dimecres, 16 d’octubre del 2013

MÁS SOBRE FALACIAS EDUCATIVAS: CANTIDAD VS CALIDAD (I de III)



Como ya apunté en cierta ocasión, cuando los desastres de la LOGSE eran evidentes para cualquiera que no estuviera ideológica o crematísticamente ofuscado, la última excusa que, a modo de legitimación, aducían algunos de sus partidarios, era que el deterioro de la calidad es el precio que hay que pagar por la cantidad. Es decir, que la escolarización universal hasta los 16 años comportaba inevitablemente una caída de niveles, para que así todos pudieran llegar a lo mismo.

Un argumento de consolación más que discutible por muchísimas razones. En primer lugar, porque la escolarización hasta los 16 años estaba prácticamente universalizada antes de la LOGSE. Igualmente, parece también cuestionable que, como apunta Luri, para escolarizar al 7% de la población entre 14 y 16 años que supuestamente no lo estaba en 1990, se haya tenido que pagar un tributo del 30% de fracaso escolar. En cualquier caso, lo que aquí me interesa es el argumento según el cual la cantidad implica siempre y necesariamente una caída de la calidad media. Porque es simplemente una falacia.

No cabe duda de que en el caso la LOGSE así ha sido. Pero a lo mejor el problema no está en la incorporación de la cantidad, si no en la forma como se llevó a cabo. Porque en otros ámbitos, el aumento de la cantidad ha tenido como correlato el aumento de la calidad. El caso de la práctica del deporte en España me parece un claro ejemplo de ello.

España era, todavía en los sesenta, un país deportivamente subdesarrollado. Precisamente por su escasez, podemos recordar sin problemas a los pocos que destacaron mínimamente en el plano internacional. Desde Lilí Álvarez en los años veinte jugando al tenis en traje de noche, los únicos mitos deportivos que produjo este país fueron Blume -a la sazón más bien alemán-, Bahamontes y Santana. Cierto que podríamos incluir algunos otros, como Gimeno, u Ocaña, y acaso algún que otro futbolista, como Gento o Suárez, pero no dejan de ser flores en un inmenso erial.

A partir de los años setenta, la práctica deportiva empieza a extenderse paulatinamente entre distintas capas de población que, hasta entonces y por diversas razones, se habían mantenido al margen de ella. En los ochenta empieza a generalizarse y, finalmente, en las Olimpíadas del 92 en Barcelona, España obtuvo unos resultados homologables a su lugar en el mundo. Luego bajó, pero no se volvió al erial. Su puesto en el ranking deportivo es más o menos homologable con otras variables como la población, el PIB o la renta per capita...¿Qué ocurrió y cómo se produjo este cambio?

Parece evidente que el aumento exponencial del número de personas que se iniciaron en algún tipo de práctica deportiva tuvo algo que ver con eso. En apenas veinte años, se pasó de un país en que la práctica deportiva era más bien un acto social y exclusivo de las élites económicas, a otro con unos cientos de miles de licencias federativas. Obviamente, la mejora económica y el acceso a un cierto estado del bienestar propició la creación de todo el entramado necesario como para que esto se produjera. Basta que pensemos, quienes vivimos estas épocas, en la cantidad de nuevas piscinas, polideportivos, gimnasios o pistas de tenis que fueron apareciendo. O que pensemos también en la extensión de la práctica deportiva entre nuestra generación y la confrontemos con la de nuestros padres o incluso con un par de cohortes anteriores a la nuestra.

Sólo con esta constatación quedaría meridianamente claro que la cantidad aportó calidad. Es verdad que la perspectiva de unas Olimpíadas en casa activó proyectos y se invirtió dinero para conseguir cierta «excelencia» que evitara los seculares ridículos deportivos a que estábamos acostumbrados. Pero no es menos cierto que, para que estos proyectos se pudieran llevar a cabo con cierto éxito, se requería que hubiera el correspondiente material humano donde elegir y seleccionar. De lo contrario no hubieran servido para nada. Si en lugar de haber sido en 1992, las Olimpíadas de Barcelona se hubieran celebrado en 1970, ni todo el oro del mundo hubiera servido para aportar una sola medalla.

2 comentaris:

  1. En el universo LOGSE la cantidad se ha convertido en la última ratio de la bondad del sistema y en su razón de ser, mientras que el conocimiento y el aprendizaje, vistos como minoritarios y elitistas, son el enemigo a batir. Como todo lo académico, concebido como una institución social conservadora, refractaría al cambio, deben ser paulatinamente marginados, arrinconados y reemplazados por otras prácticas y valores que ayuden a alcanzar una sociedad de hombres, y mujeres claro, buenos, respetuosos con el medio ambiente,solidarios y luchadores infatigables por La Paz,...., que pongan el bien común por delante de sus interés egoístas. En esta sociedad no habría medallas de oro en las olimpiadas.

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    1. Así es. Ni medallas de oro olímpicas, ni penicilina, ni escritura... ni progreso ni evolución. No habríamos superado el Paleolítico, ni seguramente le hubiéramos sobrevivido. El sueño de Rousseau, o de Paul Zerzan, hecho realidad.

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