Desde siempre, la lógica de la
imposición de deberes escolares ha obedecido a un doble objetivo, académico el
primero, social y cultural el segundo. Académicamente, el encargo de «deberes»
responde a una cuestión que, por evidente en sí misma, ruboriza tener que
argumentar. Lo que se explica en el aula requiere de un trabajo posterior de
consolidación e interiorización que se puede llevar a cabo fuera de ella: eso
son los deberes. Es verdad que no todos somos iguales, ni en preferencias ni en
inteligencia; pero lo que se imparte en el aula sí lo es, tanto en contenidos
como en tiempo. Es por lo tanto inevitable que la posterior interiorización y
consolidación mediante los deberes requerirá sin duda un tiempo desigual según
el alumno. Los habrá que realizarán los ejercicios en media hora; a otros puede
llevarles más tiempo. Esta es la servidumbre de la escolarización obligatoria,
inclusiva y única que, precisamente, siempre ha sido bandera pedagógica de esta
organización que ahora promueve la huelga contra los deberes. Inaudito, por no
decir ramplón. (...)
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