dilluns, 28 d’abril del 2014

diumenge, 27 d’abril del 2014

EL OCHO PORTUGUÉS


 
Que Colón fuera o no catalán es en el fondo un tema anecdótico. Lo que no es anecdótico, en cambio, es lo que nos cuenta en una entrevista Juan Meléndez, autor del altísimamente recomendable "De Tales aNewton". Todavía en tercero de carrera, la mayoría de alumnos creen que en los tiempos de Colón se pensaba que la Tierra era plana y que él era el único iluminado que defendía su forma esférica. Según esto, claro, la discusión con los sabios de Salamanca consistió en que, mientras Colón defendía la posibilidad de navegar hasta lo que hoy es América, los otros se agarraban a la imposibilidad de tal viaje porque la Tierra era plana, Y no es anecdótico porque es gravísimo. Gravísimo porque quien piense esto está irremisiblemente condenado a no entender nada de lo que allí se estaba ventilando.
A mí lo que siempre me ha interesado de este debate es el enigma que sugiere. Es bastante verosímil que Colón, siguiendo a Posidonio, considerara la Tierra más pequeña de lo que es en realidad y que por esto considerara viable el viaje en carabela hasta Cipango y Katay, y que, por contra, los sabios de Salamanca se basaran en las mediciones de Eratóstenes, casi idénticas a las actuales, y supieran, en consecuencia, que tal viaje era imposible. Y no sólo llegar, sino también y muy especialmente, volver.
Según esto, los que tenían razón eran los sabios de Salamanca y Colón jamás hubiera regresado de su viaje si entre Finisterre y Japón no se hubiera topado con América. La «suerte» de Colón habría sido su error al pensar que la Tierra era más pequeña y, al no ser así, en el lugar donde podía esperar, más o menos, encontrar Katay, se encontrara con América. Porque nunca hubiera llegado a Katay.
De todas maneras, hay algunas cosas que no acaban de cuadrar en el sentido que hay ciertos indicios que dan a pensar que Colón sabía muy bien la ruta que iba a tomar. Cuando emprende su primer viaje a las Indias, desciende hasta las Canarias, donde reposta y aprovecha para estar con su amante, esposa del gobernador de la Gomera. Que descienda tanto al sur demuestra que sabía muy bien lo que hacía y que tenía un conocimiento muy claro, como mínimo, del sentido rotatorio de los vientos en el hemisferio norte. A esto se le ha llamado, considerando el sentido inverso que seguían en el hemisferio sur, el ocho portugués. En el hemisferio norte el sentido era el de las agujas del reloj, en el hemisferio sur, el contrario. Por eso descendió hasta las Canarias, para coger vientos favorables, y por esto regresó por el norte.
Que Colón tuviera conocimiento del ocho portugués puede no ser sorprendente si consideramos el tiempo que pasó allí, aunque no se sepa tampoco muy bien a qué actividades marinas o de estudio cartográfico se dedicó. También hay que tener en cuenta que en aquella época, y sobre todo para los portugueses, las cartas náuticas eran un secreto de estado cuya custodia correspondía exclusivamente al capitán, sin que ni la oficialidad ni el piloto tuvieran acceso a ellas. Simplemente, después de realizar sus cálculos, el capitán indicaba el rumbo a seguir al oficial de guardia, quien a su vez se lo trasmitía al piloto.
Los portugueses llevaban más de cien años con un proyecto de estado consistente en establecer una ruta que llevara hasta las Indias orientales por el este, doblando el cabo de Buena Esperanza. Bajaban hasta Cabo Verde, y de allí se orientaban hacia el sudoeste para seguir los vientos favorables, describiendo un círculo hasta  el  Cabo de Buena Esperanza. La ruta de regreso era inversa, desde Buena Esperanza se bordeaba la costa africana hasta que, llegados a Cabo Verde, se dirigían hacia el noroeste y norte, en el sentido de las agujas del reloj, hasta las Azores y, de allí, hacia el este de regreso a Portugal.

 

Cuesta pensar que, vista la ruta y lo cerca que pasaba en ciertos momentos de las costas brasileñas, los portugueses no tuvieran noticia de ello. Y todavía cuesta más creerlo si pensamos que, en el tratado de Tordesillas (1498), que reparte las esferas de influencia castellana y portuguesa en Sudamérica, estos últimos demuestran un más que notable conocimiento cartográfico del continente americano, sólo seis años después de que Colon realizara su primer viaje.
Qué sugiere todo esto. Pues no lo sé, claro, pero tal vez que los portugueses supieran que había un continente algo más allá al oeste del Atlántico, pero que no les interesara porque no les servía para nada en sus proyectos de llegar a la India bordeando el Cabo de Buena Esperanza. Y que acaso Colón tuviera acceso a esta información privilegiada.

Si esto fuera así, la adscripción a las mediciones de Posidonio pudiera haber sido un pretexto para hacer creer que allí estaba Katay. Una cosa está clara, si los portugueses tenían noticia de un continente y no les interesó, tenía que ser por fuerza porque sabían que no era Asia, ya que de lo contrario no se hubieran molestado en seguir bordeando África. Y si los portugueses lo sabían ¿Lo sabía también Colón?
Ya en su primer viaje, Colón demuestra que sabía muy bien cómo ir y cómo volver. Otra cosa es que supiera a dónde iba. Parece ser que él siguió pensando hasta su muerta que Asia tenía que estar por allí, y que el que estableció que aquello era un nuevo continente fue Américo Vespucio, del cual tomó su nombre en un acto de cierta injusticia histórica. Pero entonces ¿Qué era lo que sabían exactamente los portugueses?

Lo más probable es que nunca lo sepamos.



dimecres, 23 d’abril del 2014

RESUELTO EL ENIGMA DE LA MÁSCARA DE HIERRO



Está bien el método ese que sugiere Pep Mayolas para llegar a la conclusión según la cual Erasmo era catalán e hijo de Colón. "Leer entre líneas", nos dice, y "no creer según qué". Bien, por algo hay que empezar. He visto la «obra» hoy en unas cuantas librerías, ubicada ni más ni menos que en la sección de «Història de Catalunya», donde la había, o simplemente en la de «Historia». Por lo tanto, el rigor académico se le supone. Y me ha dado envidia. Sí, lo reconozco. Así que yo también voy a aportar mi granito de arena a la nueva historia. Y adoptaré el mismo método.

