Es tan frecuente como
deplorable que, para mucha gente, posicionarse respecto a cualquier
polémica consista en ver de qué lado están los suyos. Ya ni
siquiera se tira del manual, que sin ser tampoco un hábito
intelectual demasiado recomendable para formarse una opinión crítica
sobre algo, como mínimo mantenía una cierta chispa de criterio; sin
duda poco dúctil y nada dado a matices, pero criterio a fin de
cuentas. Ya ni eso. Se empieza abandonando cualquier espíritu
crítico por la comodidad de aplicar el manual, y se acaba asumiendo
la posición que dicta el que se supone que lo ha leído.
Los debates educativos en España desde la LOGSE son un ejemplo paradigmático de esta absoluta falta de criterio a la hora de formarse una opinión sobre algo. Pasa también con la LOMCE de Wert, cómo no. El otro día intentaba llamar la atención sobre la necesidad de discriminar entre los planos social y académico a la hora de analizar un sistema educativo. Sin duda hay una indiscriminación aún peor, y es no saber distinguir entre ambos, aun abordados conjuntamente, y el plano político.
Viene esto a propósito
de las barbaridades que se están diciendo sobre la LOMCE, sin que en
ningún caso quede claro a qué se están refiriendo globalmente.
Verbigracia, si invade o no competencias -hasta puede que
incompetencias- autonómicas, estatales o parroquiales. Dependerá
entonces que uno sea jacobino o girondino que le parezca bien o no la
medida. Y esto en el plano del tirar de manual. En el otro,
simplemente lo que piensen o me digan que he de pensar los «míos».
En
cualquier caso, resulta que si soy independentista, autonomista,
confederalista o partidario de la república de IKEA, estaré en
contra porque invade “mis”, o más bien “sus” (¿debería
decir «nuestras»?) competencias e incompetencias. Si, por el
contrario, soy un jacobino irredento, un españolazo recalcitrante o
un federalista tibio, entonces estaré a favor, también en razón de
quien lo propone ¿Pero de qué medida se trata exactamente? Pues resulta que
simplemente, es lo de menos.
Desde esta perspectiva
tan ramplona, no se trata de si a mí me parece bien o no, yendo al
caso, que se implante una Reválida al final de la ESO y otra al
final del Bachillerato. No, de lo que se trata es de si invade «mis»
competencias. Y si resulta que pienso que sí, cosa que habría que
discutir si es así realmente, pues entonces estoy en contra. Pero no
por lo que proponga la ley de marras, es decir, no por razones educativas, sino otras que nada tienen que ver con el tema objeto de discusión. Si a mí me parece bien una Reválida, por ejemplo, o si he
llegado a la conclusión que en el actual desastre educativo podría
ser una solución, eso, simplemente, no importa. Es lo que digan los
«míos», a los cuales, por cierto, tampoco les importa un comino si
puede ser una medida acertada o no.
Y esto es lo más
lamentable del debate que se ha orquestado en torno a la LOMCE, que
no se trata de si hay o no algunas propuestas razonables, sino de si
invade competencias o no. Y claro, de que habiéndola hecho quien la
ha hecho, ya sólo por eso hay que decir que no y punto. Pues qué
quieren que les diga, yo no trago.
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