Interrumpo, provisionalmente,
la prevista entrega sobre la imposible antropología del islamismo, para
comentar un auténtico notición de ámbito exclusivamente «académico»; o sea,
elitista. Aparece en «El País»: «Más Platón y menos Dora, la exploradora». Resulta que la escuela de estudios
orientales y africanos de la Universidad de Londres anda transida: el sindicato
de estudiantes ha exigido que desaparezcan del programa autores como, entre
otros, Platón, Descartes o Kant, por su condición de racistas, colonialistas y
«blancos». Ahí es nada. Incluso, prosigue el comunicado de dicho «sindicato»,
en el caso de que alguien exija estudiarlos y quede algún profesor dispuesto a
ello, deberán ser explicados –los de la Ilustración, por ejemplo- y
desacreditados por el contexto colonial en que se movieron. Aplausos ¡bien por
estos estudiantes! ¡Prometen!
Vaya por delante que si se
trata de estudios orientales y africanos, en principio podría parecer que autores
como los citados sobran. Lo incomprensible es que se supriman en estudios
generales por las andanzas de «emprendedores» que escriben su biografía en vida,
que también. Pero si reparamos luego en detallitos como que los estudios
helenistas no surgieron en Grecia, sino en Gran Bretaña y Alemania, o que la
primera edición escrita de la Biblia fue en griego alejandrino, tal vez
debiéramos moderar tan apresurado juicio.
La verdad es que me suena
familiar. Cada vez que oigo algo así me viene a la mente –porque está en mi memoria-
aquella frase de William Faulkner: “Se
puede luchar contra la ignorancia, contra la intolerancia y contra el
fanatismo… si vienen por separado. Pero si llegan a la vez y si quiere
conservar la salud, lo más recomendable es poner los pies en polvorosa”.
Vamos a ver. De ser cierto
esto –lo de Faulkner-, que lo es, a la vista de tales estudiantes, estamos
perdidos. Porque de nada servirá aducir que racistas, imperialistas, y de algún
color –aunque el blanco no se considere color científicamente hablando- lo han
sido desde siempre las antaño denominadas tres razas –blanca, negra y
amarilla-, a las que se añadían dos más a modo de suplemento –cobriza y
aceitunada-. En realidad, y a ver si miramos de una vez a la historia no sólo
con ojos, sino también con cabeza y criterio, aquí el que no ha sido
imperialista fue porque no pudo, ya fuera porque en su empeño topó con otro más
fuerte que él, o porque en su entorno no se dieron las condiciones como para expandirse.
Lo demás son tonterías. Y esto vale para cualquiera. Sin excepciones. Está bien
la piedad cristiana de compadecerse del vencido, pero ya nos advirtió Nietzsche,
o Russell, sin ir más lejos, del peligro
de creernos que el perdedor o el débil es el bueno, y el vencedor o el fuerte,
el malo. El mito del buen salvaje fagocitado por la cultura, realmente, ha
hecho estragos. Como la corrección política. Si el término «civilización» hoy en
día significa algo, es precisamente la posibilidad real de superar estos
estados de salvajismo y barbarie que históricamente han caracterizado a la
especie humana.
Más bien me temo que los
arqueólogos, antropólogos e investigadores de toda laya que con tanto ahínco
buscan las pruebas de una civilización culta negra en Zimbawe –un pleonasmo, no
por lo de negra, sino por lo de civilización culta- toparán con una realidad
que les sonará a dèjà vu ¿O acaso el
ser humano no es el mismo en todas partes? ¿O no es esto lo que estamos
diciendo, que no hay diferencias?
Humanamente hablando, no literariamente
–ojo con los románticos- ¿Hace algo mejores a los vencedores romanos que a lo
vencidos cartagineses? ¿O a los califas de Damasco que a los emperadores de
Aquisgrán? ¿O a los nazis –ahora alemanes equivocados y engañados- que a sus
vencedores soviéticos y americanos? El mayor genocidio del siglo XX fue el
perpetrado por los nazis contra los judíos: seis millones en diez años –en progresión
geométrica conforme se anunciaba la derrota alemana, perdón, nazi-. El segundo en
tan oneroso ranking fue el de los (ba)hutu contra los (ba)tutsi: seiscientos
mil en un fin de semana. Y a machetazos. Son sólo ejemplos, la lista sería
inacabable.
No parece muy oportuno vetar a
quienes bastante más que algo tuvieron que ver en esta modesta evolución hacia
una cierta idea de civilización. También, claro, la imprenta de Gutenberg, que
ya se conocía en China siglos antes, fue prohibida en su momento en Europa. Se
temía lo que pudiera difundir la extensión de la palabra escrita. Hoy en día ya
no existe este problema; afortunadamente para algunos. Porque si los sucesores
de los que antaño la reclamaban son hoy los que exigen su prohibición, entonces
es que nos han trocado a los mismos perros con distintos collares por los
mismos collares con distintos perros. Y lo importante es el collar, no el
perro.
Al final, como concluye
el artículo citando a Krahen, muchos acabaremos prefiriendo la hoguera. Como
mínimo, de hogueras sabemos algo.
Toca "atarse los machos" (perdón por empezar con una frase que contiene la palabra "macho", así, a lo bestia, sin decir "hembra" después y que, además, tiene que ver con la tauromaquia). La deriva de la corrección política y del multiculturalismo es tremendamente preocupante. En las universidades del mundo anglosajón los "espacios seguros" y los "trigger warning" (el profesor debe avisar a sus sensibles alumnos:cuidado que voy a explicar algo que igual te molesta porque eres negro, mujer, transexual, gitano, guitarrista, fontanero, hipster... puedes salir de clase e ir al espacio seguro, criatura) llevan tiempo en marcha. Aquí, que nos encanta copiar, pronto llegarán. La cultura, la de verdad, la elitista (la cultura es elitista por definición, si no, no es cultura) en la clandestinidad. Reducidos a hombres-libro, si antes no nos hemos arrojado a la hoguera de hombres y libros, como bien dices. La realidad cada vez se asemeja más a la ciencia-ficción, la de las distopías.
ResponEliminaSaludos de Pilar.
Nos dijo el bueno de Kant que "Ilustración" era la superación de la minoría de edad culpable. Éstos están en la culpabilidad del ignorante que quiere seguir siéndolo. Totalmente de acuerdo contigo y muchas gracias por tu intervención.
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