Lo de "leer entre líneas" no sé, novato como soy en el «método», si consiste en las anotaciones a mano que autores y lectores acostumbraban a hacer en sus libros cuando el papel era escaso y los blocs de notas inexistentes, que es de donde proviene la expresión, o bien habría que entenderlo en el sentido más moderno, que debió adoptarse cuando tal actividad dejó de practicarse, ya fuera porque la gente tuviera la libreta al lado, porque no tomara notas o, más probablemente, porque no leyera. En este segundo sentido he de entender, si es al que se refiere nuestro «investigador», que consiste en leer lo que no se dice. Es decir, en echarle imaginación al asunto. Lo dicen los pedabobos modernos, hay que tener creatividad.

Modestamente, voy a demostrar por mi parte como, aplicando este método, se puede llegar a desvelar, ni más ni menos, uno de los más grandes enigmas de la historia. La identidad del prisionero de la máscara de hierro. Mi hipótesis es que se trataba de Pau Claris (1586-1641?), el canónigo que, a la sazón, fue presidente de la Generalitat de Cataluña los primeros dos años de la Guerra dels Segadors (1640-1652). Sigo con mi nuevo método, leer entre líneas y no creer según qué.

Según la historia oficial castellano-francesa, Pau Claris murió en 1641. Pero no es cierto. Fue secuestrado por los jesuitas franceses, al servicio de los jesuitas españoles, que lo estaban a su vez del conde-duque de Olivares. Para ello, hay que entender antes la situación que se había creado con el nombramiento de Luis XIII como conde de Barcelona.

El rey de Francia estaba a punto de morirse, y la situación que iba a producirse hay que saber leerla entre líneas. Richelieu, el primer ministro, estaba también achacoso y a punto de cascarla; el heredero tenía sólo cuatro años. Los jesuitas conspiraban, la guerra contra los Austrias se alargaba, y hacía falta un hombre de estado que se hiciera cargo de los destinos de Francia. En realidad, Richelieu se fijó en Claris para sucederle. Pero cuando Olivares se enteró, puso en marcha los servicios secretos de los jesuitas  para impedirlo. Y puso toda la carne en el asador; España prefirió perder la guerra a que un catalán fuera primer ministro de Francia (Han pasado cuatrocientos años hasta que otro catalán lo haya conseguido).

Convencido Richelieu que su sucesor tenía que ser Pau Claris, éste fue llamado a Francia y, con este motivo, abandonó Barcelona de viaje a París. Pero al hacer parada y fonda en una población del Bajo Loira, los sicarios de los jesuitas franceses, capitaneados por un supuesto guardia con nombre de queso suizo y un tajo en el rostro, lo secuestraron y nunca más se supo. Richelieu murió poco después, en 1642, asesinado por los mismos sicarios de los jesuitas, que pusieron en su lugar a Mazarino.

Todo esto se le ha escamoteado a la historia, pero hay más. Los únicos que estaban en el secreto eran el general de los jesuitas, Mazarino y Olivares. ¿Qué hacer con el secuestrado Pau Claris? Se decidió encerrarlo en la Bastilla con una máscara de hierro, que llevó hasta su muerte, a los 81 años, en 1667. Para Mazarino se había convertido en una cuestión de estado. Quemó la documentación -legible entre líneas- que acreditaba el nombramiento de Claris como primer ministro, firmado por Luis XIII, precipitó la muerte del rey dándole a ingerir unas ostras putrefactas que el pobre monarca se zampó convencido de que eran afrodisíacas y planificó la gran ocultación de la verdad.

Como entre el populacho corrían rumores, se inventaron varias patrañas con el fin de confundir el buen natural del pueblo: que si Fouquet, que si un hermano gemelo del rey... Subterfugios para desviar la atención. La verdad la sabemos gracias a Alejandro Dumas.

El personaje que aparece en la primera parte de los tres mosqueteros con el nombre de Rochefort -el de la cicatriz- era en realidad un espía catalán botifler, al servicio de Olivares, natural de «Rocafort» de Queral, un pueblo de Tarragona; de ahí el afrancesamiento de su nombre, transmutado en queso, dándonos así una pista clarísima. El incidente de la posada en Meüng es, evidentemente, la metáfora del secuestro.

Pero hay más, mucho más. En realidad, las revelaciones definitivas las obtenemos en la tercera entrega de la saga de "Los Tres Mosqueteros", conocida como "El Vizconde de Bragelonne". Dumas, mulato  hijo de esclava, quiso vengarse del desprecio de sus arrogantes coetáneos desvelando la verdad, pero eso sí, aunque hubieran pasado doscientos años, seguía siendo un secreto de estado y tenía que velar por su seguridad. Por eso nos lo describió en clave. Pero leyendo entre líneas se ve claro.

El nombre de Bragelonne evoca claramente Barcelona. Basta con invertir el orden de las dos segundas letras, substituir la "g" (de golfo) por la "c" (de capullo) y el enigma se desvela en toda su magnitud: Bargelonne, que evidentemente, es Barcelona. Como es bien sabido, los franceses tienen un especial afecto por la "g", así que la cosa está clara.

Lo de "vizconde" es otra pista que nos da Dumas. Está claro que la máxima autoridad catalana era el "conde" de Barcelona, cuyo título ostentaba el rey de España, pero Pau Claris, durante la "Guerra dels Segadors", ofreció dicho título al rey de Francia, por entonces Luis XIII. Si el conde de Barcelona era Luis XIII, su nuevo primer ministro iba a ser metafóricamente el vizconde. Lo dicho, sólo hay que leer entre líneas.

En el vizconde de Bragelonne, Dumas escribió dos novelas, la que se lee en sus, por cierto, innúmeras líneas, y la que se lee «entre» líneas. En una, la máscara de hierro es el hermano del rey, pero en el propio desarrollo y desenlace de la trama nos está diciendo que no nos lo creamos. Un individuo que desde su nacimiento ha estado en la Bastilla con una máscara de hierro no puede comportarse como un refinado monarca como lo hace cuando Aramis y Porthos pegan el cambiazo. Eso es lo que nos está diciendo, que leamos entre líneas. Otra pista, ésta definitiva, Aramis era el general de los jesuitas, estaba en el secreto, por lo tanto...

