dimecres, 29 d’abril del 2015

BROTES ORWELLIANOS



En «1984», Orwell nos relataba magistralmente el interrogatorio al que es sometido Winston Smith por parte del policía O’Brien, que le había detenido haciéndose pasar por amigo suyo. Mostrándole cuatro dedos de la mano, le pregunta cuántos hay. “Cuatro”, responde. “No, hay cinco” le replica O’Brien. Una respuesta «errónea» merecedora de la «instructiva» paliza que se le aplica terapéuticamente. Cuando finalmente responde “cinco” entendiendo que, doblándose a la voluntad del interrogador, dejarán de torturarle, se encuentra con una nueva paliza. “Pero si he contestado lo que tú querías” se queja desconcertado Smith. “Es que no lo has dicho con suficiente convicción”, le espeta O’Brien.

No basta con acatar, por más disparatado que sea el objeto de tal acatamiento, sino que hay que estar convencido de ello, hay que creérselo firmemente; de lo contrario, el individuo cuya voluntad no haya sido completamente anulada, será siempre un peligro potencial. No basta con las manifestaciones externas porque pueden ser fingidas mientras perviva una brizna de criterio. La única verdad es la que decide el Poder, y el único criterio es el que lleva al establecimiento de esta verdad por su parte.

Podríamos encontrar una infinidad de ejemplos que demuestren la buena salud de que gozan aún hoy en día estos «brotes orwellianos». Que no son brotes, sino otra cosa, al igual que tampoco lo eran los «verdes» de Leyre Pajín, o el «psicótico» decretado por el Departament de Ensenyament como explicación del reciente asesinato de un profesor a manos de un alumno, según se van conociendo nuevos detalles y como se está empezando a denunciar desde distintos sectores profesionales de psiquiatras y psicólogos. En realidad, basta con consultar este concepto en Wikipedia para ver que no coincide con la versión oficial de tales hechos.

Y el tabú se extiende. Anteayer, por ejemplo, en el debate de «La Noche 24h.», estaban entrevistando a un psiquiatra sobre el impacto emocional de catástrofes como la del terremoto del Nepal. Al llegar el turno de preguntas de los tertulianos, uno de ellos le preguntó directamente si le podía definir el concepto de «brote psicótico». El presentador saltó rápidamente cortando la pregunta bajo el pretexto de que “ahora o toca, en todo caso luego…” Un «luego» que, evidentemente, nunca llegó.

El dictado de la «verdad oficial» presupone la proscripción de toda verdad alternativa. Que ésta pueda tener de su lado a la ciencia o al sentido común no sólo es algo prescindible, sino absolutamente insignificante. El poder dicta la verdad. Por lo tanto, y en consecuencia, «enseñar» no es que no sea prioritario, sino incluso enojoso, porque una cierta formación, a la vista de una determinada información, podría dar al traste con la verdad dictada. Rectificar será tal vez cosa de sabios, pero no de políticos y mandatarios.
Siempre lo he dicho. No es que nuestro sistema educativo no funcione… A ellos les funciona perfectamente.

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