Si es cierto, como aventuro
en la entrega anterior, que el independentismo ha iniciado un proceso de
reflujo después de alcanzar su zenit el pasado 11 de septiembre, no lo es menos
que el panorama que se abre entonces tampoco es que sea muy
tranquilizador. Meterse en un cul-de-sac es relativamente fácil, pero salir de él puede ser más complicado. Y más aún
salir indemne. No hay solución de continuidad, cierto, pero tampoco el tiempo
se va a detener porque el Sr. Mas se haya metido en este atolladero.
De cómo CDC amagará con el independentismo ante la eventual
falta de apoyos sociales no puede tampoco esperarse nada bueno. Porque esto no es
simplemente decir que, bueno, que después de todo no había para tanto y lo de
la independencia mejor dejarlo como la revolución pendiente de la Falange.
Se han creado auténticas expectativas entre amplias capas de población, y retirar ahora
el caramelo que se veían a punto de saborear, puede acarrearle al partido del
Sr. Mas algo más que problemas internos con buena parte de su militancia y electorado.
Es lo que ocurre cuando se siembran vientos, que luego se recogen tempestades.
Asumamos como hipótesis que
el independentismo, efectivamente, pierde progresivamente fuelle, que los
empresarios le dicen a Mas que se deje de chifladuras y que en CDC el
independentismo vuelve a ser lo que siempre fue, un referente nostálgico que
opera como idea regulativa, pero fuera del proyecto político. Lo más probable
es que si Mas pudiera echar el freno, lo haría ahora mismo, pero su descrédito
político y el de su formación entre unas generaciones educadas en la
intolerancia a la frustración iba a aumentar aún más la migración de votos a
ERC, y el desastre electoral de CIU podría ser antológico. Máxime si tenemos en
cuenta que probablemente ERC sería el partido con más representación en el
Parlamento catalán. Eso sí, a años luz de la mayoría absoluta e incapaz de
articular ninguna mayoría independentista que incurriera en veleidades como,
por ejemplo, proclamar la independencia unilateralmente. Lo más probable es que
ni pudiera articular una mayoría de gobierno. Pero entonces es cuando se
abriría un panorama verdaderamente surrealista.
No parece que una CIU
mermada y un PSC que, según todo indica, volvería a superarse a sí mismo cosechando los
peores resultados de su historia, alcanzaran para formar mayoría de gobierno.
¿Asumiría CIU la formación de un gobierno en minoría aplastante con los votos
de, por ejemplo, PSC y PPC? ¿O Un tripartito con CIU, PSC y PPC? ¿Cómo iba a
venderles esto a sus diezmadas huestes después de los numeritos que ha
protagonizado? Y lo planteo así porque estamos asumiendo que habría amagado en su propuesta
independentista y de referéndum, ya que si, de lo contrario, apoya un gobierno
de ERC, estaríamos otra vez al cabo de la calle.
Y para acabarlo de aliñar,
mejor no imaginar la crispación en ERC, vencedores electorales apartados
del gobierno por su independentismo, ni
más ni menos que por la propia CIU. Quizás no
sea así, pero no es un escenario imposible.
Lo dicho, un panorama nada
tranquilizador. Jugar al aprendiz de brujo tiene estas cosas.
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