Todo esto son conclusiones obtenidas gracias a la utilización del método  consistente, según las aserciones de su inventor, en leer entre líneas y no creer según qué. Porque hay más, Dumas es una mina: el conde de Montecristo era en realidad el alter ego del timbaler del Bruc. Y para los escépticos ¿Cómo empieza la novela? ¿Acaso no es con la descripción del barrio de los catalanes en Marsella? ¿Y me van a decir que esto es casualidad?

Hay más, mucho más, pero esperaré a que alguien me subvencione el libro entero, a ver si me gano la vida de una vez. Porque investigar es costoso, muy costoso. ¿O acaso alguien piensa que me lo he inventado y no es el resultado de muchos años de arduo trabajo de investigación contra los que nos quieren escamotear la historia?
Pues eso. Ahí queda el bodrio. Con perdón.

dilluns, 21 d’abril del 2014

Y AHORA... ¡ERASMO! (Elogio del delirium tremens)



El link está aquí, publicado en un rotativo reputado de serio(?). La tesis, sin más, es que Erasmo era hijo de Colón y catalán como su padre. Al principio, uno pensaba que acaso todo esto se inscribía en la polémica acerca del origen de Colón y su supuesta catalanidad, y que en este contexto, hubiera tenido un hijo llamado Erasmo... Un «descubrimiento» en principio sin mayor trascendencia, como hubiera podido llamarse Pepito, Chindasvinto, Olegario u Oriol... Pero no. Nada de esto. Porque poco después se afirma que el tal Erasmo escribió ni más ni menos que una obra llamada "Elogio de la Locura". Efectivamente, lo que me temía. Ese Erasmo es nada menos que Desiderio Erasmo de Rotterdam, pseudónimo que adoptó Ferran Colom, a la sazón hijo del almirante y «apócrifamente» conocido también como Hernando Colón. Todavía no me he recuperado del shock traumático en que me ha sumido la perplejidad resultante de tal revelación... ¡Pasmao, me he quedao pasmao!

Si Colón era o no catalán es algo sobre lo que no opino, entre otras razones porque no dispongo de conocimientos suficientes sobre la materia. Además, todo indica que el propio Colón intentó correr un tupido velo sobre sus verdaderos orígenes... Sus razones tendría. Decir, lo que es decir, se ha dicho de todo: genovés, gallego, portugués, catalán, andaluz... aunque no parece que tal opacidad fuera por razones geográficas, sino acaso biográficas: judío converso, ex corsario, del bando perdedor en alguna guerra civil catalana... El italiano no parece ser que fuera su fuerte -apenas dejó nada escrito en esta lengua- y su castellano era manifiestamente defectuoso. Se ha discutido sobre si incurría en galleguismos, portuguesismos o catalanismos, eso sí, nunca italianismos. Menéndez Pidal los consideró portuguesismos, probablemente debidos a su etapa portuguesa, a la vez que apostó por la tesis de que era descendiente de judíos catalanes llegados a Génova huyendo de los pogromos de los siglos XIV y XV en Cataluña.

Ni quito ni pongo rey. Puede que haya razones para discutir sobre su origen; en cualquier caso se trataría de un debate que no va más allá de la anécdota. Pero afirmar que su hijo fue Erasmo, esto no es que sean palabras mayores, es, simplemente, delirium tremens.

Luego, claro, uno se entera que la «institución» a la que pertenece el «investigador», l'Institut Nova Història, sostiene que Cervantes era catalán y, por qué no, el Quijote una mala traducción al castellano del original catalán, que alguien ordenaría quemar para ocultar tan infausto origen... hasta algo le ha llegado en idénticos términos sobre el lazarillo, Garcilaso... Y ahora, ni más ni menos que Erasmo. Palabras mayores.

La verdad, no vale la pena molestarse en rebatir tamaña cantidad de sandeces. Eso sí, como muestra, un botón del rigor académico del «investigador». Cuando se le pregunta cómo puede hacer tales afirmaciones sin disponer de una sola prueba, responde sin inmutarse, impertérrito y textualmente, que "Se trata de leer entre líneas, de no creer según qué". ¡Genial! Erich von Däniken se queda corto a su lado.
Ya sólo falta que nos digan que «la máscara de hierro» era Pau Claris (¡Vaya idea que acabo de dar!) ¿Cómo es posible tanta majadería? Lo dicho, delirium tremens. O charlotada.

DE CARLISMOS Y DE VIAJES



Decía Baroja que el carlismo se cura viajando... No conocía el turismo de masas. Hoy en día, durante las etapas vacacionales, barrios enteros se reproducen en el litoral, o en la montaña, según el modelo del ocio como producto para consumo de masas, con el mismo esquema que sus originales del resto del año pensados para el negocio. Los mismos vecinos, ora de piso, ora de apartamento, en primera o décimo sexta línea de playa, siempre según el patrón original. Y no se cura ni el carlismo ni el tedio.

Podría objetarse que esto no es viajar, sino una mera traslación en el espacio inscrita en el marco de una segmentación del tiempo global con sus correspondientes rutinas incorporadas. Pero tampoco los viajes, o la mayoría de ellos, son lo que fueron. Porque todo viaje ha de ser, de entrada, un recorrido del espíritu.

Sí, tal vez hubo un tiempo en que el carlismo se curaba viajando, o quizá es la impresión que nos ha legado la literatura. El viaje como transgresión de la rutina, el viaje iniciático, el viaje como alejamiento, como apertura, como forma de enriquecimiento personal; hasta como exilio, voluntario o forzoso, como ruptura que marca un antes y un después. La idea de viaje nos evoca el de Goethe a Italia, o Byron, o Schopenhauer... pero también los periplos de Ulises, de Edmundo Dantés, de Fabrizio del Dongo o, cómo no, de Gulliver o de Robinson Crusoe. Pero para que a alguien realmente se le cure el carlismo con el viaje, era y es imprescindible que vaya con él algo inherente a su propia condición, una predisposición natural para incorporar a su acervo personal las vivencias que el recorrido le ofrezca, una mente abierta y crítica como condición necesaria y sin la cual todo lo demás es baldío. Y la consciencia de que, en sentido estricto, los únicos seres con raíces son las plantas.

Como dice mi amigo Ricardo, que la policía te dé una paliza durante una manifestación puede convertirte en un héroe, pero no te hace más inteligente. Nada más cierto. De la misma manera, que cualquier memo haya circunvalado diez veces la Tierra no le convertirá en un hombre de mundo, sino que seguirá siendo, acaso aún más acentuadamente, un memo. Porque para que se le cure a uno el carlismo, se requiere una disposición de espíritu de la cual el memo carece. Mucho me temo que en algunos el carlismo es curable, en otros no.   
 
