El texto que sigue es una traducción al español del artículo en inglés de Jonas Linderoth, traducido a su vez del original sueco escrito por el mismo autor: https://medium.com/@JonasLinderoth/a-translation-of-jonas-linderoths-article-from-2016-3e5e3c629d2b
La traducción al español es de
mi exclusiva responsabilidad.
TRADUCCIÓN
DE JONAS LINDEROTH, DE SU ARTÍCULO DE 2016
Esta es una traducción (al
inglés. NT) del artículo que en 2016 escribí para el periódico de mayor tirada
en Suecia, Dagens Nyheter. Aunque fue
el artículo de opinión más leído del año, nunca esperé que llamara la atención
internacionalmente. En cualquier caso, un tiempo después de haberlo escrito,
Greg Ashman lo comentó en un blog.post,
sobre una traducción por medio Google
translate, a partir de algunos contactos suecos. Y tuve que explicar los
puntos clave del artículo a periodistas internacionales que se pusieron en
contacto conmigo. Pensé entonces en una traducción más rigurosa, pero pronto
abandoné la idea: el debate parecía haber concluido. Más recientemente, el
profesor Paul Kirschner ha colgado el artículo en su blog.
Me siento humillado y sorprendido. En la
medida que el post del profesor Kirschner ha generado un cierto interés por el
artículo he decidido, casi siete años después de haberlo escrito, traducirlo al
inglés (con el concurso de GPT4).
Los lectores extranjeros han
de saber que el artículo suscitó un cierto debate en Suecia y que generó un
áspera controversia sobre las ideas educativas progresistas/constructivistas.
Una polémica que afectó a mi vida y a mi salud. En gran parte por los titulares
y los preámbulos tergiversados de que fue objeto el artículo en su práctica totalidad.
Más allá de la traducción
escribiré también unas líneas sobre las razones por que escribí el artículo,
qué recepción obtuvo y sobre su vigencia en la actualidad. Lo que es en sí
mismo una reflexión sobre las ideologías educativas, el poder de los copy editors y el panorama político del sistema educativo
en Suecia.
En cualquier caso, recomiendo
que en primer lugar se lea el artículo original en la traducción al inglés del
propio autor.
Publicado
en Dygens Nyheter 2016-08-24
[Título
propuesto} Las ideas educativas de los años noventa son una razón que
explica el bajo estatus actual de la profesión docente.
[Título
que le dio el copy editor] Pido
perdón por las ideas educativas de los noventa.
[Preámbulo escrito por el copy editor] Lo que hay detrás del bajo estatus de la profesión docente. Las ideas
educativas de los años noventa no llevaron a una escuela mejor. A pesar de ello
hay un profundo silencio entre nosotros, los expertos educativos que hemos
coadyuvado a socavar la profesión docente. Quizás sería el momento de
enmendarnos. Podría ser una contribución importante a la recuperación del
estatus de la profesión docente en Suecia, escribe el profesor Jonas Linderoth.
[Aquí
empieza mi artículo] El
inicio del curso ha venido este año acompañado de desazonadoras noticias sobre
la falta de docentes en las escuelas suecas. Los profesores más experimentados
están abandonando la profesión y muy pocos estudiantes se inclinan por la
docencia. Se está buscando por todas partes a alguien que esté dispuesto a
hacerse cargo de un aula. La situación es verdaderamente preocupante. En pocos
años habrá un déficit de miles de docentes cualificados en las escuelas suecas.
Desde la política la cuestión se aborda desde una perspectiva fundamentalmente
económica. Se considera que salarios más flexibles y desiguales serían la
solución para aumentar el prestigio de los docentes y hacer más atractiva la
profesión.
Lo que no parece contemplarse
es en qué medida las reformas educativas de los últimos veinte años -tales como
la municipalización, la educación por objetivos, la organización en grupos de
trabajo, las escuelas F-9, las escuelas a la carta (charter), la libre elección de centro, etc.- han alterado por
completo el relato sobre lo que es un buen profesor. No deja de ser curioso, y
es conveniente recordarlo, que las reformas escolares de los años noventa en
Suecia se publicitaron, fundamentalmente, con argumentos pedagógicos, mucho más
que económicos.
Los críticos educativos, los
expertos educativos, las autoridades, los sindicatos, los formadores de
docentes y los políticos se centraron fundamentalmente en las virtudes de la
escuela del mañana. Argumentos, todos ellos, que obviaban y socavaban la
identidad y la naturaleza de la profesión docente realmente existente hasta
entonces. La intemporal idea educativa según la cual el que sabe algo se lo
enseña al que lo ignora, se asoció con el abuso de poder. En su lugar, el buen
profesor pasó a ser alguien que fomenta el autoaprendizaje del alumno. El
trabajo en el aula tenía que basarse en la motivación «natural» del estudiante.
Las barreras entre distintas asignaturas tenían que derribarse. Las aulas
tenían que estar físicamente diseñadas para facilitar un mayor apoyo al trabajo
independiente del alumno, desdeñando el aprendizaje por instrucción.
Los profesores que no adoptaron estas
innovaciones pedagógicas fueron tildados de epistemológicamente problemáticos, de
autoritarios partidarios de la disciplina ciega y de regodearse puntuando con
bajas calificaciones a sus alumnos. En los estudios de formación docente que yo
mismo cursé en los años noventa, a los profesores partidarios de la instrucción
se los asociaba al sádico personaje de ficción del Alfs Sjöberg’s fil torment apodado «Calígula». El contraejemplo con el
que se nos adoctrinó y al que nunca deberíamos parecernos. Íbamos a ser los
transformadores de las escuelas suecas.
