El Brexit produce en principio una
sensación ambivalente y contradictoria. Por un lado, y desde una perspectiva
que genéricamente denominaremos como «europeísta», parece claro que una de las
razones primordiales que indujeron en su momento a Gran Bretaña a entrar en la
UE fue la de evitar que la cosa fuera a mayores. Que quedara como una unión
económica al servicio de los grandes poderes y evitar a cualquier precio que se
avanzara en cualquier atisbo de proyecto que, siquiera remotamente, apuntara
hacia una unificación política. No en vano, la política británica durante los
últimos cinco siglos ha consistido en jugar las cartas necesarias para evitar
que en el «Continente» -como ellos lo llaman- surgiera una potencia hegemónica
que amenazara con unificarlo más o menos. No se trata de valoraciones, sino
simplemente de constataciones.
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