Siempre quedará la duda de si el memo nace o se hace. O también, volviendo a nuestro tema, si el carlismo es genético o ambiental. Doctores tiene la Iglesia.

diumenge, 20 d’abril del 2014

MIOPÍAS POLÍTICAS COMO FORMAS ADAPTATIVAS




De entre las intervenciones y los correos recibidos a propósito del post del referéndum, destacaré el de Jorge, no sólo por su siempre lúcido pesimismo, sino también porque recoge un sentir general que se sintetizaría en la exclamación final: ¡Lástima que la miopía política de las clase políticas españolas sea incurable!.

Ya dije en cierta ocasión que si el nacionalismo catalán carece del sentido del humor, el español carece del de la ironía. Por ello, la autoestima del nacionalismo catalán se resuelve en auto compasión, de ahí su victimismo constitutivo; la del español, por su parte, en auto odio, de ahí su arrogancia, también constitutiva. Estas carencias manifiestas son, por supuesto, la expresión de otras que subyacen latentes.

Sí, como afirma Jorge, casi seguro que la miopía de la clase política española es incurable, porque tal miopía es constitutiva e inherente al modelo de España que se ha construido. España aparece como nación política con las Cortes de Cádiz. Allí empieza un proceso al final del cual los legitimistas, los dinásticos y, en general, los partidarios del viejo orden, se envuelven en la bandera de la nación y en el nombre de España que, de tanto haber combatido, acabaron apropiándose haciendo de su capa un sayo. 

Este es el gran problema de España, que de la capa se hizo un sayo. No debemos olvidar que mientras los Riego y los Torrijos decían ¡Viva España!, sus enemigos gritaban ¡Viva el Rey! Este proceso culmina con la Restauración, se consolida definitivamente con la guerra civil y supone el secuestro de la idea de nación política, y su impostación escenificada por un simulacro grotesco de ella, amplísimamente arraigado por toda la geografía española. Los descendientes de los que gritaban ¡Viva el Rey!, o lo pensaban, son los actuales nacionalismos español, vasco y catalán. Sus élites políticas están hechas a la realidad de un sayo hecho con una capa; para poder medrar y sobrevivir en este entorno, los políticos necesitan ser miopes. Es un tema de adaptacionismo darwiniano; de  lo contrario, no podrían sobrevivir en este entorno. 

Sí, ya sé que es muy difícil que, con semejante panorama, se reaccione con ánimo de previsión y se convoque un referéndum. Las luces no es que brillen ni a uno ni a otro lado, precisamente. Es más bien un duelo de enanos. Quizás no sea ni un choque de trenes lo que vaya a producirse, sino de vetustos carromatos. Pero no por ello deja de ser la última oportunidad.

Que con estos mimbres no se pueda hacer un cesto no significa que no sigamos necesitando un cesto.

divendres, 18 d’abril del 2014

EL REFERÉNDUM COMO ÚLTIMA OPORTUNIDAD



La Historia es un saber idiográfico, y en el plano que les corresponde como derivados de ella, la Sociología y la Política también... hasta la Economía lo es en gran medida, pese a quien pese. Cada fenómeno abordado como objeto de conocimiento desde estas disciplinas tiene unas singularidades propias que lo hacen único e irrepetible. Podemos establecer el comportamiento de un gas bajo unas determinadas condiciones de presión y temperatura, pero no podemos saber qué hubiera ocurrido si Julio César hubiera sobrevivido al atentado que acabó con su vida o si Cataluña hubiera alcanzado su independencia el 11 de septiembre de 1714.

Tampoco, por las mismas razones, podemos saber en qué sentido derivará una determinada situación política. Podemos intuirlo indiciariamente, pero siempre, o en el mejor de los casos, estaremos a medio camino entre la profecía y la predicción. Esto no es ciencia. No es mejor ni peor, ni superior ni inferior a otros ámbitos de conocimiento como puedan ser la Física o la Química; es, simplemente, lo que hay.

Sirva este exordio de justificación previa a las tesis y juicios que desarrollaré en este artículo. Ni pretendo estar en la verdad absoluta ni pienso que nadie lo esté, pero intentaré argumentar por qué considero ineludible la celebración de un referéndum en Cataluña, por qué pienso que hasta podría contribuir como revulsivo a la superación de buena parte de los estigmas históricos españoles y, también, por qué considero que el empecinamiento en rechazar tal referéndum es un error que todos podemos acabar pagando muy caro.

Hoy por hoy, el independentismo no es mayoritario en Cataluña, pero sí es indiscutiblemente hegemónico. A ello hay que añadirle también una buena parte de la ciudadanía catalana que, sin sentirse independentista, tampoco se identifica con la idea de españolidad que tradicionalmente se ha suministrado como antídoto contra el catalanismo en general. Un sector ciertamente heteróclito, pero que puede coincidir coyunturalmente con algunos de los argumentos del nacionalismo. Una cosa es el diagnóstico y otra la terapia. La sincronía con ciertos aspectos del argumentario independentista no implica que se comparta el ideario. Ignorar esto, o asociarlo al independentismo, es un error cabal. También hay, indudablemente, un tercer sector claramente españolista, en el sentido de no contemplar la posibilidad de secesión bajo ningún concepto. Como en el anterior grupo, hay también muchos matices, pero esto les uniría.

Es difícil establecer una estadística fiable de la proporción en que estos tres sectores, con sus, las más de las veces, difusas fronteras, se distribuirían entre la sociedad catalana. Máxime si tenemos en cuenta que la mayoría de las encuestas realizadas con este objeto vienen todas ellas con un sesgo marca de la casa que los haya pagado. Tampoco las multitudinarias manifestaciones independentistas deberían dar a entender una mayoría independentista, pero sí un recalentamiento del sector nacionalista que se desplaza hacia el independentismo explícito. Y eso sí, con unos niveles de activismo militante que, con los debidos márgenes estadísticos, dan más bien a pensar que son todos los que están y están todos los que son.  

