dijous, 31 de març del 2016

Sobre "Contra la nueva educación": la pedagogía de la sospecha o tratado de parasitología educativa



Para aquellos que no les guste el título que Alberto Royo le dio a su libro –«Contra la nueva educación», con el subtítulo «por una enseñanza basada en el conocimiento»- podría sugerirse sin reservas otro más rompedor: «Tratado de parasitología educativa». Porque de eso va la cosa, dicho sea sin la menor intención de desmerecer el admirable trabajo llevado a cabo por el autor, sino todo lo contrario. Y además, con una exquisita, elegante e inteligente socarronería que, no es de extrañar, ha levantado ampollas entre los destinatarios del tratado. Porque ningún charlatán lleva bien que se le desenmascare como a un vulgar e interesado farsante. De ahí las furibundas reacciones que ha suscitado entre el gremio de innovadores pedagocráticos.

Nos dice Alberto Royo que si el referente del pensamiento es Paulo Coelho, el de la ciencia Eduard Punset, y el de la música Bustamante, entonces es que las cosas están muy mal. ¿Y en educación, quiénes son los referentes? ¿Qué es en realidad esta «nueva educación»? ¿Cuáles son sus planteamientos? ¿A qué, o a quién, sirve?
El artículo completo aquí  (Publicado en Catalunyavanguardista)

dilluns, 28 de març del 2016

El movimiento no se demuestra andando (Aproximación conjunta a “Contra la nueva educación”, de Alberto Royo, y a “La conjura de los ignorantes", de Ricardo Moreno Castillo)



De aparición casi simultánea, y aunque con estilos diferenciados y distintas perspectivas de enfoque, ambos trabajos llevan ineluctablemente a una descorazonadora e insoslayable conclusión: el mundo de la educación está en manos de farsantes cuya catadura intelectual es perfectamente homologable con lo que, en otros ámbitos, representan los curanderos y la santería, frente a la medicina, o los astrólogos frente a la astronomía. Y esto es algo con lo cual, definitivamente, hay que contar si queremos hablar de educación.

Se trata ciertamente de una evidencia al alcance de cualquier persona en su sano juicio y con unos mínimos de sentido común. Pero la evidencia, en sí misma, no es sino la mostración de una verdad indiciaria, no su demostración. Según nos cuenta la tradición, el viejo Zenón de Elea estaba disertando ante un grupo de colegas sobre la imposibilidad del movimiento, a partir de sus famosas aporías; que si Aquiles nunca podría alcanzar a la tortuga, que si la flecha nunca alcanzaría el blanco… En mitad de su discurso, uno de los presentes se levantó y empezó a andar alrededor del corrillo que formaba el grupo. Todos parecieron entenderlo al instante: el movimiento se demuestra andando. El pobre Zenón debió quedar como un cretino, como un iluso…

Sin embargo, eso de que el movimiento se demuestre andando dista mucho de ser la última palabra sobre el tema. Porque, contra lo que podría pensarse, se trata de una conclusión falsa que confunde conceptualmente «mostrar» algo con «demostrarlo». Lo que el bueno de Zenón nos presentaba no era, ni mucho menos, la imposibilidad del movimiento, sino cómo nuestra noción de él, a poco que la forzásemos, nos llevaba a concluir su imposibilidad. Lo que se infería de ahí no era, pues, la imposibilidad del movimiento, sino la necesidad de redefinir nuestra noción de él para poder explicarlo sin incurrir en contradicción. Cierto es que andando se muestra el movimiento, pero esto ya lo sabía Zenón; demostrarlo, en cambio, es otra cosa, de naturaleza distinta y mucho más compleja que la simple ocurrencia de andar a la vista de todos.

Y éste es en mi opinión el gran mérito de estas dos obras, demostrar la falta de enjundia, el carácter falaz y la naturaleza profundamente ignara que a diario nos es mostrada, desde hace ya demasiado tiempo, en temas educativos. Tal vez a algunos les pueda parecer ocioso que alguien dedique su talento, y su tiempo, a demostrar que la mayor parte de los discursos pedagógicos, hoy hegemónicos, son pura filfa. Pero si, igual que al pobre Zenón, no nos basta con que nos muestren el movimiento, entonces estamos ante dos libros tan necesarios como imprescindibles. Y justo es admirar el tesón con el que, sin duda, ambos habrán tenido que arroparse, para combatir la desazón que ha de producir saberse invirtiendo inteligencia y energías para refutar estupideces y majaderías.

