En «1984», Orwell nos relataba
magistralmente el interrogatorio al que es sometido Winston Smith por parte del
policía O’Brien, que le había detenido haciéndose pasar por amigo suyo.
Mostrándole cuatro dedos de la mano, le pregunta cuántos hay. “Cuatro”, responde. “No, hay cinco” le replica O’Brien. Una respuesta «errónea»
merecedora de la «instructiva» paliza que se le aplica terapéuticamente. Cuando
finalmente responde “cinco” entendiendo
que, doblándose a la voluntad del interrogador, dejarán de torturarle, se
encuentra con una nueva paliza. “Pero si
he contestado lo que tú querías” se queja desconcertado Smith. “Es que no lo has dicho con suficiente
convicción”, le espeta O’Brien.
No basta con acatar, por más
disparatado que sea el objeto de tal acatamiento, sino que hay que estar
convencido de ello, hay que creérselo firmemente; de lo contrario, el individuo
cuya voluntad no haya sido completamente anulada, será siempre un peligro
potencial. No basta con las manifestaciones externas porque pueden ser fingidas
mientras perviva una brizna de criterio. La única verdad es la que decide el
Poder, y el único criterio es el que lleva al establecimiento de esta verdad
por su parte.
Podríamos encontrar una
infinidad de ejemplos que demuestren la buena salud de que gozan aún hoy en día
estos «brotes orwellianos». Que no son brotes, sino otra cosa, al igual que
tampoco lo eran los «verdes» de Leyre Pajín, o el «psicótico» decretado por el Departament de Ensenyament como
explicación del reciente asesinato de un profesor a manos de un alumno, según
se van conociendo nuevos detalles y como se está empezando a denunciar desde distintos
sectores profesionales de psiquiatras y psicólogos. En realidad, basta con
consultar este concepto en Wikipedia para ver que no coincide con la versión
oficial de tales hechos.
Y el tabú se extiende.
Anteayer, por ejemplo, en el debate de «La Noche 24h.», estaban entrevistando a
un psiquiatra sobre el impacto emocional de catástrofes como la del terremoto
del Nepal. Al llegar el turno de preguntas de los tertulianos, uno de ellos le
preguntó directamente si le podía definir el concepto de «brote psicótico». El
presentador saltó rápidamente cortando la pregunta bajo el pretexto de que “ahora o toca, en todo caso luego…” Un
«luego» que, evidentemente, nunca llegó.
El dictado de la «verdad
oficial» presupone la proscripción de toda verdad alternativa. Que ésta pueda
tener de su lado a la ciencia o al sentido común no sólo es algo prescindible,
sino absolutamente insignificante. El poder dicta la verdad. Por lo tanto, y en
consecuencia, «enseñar» no es que no sea prioritario, sino incluso enojoso,
porque una cierta formación, a la vista de una determinada información, podría
dar al traste con la verdad dictada. Rectificar será tal vez cosa de sabios,
pero no de políticos y mandatarios.
Siempre lo he dicho. No
es que nuestro sistema educativo no funcione… A ellos les funciona
perfectamente.
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