégicos de Bayo que, de haber seguido, hoy
nadie sabría que Fidel Castro acaba de morir.
Fletaron
una bañera, el Granma, que llevó a los intrépidos revolucionarios a un
centímetro del naufragio por razones descritas dos milenios antes por un tal
Arquímedes. A un par de centímetros de la línea real de flotación. Aun así,
arribaron a la isla, casi sin armas. Las que consiguieron con merecimiento
de tal nombre fue gracias a las heroicas retiradas de los mercenarios del
régimen batistiano, que iban dejando prendas, camino de las oficinas donde cobraban la soldada, porque no
estaban dispuestos a que, de quedarse aguantando el tipo, su pagador se la ahorrara.
Y surgieron las famosas cuatro «columnas» y sus cuatro comandantes: Fidel
Castro, Camilo Cienfuegos, “Ché” Guevara y Raúl Castro, el hermanísimo hoy
presidente. Por cierto, en relación a este último, ni siquiera citado en la
canción.
Sólo
algunas veces las imágenes valen más que mil palabras. Que recuerde ahora
mismo, dos; una es la película «Cabaret» en una magistral descripción del
ascenso y auge del nazismo, en la taberna campestre, con todos los sectores
sociales «cerveceando» y babeando ante el Tomorrow
belongs to me. La otra es «El Padrino II». Corleone va a Cuba a cerrar un
trato con quien sabe que le quiere «traspasar». Todo muy bonito, augurios
certeros de contratos muchimillonarios a base de casinos, prostíbulos y
consumos para familias puritanas -hasta incluso «montserratinas» (“Sí, dicen que la lado había un lupanar,
pero nunca lo vimos ni (por si hiciera falta constatarlo) nos acercamos"-. Negocio
seguro, así de claro. Es entonces cuando Michele Corleone le pregunta al
patriarca cómo ve realmente la situación en Cuba, más allá de las albricias prometidas
en la reunión del día antes con el «presidente» “baptista” y teléfono (viejo)
de oro macizo que le había regalado el representante de ITT en una escena
que no creo que sea cinematográficamente superable.
Le
cuenta Corleone que por la mañana, yendo en taxi, había asistido a una escena
que le suscitó ciertas dudas. Un revolucionario había burlado el cordón
policial y se había inmolado con una granada casera en el coche de un
potentado. “Los nuestros cobran por su trabajo”, le dice Corleone, los otros lo
hacen por… Si esto es así, ganarán, porque quien no está dispuesto a morir por
su «causa», pierde. Los demás simulan una risa condescendiente. Al día
siguiente, noche de San Silvestre, los «barbudos» entraban en la Habana.
¿Todavía
hay quién se pueda preguntar por qué triunfó la revolución y por qué luego
degeneró? Si los patronos americanos hubieran destinado sólo una décima parte
de lo que dedicaron a combatir al régimen cubano… pero eso era, no imposible,
sino impensable desde la mentalidad oficial y fáctica yankee.
Aun
escrita a posteriori, en la edición que
yo leí de «la historia me absolverá», es imposible detectar al luego converso
al marxismo-leninismo Fidel Castro. Era simplemente una segunda versión de José
Martí. Cualquiera que lea, en cualquiera de sus múltiples versiones, “la
historia me absolverá”, no creo que, ni aun siendo el maricón perseguidor de
maricones Edgar Hoover, pudiera detectar el menor asomo de marxismo-leninismo
en sus alegatos, sino, simplemente, una inteligentzia ilustrada cubana. Alguien que defendía a su pueblo ¿Quién creó
al comunista?
Porque
hay cosas que no se dicen ¿Pero quién hinchó globos con la imagen del Mickey
Mouse y el Pato Donald con gas venenoso, para que los niños cubanos reventaran,
o le metió la triquinosis a un cargamento de toneladas carne de cerdo que, gracias a un
soplo del KGB, se detectó y obligó a quemarlo oliendo toda La Habana a barbacoa
durante dos semanas mientras la gente pasaba hambre? Esas cosas no se cuentan.
A
veces, uno se vuelve radical. “Roma città apperta”. Un grupo de desarrapados
partisanos ve como toda una brigada teutona “avanza” en retirada. Aun
derrotados, al grupillo de partisanos los pueden cocer sin
inmutarse. A uno se le ocurre: “poned banderas rojas, es lo único a lo que le
tienen miedo”: y los nibelungos se rinden. Por algo será que les da miedo. Y
Fidel lo entendió. La izquierda de hoy, no.
Acabo
con una estrofilla que cantábamos en nuestro tiempo, con guitarra y cosas de
esas. Y con una intimidad. Mira Fidel, estoy seguro que a mí me hubieras metido,
tarde o temprano, en un campo de regeneración, pero aun así, pienso,
Comandante, que sí, que la historia te absolverá. Yo ya te absolví.
Y
esta es la estrofilla que, si tanto les fastidia a algunos, también por algo
será:
“Nos mataron a Guevara,
nos mataron
a Cienfuegos,
a Fidel
no hay quien lo mate,
porque
para eso no hay huevos”
Porque Fidel, simplemente, murió.
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