Puestos a distinguir entre ambos libros, diríamos que Alberto incide especialmente en el carácter de farsa propio del estado educativo actual, y las propuestas pedagógicas que agrupa bajo la denominación de «nueva educación», cuya característica constitutiva se encontraría en el énfasis de lo trivial y el olvido de lo relevante; es decir, en su frivolidad intrínseca. Ricardo, por su parte, abunda en el carácter organizado de la ignorancia como proyecto, poniendo de manifiesto, además de su naturaleza capciosamente engañosa, su exasperante vacuidad. En resumen, y en ambos, queda claro que, con las modernas pedagogías, no nos las tenemos con ningún tipo de fatal accidentalidad más o menos anecdótica –a la manera de una nubecilla de verano o una fugaz moda-, ni en lo tocante a su frivolidad ni a su ignaridad, sino con un proyecto y su correspondiente confluencia de intereses, tan concretos como inconfesables.

Claro que, como siempre, toda demostración sugiere nuevas preguntas, cuyas respuestas requerirán, a su vez, las consiguientes demostraciones. Así, y asumiendo que en temas educativos, estamos mayormente en manos de farsantes y advenedizos, frívolos e ignaros, a los que en otras instancias habrían corrido a gorrazos en las primeras de cambio, y si no nos damos por satisfechos con el aforismo según el cual Dios creó a la estupidez para confundir a la inteligencia,  (Corintios, 1:27), entonces surge la siguiente e inquietante pregunta: ¿Por qué no ha sido así en educación?
Trataremos de dar con la respuesta.

dilluns, 21 de març del 2016

No hay como poner un cebo

Yo sigo sintiéndome tan catalán como siempre; no sé qué inducirá a (H)ada a ir in crescendo en una catalanidad en la cual, he de suponer, ya nació. ¡Qué pena!. Por la pobre hadita. No tiene nada de mágica; al final, las carrozas ficticias devienen calabazas, como los zapatos de cristal... se quiebran.
 
Pensamiento mágico, o de hAdas, sin más (o sin menos...).

dissabte, 19 de març del 2016

Podemos, los «polls revisculats» y el perro del hortelano



Recuerdo una vieja entrevista a la inefable Vanessa Redgrave –excelente actriz y activista de izquierdas-, con motivo de la enésima escisión que protagonizó en las ya de por sí muy mermadas filas del trotskismo británico en que militaba. Se quejaba de que su anterior partido estaba lleno de contrarrevolucionarios. Algo así como en «El hombre que fue Jueves», de Gilbert K. Chesterton, con las catacumbas anarquistas de Londres repletas de policías infiltrados. Afirmaba que en el nuevo partido esto no ocurriría, porque en una organización verdaderamente revolucionaria, a esta gente se la detecta a las primeras de cambio. Toda una ironía de la historia que los promotores del entrismo se quejen de estar «entrados», pero admitámoslo, ¡bien por Vanessa!

Mucho más sutilmente, Graham Greene nos relataba el periplo de un periodista desplazado a una remota región africana para cubrir un conflicto étnico. Se equivoca de avión y va a parar a otra zona donde no hay guerra; todo lo contrario, paz y armonía en las relaciones entre las dos tribus. Para enmendar su error, el reportero empieza a enviar crónicas que justifican su llegada a la zona equivocada. Sí, todavía no hay conflicto, pero lo habrá, porque se está sembrando el odio interétnico, y además, se trata de una región geopolíticamente más relevante que la otra a la cual le habían enviado inicialmente. Con todo lujo de detalles, entre reales e inducidos, empieza a describir el conflicto larvado entre las dos comunidades. Sus crónicas se publican en Londres, y de allí llegan hasta la por entonces apacible y pacífica región, cuyos pobladores empiezan a enterarse de que están en guerra civil. Al final, claro, estalla el conflicto. Huelga decir que lo único que había fomentado el odio interétnico eran los artículos del periodista.

Delirios trotskistas aparte, lo de Podemos incorpora en mi opinión componentes de ambos casos, así como de un tercero nada desdeñable: ellos mismos y sus errores; siempre distinguiendo, de acuerdo con el símil tenístico, entre los errores forzados y los no forzados. Para entendernos, el error forzado sobreviene cuando llegas a la bola y le das mal porque en tu posición no puedes hacerlo de otra manera; el no forzado, cuando teniéndolo todo a favor para una esmashada a placer en el borde mismo de la red, con el contrario a tu merced, envías la pelota a las gradas o a la red. De todo ha habido también en Podemos. Aquí me referiré a los errores no forzados.