En las últimas elecciones generales (2011), los partidos explícitamente independentistas obtuvieron un total del 35.85% de votos (1.258.508 votantes), con un 66.82% de participación.  Un año después, en las últimas autonómicas del 2012, y con un (sorprendente) índice de participación de un 69,56%, el total de las formaciones independentistas fue un 47.46% (1.787.656 votantes).

En relación al total del censo electoral, el voto independentista en las generales del 2011 fue de un 23.42%; en las autonómicas del 2012, un 33.15%. Contra lo que había sido «normal», hubo mayor participación en las autonómicas que en las generales, un 69,56% contra un 63,52%; un 6.04% más.

En apenas un año, el voto independentista se incrementó en un 7,5%. En cifras se corresponden a un aumento de más de medio millón de votos. Una cifra nada desdeñable, y que da a pensar, sin necesidad de darle demasiadas vueltas, que el aumento de participación en el 2012 obedeció a una movilización del independentismo; y también, que las cohortes generacionales que se incorporan por edad al derecho de voto, lo hacen masivamente al independentismo. La tendencia está ahí. No es mayoritario, pero amenaza con serlo en breve.

Tampoco el auge del independentismo en Cataluña es un fenómeno coyuntural de respuesta a la crisis económica. No cabe duda alguna que ha coadyuvado a ello, pero hay razones subyacentes de calado mucho más profundo que no se pueden entender por la simple coincidencia sincrónica del ascenso del independentismo con la crisis.

El auge del independentismo es más bien el resultado de un proceso que, azaroso o meticulosamente calculado, ha cuajado en «feliz» coincidencia con una crisis que le ha dado si cabe más pábulo. Pero considerar que la hegemonía del independentismo se debe a la crisis económica es un error, uno más de tantos que se han cometido a la hora de desentenderse de Cataluña y de su realidad desde el resto de España.

El talismán de la propuesta independentista es un referéndum por el «derecho a decidir» del pueblo catalán. Tal vez fuera inicialmente un farol concebido como arma de presión por unas élites seguras de su control sobre las correas de transmisión auspiciadas por ellas mismas. Pero si en algún momento fue así, ya no lo es. La prueba más fehaciente de ello son los resultados de las elecciones del 2012. Hoy son dichas correas de transmisión las que marcan la agenda independentista de un gobierno que, hipotecado a su vez por el primer partido de la oposición -ubícuamente oposición, socio y conciencia- se ha convertido, por convicción, por vocación o por estupidez, en rehén de sí mismo.

Por su parte, la propuesta de un referéndum ha cuajado plenamente entre un sector de población mucho más amplio que el estrictamente independentista. Las razones de ello son de lo más variado y van desde la consciencia de las particularidades catalanas con respecto al resto de España, hasta la estética democratizante   de la propuesta. Así es como se ve entre la mayoría de la población catalana, como un derecho cuya prohibición se interpreta mayoritariamente como una imposición arbitraria sin solución de continuidad. Al menos desde este punto de vista, los independentistas están ganando las batallas ideológica y de la imagen, porque con la propuesta de referéndum, la patata caliente se sitúa en el tejado del Estado. El problema está ahí delante, y no querer verlo es contribuir a acrecentarlo.

La percepción que la población de Cataluña tiene en estos momentos de forma mayoritaria, y con independencia de su origen o condición, es que la región más rica de España, la más competitiva y la que mayor proporción de PIB aporta, no está considerada ni tratada como debe; más bien al contrario, aviesamente o negligentemente discriminada. Luego están los recortes del Constitucional al Estatuto -perfectamente instrumentalizados como arma propagandística-, competencias que se le recortaron a Cataluña que sí tienen otras autonomías y, cómo no, el agravio comparativo con vascos y navarros -el pacto fiscal que a Cataluña se le niega-, así como la creciente percepción según la cual si a los vascos se les concedió y a los catalanes no, fue por otro tipo de motivaciones fácilmente detectables. Y todo esto por no hablar de ciertos anti catalanismos viscerales que saltan a la palestra con recurrente regularidad, interpretados por histriones que bien podrían ser topos del independentismo más radical. La diferencia no se notaría. Una imagen según la cual hay quien pertenece a España y hay quien la posee.
No digo que nada de esto sea una verdad objetiva, pero sí afirmo que lo es, con más o menos intensidad, para una buena mayoría de la población de Cataluña. Y esto es un problema muy serio. Porque abona los caladeros independentistas.

Desde un primer momento, la propuesta de referéndum topó con la tajante negativa de los poderes del Estado. El principal argumento aducido es de naturaleza jurídica, el marco legal constitucional no lo permite. La comparación con el caso del referéndum escocés en la Gran Bretaña, se dice, no sirve; porque en Gran Bretaña su marco legal lo permite, en España no. Subyacen a las consideraciones jurídicas, cómo no, otro tipo de valoraciones más subjetivas de lo que nadie está dispuesto a reconocer.

El debate jurídico que se ha organizado sobre el tema, como todos los de esta naturaleza en España, ha estado fuertemente ideologizado. Algunos juristas explícitamente no-independentistas han argüido que sí es posible, los más, que no. Para algunos, tal referéndum, de convocarse, debería serlo en toda España; para otros, lo que se debería dilucidar en tal referéndum sería la modificación de la Constitución...

El pasado 8 de abril, el pleno de Las Cortes rechazó, por abrumadora mayoría, la delegación de la competencia para organizar consultas a la Generalitat. Los argumentos aducidos fueron de naturaleza jurídica: el gobierno no tiene esta competencia, ni el Parlamento, porque para esto haría falta modificar la Constitución. Técnicamente, el debate era éste. Políticamente, se rechazó también de plano tal posibilidad.

Desde el punto de vista legal, probablemente sea así. Pero el problema no es legal, sino político. Nos estamos enfrentando a un hecho no previsto en la Constitución. Luego, o no sirve la Constitución, o no sirve el hecho. Se optó por lo segundo.

Podría parecer que la patata caliente ha vuelto al tejado de los independentistas. Mientras el gobierno de la Generalitat insiste en que buscará la manera de convocar legalmente el referéndum y, en caso de que no fuera posible, convocaría elecciones «plebiscitarias» sin más precisiones, sus correas de transmisión insisten en la convocatoria del referéndum el 9 de noviembre y anuncian la proclamación unilateral de independencia para el 23 de abril de 2015. Proclamación para la cual bastaría la mayoría simple en votación del Parlamento catalán.

