En Niza nació Garibaldi,
cuando era italiana. Luego los ingleses, con su invención del turismo de masas,
dieron nombre a su principal paseo, “la Promenade des anglais”. La Côte d’Azur,
ya se sabe… Allí mismo, y aun más al lado, en Montecarlo, están los ubérrimos jeques
árabes.
En «Una princesa en Berlín»
(Arthur R.G. Solmssen, 1980), hay una escena que tal vez sea repetitivamente
premonitoria; y lo de repetitivamente es porque ya lo fue una vez. Berlín, año
1922; inflación desbordante hasta un dólar por mil millones de marcos; la gente
va a comprar con el carrito repleto de billetes que no valen nada porque hay
tantos, o porque hay tantos no valen nada. Eso a la gente no le importa,
simplemente saben que no valen nada y que no pueden comprar casi nada. Miseria,
malestar y crisis posbélica, y posrevolucionaria. En un cabaret, un grupo de turistas
norteamericanos, apostados en la barra, se dedican a tirar monedas de centavo
de dólar para que las bailarinas, y las que no lo son, alemanas, se agachen
para recogerlas y así mofarse –y regodearse- cuando les asoman las bragas al
inclinar los cuartos traseros. Al fondo, un grupo de alemanes, con su consumición agotada y sin
dineros para otra, se lo miran de refilón circunspectamente y con semblante
humillado. El narrador dice a propósito de la escena: “Entonces comprendí que alguien iba a pagar por esto”…
La princesa sobrevivió a
Berlín, quizás para ser luego atropellada ayer en Niza por un fanático
psicópata nada aislado. No sé si alguien pagará por esto, pero de momento todo
suena a mensajes de dolor, condolencia, recitado de mantras manidos y pusilanimidad
de políticos mediocres y prisioneros de sus intereses y limitaciones tan evidentes. De
momento pagó la princesa. Pero el petróleo del EI, o como se le llame, sigue
consumiéndose por acá.
Hasta que no enteremos de que
nos han declarado la guerra y sigamos sin atrevernos siquiera a mirarle a la
cara al enemigo, envolviéndonos en flatus
vocis tan vacuos como manidos, estaremos perdiendo esta guerra y seguiremos
sin haber entendido nada. Y claro, en Francia, votos para Le Pen, cómo no. Y en
otras partes.
Esta mañana, debido a las
horas que me he tenido que tirar en carretera, he estado escuchando
prácticamente todas las declaraciones que nuestros preclaros líderes, políticos
y mediáticos, han tenido a bien evacuar, a cuál más pusilánime y estulta. No eran
tan poco animosos cuando los atentados eran de ETA… Y me pregunto por qué.
¡Pobre princesa!
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