En España no había nada relevante a la izquierda del PSOE desde 1982. Y lo de considerar al PSOE izquierda, pues qué quieren que les diga: me parece, digámoslo prudentemente, muy aventurado. Más allá de sus connotaciones antisistema, Podemos surge hace ahora un par de años como resultado de la posterior vehiculación política de los movimientos del 15-M. Y generó expectativas por lo que podía ser y representar. La articulación bajo una sola formación, de una izquierda secularmente heteróclita y sincrética, con mucha supuesta base, pero sin otra voz institucional que la de una desacreditada, herrumbrosa y ventrílocua Izquierda Unida, formada por apparatchiki restos de serie sin más capacidad e intenciones que mantenerse en el cargo a cualquier precio. Náufragos que vieron con perplejidad y espanto cómo se estaba fletando un nuevo barco para el cual no tenían billete.

La puesta de largo de Podemos fueron las elecciones europeas de mayo del 2014. Aunque Izquierda Unida obtuvo un eurodiputado más -6 contra 5-, la tendencia estaba muy clara: Podemos irrumpía con fuerza y marcaba tendencia. Algo similar ocurrió en estas mismas elecciones entre UPyD y C’s. Por cierto, no deja de ser paradójico que, al menos hasta la fecha, C’s haya demostrado ser, orgánicamente, mucho más leninista que Podemos.

Es cierto que Podemos había gozado de una cobertura mediática sin precedentes en una formación sin representación parlamentaria alguna. Y que en atención a algunos de los medios que prestaron tal cobertura, es más que probable que subyaciera la intención de erosionar al PSOE por la izquierda ¿cómo no? Pero también lo es que supieron aprovecharlo a partir de la proyección que adquirió su líder más visible, Pablo Iglesias.

Sea como fuere, lo cierto es que si alguien jugó a Dr. Frankenstein, el experimento no le salió mejor que al personaje de Mary Shelley. Podemos cuajó y empezó a ser el terror de las encuestas. Era, parafraseando a Marx, el nuevo fantasma que recorría España. A partir de ahí, las cañas se tornaron lanzas y Podemos se convirtió en el enemigo a batir. Que si Venezuela, que si Irán, que si marxismo-leninismo trasnochado y totalitario… Recuerdo una Sabatina de Gregorio Morán en la cual avisaba a los podemitas que se fueran preparando, porque les iban a sacar hasta el tatuaje que llevaban en el culo… Y así fue. ¿Cómo se pueden equiparar el medio millón de euros incorrectamente declarados de Monedero, con los millones robados y evadidos por Rato o Pujol, o los casos Gürtel, Púnica y tantos más? A ver, que quede claro: no me cae especialmente simpático Monedero, pero equipararlo, como se ha hecho, con los anteriores, es una obscenidad capciosa.

Ya en el 2015, elecciones municipales y autonómicas, autonómicas catalanas, y generales. Con resultados diversos, según el caso, pero que, en definitiva, han consolidado a Podemos como tercera fuerza política en España, y en situación de superar al PSOE. Y ahora, en el 2016, crisis interna, dimisiones, purgas, luchas internas por el poder entre sus dirigentes y una propensión hacia el cantonalismo que amenaza con hacer saltar por los aires a la formación. Y todo esto precisamente en unos momentos en que ha de dilucidar su posición frente a un posible gobierno presidido por el PSOE. ¿Casualidad, fatalidad, errores forzados o inducidos, errores no forzados propios?

No hace mucho se decía en un importante medio, pro-PSOE de toda la vida –y también ahora pro-C’s-, que la pugna entre Iglesias y Errejón obedecía a dos proyectos orgánicos distintos. Mientras que Errejón estaría por el mantenimiento del actual statu quo de Podemos, con sus pactos y alianzas/amalgama con mareas, compromisos y «comunes» singulares varios, Iglesias, por el contrario, estaría por la construcción de un partido rígido, por un PCE 2.0. También, si el primero, más contemporizador, se inclinaría hacia un modelo de colaboración con el PSOE, por aquello de la unidad de la izquierda, el segundo, en cambio, apostaría directamente por el sorpasso a los socialistas y las elecciones anticipadas.

