dimecres, 15 d’abril del 2015

LA PEDAGÓGICA NEGACIÓN DE LA EVIDENCIA



El gran problema de la pedagogía moderna supuestamente progresista, consiste en su obstinada negativa a reconocer la naturaleza profundamente antidemocrática del conocimiento; del conocimiento humano, claro, porque hasta hoy no sabemos de ningún otro.

Dicho carácter tan profundamente antidemocrático del conocimiento, proviene a su vez de la distribución igualmente antidemocrática, por arbitraria y aleatoria, de la inteligencia entre los distintos seres humanos. Este es un factor intrínseco que se niegan a reconocer y que, ante su recurrente reaparición en todos y cada uno de sus experimentos, proscriben contumazmente hasta su sola mención, cubriendo el hueco que deja, ante la evidencia de sus reiterados fracasos, con pretextos que remiten exclusivamente a factores extrínsecos.

Dichos factores extrínsecos, ya incidan en lo socioeconómico, en lo cultural, en lo ambiental, en lo tecnológico o en cualesquiera otros, sirven para explicar, en todo caso, aquello a lo que la propia locución refiere: lo extrínseco, pero nunca lo intrínseco, proscrito de antemano por definición.

Según esto, y dependiendo de cómo nos aproximemos a ello, estaríamos a nivel psicológico ante el más furibundo de los conductismos; tanto que ni a los mismísimos Watson o Skinner les cuadraba con las ratas de sus celebérrimos experimentos.

Si, por el contrario, los sucedáneos argumentativos apuntan hacia conceptos tales como “aprender a aprender” construye tu propio conocimiento” “aprende divirtiéndote” y otras zarandajas por el estilo, entonces resulta que nos encontramos ante un innatismo tan radical que ni los defensores de las interpretaciones más «reminiscentes» del Menón se atreverían a suscribir.

O si, finalmente, lo fío todo a la sociedad de la información y a las nuevas tecnologías, siendo ya ellas mismas un fin como la propia información, entonces nos las tenemos con la versión secularizada de un iluminismo que nunca existió.
Por esto sus propios planteamientos les fuerzan a considerar la igualdad como un punto de llegada, y no de partida.  Porque no puede haber diferencias intrínsecas. Lo peor de todo es que cuando alcancen finalmente su objetivo, no quedará nadie para darse cuenta de cuán disparatados son tales planteamientos.

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