Otro modelo que guarda muchas
analogías con el del terrorista suicida islámico sería el de los jóvenes
sicarios al servicio de los señores del narcotráfico, muy especialmente en
entornos locales centroamericanos. Rara vez alguno de estos jóvenes sobrepasa
los veinte años. Saben que su vida será corta. Asumen una vida mejor que
procuran vivir lo más intensamente posible –en lo que para ellos signifique
intensamente- que, pobres de solemnidad, no podrían siquiera soñar. Es decir,
acaban prefiriendo una vida corta y delictiva, aun sabiendo que más temprano
que tarde acabarán muertos de un tiro o a machetazos, pero esnifando coca, a
otra acaso más larga, cultivándola en condiciones de vida miserables. Asumido
esto, carpe diem mientas dure. A lo
mejor, en un primer momento, deciden conscientemente que prefieren una vida
breve, intensa, a una inciertamente más larga, pero de pobreza y miseria.
Luego, la inercia y la adquisición e interiorización de los hábitos orgánicos,
obran como técnicas de modificación de conducta y muy probablemente ni se lo
plantean. Es el orden de las cosas. El elemento coercitivo sigue siendo, por
supuesto, primordial. Al traidor se lo castiga implacablemente y con especial
crueldad; y si hace falta, a su familia también. Éste es, pienso yo, el modelo;
el fanatismo religioso es la cobertura, el pretexto.
En el caso de los sicarios de
poca monta de las organizaciones del crimen y la droga, el único paraíso que
esperan después de su muerte es, en el mejor de los casos, que en su barrio les
compongan algún narcocorrido. El paraíso ya lo vivieron, o eso piensan, breve,
pero intensamente, en su corta vida. En el de los terroristas suicidas islámicos
y sus organizaciones, el modelo es similar. Seguimos bajo los parámetros de una
estructura fuertemente jerarquizada y militarizada, donde el elemento religioso
juega sólo un papel de pantalla exterior de cara a la identificación con el
grupo y a su homogeneización, pero pienso que poca cosa más. En definitiva, no
es un tema de fe, sino que la religión es una cobertura para la identificación
del individuo en una determinada realidad que le anticipa ocasionalmente en
vida un paraíso con el que nadie cuenta más allá de la muerte.
En el caso que nos ocupa, estamos
hablando de jóvenes nacidos y criados en barrios europeos, generalmente
convertidos en ghettos, de segunda o tercera generación de inmigrantes. En
muchos casos aculturizados, para los cuales la identificación en el grupo
representa una salida del nihilismo propio de las sociedades en que han crecido
y en las cuales, en gran medida, viven en la marginalidad; una marginalidad que
pervive en su vida organizativa y militante, pero entonces con sentido. Y acaso
este sentido sea su paraíso. ¿Sabe alguien de algún caso en que el hijo de
algún multimillonario saudita se haya inmolado en un acto terrorista suicida?
Si, puede que tal vez alguno, pero de haberlo, sería para ejemplarizar: siempre
hay algún vástago de las élites que ha de caer para que el montaje no se
desmonte, pero el resto acostumbra a quedarse a buen resguardo.
¿Y qué tipo de paraíso
anticipado es el que se les ofrece a los adeptos destinados carne de suicidio?
Algo parecido al de los sicarios del narcotráfico, sólo que, aquí sí, mas
atemperado acaso por el rigorismo religioso estético y por la promesa de
redención colectiva que, en el caso del sicario, era sólo individual y con incierta
fecha de caducidad. Luego, cuando toca, se asume sin más; o sin menos. Que de
todo debe haber, y el factor de coerción externo sigue sin duda ahí, por si
acaso su interiorización no hubiera acabado de arraigar.
Pensemos, por ejemplo y a
propósito de los mismos atentados de Bruselas que los hermanos del vídeo, en «el
hombre del sombrero» que apareció en los noticiarios; el desaparecido implicado
en los atentados de Bruselas. ¿Se rajó a última hora o estaba allí para
controlar? No lo sé, pero apostaría a que, así como al hashshashín le seguía otro para vigilarle, puede que lo mismo, o
algo parecido, ocurra con los terroristas suicidas. Y hasta pensable que, tarde
o temprano, los explosivos pegados al cuerpo los acabe accionando otro a
distancia, no fuera a flaquear el «héroe» en el último momento y dejara de
pagar la deuda contraída con la organización. Ignoro si es así, pero lo
considero plausible. Y si no es todavía así, seguro que lo será a poco que
empiece a haber un porcentaje significativo de rajaos de última hora, como parece que ha ocurrido ya en algunos
casos. Si de verdad, como según parece ser, uno de los terroristas de Bruselas
se cagó a última hora y dejó las bombas por explotar en el aeropuerto, una cosa
les puedo asegurar: durará poco si de sus correligionarios depende. Si estaba
para controlar y para despistar, entonces ya sería otra cosa.
Admito que ninguna de
estas aproximaciones aporta nada significativo en lo tocante a remediar la plaga
del terrorismo islámista. Ello no obstante, creo que el primer paso es conocer
la naturaleza y la lógica interna de lo que se quiere combatir. Y verlo como un
problema exclusivamente religioso me parece un error. En la foto de la
discoteca, los dos hermanos asesinos no estaban pensando en el paraíso del más
allá, sino acaso despidiéndose del de más acá. Porque sabían que les tocaba
saldar la deuda, cualquiera que fuera, que habían contraído.
Interesantes reflexiones, Don Xavier. No parece nada descabellado establecer paralelismos entre el vínculo de estos elementos y el vínculo de la Mara o el de la Camorra, o el de los Zetas.
ResponEliminaA lo mejor, ese punto de partida resulta útil para combatirlos utilizando métodos que hayan podido funcionar con esas otras estructuras.
Aún así, y sin ánimo de polemizar, cuesta creer en un macroproceso con base en testimonios de arrepentidos, por ejemplo, tal como en su momento se hizo en Italia.
Sin duda hay similitudes, pero creo que también diferencias.
En cualquier caso, su aportación es brillante, Sr. Massó.Como de costumbre en usted.
Muchas gracias por sus elogiosos comentarios, que le agradezco sinceramente.
ResponEliminaSí, a mi también me costaría creer en macroprocesos como los que cita, aplicados al caso del terrorismo yijadista. Nunca se sabe, pero me parece poco probable, al menos en lo de "macro", como creo que muy bin apunta. Permítame, si acaso, añadir sólo algo más a esto.
Quizás me haya limitado a una aproximación más o menos antropológica, omitiendo su característica fundamental, que es, según entiendo, el rechazo de la sociedad abierta y los valores ilustrados, más allá de la caracterización religiosa que le daría cobertura. Creo que se trata más bien, y sin que pretenda hacer un uso catastrofista o sensacionalista de la expresión, de un choque o una guerra cultural, de un choque de civilizaciones. Las organizaciones criminales, o las terroristas de hasta ahora, son o eran en cierto modo subsistemas. Y sí, claro, el terrorismo político ciertamente consistía en un modo de ejercer la violencia para conseguir en algún momento una transformación del sistema político. Pero era más político que cultural. O al menos no era un choque de civilizaciones en los términos que se plantearía desde el terrorismo islamista. No sé, es sólo una aproximación...