Bueno, no sé si esto será así en verdad. Pero sí me atrevería a asegurar que es el gran problema que tiene Podemos ahora mismo, y que es un problema estructural, sistémico, resultado de un error político de fondo atribuible sólo al mismo Podemos.

Me estoy refiriendo a la política de pactos –en muchos casos de dejación- que, lejos de reforzar a Podemos, a lo único que han contribuido es a dar pábulo a toda una nómina de personajillos mediocres y políticamente desahuciados, cuyo destino político era el estercolero de la historia, ahora redivivos, que han acabado por intoxicar al propio Podemos hasta vampirizarlo –esto lo saben hacer muy bien-, y que lejos de haber representado una suma en la unión de la izquierda y la pluralidad nacional española, han acabado por convertirlo en una amalgama de cantones donde una mano no sabe lo que está haciendo la otra. En catalán, a este perfil de sociotipo humano lo define a la perfección un viejo refrán: “Poll revisculat, pica més que cap”. Traducido al castellano sería algo así como: Redivivo el pollo moribundo, muerde más que ninguno.

Julio Anguita, en «Atraco a la memoria», se lamentaba de la fingida pluralidad en aras a la cual Izquierda Unida se veía obligada a incluir  en sus listas electorales, en lugares destacados y en perjuicio del PCE, a líderes de partidos cuya militancia al completo cabía en un taxi. Anguita no consiguió invertir esta tendencia y se fue. Podemos ha cometido, en mi opinión, el mismo error y con creces. Para estos pollos moribundos ha sido su tabla de salvación. Y era precisamente Podemos quien los iba merecidamente a barrer. Ahora ya no caben en un taxi, sino que precisan de un autobús; pagando Podemos la factura, claro.

Los polls revisculats vuelven a estar ahí viviendo, como siempre, del momio. Y me temo que ya es demasiado tarde para corregir esta deriva, ni aun en el supuesto que esta fuera la intención. Ignorar que también había casta a la izquierda del PSOE, por más cutre que fuera, ha sido su gran error. Acaso acuciados por la avidez de lo inmediato, no lo sé, pero ahora los tienen dentro, o ni eso, al lado, y haciendo de perro del hortelano.


dijous, 17 de març del 2016

¡Genial!

Es una suerte que la ironía y el sentido del humor no hayan desaparecido todavía por completo.
El enlace, aquí.

diumenge, 13 de març del 2016

Estado de encuesta o la era de la frivolidad



Una de las categorías constituyentes del modelo de política-espectáculo propio de la situación actual, es el estado de encuesta permanente. Desde que la política se ha convertido en un reality show, y los políticos en figurantes que concurren a un casting en tiempo real, no pasa semana, a veces día, sin que aparezca una nueva encuesta. Vamos a admitir que sea así; que hace un par de semanas Podemos alcanzaba el sorpasso al PSOE, y que ahora es el cuarto, «sorpassado» por Ciudadanos, que no hace un mes bajaba como un souflée y ahora sube como la espuma; que el PP hace un mes aumentaba su mayoría, y que ahora la pierde… Hasta la encuesta de la semana que viene (…)
El artículo completo aquí

dimarts, 8 de març del 2016

Los límites de la educación



En toda la extensión del concepto, y aunque quien se eduque sea el individuo, «educación» es algo que nos remite a lo social; son sus límites los que se encuentran en lo individual, en el individuo. Se trata precisamente de adecuar las pulsiones individuales, innatas, genéticas, temperamentales y hasta, si se quiere, neuronales, compatibilizándolas con la vida en sociedad y con lo que ésta requiere, conocimientos y formación, por supuesto, incluidos. Cuando se habla de educación «natural», nunca acaba de quedar claro a qué refiere exactamente tal concepto. Lo mismo con los remedos del buen salvaje, que nunca existió más allá de la mera construcción conceptual.

Siempre habrá tensiones y conflictos entre el individuo y la sociedad, entre lo individual y lo colectivo, entre el «yo» y el «nosotros». Esto es inevitable. Tan inevitable como que el sistema educativo perfecto no existe. El problema es si nos proponemos empeorarlo. Y eso es lo que ocurre si la declarada voluntad de construir un sistema educativo que cree mejores ciudadanos, se pretende llevar a cabo desde un primado absoluto de lo individual.

