divendres, 22 de juliol del 2016

Puyol español



No recuerdo en qué película, o novela, una compañía de actores de teatro ha de representar una obra teatral ante un público de garrulos anarquistas. Se trata de una obra de alto contenido social y con un personaje pérfido donde los haya: el despiadado empresario que maltrata a los obreros y abusa sexualmente de las obreras. En un momento de la representación, un grupo de espectadores indignados ante tanta maldad, la emprende con el actor que está representando al empresario, se levantan de sus asientos y se dirigen hacia él con la intención de lincharlo allí mismo.

Al percatarse del peligro real que le amenazaba, el acojonado actor interrumpe su interpretación y prorrumpe en toda una declaración de principios izquierdistas, manifestando su repugnancia por el papel que le adjudicaron para interpretar, que él no quería, pero que eran cosas del guion y todo esto. Con ello consigue calmar al personal y salvar el pellejo.

Viene esto a cuento del reciente spot futbolero protagonizado por Carles Puyol, ex jugador del Barça y de la Selección. Se trataba, al parecer, de publicitar la liga de fútbol española en China, o algo así, y se le eligió a él por ser, también según parece, el futbolista vivo más laureado. Empezaba presentándose: “Soy excapitán del Fútbol Club Barcelona. He ganado seis ligas. He ganado tres Copas de Europa, un Mundial y una Eurocopa. Soy Carles Puyol, soy español. Soy español, soy Carles Puyol”.

Todo un anatema en los ambientes del nacional-futbolismo rampante que campea por los pagos catalanes, porque resulta que Puyol es catalán, y esto se supone que un buen catalán no debe decirlo, ni siquiera en broma; ni siquiera en un anuncio. Y claro, los amigos de rasgarse las vestiduras y los celosos inquisidores especializados en la localización de traidores y renegados a la causa, no han tardado en ponerlo a caer de un burro y montarle una campaña de linchamiento mediático en toda regla a través de las redes, señalándolo como traidor y renegado, de botifler, por decirlo en términos suaves.

Como en la obra de marras que citaba al principio, en la cual un público cenutrio confundió al actor con el personaje al que interpretaba, la fanatizada  parroquia indepe ha cargado contra el pobre Puyol por haber interpretado un guion en el que tocaba proclamar su condición de español. Con una diferencia decisiva: aquí no se trata de un recurso para denunciar la estupidez en una obra de ficción, sino de manifestarla pura y simplemente en toda su cruda realidad.

De momento, Puyol no ha hecho como el pobre actor de teatro y no se ha disculpado, sino que se ha limitado a decir que imaginaba que el vídeo sólo se vería en China. ¡Pero es que vamos a ver! ¿quién cojones es nadie para decidir lo que uno se siente o, peor aún, para recriminarle lo que diga de acuerdo con el guion de un spot publicitario cuya finalidad era, además, promover la Liga española en China? ¿Y cuál es el problema si se siente español?

La verdad es que me la suda que Puyol se sienta español, catalán o ciudadano de Pernambuco. Igualmente, mi interés por el fútbol es más bien tenue. Pero el nazional-futbolismo es distinto, y una cosa está clara, ciertos fanatismos son un auténtico peligro social porque viven del enfrentamiento y sólo en la radicalización encuentran su sustento. Y si la sociedad no reacciona contra ellos, es que está enferma.

Lo gracioso del caso, si es que una tal manifestación de fanatismo e intolerancia puede considerarse graciosa, es que esos mismos garrulos que ahora se meten con Puyol, estarían ciscándose en la pérfida España si el anuncio lo  hubiera realizado, por ejemplo, Iker Casillas. Y ahora mismo estarían sentenciando concluyentemente «¿Lo veis? Han elegido a uno del Madrid porque para los españoles los catalanes no cuentan… porque, a ver, si el que tiene más títulos es Puyol, ¿por qué no lo eligieron para el anuncio? ¿No lo sabéis? ¿No se os ocurre? ¡Pues claro, hombre! porque es catalán y fue jugador del Barça…»
Es decir, lo mismo, pero al revés, que el inefable Torrente, en aquella impagable escena cuando, ante la tumba del Fary poniéndole al corriente de lo sucedido desde su muerte, concluye: «Y prácticamente nada más, Fary… Bueno, sí, ganamos el Mundial, pero eran casi todos del Barça, así que no cuenta». Sólo que, una vez más, Torrente es ficción, aunque tanta gente pugne por parecérsele, mientras que la ira de los beocios independentistas no lo es, aunque vivan en ella. ¡Vaya tropa!

divendres, 15 de juliol del 2016

Una princesa en Niza



En Niza nació Garibaldi, cuando era italiana. Luego los ingleses, con su invención del turismo de masas, dieron nombre a su principal paseo, “la Promenade des anglais”. La Côte d’Azur, ya se sabe… Allí mismo, y aun más al lado, en Montecarlo, están los ubérrimos jeques árabes.