Por su parte, desde las correas de transmisión del «otro lado», empiezan a aparecer jeremíacos informes sobre las nefastas consecuencias que la independencia tendría para la economía catalana, su salida de la UE, del euro y de  los aciagos días que nos aguardan tras la independencia. A la vez, también desde instancias más o menos paragubernamentales (pág. 35), se alerta, junto a las consecuencias económicas, de los mecanismos legales al caso para impedir tal despropósito, concebidos como  hipótesis de trabajo, cuya versión más extrema sería la suspensión de la autonomía catalana, la ilegalización de los partidos que hubieran apoyado la iniciativa y la encarcelación de sus líderes. O sea, la Guardia Civil y, caso de resultar necesario, los tanques.

Vaya por delante que, en mi opinión, esta última opción sería la mejor manera de asegurar la independencia de Cataluña en un plazo máximo de cuatro o cinco años, y que por lo tanto, sería el peor de los errores que el gobierno podría cometer. Pero vayamos por pasos.

No creo que la patata caliente esté precisamente ahora en el tejado independentista, sino en el del gobierno, o si se prefiere, del Estado. Y ello fundamentalmente en razón de la asimetría que se da en un desafío de este tipo entre los dos bandos en litigio. Porque uno de los lados es el Estado de derecho... Aunque sólo fuera por este «pequeño» detalle, la patata caliente sigue en el tejado del gobierno, que es quien tendrá que mover ficha sino quiere seguir a expensas de las iniciativas del contrario.

El Estado puede ciertamente mandar al ejército en caso de declaración unilateral de independencia, y hasta podría ser que fuera legal desde el punto de vista estrictamente constitucional, pero su legitimidad moral quedaría tan irremediablemente dañada que, a la par que alimentaría a los sectores más duros e intransigentes del nacionalismo español, mucho me temo que al cabo de muy poco tiempo tal acción se le revolvería en contra como un boomerang. Parece, en cualquier caso, mucho más prudente e inteligente evitar que tal situación llegue a producirse.

Y para evitarlo lo tiene todo en su mano, sólo se le requiere inteligencia política. Tomando la iniciativa, cortando de cuajo el nudo gordiano y convocando el referéndum, el Estado, no la Generalitat, realizando previamente los cambios legales que se ajusten al problema que plantean los hechos, que para esto es para lo que está la legalidad. Por ahora, el gobierno se está limitando a decir que no. El problema es que si no hay referéndum, cualquier escenario es posible. Si lo hubiere, en cambio, no.

Ante los inciertos e indeseables escenarios que se abren, lo más sensato sería evitar que se produzcan las situaciones que los puedan hacer posibles. Y para ello, tal como están las cosas, no veo otra alternativa que la convocatoria del referéndum por parte del Estado; un referéndum que debería gestionar y llevar a cabo el propio Estado, con todas las garantías legales de rigor. Unas garantías que no se darían en un plebiscito convocado por la Generalitat y, menos aún, si irrumpiera la Guardia Civil a requisar las urnas.

Con esta medida, el Estado tomaría la iniciativa por partida doble. Por un lado, la patata caliente se quedaba definitivamente del lado independentista, porque la legalidad de tal convocatoria sería indiscutible y porque, constitucionalmente, es al Estado a quien le correspondería organizarla porque cuestión de Estado es. Por el otro lado, la batalla de la imagen tomaría un giro inesperado porque, entre otras cosas, los sectores más recalcitrantes del independentismo le negarían al estado la potestad de organizar el referéndum en Cataluña, pero no podrían impedirlo y, de oponerse, quedarían desacreditados ante la inmensa mayoría de la población, catalana y española. La imagen peyorativa de una cierta España que, con fundamento o sin él, goza de gran arraigo, quedaría redimida, y la intolerancia y el fanatismo de algunos, quedarían a su vez en evidencia. Y el cambio de actitud de muchos, me atrevo a asegurar que también.

La convocatoria no tiene por qué ser inmediata, pero su anuncio sí. Cada día que pasa se está perdiendo un tiempo precioso. Si hay que cambiar la Constitución, pues se cambia. Sólo se requiere un pacto de estado por parte de agentes que estén a la altura del mismo. El anuncio por parte del Estado le sitúa, además, en posición legítima para establecer las reglas del juego. Debería convocarse en un plazo de entre dos y dos años y medio -algo parecido a como lo gestaron los gobiernos británico y escocés-, y durante este periodo, las distintas partes tendrían la oportunidad de explicar sus posiciones y las consecuencias de cada una de las opciones. Entonces sí tendría sentido explicar si a la economía catalana le iba a ir bien o mal, qué pasaría con la deuda, qué modelo de sociedad proponen los distintos grupos independentistas y, desde luego, acotar ciertos aspectos que hasta ahora se han tratado con una ligereza más que preocupante.

El primero son los términos de la pregunta del referéndum. La fórmula planteada por la Generalitat no es que sea confusa, sino manifiestamente tramposa. Nada de subterfugios. La pregunta ha de ser clara y diáfana, sin dobleces ni repliegues: ¿QUIERE USTED UNA CATALUÑA INDEPENDIENTE, "SÍ" O "NO"? Sin más.

También contribuiría a establecer los términos y las mayorías. Un referéndum para decidir la independencia no es una cosa que se pueda hacer cada día, y es una decisión de gran trascendencia que no sólo ocupa a las actuales generaciones, sino también a las venideras. Una simple mayoría del 50,01% contra el 49,99% no es suficiente para una decisión como ésta, se mire como se quiera. Igualmente, la participación no es tampoco un tema baladí. Se podría establecer un requisito mínimo de participación de dos tercios del electorado (66%) y el voto afirmativo de las tres quintas partes (60%) para que la decisión fuera válida y vinculante.

Nadie en sus cabales podría oponerse a términos tan razonables de tiempo -para informarse y reflexionar-, de participación -dada la envergadura del tema- y de decisión -por idénticas razones-. Los Estados fuertes de verdad son precisamente los que no precisan recurrir al uso de la fuerza contra sus propios ciudadanos, ni temen timorata o furibundamente que, a las primeras de cambio, éstos les den puerta.

La gran pregunta es si España será capaz de esto. El hecho es que es ineludible que lo sea. No sé si es demasiado pedir, pero es la última oportunidad; la última oportunidad de España, no de Cataluña.


¡HASTA SIEMPRE GABO!



