Leía
esta mañana en el más que recomendable blog de Gregorio Luri sus
lúcidos comentarios a los resultados de esta especie de pruebas PISA
para personas adultas, llevadas a cabo también por la OCDE, que son los informes PIAAC. Luego
leía en “El Periódico” la noticia de título “Los adultos españoles tienen la peor formación del mundo desarrollado”. "El País", por su parte, no le iba a la zaga.
Nada sorprendente, desde luego que no. Pero sí inquietante, ya digo,
no por la noticia en sí, que cualquiera mínimamente al caso podía
intuir sin necesidad de estadísticas, sino por el sesgo con que,
haciendo gala de una reciedumbre moral inasequible al desaliento, y
acaso también de un apego desmesurado por la poltrona, algunos se
empeñan en negar lo evidente hasta límites que insultan a su propia
inteligencia.
Me
estoy refiriendo a los comentarios que la noticia le ha merecido al
Sr. Francesc Imbernón, a la sazón profesor de Didáctica y
Organización Educativa de la Universidad de Barcelona. Se felicita
este «experto»
por unos resultados que, según él,
vienen a demostrar «los
progresos hechos por España durante los últimos años»,
no sin añadir que «somos
uno de los países con más titulados universitarios, muchos de ellos
a partir de la implantación de la LOGSE que tanto critica el actual
Gobierno» y, como colofón,
que «somos también uno de los países con más niños de 0 a 3 años
escolarizados». Impresionante.
Pero no sólo él
parece sentirse reconfortado con estos, no por menos esperados, tan
patéticos resultados. Al otro lado de la calle, el Ministerio ha
expresado también su satisfacción (?) por boca del alter
ego del
ministro Wert, su secretaria de estado, la Sra. Gomedio. Eso sí, por
razones opuestas a las de Imbermón: que atribuye estos resultados al
«efecto negativo de
la LOGSE y la LOE»
apostillando, cómo no, que ambas leyes fueron «aprobadas
por gobiernos socialistas».
Ya sólo hubiera faltado añadir que si estamos tan en la cola es
porque no participaron en la muestra ni Portugal ni Grecia, lo cual
de haber ocurrido nos hubiera situado dos puestos más arriba. Lo
dicho, aquí el que no está contento es porque no le da la gana... un
cenizo, vamos. Curiosamente, a casi nadie parece preocuparle que el
puesto alcanzado por los adultos españoles sea harto homologable con
el de sus cachorros. Y si no, al cabo, ya se sabe, “lo importante
es participar”, una frase atribuida al barón de Coubertin, pero
que él nunca pronunció.
A
uno, la verdad, se le antojan mucho más atinadas las valoraciones de
Luri. En primer lugar, porque hay en ellas algo de lo que las dos
anteriores adolecen: esfuerzo interpretativo; y en segundo, porque
van al grano y no caen en el partidismo que rezuma del Sr. Imbermón
o de la Sra. Gomedio. Para mí, lo más importante de las
observaciones de Luri consiste en la agrupación que hace por
cohortes generacionales según la ley educativa bajo la que
estudiaron. Y de allí se infieren evidencias en las que pocos parece
que quieran reparar.
Por
ejemplo, las dos cohortes generacionales que abarcarían la horquilla
entre los 55 y los 65 años, quedan bastante mal situadas, pero no
así las que están entre los 35 y los 55, en las cuales hay un
progreso constante, el mayor de todos los países. Luego, ya por
debajo, entra la generación LOGSE y sucede el frenazo y la marcha
atrás.
Las
dos cohortes entre los 55 y los 65 años estudiaron en un sistema
exigente... los que estudiaron. Los niveles de escolarización, y no
digamos ya en bachillerato o universidad, eran bajos. Me atrevo a
afirmar que si entre estas mismas cohortes se discriminara entre
bachilleres, por un lado, y universitarios, por el otro, ambos
estarían en posiciones mucho más avanzadas. Las que están entre
los 45 y los 55 son, por su parte, la generación del baby
boom
español -nacidos entre 1958 y 1968- que cursaron sus estudios, ya
con unos índices de escolarización mucho mayores y en constante
crecimiento, pero, como muy bien apunta Luri, en un sistema educativo
que mantuvo los niveles de exigencia anteriores. Son los dos o tres
últimos años del antiguo bachillerato de 6 años más COU, y la
totalidad de la LGE de 1970, con 8 años de EGB y, 3 de bachillerato
más COU o 3+2 de FP.
Las
dos siguientes cohortes, de los 35 a los 45, ya de lleno en la LGE,
mantuvieron también unos niveles de exigencia que incorporaron, sin
grandes problemas, la práctica escolarización universal hasta los
16 años. Aún en la LGE, estamos en las últimas reminiscencias de
la Ley Moyano, de 1857, que «aguantó», mutantis
mutandi, la
monarquía de Isabel II, el gobierno provisional revolucionario de
«La Gloriosa», la monarquía de Amadeo I, la I República, la
Restauración, la II República y la dictadura franquista, hasta la
LOGSE, que en 1990, le dio definitivamente el matarile. Casi nada. Y
por debajo de los 35 años, la LOGSE y sus secuelas LOCE, LOE y,
según parece, dentro de poco la LOMCE.
Las
conclusiones saltan a la vista, al menos en el sentido que lo que ya
se sabía, ahora está amparado por un estudio estadístico. Aquí se
cambió un sistema educativo que estaba funcionando por otro que ni
siquiera empezó a funcionar.
Recuerdo
los primeros tiempos de la LOGSE, cuando ante la evidencia
incontestable de una caída abismal de niveles, tanto en el ámbito
académico como en el de la disciplina, algunos logsistas con un
mínimo de lucidez, o en su defecto con cierto sentido de la realidad, se consolaban argumentando que era el precio que
había que pagar por la escolarización universal hasta los 16 años.
Porque, añadían, antes era un sistema de excelencia, de calidad,
pero para unos pocos; si están todos, la calidad acaba
resintiéndose, pero han de estar.
Siempre
pensé que la cantidad no está reñida con la calidad. Muy al
contrario, si no hay cantidad difícilmente habrá calidad. El problema es el nivel de exigencia. Las
observaciones de Luri me lo han recordado.
Otro
día hablaré de por qué sin cantidad no hay calidad, quod
erat demonstrandum.
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