Como en las células
anarquistas londinenses que nos describe Chesterton en «El hombre que fue jueves», tiene uno a veces la sospecha de que el
gobierno español ha de estar repleto
hasta las trancas de independentistas infiltrados con el único objetivo de
fastidiar a España. Sólo así se pueden entender muchas de sus disposiciones,
proyectos, realizaciones y actitudes del gobierno, no sólo con respecto al «procés», al cual aporta munición cada
vez que empieza a andar escaso de ella, sino con respecto también al resto de
España. Y si no es esto, entonces lo que hay es una falta de inteligencia
política y de sentido común tan apabullante que desconciertan.
Hablando en serio, creo que el
gobierno se está equivocando en su estrategia contra el proceso independentista
catalán de forma estrepitosa. Hasta diría que de no ser por las insuficiencias
constitutivas inherentes al propio «procés»
y a las más que evidentes carencias y limitaciones de sus dirigentes, el independentismo
podría adquirir en Cataluña una envergadura muy superior a la actual hasta constituirse
en socialmente mayoritario y, por ende, entonces sí, imparable. Lo peor de todo
esto es la falta de auténtico sentido de estado que delata, que no sólo perjudica
a los catalanes –sean independentistas o no-, sino a todo el país.
Porque hay cosas que
conciernen a todo el país; es decir, a toda su ciudadanía. Y lo que no vale es
aducir el argumento del interés común nacional para negar un referéndum en Cataluña,
o un concierto económico –que sí tienen otros territorios-, mientras que por
otro lado el mismo argumento se pasa por el arco de triunfo cada vez que la
ocasión lo requiera. Un claro ejemplo de ello es el renovado empecinamiento del
gobierno, elevado por enésima vez ante la UE, en priorizar el corredor central
ferroviario de alta velocidad, frente al corredor mediterráneo, por el cual es
evidente que siente incluso más aversión que displicente desinterés.
Es verdad que puede entenderse
como un castigo a los díscolos para que se enteren de «quién manda». Sí, pero
es una estupidez que a quien perjudica no es sólo a catalanes, valencianos,
murcianos y (parte de) andaluces, sino a todo el país, en general, porque
mantiene en fase de subdesarrollo viario a todo un arco mediterráneo que
concentra cerca del 40% del PIB de toda España y la mayor parte de sus
territorios más dinámicos y exportadores. Vamos -y esto no lo discute nadie-,
de los que más tiran de la economía nacional.
Se mire como se mire, que a
estas alturas no exista todavía el corredor mediterráneo en el país con más
kilómetros de alta velocidad de toda Europa, no puede ser sino el claro
exponente de una concepción patrimonialista y excluyente de lo español, que se
sitúa a la misma «altura» política, moral e intelectual, que los más delirantes
independentismos periféricos, equiparándose a ellos y convirtiéndose en su
correlato, que es precisamente lo que a toda costa cualquier estado que merezca
tal nombre debería evitar ni tan siquiera aparentar. Más aún en las actuales
circunstancias.
Porque no se trata, contra lo
que muchos puedan pensar, de un problema de centralismo. El centralismo puede
ser inteligente o estúpido. Francia es centralista, pero no estúpida. Su
centralismo es incluyente, no excluyente. Y su primera línea de alta velocidad
fue para unir a sus dos más importantes ciudades y regiones, en lo demográfico
y en lo económico, París y Lyon. Y luego, pues un orden de prelación razonablemente
basado en este mismo criterio.
Claro que, según se mire,
también puede que el reiterado y evasivo rechazo del gobierno al corredor mediterráneo
obedezca a una previsión que contemple la eventualidad o la certeza de una
Cataluña independiente en un previsible plazo. Porque de lo contrario, lo
prioritario en estos momentos para España, es el culpablemente demorado corredor
mediterráneo, en primer lugar, y probablemente el cantábrico, en segundo. Por
cierto que nunca existió en España un corredor cantábrico ferroviario, ni
siquiera convencional, sólo de vía estrecha, nunca mejor dicho; como el
concepto de país que tienen todavía algunos, en el centro y en la periferia.
Ahí sí que “tanto monta…” Política de vía estrecha, los «hunos», política de vía
estrecha los «hotros», y política de vía estrecha, todos sin excepción.
Ante cosas así, resulta
imposible no evocar a Paul Preston en una afirmación suya que ha quedado, diría
yo, como una auténtica maldición que sigue ejerciendo su influjo: el desastre
de la pérdida de las últimas colonias en 1898, se resolvió mentalmente con la
interiorización del imperio en la metrópolis, con todo lo que a tal
representación le es inherente. Lo del AVE y el arco mediterráneo es
sólo un ejemplo, pero muy significativo de esta manera de entender España que,
al parecer, sigue perviviendo. Porque ya digo, o es que se contempla la
independencia de Cataluña como inminente, o no hay manera lógica de entenderlo.
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