Me quedaré con los cien años de soledad que no has conseguido alcanzar. Con el gitano Melquíades que buscaba el daguerrotipo de Dios; con los Arcadios y los Aurelianos, buscando saber qué buscaban; con las Eréndiras y las Isabelas, que sabían que nunca lo iban a encontrar; con el enriquecimiento que me supuso la lectura de tu obra. Con todo ello y con tu mejor frase:

LAS ESPECIES CONDENADAS A CIEN AÑOS DE SOLEDAD NO TIENEN UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA


dimecres, 16 d’abril del 2014

DEL SOLIPSISMO POLÍTICO O EL IDENTITARISMO COMO FASE SUPERIOR DEL COSMOPOLITISMO


 

 
Increíble, pero cierto. El informe elaborado por el Consell Assesor per a la Transició Nacional sigue impertérrito en sus trece, y contra toda evidencia, en lo tocante a la permanencia de la futura Cataluña independiente en la UE y en la zona euro. La verdad, más allá del clamoroso ridículo en que se está incurriendo, uno empieza a pensar que el problema no es tanto la mediocridad, sino un problema si cabe de mayor envergadura: un problema de solipsismo político.

Hace apenas dos días le preguntaba retóricamente al Sr. Mas por algunas de mis dudas respecto al proceso hacia la independencia, y muy especialmente por el día después. Unas preguntas que, pienso con toda franqueza, cualquier persona en sus cabales debería plantearse. Casi simultáneamente aparecía el informe, así que, también retóricamente, tengo ya una contestación que no responde a ninguna de mis preguntas.

Un informe que destaca mayormente por su trivialidad intelectual, su ninguneo de la realidad y cuya lectura induce a pensar que sus autores se sienten más a gusto solazándose en la jerigonza que en el riguroso análisis que la situación se supone que requiere de ellos. Porque jerigonza es afirmar que cuando los líderes europeos declaran una y otra vez que Cataluña quedaría fuera de la UE y de la zona euro, lo están haciendo a título de opiniones personales, no como portavoces de la entidad en nombre de la cual están hablando.

Vamos a ver. Eso podría valer para Almunia atendiendo a su condición de conspicuo español «jacobino», pero no para todo el resto de los que en este mismo sentido se han manifestado. La respuesta de la UE al informe no se ha hecho esperar, y ha sido un nuevo aldabonazo del cual, por otra parte, sus receptores no parecen haberse dado por enterados... ¿Hasta cuándo?

Insisto en lo ya dicho en estas páginas con anterioridad. La aspiración a la independencia de una parte de la población, y que ésta se resuelva a partir de un referéndum en condiciones, me parece legítima. Y desde luego, el inmovilismo amparado en el fundamentalismo constitucional se me antoja un error que sólo puede contribuir a enquistar el problema. Y eso lo afirmo al margen de mi opinión sobre el tema. Las afirmaciones de Vidal Folch el pasado domingo me parecen, en este sentido, de lo más atinadas.

Pero una cosa es el planteamiento de un referéndum y otra muy distinta engañar groseramente a la población y alimentar falsas expectativas que, es su obligación, han de saber que no están en condiciones de imponer. Es más, contra la idea delirante según la cual las declaraciones de los mandatarios europeos obedecen a presiones del gobierno español, pero que en el momento de la verdad Europa se volcará con Cataluña porque no puede prescindir de ella, lo cierto es que, con independencia de que estas presiones ciertamente se estén dando, el gobierno español no está en condiciones de imponerle nada a la UE, menos aún tratándose de un país rescatado de hecho.

Simplemente, si a Europa le interesara por cualesquiera razones una Cataluña independiente, maniobraría en este sentido, exactamente igual que lo ha hecho en otras ocasiones, algunas de ellas tan recientes que todavía están en el candelero. Y por cierto, sin reparar demasiado en el derecho internacional. Pero nada indica, al menos hoy por hoy, que desde los centros de poder europeos se contemple esta posibilidad para Cataluña, ni siquiera como hipótesis de trabajo. Y decir que Europa tendrá que tragar sí o sí como se sigue diciendo por aquí, me temo que ya no se puede considerar ni miopía política, ni torpeza, ni diletantismo, sino más bien un solipsismo político que los últimos años han contribuido a arraigar y que ahora amenaza con su propia apoteosis.

Un solipsismo que proviene de haber adoptado como marco de referencia un modelo fundamentado en la inversión de una idea de universalidad que así queda supuestamente adaptada a la medida de la propia idiosincrasia, ya sea ésta imaginada o no. Entendámonos, lo local puede trascender a lo universal, pero el proceso inverso, lo universal "destrascendiéndose" a inmanente en lo particular, eso no es sino la exaltación del provincianismo más ramplón. De ahí a decirle a la UE lo que tendrá que hacer, va un paso: el tránsito al solipsismo político.

Literariamente quizás se vea más claro que en clave política. El Quadern Gris, Vida Privada, Terra Baixa, Laia o La Plaça del Diamant son productos catalanes que se trascienden a sí mismos -como pienso que lo son también la obra de Marsé y otros catalanes que escriben en castellano- convirtiéndose en clásicos. Porque desde el inevitable marco local en que toda obra se desenvuelve, van más allá de esta realidad, la anécdota se resuelve en categoría y deviene universal. Dudo que ninguna de estas obras precisara en su momento de demasiadas subvenciones para su difusión.

Hoy en día, muy al contrario el panorama de la literatura y de la cultura oficial catalana, uno de cuyos más deplorables y divulgativos ejemplos son los seriales por encargo de TV3, sigue un recorrido inverso. Desde el punto de partida de una supuesta universalidad fundante, se recorre el itinerario en sentido contrario acabando en la exaltación de la anécdota, de lo particular, de lo identitario. Cierto que siempre en todas partes ha habido también de esto, pero somos muchos los catalanes que echamos en falta lo primero.

Y eso primero no es que sean producciones catalanas sensu stricto, sino en el sentido que lo particular se proyecta en lo universal. La anécdota es que hayan sido elaboradas en Cataluña y por catalanes que, precisamente por captar lo esencial de la naturaleza humana, se pueden entender y se entienden sin problemas desde Valladolid, Madrid o Nueva York, igual que desde Barcelona no se requiere ningún esfuerzo hermenéutico para entender La Regenta o Cañas y Barro. Lo segundo, en cambio, es todo lo contrario. Basura literaria y bazofia culturaloide para solaz de mediocres abrevados a la subvención oficial. De tanto mirarse el propio ombligo, se acaba uno olvidando que muy probablemente no sea el centro del mundo.