Los antiguos griegos ya lo entendieron con la disyuntiva entre físis y nomos, donde físis es el estado de naturaleza, y nomos la convención que rige la convivencia en la polis, en la sociedad. Es la definición del hombre como animal social, que nos legó el viejo Aristóteles. Y toda educación, que es lo contrario de un proceso natural, ha de ir dirigida a consolidar esta condición. No parece que, al menos en este sentido, hayamos aprendido mucho desde entonces. Más bien al contrario. Digámoslo freudianamente, se está potenciando el principio de placer en detrimento del de realidad. Y esto es, sin más, un fraude monumental.

Hoy parece que lo fundamental ya no es que a lo largo de su educación un individuo aprenda y aprehenda, sino que sea feliz, ahora y para siempre. Claro que entendido como parece entenderse, al final acaba ocurriendo lo mismo que con la génesis de la libertad que postulaba el idealismo de Fichte: acaba colisionando con lo social, con lo colectivo. Igual que la libertad individual entendida como un absoluto choca con la del resto de individuos; también la felicidad. De esto se podría deducir que se está jugando con fuego; con una auténtica bomba de relojería social.

La exigencia de génesis a partir del despliegue de la «idea» de libertad, acaba convirtiendo al individuo en la gran amenaza para el tránsito a la libertad absoluta. Está en Rousseau, está en Fichte, y está en Robespierre. Y lo refleja Víctor Hugo en «Quatrevingt-Treize» -. Un yo tan absoluto no soporta el tránsito a un nosotros igualmente absoluto, y acaba suprimido en él. Ahora pongamos «felicidad» en lugar de «libertad». Se cierra el círculo.

El contrapunto es Kant. Lejos de absolutos, el punto de partida es la finitud constituyente. En este sentido, la libertad de uno acaba allí donde empieza la del otro. Y ello porque todo individuo es un fin en sí mismo, y no un medio para nuestros fines. Por su parte, la exigencia de concordancia de la máxima con la forma lógica universal propia del imperativo categórico, presenta sus fisuras: todo el mundo actúa según tal máxima en todo momento, cierto, pero esta exigencia de concordancia sólo es garantía de que un individuo actúe como cree que cualquier otro actuaría en sus circunstancias –psicópatas aparte, tal vez (?)-. Es decir, bajo esta forma puedo estar utilizando al prójimo como a un medio, atentando contra su libertad, contra las reglas de convivencia que aseguran esta libertad a todos los individuos, y no sólo la mía. Y aquí es donde en Kant surge la noción de derecho.

Me pregunto si nuestros modernos sistemas educativos no estarán partiendo de una noción de individuo bastante homologable a la del Yo fichteano, para ser luego igualmente suprimido y relegado a medio. Al poner la felicidad como un objetivo individual irrenunciable e incondicionado, se está postulando una génesis de la felicidad entendida como un absoluto cuyo despliegue interno y autógeno, a la manera de Fichte, al colisionar con lo colectivo se resuelve en su supresión individual y en su consiguiente relegación a simple instrumento.

No sé qué quieren que les diga. A lo mejor es un delirio, pero a mí esto de que ahora lo importante en educación sea la felicidad, me suena a trampa ya vista. Como en ciertos «paraísos» que prometen la felicidad, sí ¡pero ay del que no sea feliz!

Aunque también puede que todo sea más simple. Porque, al final de todo, ¿Algún pedagogo new age ha definido en qué consiste la felicidad? A ver si al final va  ser como aquel examen que nos relataba Pla en el Quadern Gris: Se le pregunta al examinando por la filosofía de Kant, y éste responde: “La filosofía de Kant no es importante, les desarrollaré su refutación que sí lo es”.

dimarts, 1 de març del 2016

A favor de «Contra la nueva educación»



No voy a hablar todavía del libro de Alberto –esto lo dejo para más adelante-. Lo que sí haré por ahora es romper una lanza en su favor en lo que respecta a las reacciones negativas que ha suscitado en los ambientes pedagógicamente correctos; como mínimo, entre los que se han enterado de su publicación. Muy particularmente en relación a algo que, no por esperado, resulta menos significativo: la constante aducción al supuesto alineamiento del autor con un modelo educativo tradicional, conservador, y seguramente reaccionario, por el cual sentiría una nostalgia freudianamente sublimada en su libro «Contra la nueva educación».