En «Una princesa en Berlín» (Arthur R.G. Solmssen, 1980), hay una escena que tal vez sea repetitivamente premonitoria; y lo de repetitivamente es porque ya lo fue una vez. Berlín, año 1922; inflación desbordante hasta un dólar por mil millones de marcos; la gente va a comprar con el carrito repleto de billetes que no valen nada porque hay tantos, o porque hay tantos no valen nada. Eso a la gente no le importa, simplemente saben que no valen nada y que no pueden comprar casi nada. Miseria, malestar y crisis posbélica, y posrevolucionaria. En un cabaret, un grupo de turistas norteamericanos, apostados en la barra, se dedican a tirar monedas de centavo de dólar para que las bailarinas, y las que no lo son, alemanas, se agachen para recogerlas y así mofarse –y regodearse- cuando les asoman las bragas al inclinar los cuartos traseros. Al fondo, un grupo de alemanes, con su consumición agotada y sin dineros para otra, se lo miran de refilón circunspectamente y con semblante humillado. El narrador dice a propósito de la escena: “Entonces comprendí que alguien iba a pagar por esto”…

La princesa sobrevivió a Berlín, quizás para ser luego atropellada ayer en Niza por un fanático psicópata nada aislado. No sé si alguien pagará por esto, pero de momento todo suena a mensajes de dolor, condolencia, recitado de mantras manidos y pusilanimidad de políticos mediocres y prisioneros de sus intereses y limitaciones tan evidentes. De momento pagó la princesa. Pero el petróleo del EI, o como se le llame, sigue consumiéndose por acá.

Hasta que no enteremos de que nos han declarado la guerra y sigamos sin atrevernos siquiera a mirarle a la cara al enemigo, envolviéndonos en flatus vocis tan vacuos como manidos, estaremos perdiendo esta guerra y seguiremos sin haber entendido nada. Y claro, en Francia, votos para Le Pen, cómo no. Y en otras partes.

Esta mañana, debido a las horas que me he tenido que tirar en carretera, he estado escuchando prácticamente todas las declaraciones que nuestros preclaros líderes, políticos y mediáticos, han tenido a bien evacuar, a cuál más pusilánime y estulta. No eran tan poco animosos cuando los atentados eran de ETA… Y me pregunto por qué.
¡Pobre princesa!

dilluns, 4 de juliol del 2016

En busca del sorpasso perdido



Como si del Arca o del tiempo perdido se tratara, andan ahora en Podemos metidos de lleno en la tarea de desentrañar el porqué del último fracaso electoral. Tal vez la primera lección que deberían extraer sea que no hicieron bien los deberes y que los politólogos también pueden equivocarse. Claro que como lo de los deberes no les va, o al menos esto es lo que se infiere del hecho que apostaran por suprimirlos en la escuela, acaso no busquen por tales pagos. «Hay que ser más humildes», les espetaba aquel cura porteño a sus feligreses en el sermón dominical, previniéndoles contra su idiosincrática petulancia. «Haced como Jesucristo: pudo haber nacido en Buenos Aires, pero no quiso», les aconsejaba.

A medida que las llamadas ciencias sociales se van desprendiendo progresivamente de sus dependencias filosóficas, muy especialmente en los curricula universitarios, donde la Filosofía o no está ni se la espera, o simplemente se trivializa hasta límites académicamente aberrantes, cada vez se tiende más a considerarlas unas nuevas ciencias exactas –apelativo que ni los matemáticos aceptan hoy para su disciplina-, y luego, claro, pasa lo que pasa.

Que todo un profesor universitario como Pablo Iglesias no hace ni siete meses le recomendara públicamente a su contrincante, en un debate electoral televisado, «La Ética de la Razón Pura» (sic), de un tal Kant, sin pestañear ni autocorregirse, demuestra que fue algo más que un mero lapsus linguae. Y no mejora precisamente la cosa que el gazapo surgiera  porque el otro candidato –el ciudadano Ribera- acabara de afirmar que Kant era para él un referente ineludible, admitiendo a continuación –ante la inoportuna pregunta de un estudiante- no sólo que no había leído nada de este autor, sino manifestándose incapaz de citar, siquiera de memoria, algún título suyo, y que ante tal bochorno, Iglesias se ofreciera amablemente a recomendarle «bibliografía». Ahora ambos andan a la búsqueda de una respuesta «científica» que explique su reciente fracaso…

Si carecemos de la menor idea sobre la fundamentación de conocimientos cuyas aplicaciones utilizamos a diario, corremos el riesgo certero de incurrir, tarde o temprano, en una fetichización, si no sacralización, de lo que es un simple instrumento. Dicho en otros términos, a la manera de Hegel, si en el templo del conocimiento no hay un sanctasanctórum, cualquier santo puede acabar encumbrado en Dios, y esto, pese a los estragos que ha causado el politeísmo católico, sigue siendo idolatría; en términos epistemológicos, también. Y esto es lo que les pasa a estos chicos.