Pues bien, si se me admite la analogía, en lo político llevamos treinta años profundizando y recorriendo este itinerario inverso, cuya correlato es el solipsismo auto inducido que Machado le espetaba a aquella Castilla que, ayer dominadora, hoy envuelta en harapos, desprecia cuanto ignora.

Algunos deberían aplicárselo cambiando el nombre del territorio aludido. Quizás sea mucho pedir.

dimarts, 15 d’abril del 2014

HABLEMOS CLARO, SR. MAS...



...Porque estoy sumido en un mar de dudas que en modo alguno contribuye usted a disipar, ni en sus proclamas ni en sus declaraciones. Verá usted, mi patrimonio es irrelevante. Vivo, por lo tanto, de mi trabajo, o sea, del jibarizado sueldo que me corresponde como funcionario público. Y como no juego a la lotería ni hago quinielas, tengo la certeza absoluta de que, en caso de que llegue vivo al momento de mi jubilación, mi supervivencia dependerá de la pensión que me corresponda por haber estado todos estos años cotizando. Y como de esto no dice nada, absolutamente nada, ésta es precisamente una de mis primeras incertidumbres en torno a su proyecto.

Mire usted. No soy nacionalista, ni de aquí ni de allá. De modo que si su propuesta me pareciera convincente, no tendría, en principio, el menor problema en secundarla. Pero antes debería conocerla, y me temo que no me está dando usted demasiadas pistas como para que pueda hacerme una idea mínimamente cabal sobre sus proyectos para el día después. Más aún, los datos de que dispongo no son nada reconfortantes. De ahí mis inquietudes.
El resto del artículo AQUÍ
 

dilluns, 14 d’abril del 2014

14 DE ABRIL


EN HOMENAJE A LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA, POR LO QUE PUDO HABER SIDO.

diumenge, 13 d’abril del 2014

HAMLET, MONTY PYTHON Y EL RESPETO AL PEDAGÓCRATA




"Trátalos como se merecen", le ordenaba Hamlet a su criado a propósito de los actores que habían llegado a Elsinor. "¡No!", corrigió inmediatamente "¡trátalos mejor! todos merecemos que nos traten a latigazos".

Puede que a veces, tratar a alguien con el respeto al que todo el mundo pensamos que es merecedor, no es que esté bien o mal, sino que simplemente sea un error. Sobre todo si en los propios planteamientos originarios de este alguien subyace implícito el fraude y la falta de respeto. El charlatán, por definición, utiliza argumentos falaces, pero arraigados en el acervo popular y sabe repartir lisonjas entre quienes le interesa. Tal vez no haya que combatirle argumentativamente, no se puede refutar un discurso vacío, sino ridiculizarlo. Puede que sea más efectivo.

Tras superar las más duras pruebas, el rey Arturo y sus caballeros se encuentran ante el último escollo antes de alcanzar el objetivo de su sagrada misión: el Santo Grial. Una pasarela de cuerda y tablas de madera facilita el paso a través de un desfiladero, bajo la vigilancia de un mago que le formulará al caminante una pregunta. Si la responde correctamente, cruzará el desfiladero; si no, será tragado por el abismo. Una genial parodia del enigma de la esfinge.

Para alguno, como sir Lancelot (John Cleese) la pregunta es fácil -¿Cuál es tu color favorito?-, aunque para otros incluso tal pregunta es difícil, por ejemplo, el memo de Sir Robin (Eric Idle) responde  "¡el rojo!" y, cuando ya le estaban franqueando el paso,  corrige "¡Ah! no, el verd..." y no puede concluir la frase antes de que se lo trague el abismo. Con algunos se ceba especialmente el hechicero, como con el «sabiondo» y estrambótico sir Bedevere (Terry Jones), alter ego de una razón medieval parodiada hasta el sarcasmo. Finalmente le llega el turno al rey Arturo (Graham Chapman), a quien se le pregunta: "¿A qué velocidad media vuelan las golondrinas?" Sin duda la pregunta más difícil de cuantas hasta entonces había hecho el hechicero... ¿Conseguirá el rey Arturo salir airoso de tal lance?...

"¿Golondrinas europeas o africanas?", le replica el tonto de Arturo. "¿Eh? Pues no lo sé..." farfulla el hechicero antes de que el abismo se lo trague inapelablemente. 

La escena que acabo de describir pertenece a la película Monty Python and de Holy Grail (1974), traducida aquí como Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, un genial desatino que machaca hasta la ridiculización todos y cada uno de los mitos occidentales tenidos como lugares comunes fundacionales, desde el caballo de Troya y el mito de la esfinge, hasta el cíclope y el santo Grial, pasando, cómo no, por la teología y la política medievales... y no tan medievales.

El planteamiento de base es el de una sociedad de garrulos en la que a unos orates se les presupone en posesión de un conocimiento arcano que les proporciona las claves de interpretación del mundo. Y por si alguien no se lo acaba de creer, para eso está el brazo secular.

Magos, hechiceros y teólogos como fundamento de un orden controlado por feudales y guerreros ignorantes, salvajes y fanáticos. Personajes atrabiliarios y grotescos, más dignos de chanza que de elogio, el mayor error ante los cuales es tomárselos en serio. Un orden cuya némesis se encuentra en el tramo final de la película, cuando el propio mago y juez interrogador es autopropulsado a la sima del abismo por no saber la respuesta a la pregunta que formula. Y que culmina en la extravagante y cutre detención de Arturo y sus caballeros por parte de Scotland Yard.

¿Y a cuento de qué viene todo esto? Muy simple, pienso que en el mundo de la educación estamos en manos de pedabobos y pedagócratas tan farsantes como los hechiceros, los teólogos y los caballeros de Monty Python and the Holy Grail. Y que, igual que ellos, tampoco saben responder a las preguntas y problemas que les plantean a los otros. Gente que no sólo no es la solución, sino parte del problema. Y pienso también que quizás la mejor manera de desacreditarlos y poner de manifiesto la inanidad y hasta lo perjudicial de sus presuntos saberes, sería recurrir a la parodia. Esto el gran público podría entenderlo. 

Me consta de un conocido grupo teatral que está preparando algo así. A ver, a ver...