La descalificación ad hominem  es una falacia muy manida, y sin duda muy útil si de lo que se trata es de evitar otra polémica que no sea la simple descalificación del adversario. Si, además, el «hecho» en que se sustenta es materialmente falso, entonces a la falacia formal se le añade la falsedad material. Porque eludir el debate incurriendo en la simple descalificación del adversario, es una cosa, sin duda reprochable, pero que encima se fundamente en falsedades manifiestas es, si cabe, todavía peor.

Me explico. Si me niego a debatir sobre la conveniencia o no de implantar una prueba externa al final del bachillerato, con el argumento de que la reválida era franquista, estoy incurriendo en una falacia ad hominem, desautorizando así a mi interlocutor para opinar sobre el tema, no por lo que diga, sino por ser quien es. Ahora bien, si luego resulta que la reválida no sólo no la inventó el franquismo, sino que precisamente la suprimió, y que este tipo de exámenes son una práctica bastante extendida en muchos países avanzados y democráticos, entonces estoy incorporando a la falacia retórica una falsedad material con voluntad inequívocamente tendenciosa.

Y este es precisamente el palo del que van, en mi opinión, la mayoría de críticas negativas con el libro de Alberto. Algo que ya denunció maese Luri en la presentación, con el afortunado término «paleoinnovación». Es decir, que nos están vendiendo como nuevas, propuestas e ideas educativas en realidad muy antiguas. Por qué, entonces, presentarlas como nuevas, podríamos preguntarnos. Muy simple, porque previamente se ha decidido que lo innovador es bueno, y lo tradicional, malo. En definitiva, y prisioneros de su propia falacia, si no vendieran sus propuestas como innovadoras, sus vendedores se verían obligados a descalificarlas por tradicionales. Así, la arbitraria valoración según la cual lo nuevo es bueno y lo viejo es malo, obliga a presentarse como innovador. Pero cuidado, que nadie piense que esto es gratuito. Muy al contrario, la falacia argumentativa (lo nuevo es bueno y lo viejo malo, que le permite a uno presentarse como innovador y desautorizar al adversario por carca) y la falsedad material que se le incorpora al presentar como innovador algo que no lo es,  constituyen en realidad los elementos imprescindibles para la construcción de un discurso necesariamente ventajista, ya que de lo contrario (de admitir que no es novedoso), no sólo se rompe la falacia, sino que también se podrían contrastar los resultados empíricos que tales propuestas obtuvieron en su momento. Y esto es lo que hay que evitar a toda costa, porque entonces sí que se hunde el chiringuito.

En este sentido, y contra lo que algunos han dicho, a mí sí que me parece acertado el título, por más que ni la «nueva» educación sea tan nueva, ni que el «contra» inicial pueda sugerir una reactividad poco «creativa»; algo que, por cierto, nos situaría de lleno en la falacia que denunciábamos. Porque una cosa es un tratado de astronomía, y otra distinta un tratado «contra» la astrología. Y así como estamos a favor de la astronomía, también hay que estar claramente contra la astrología. Pero para demostrar su falsedad, no basta con un tratado de astronomía, porque el hiato entre una ciencia y una superstición, no siempre es tan explícito ni excluyente como a simple vista podría parecer. Al fin y al cabo, el astrólogo también se sirve de la astronomía para sus fines. Como la (vieja) nueva educación dice servirse de la ciencia. Eso sí, en ambos casos, utilizando su nombre en vano. Porque, contra lo que comúnmente suele pensarse, no por hacer una estadística, por más bien hecha que esté, he de estar haciendo necesariamente ciencia. Y esto hay que denunciarlo refutándolo y poniendo de manifiesto las supercherías bajo las cuales se manipula y adultera a la ciencia. Como lo hace «Contra la nueva educación».
Creo, en este sentido, que incluso algunas de las críticas «benévolas» que he podido leer desde posiciones contrarias, adolecen de cierta falta de perspectiva. Porque, dejando de lado los planteamientos maniqueistas más genuinamente pedagocráticos, hay otro tipo de críticas que pretenden hacer especial hincapié en la ausencia de propuestas en positivo. Algo así como si después de haber puesto patas arriba a la astrología, se le reprochara al autor no haber propuesto algún otro arte mántico como alternativa. Y es que el libro de Alberto, a mi entender, no pretender ser un tratado de astronomía, sino contra la astrología. O, en definitiva, un baño de sentido común; lamentablemente, y con tanta frecuencia , el menos común de los sentidos.