Desde el año 2008, en que lo
implantó la UNESCO, el 5 de octubre es el día mundial de los docentes. El lema
de este año es “¡Invertir en el futuro, invertir en los docentes!”. La idea que
se pretende transmitir con ello aparece meridianamente clara, los docentes, en
sus distintos niveles desde Primaria y
Secundaria hasta la Universidad, son los encargados de llevar a cabo la
transmisión a las nuevas generaciones de los conocimientos que constituyen el
acervo cultural e intelectual de la sociedad. Y que una sociedad que no cuide
su sistema educativo, está descuidando su futuro. Algo que, por cierto, no
parece que tengan demasiado presente los poderes y las distintas
administraciones educativas españolas o catalanas. Basta con echarle un vistazo
al reciente informe sobre los salarios de los docentes, o en dónde se han
cebado con especial saña en los recortes educativos, para percatarse de ello.
También la función docente
se encuentra hoy en día más que cuestionada desde posiciones que, amparándose
ya sea en los planteamientos de ciertas teorías pedagógicas o, más
recientemente, en la irrupción de las nuevas tecnologías, han llegado incluso,
en sus manifestaciones más extremas, a plantear la prescindibilidad de la
figura del docente o, como mínimo, su reconversión a otras funciones, más o
menos asistenciales o residuales. Un planteamiento en mi opinión perverso e
intelectualmente ramplón, sin que ello implique por mi parte el menor rechazo a
la utilización de las nuevas tecnologías en aquello en que su uso pueda tener
de positivo como instrumento, pero no como finalidad en sí, como parece
plantearse a veces.
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