Ahora buscan con ahínco acertar en qué erraron, pero lo buscan en el manual de instrucciones de uso, para saber cuál fue el paso que no siguieron correctamente según dicho manual. La posibilidad de un error conceptual de fondo, previo al manual e inherente a él, no se les pasa por la cabeza ni por asomo. Y éste es un error de nivel de abstracción superior a cualquier otro de instrumentalización práctica que puedan eventualmente haber cometido.

Quizás porque el error de base sea de comprensión, no de descripción. El clamoroso bluf de las encuestas, por ejemplo, no se puede solo describir, sino que previamente requiere ser comprendido. Ímproba tarea tienen por delante, tendrán que estudiar mucho antes. Y hacer deberes. Es lo que hay.

dissabte, 2 de juliol del 2016

Más sobre el Brexit




Hablábamos en la anterior entrega de las paradojas que sugiere el Brexit ¿Pero y el referéndum?

Según los datos que se han publicado, la distribución del voto en el referéndum ofrece claros contrastes, generacionales, territoriales, «nacionales» y, cómo no, de clase. Las cohortes generacionales más jóvenes -acaso por haber crecido crecido ya de lleno en el proyecto europeo- se han pronunciado mayoritariamente por el «remain», mientras que las de más edad lo hicieron por el «exit». Por territorios, a su vez, arroja otro dato altamente significativo: las poblaciones urbanas de las grandes ciudades apostaron por la permanencia, las más provincianas y rurales optaron mayoritariamente por la salida. Es decir, ha sido la Inglaterra profunda la que ha ganado el referéndum. No así en Escocia e Irlanda del Norte, donde ganó el «remain» -¿Algo más que un voto simplemente anti-inglés?-, lo cual puede traer nuevos problemas añadidos si, como parece, Escocia plantea con motivo del brexit una nueva consulta independentista, que esta vez ganaría con claridad, o si Irlanda del Norte opta por alguna forma de integración en la República de Irlanda que le permitiera seguir en la UE.

Finalmente, por grupos sociales, empresarios, clases medias más o menos cultivadas y universitarios, parecen haber optado por Europa, frente al brexit de las clases trabajadoras más humildes, castigadas por la crisis y las políticas neoliberales de sus gobiernos -desde los tiempos de la manifiestamente antieuropea Margaret Tatcher-, que ven en la UE y en la inmigración el origen de todos sus males. Es decir, algo así como si las víctimas propiciatorias de las políticas neoliberales hubieran decidido darle una patada a Tatcher en el culo de Europa. Toda una ironía. Ello sin olvidar a significativos ejemplares de la aristocracia más rancia, familia real incluida, partidarios también del Brexit, pero por otras razones.

En cierto modo, podría decirse que la vieja Inglaterra, siempre recelosa del Continente, ha decidido poner fin al progresivo proceso de europeización que su población estaba experimentando, antes de que fuera demasiado tarde. Pero tampoco es que hubiera en la UE ningún inminente proceso de convergencia o integración que resultara inasumible para el espíritu británico. Incluso más bien todo lo contrario. Además, mantenía su libra esterlina en una cómoda situación de independencia frente al euro del que parasitaba. ¿Por qué entonces el Brexit? ¿Nostalgia imperial? ¿Imposibilidad psicológica de admitir la supremacía de una Alemania con la que sintonizaba perfectamente, cada cual desde sus respectivas posiciones?

¿Y cuál es el escenario que se abre ahora? Algunos parecen temer que otros países, espoleados por sus respectivos populismos, puedan sentir la tentación de seguir el ejemplo inglés, como Holanda, Dinamarca, o incluso Francia, lo cual abriría, quizás irreversiblemente, una brecha definitiva. Otros afirman que el Brexit será malo para la UE, pero peor para el Reino Unido o lo que quede de él. Europa, al fin y al cabo, podrá superarlo y hasta es posible pensar que, sin Gran Bretaña haciendo de escudero de Alemania, se abriera una etapa más social en lo que hasta ahora había sido sobre todo la Europa de los mercaderes; o la famosa Europa a dos velocidades, con un núcleo duro en la zona euro y una periferia externa a ella. ¿Hasta qué punto el ingreso precipitado de tantos países no habrá sido contraproducente para la idea de Europa? ¿Y quiénes la propiciaron?

