divendres, 15 de juliol del 2016

Una princesa en Niza



En Niza nació Garibaldi, cuando era italiana. Luego los ingleses, con su invención del turismo de masas, dieron nombre a su principal paseo, “la Promenade des anglais”. La Côte d’Azur, ya se sabe… Allí mismo, y aun más al lado, en Montecarlo, están los ubérrimos jeques árabes.

En «Una princesa en Berlín» (Arthur R.G. Solmssen, 1980), hay una escena que tal vez sea repetitivamente premonitoria; y lo de repetitivamente es porque ya lo fue una vez. Berlín, año 1922; inflación desbordante hasta un dólar por mil millones de marcos; la gente va a comprar con el carrito repleto de billetes que no valen nada porque hay tantos, o porque hay tantos no valen nada. Eso a la gente no le importa, simplemente saben que no valen nada y que no pueden comprar casi nada. Miseria, malestar y crisis posbélica, y posrevolucionaria. En un cabaret, un grupo de turistas norteamericanos, apostados en la barra, se dedican a tirar monedas de centavo de dólar para que las bailarinas, y las que no lo son, alemanas, se agachen para recogerlas y así mofarse –y regodearse- cuando les asoman las bragas al inclinar los cuartos traseros. Al fondo, un grupo de alemanes, con su consumición agotada y sin dineros para otra, se lo miran de refilón circunspectamente y con semblante humillado. El narrador dice a propósito de la escena: “Entonces comprendí que alguien iba a pagar por esto”…

La princesa sobrevivió a Berlín, quizás para ser luego atropellada ayer en Niza por un fanático psicópata nada aislado. No sé si alguien pagará por esto, pero de momento todo suena a mensajes de dolor, condolencia, recitado de mantras manidos y pusilanimidad de políticos mediocres y prisioneros de sus intereses y limitaciones tan evidentes. De momento pagó la princesa. Pero el petróleo del EI, o como se le llame, sigue consumiéndose por acá.

Hasta que no enteremos de que nos han declarado la guerra y sigamos sin atrevernos siquiera a mirarle a la cara al enemigo, envolviéndonos en flatus vocis tan vacuos como manidos, estaremos perdiendo esta guerra y seguiremos sin haber entendido nada. Y claro, en Francia, votos para Le Pen, cómo no. Y en otras partes.

Esta mañana, debido a las horas que me he tenido que tirar en carretera, he estado escuchando prácticamente todas las declaraciones que nuestros preclaros líderes, políticos y mediáticos, han tenido a bien evacuar, a cuál más pusilánime y estulta. No eran tan poco animosos cuando los atentados eran de ETA… Y me pregunto por qué.
¡Pobre princesa!

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