dissabte, 31 de desembre del 2016

El discurso del rey



Me entero de que TV3 no emitió este año el «tradicional» discurso de Navidad y Año Nuevo del rey Felipe VI a los españoles, y leo también algunas de las variopintas y heteróclitas reacciones que tal no-evento ha suscitado a ambos lados de las respectivas trincheras. La verdad es que dichas reacciones, quizás sea por las fechas, no dejan de resultar entrañables, ora estén a favor, ora en contra, aunque no por ello menos inquietantes.

A uno, que tiene por costumbre no «visionar» ni este ni ningún otro discursillo de marras de estos, con independencia de quien sea su «lector», lo que le ha evocado este episodio es una anécdota vivida hace muchos años, allá por los tiempos en que empezaba TV3.

Me encontraba de viaje por Aragón, al norte y algo más allá de la denominada «Franja» donde ahora hablan el LAPAO. Mi acompañante, que era de por allí, se encontró casualmente con una amiga y antigua compañera de estudios. Lo típico entre personas que hace un tiempo que no se ven, que si qué tal, que cómo va todo, que si que es de aquél o de aquélla… y pronto la conversación derivó hacia TV3. Aquella TV3 cuyos informativos fueron en sus tiempos lo más (lejanamente) parecido que ha habido jamás en España a los de la BBC, la misma que emitía las obras de Shakespeare en el inglés original subtituladas en catalán…

Resultaba que en su pueblo, para nada catalanoparlante, había surgido una enconada polémica entre los partidarios de poder sintonizar TV3 y los que no. Por su condición de televisión autonómica, la cobertura de transmisión se limitaba inicialmente, y legalmente, al territorio catalán. Fuera de él, sintonizar TV3 requería de un repetidor ad hoc que, claro, había que pagar. Podría recordar ahora el bochornoso y cutre espectáculo que los blaveros valencianos dieron al respecto, pero no lo haré. Volvamos pues al caso.

Resulta que el pueblo de marras estaba dividido sobre TV3, pero no por quien iba a pagar el repetidor que permitiría sintonizarla; esto ya estaba claro, lo iban a pagar en cuestación popular los que querían verla, aunque luego cualquiera la pudiera sintonizar en su casa. No, el problema era otro. Y es que los partidarios del «no» rechazaban no sólo verla ellos en su casa –a lo cual nadie está obligado, al fin y al cabo-, sino también que pudieran verla los que así lo deseaban. En otras palabras, que ni yo quiero verlo ni quiero que tú lo veas. Como se ve, todo muy español.

En eso que salió a colación una amiga común de las conversantes, que por lo visto hacía de locutora en una emisora de radio local –o comarcal, no lo recuerdo-, que había hecho suya la bandera del «no» a TV3 y lideraba la campaña. “Pues como ha cambiado”, comentó mi acompañante. “Ni te lo imaginas”, le replicó su amiga. “Ésta, si pudiera, lo que pondría es una antena para impedir que se recibiera TV3, no fuera a haber un día con buena señal y se viera sin repetidor”.

Ignoro cómo acabó la historia. Lo relevante para mí ahora mismo son las similitudes que actitudes como esta guardan con ciertas de las actuales por acá.  A mí, las reacciones a la no emisión del discurso del rey me llevaron algo más allá de mi mera opinión sobre un hecho anecdótico que no me interesa lo más mínimo. Y es que muchos, demasiados, no sólo quieren decidir lo que quieren ver, sino que también quieren decidir sobre lo que los demás han de poder ver o no. Y ahí, claro, se me disparan las alarmas

Y me pregunté cuántos en Cataluña, si pudieran, estarían hoy por prohibir la recepción de TVE –muy especialmente- u otras cualesquiera emisoras foráneas. Ignoro la respuesta exacta, pero la que barrunto, me inquieta y mucho.
Pues eso. Que cada cual mire esta noche la cadena que quiera; y quien lo desee, pues hasta que apague la tele (quizás la mejor opción). En fin, feliz año 2017.

1 comentari:

  1. Una confesión, Xavier: jamás he conseguido ver ni la cuarta parte de un mensaje navideño, ni de Juan Carlos I ni de Felipe VI. ¿Por qué? Porque estoy con las cervezas, el familiar que acaba de llegar, alguna broma con un sobrino o un hijo, algún langostino que se me escapa, una charla con un "cuñao"... Esto debe de pasar en el 99'99999% de los hogares que tienen la televisión encendida el día de Nochebuena a esas horas y es, claramente, una de las pruebas de que este país no está tan mal como a veces nos empeñamos en creer. Es sintomático lo de TV3: lo de la no emisión era claramente una provocación, pero les ha salido mal porque la gente estaba a la cerveza, el "cuñao", el langostino, el familiar que acababa de llegar... Un abrazo y feliz 2017.

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