En fin, no parece que el brexit sea una buena idea para el Reino Unido, y esta es la razón por la cual pienso que se trata de un postureo que, al final, no irá a mayores. Muy especialmente porque donde se cuecen las habas británicas -la City y el gran capital financiero- la salida de Europa resulta particularmente enojosa. Y desde el mundo neoliberal de la UE, lo mismo. De modo que creo que, al final, el Brexit no se consumará. Como mínimo explícitamente, al menos en la medida que lo implícito está siendo un «eurexit», en la línea de lo apuntado hoy mismo por Manuel Castells en un excelente artículo.

¿Y cómo se las arreglarán para subvertir el resultado de un referéndum vinculante? Muy fácil. Permítanme aventurar algunas hipótesis. Una posibilidad sería otro referéndum –no deja de ser curioso que un 7% de los votantes mostrara, sólo dos días después de la votación, su «arrepentimiento» por haber votado brexit. Pero es que no creo que ni siquiera haga falta organizar un nuevo referéndum. Vamos a imaginar el siguiente escenario.

La salida de la UE es un proceso laborioso que llevaría al menos dos años hasta ser efectivo, y en este tiempo pueden pasar muchas cosas. El apremio de la Comisión Europea instando al gobierno británico a actuar con celeridad no ha de verse, desde esta perspectiva, sino como una ayudita al gobierno británico. En unos meses, el primer ministro David Cameron hará efectiva su anunciada su dimisión y, o bien le sucede quien designe el estado mayor tory, o se convocan nuevas elecciones. En el primer caso, el sucesor debería pilotar la desconexión con Europa; en el segundo, ya veríamos.

Hasta ahora, los populismos han estado difundiendo los males que supuestamente provenían de la pertenencia a la UE, ante la relativa pasividad de los partidarios de seguir en ella y de una clase política vagamente europeísta, por convicción o conveniencia- pero algo atolondrada. Ahora las tornas pueden cambiar pasando acaso al primer plano los inconvenientes y problemas que derivarán de salir de ella. Imaginemos que se convocan nuevas elecciones y, con Cameron o no al frente de los tories, se anuncia como punto primero e irrenunciable del programa electoral la permanencia en la UE. Y que lo mismo hacen los labour y hasta los desaparecidos libdem. O si se quiere, con la promesa de convocar rápidamente un nuevo referéndum para revocar el anterior. Eso sí, con la debida salvaguarda de los irrenunciables intereses británicos... que comportaría una modificación no sólo del estatus británico, sino de todos lo miembros.

Puede parecer un órdago muy peligroso, pero con todo el establishment  metido en faena ¿alguien piensa verdaderamente que el UKIM ganaría las elecciones? No sé, a mí me parece del todo improbable. Y más si se empieza a anunciar que Escocia y el Ulster se largan; que las consecuencias de salir de la UE serán mucho peores que la que comporta permanecer en ella etc. Los ingleses puede que sean muy suyos, pero no son tontos; lo han demostrado muchas veces a lo largo de la historia. Y hasta puede que la generosa Europa, bajo presión alemana y de otros disidentes, haga de su capa un sayo y les apañe algún que otro privilegio estatutario a cambio de la permanencia. Así que, salvado el honor, se quedan y todos contentos. Y es que, después de todo, Inglaterra es tan Europa como el que más.

¿Estamos ante una astuta estratagema inglesa para mejorar su posición en la UE? ¿O simplemente ante una fantasía delirante? Pues no lo sé, la verdad, pero a mí me da que lo primero. Sólo que a lo mejor la estratagema no es sólo inglesa y de lo que se trata es de salvar los negocios guardando las apariencias, y encubriendo un innombrable «eurexit».

divendres, 1 de juliol del 2016

La paradoja del Brexit




El Brexit produce en principio una sensación ambivalente y contradictoria. Por un lado, y desde una perspectiva que genéricamente denominaremos como «europeísta», parece claro que una de las razones primordiales que indujeron en su momento a Gran Bretaña a entrar en la UE fue la de evitar que la cosa fuera a mayores. Que quedara como una unión económica al servicio de los grandes poderes y evitar a cualquier precio que se avanzara en cualquier atisbo de proyecto que, siquiera remotamente, apuntara hacia una unificación política. No en vano, la política británica durante los últimos cinco siglos ha consistido en jugar las cartas necesarias para evitar que en el «Continente» -como ellos lo llaman- surgiera una potencia hegemónica que amenazara con unificarlo más o menos. No se trata de valoraciones, sino simplemente de constataciones.
Publicado en Catalunyavanguardista. El artículo completo, aquí.