En 1993 la profesora Alison King definió en un
artículo hoy clásico el nuevo modelo emergente de profesor y sus funciones. El
profesor ya no debía ser el sabio subido a la tarima, sino el acompañante al
lado del alumno al cual orienta (del sabio subido a la tarima que enseña, al
acompañante al lado que orienta). King creía que este nuevo rol del profesor
llevaría a los estudiantes a la independencia de criterio y al pensamiento
crítico que les facultaría para resolver creativamente sus problemas. Más o
menos en esta misma época, el profesor de Matemáticas Seymour Papert, un
influyente pionero del aprendizaje digital, proclamó que las clases magistrales
eran un muro que impedía el desarrollo de la natural curiosidad del alumno. En
su lugar, el objetivo del profesor tenía que ser conseguir en el alumno el
mayor aprendizaje posible con la menor instrucción posible.
En Suecia, estas ideas se habían formalizado ya
en 1992, con el informe sobre el nuevo currículo sueco, Skola för bildning (SOU 1992:94). Lo fundamental sobre las
actividades del estudiante en este informe era el aprendizaje por
descubrimiento. La función del docente era estimular, apoyar y guiar. Ni una
mención al estudiante que escucha y comprende o al profesor que habla, explica
e instruye. Poco a poco, la identidad histórica y el estatus de la profesión
docente fueron desmantelándose.
Yo mismo colaboré inconscientemente en la tarea
de erosionar la función docente con estos relatos. Como estudiante de
doctorado, intervine en una conferencia en la Kulturhuset (Casa de Cultura) de Estocolmo. Bajo el tema «Experiencia
para el Conocimiento» recurrí a citas tòpicas como que “Aprendí más inglés por mi interés por la música que en la escuela”.
En mi presentación introduje imágenes de niños felices jugando, mientras sonaba
como música de fondo el clásico de Pink Floyd “We don’t need no education”. Hoy me estremezco avergonzado del
mensaje simplista y populista que estaba predicando. La verdad de todo esto es
que si yo no hubiera tenido profesores excelentes en el Bachillerato, con toda
probabilidad no hubiese podido afrontar la Universidad. Los profesores que
enseñaban, que explicaban y que demostraban fueron pues, paradójicamente, el
prerrequisito para que luego yo pudiera desplegar mi discurso antidocente.
Hoy puedo constatar los resultados de la
«Ilustración» pedagógica de los años noventa. Informes como PISA o TIMSS nos
aportan evidencias irrefutables del deterioro de las escuelas suecas, sin
parangón en los estudios internacionales. Los investigadores Jan-Eric Gustafsson,
Sverker Sörlin y Jonas Vlachos han dejado muy claro en su informe Policy Ideas for Swedish Schools que hay
razones para pensar que “los modelos educativos que han dejado al estudiante a
su propia iniciativa, han arrojado peores resultados que aquellos en los que
los profesores tienen un papel más activo”. John Hattie, el profesor que está
detrás de uno de los metaestudios más notorios sobre los resultados escolares
en los últimos años, apunta que el método que deja al profesor como un mero
orientador, con una mínima intervención, está en relación inversa con respecto
a los métodos educativos de éxito. No hay ninguna duda de que los métodos
pedagógicos de los años noventa no han llevado a una escuela mejor. A pesar de
esto, o quizás debido a esto, apenas hay debate entre los expertos educativos
que han estado minando la profesión docente. Quizás deberíamos examinarnos a
nosotros mismo y al debate escolar que hemos estado llevando durante los
últimos veinte años. Una revisión crítica sobre las ideas de los años noventa
sobre lo que es un buen profesor podría contribuir a la recuperación del
estatus de los docentes en Suecia. Podría restañar las heridas entre los
profesores y los expertos educativos que forman a los docentes. Podría
contribuir a la rehabilitación de los docentes que se resistieron a las
tendencias pedagógicas que enfatizaban el papel de mero orientador del
profesor. Y podría comportar que los profesores volvieran a sentirse orgullosos
de su identidad profesional y de su sentido histórico.
Lamento profundamente la presentación que hice
en su momento en la Kulturhuset y
quiero disculparme ante los profesores suecos por ello. En consecuencia, espero
predicar con el ejemplo y quedo a la expectativa de que más colegas asuman su
responsabilidad por el clima pedagógico que contribuyeron a crear. Si empezaran
por hacerlo los autores de Skola för
bildning SOU 1992:94, serían bienvenidos.
Hoy me siento avergonzado cada vez que pienso
en el mensaje simplista y populista que contribuí a propagar. La verdad es que
si no hubiera tenido excelentes profesores en mis tiempos del Bachillerato,
difícilmente hubiera podido proseguir en la Universidad.
Jonas
Lideroth
Profesor
de Pedagogía en la Universidad de Gothenburg y professor retirat d’Arts i
Ciències Socials.
Autor
de ‘Lärarens återkomst — Från förvirring till upprättelse’
(El retorn del professor.
De la confusió a la reconciliación
Muy interesante y revelador de lo que se está viviendo también aquí en España... Un saludo.
ResponEliminaEn todas partes cuecen habas, pero en algunas a calderadas. Un saludo.
ResponElimina